jueves, 26 de agosto de 2021

Eros - Capítulo 6 - Un puesto de trabajo grande, en un lugar aún más grande

De pie en la estancia, lo miraba todo con curiosidad. Era la primera vez que entraba en ella. Era grande muy grande, o acaso a ella se lo parecía. Se quitó el abrigo y la bufanda, dejando su ropa y el bolso sobre el sillón que tenía frente a ella. Si en un principio estaba nerviosa, ante aquella habitación , se sintió abrumada. Era como si de repente hubiera entrado en una dependencia de algún palacio. Pero no lo estaba, sino en el que sería su despacho de ahora en adelante.

Tras dos semanas transcurridas desde que se lo propusiera, Evelyn comenzaría a partir de ese día a trabajar para él en exclusiva. Había aceptado ese puesto a regañadientes. No terminaba de convencerla. No se acostumbraba a la mirada inquisitiva de su jefe. Cada vez que la miraba, tenía la sensación de que quisiera penetrar más en su cabeza. Adelantarse a los pensamientos de ella que, por cierto no terminaban de ser benévolos con él. No terminaba de conectar. Reconocía que él hacía esfuerzos porque se sintiera cómoda, pero algo en su interior se revelaba a ceder ante el atractivo de su jefe. Presentía que su situación nunca sería cómoda, además sabiendo de sus credenciales, mucho menos. Si continuaba por ese camino, le iba a ser muy difícil no alterarse. La ventaja sería que él no pararía mucho por ese despacho, estaría sola la mayoría del tiempo y de los días.

Habían organizado juntos la agenda de trabajo, y tenía razón: su vida daría un vuelco de ciento ochenta grados. 

Depositó la ropa que ella había dejado en el sillón frente a ella, en el sofá, sentándose al otro lado del escritorio. . El corazón de Evelyn se alborotaba al tenerle tan cerca. Debía concentrarse. El plano había cambiado, ya no era una reunión informal como la de aquella comida, sino que era una planificación de trabajo. Ante su sorpresa, al no creerle capaz, se había convertido en responsable y hasta preocupado por , no sólo preservar  la herencia recibida, sino engrandecerla.  

Hasta su olfato, llegaba la loción de él. No sabía si era su perfume habitual, o para después del afeitado. Estaba rasurado al límite, y por eso pensó que sería algún tónico que usara para la irritación del afeitado.  El cabello rizado. Le caía alguna guedeja sobre la frente, que, arrugada sin duda por preocupación, estaba absorto leyendo y releyendo algún documento, que ella había subrayado en el portafolios.

Nunca había optado por sentarse allí, en ese espacio que creyó ser sólo y exclusivamente de ella, olvidando quizá que no era de su propiedad, sino dónde él vivía. Carraspeó ligeramente para centrarse en lo que él examinaba con tanta atención. Debía volver para  aterrizar en la Tierra y dejar de observar al adonis que tenía delante y que era nada más y nada menos que su jefe, al que  no dejaba de mirar sin atender al documento.

— Tome un caramelo — Sin esperarlo ella parpadeó tratando de atender lo que la decía

— Perdón  ¿Me decía algo ?

— Si. Está distraída y seguramente algo constipada de ahí que carraspeé. Tome un caramelo. Le puse una cajita, a las que tan aficionadas son las mujeres, con caramelos de menta. Observo que le pasa a menudo.

Si antes estaba nerviosa, ahora, después de la observación hecha, lo estaba mucho más ¿Tan evidente era?

— ¡Oh, gracias por el detalle! Pero ahora no. Cuando terminemos

— Como quiera.

Pronunció esas palabras sin mirarla. No despegó los ojos del papel que tenía delante. Ella sin embargo , a ratos, seguía clavando sus ojos en la cabeza de él, que tenía baja examinando lo que leía.

— Frena, frena. Por favor, para ya. Se va a dar cuenta de que te distrae, y no le falta nada más que averiguar que le interesas para pavonearse aún  más delante de tí.  ¿Dónde ha ido a parar la chica responsable que trabajaba en el despacho de Frederick?

No lo sabía, es decir ¡ claro que lo sabía! y eso  reafirmaba aún más que no podía seguir por esos derroteros. Sólo tenía dos caminos: centrarse sólo en su trabajo olvidando las fantasías, o, buscar otro empleo. Mucho se temía que, de seguir así, terminaría perdiendo la cabeza por ese hombre caprichoso, irresponsable, mujeriego... y no sabía cuántas cosas más. Era la viva representación del dios griego Eros. Sería para otras, pero para ella no. Su buen juicio se lo exigía.

— Bien, está todo claro. Muy buen informe. Creo que vamos a trabajar muy bien juntos

Y dio por terminado su trabajo con ella, al menos por ese día. La había felicitado. Se levantó de la silla que ocupaba y salió sin decir más. Por un lado se alegraba de que él comprobase de que era eficiente, trabajadora y...no sabía cuántas palabras amables resonaban en su cabeza. Pero lo cierto es que él sólo veía su trabajo bien hecho, nada más, y era como debía ser.

Comenzó a organizar su escritorio que estaba lleno de papeles con los que había estado trabajando. Lentamente archivó unos, dejó aparte otros...Había terminado "su momento " de gloria. Volvía a estar sola en aquella habitación.

Echó la mirada al frente y, como si no la hubiera visto en su vida, comenzó a examinarla, buscando quizá alguna explicación del por qué la había acoplado en aquél lugar.

Frente a ella, había un gran ventanal que daba a un jardín . Las cortinas se movían alegres al impulso del aire que entraba por él. Se acercó, para al menos, recibir un poco de brisa que llenase sus pulmones abandonando la tensión que había vivido durante... ¿Cuánto? ¿Una hora, dos...? ¿Se le había hecho corto o más bien interminable? No lo sabía.

Siguió recorriendo la estancia como subyugada, como si fuera en ese mismo instante que la viera por primera vez. Giró la cabeza hacia su derecha. Un sillón con pinta de ser cómodo, y en el que no se había sentado aún. Y lo hizo por primera vez. Con una leve sonrisa, acarició los brazos del sillón y siguió disfrutando del itinerario por la habitación, probablemente soñando.  

A uno de los lados, había una mesa velador. Una lámpara,  un jarroncito de porcelana y una caja del mismo material. componían el decorado. Seguía a continuación una estantería repleta de libros. Algunos debían ser antiguos, se notaba por sus gastadas portadas. Todos los que tenían esas características, estaban en el mismo lugar. Se levantó y, suavemente, con el dedo índice acarició los lomos, con reverencia.

Anduvo unos pasos recorriendo la otra parte de la biblioteca. Eran libros buenos, muy buenos, pero más modernos. Llegó al lugar en el que habían situado su mesa de escritorio. Prácticamente estaba en el centro de la estancia. Detrás del  mismo había un mueble no demasiado grande, con fotografías enmarcadas en plata y se paró ante ellas. Eran fotos familiares, de las que entre todas ellas, sólo reconoció a una persona : a él.

Levantó la vista y siguió con su inspección. Una pared, forrada de madera noble de la que colgaba un cuadro de tamaño regular en la que había una pareja. Estaba pintado al óleo. Se acercó para comprobar la firma del autor, ilegible. Representaba a un hombre y una mujer. Ella sentada en un sillón, probablemente el mismo en el que ella lo había hecho hacía tan sólo unos instantes. Bellísima, cuyo rostro recordaba a otro más conocido y cercano. Dedujo que serían sus padres. El hombre estaba detrás de ella, apoyada la mano sobre su hombro. Era magnífico. A los laterales, unos más pequeños de naturaleza muerta. Soberbios también y de muy buena firma.

 Debajo, una gran chimenea que nunca se encendía, según la dijo Margaret, y entendió por qué. Sobre el poyete de la misma. Nuevas fotografías familiares, una figura de porcelana de biscuit. Se trataba de una mujer sentada portando en sus brazos un gran ramo de flores, de forma horizontal.  Debía ser muy antigua, y probablemente fuera la preferida de la dama. A su lado un pequeño jarrón en el que nunca faltaban flores.  A continuación había otro mueble tipo secreter de madera y estilo noble. Se repetía de nuevo otro velador con un gran jarrón de peonías color ciclamen y rosa, junto al ventanal.

Pero era tan grande la estancia, que aún cabían más muebles: frente a la chimenea un sofá de piel y, frente a él dos sillones separados por una mesita con cajitas de plata coleccionables. La alfombra era gruesa y antigua, como todo el contenido de la misma.

— Debe ser su santuario. Me podía haber puesto en otra habitación no tan formal y posiblemente con tantos recuerdos para él. Y yo también estaría menos cohibida ante esta decoración.

Se sentó nuevamente en su escritorio y, apoyando la cabeza sobre sus brazos comenzó a rememorar en su interior el despacho en donde había trabajado hasta entonces. Era de muebles regios, pero bastante más alegre. En sus paredes había fotografías de caballos, preciosos, pero nada que recordase a épocas pasadas. También era grande,  confortable. Sólo estaba el escritorio de Frederick, el de ella y un par de sillones para las visitas.

Y se dio cuenta de que les echaba de menos. Echaba de menos el té que Margaret les llevaba cada día puntualmente a las cinco. La charla que seguía mientas lo tomaban, e incluso se permitían tener hilo musical porque Frederick era un entusiasta de la ópera italiana. Ella terminó, también , por adorarla. ¡Qué distinto todo al lugar al que la habían destinado! Sola casi siempre, exceptuando cuando Lissa, la nueva secretaria de Frederick, subía en cualquier momento para charlar un ratito con ella. Se sentía desterrada, arrinconada y no sabía muy bien por qué ya que, hasta ese momento, nadie se había quejado de ella.

Además estaba también, el poco trabajo que tenía y el total aburrimiento que sentía. Lo de hoy había sido una excepción, porque él casi nunca pasaba por su despacho. Todas las instrucciones eran a través del teléfono o del portafolios dejado en su escritorio por las mañanas cuando ella entraba a trabajar.

Al día siguiente se encontró en un lado de su mesa, un pequeño búcaro con una rosa de color pálido. Lo miró extrañada, pero interpretó que era una galantería de su jefe por el buen trabajo que había realizado ¿Qué pensaba, que no sería capaz de hacerlo? Pues ella, bien que tuvo sus dudas al principio.


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