sábado, 28 de marzo de 2020

El mismo mar.El mismo cielo - Capítulo 7 - Las preguntas de Rosaleen

Y de nuevo, al día siguiente,  la misma rutina, los mismos lugares. Su vida había quedado centrada en una sola cosa, en una sola persona:  Margaret preparando el desayuno en la cocina y Rosaleen lista para acudir a la escuela .Paul tomó asiento al lado de su hija; intentaba tener una conversación alegre, despreocupada, por ella, pero no siempre lo conseguía.  Aún retenía en su memoria, el regusto del sueño tenido hacía apenas unos minutos antes de levantarse, y su recuerdo le acompañaría casi toda la mañana.  Tan sólo hacía olvidarse de ello, si su trabajo le retenía absorto en alguna operación que necesitase toda su concentración, y por un  milagro eso sucedía, y era su refugio para no pensar  en lo vivido por la noche.  Había escuchado siempre que los sueños duran segundos, pero los suyos eran  extraños y largos, muy largos, demasiado largos e inalcanzables.

Un día mientras iban en el coche hacia la escuela, la niña le hizo una pregunta que le dejó sin palabras.

- Papá, todas mis amigas son recogidas en el colegio por sus padres ¿ por qué sólo vas tú a buscarme?

- Cielo, ya hemos hablado de eso muchas veces. Vamos a buscarte  cuando nuestros trabajos nos lo permiten.  Mamá siempre te da un beso antes de irse, pero no siempre coincidimos los dos el mismo día.  Nuestro trabajo es muy sacrificado, ya lo sabes. Te lo hemos explicado muchas veces, pero no por eso dejamos de quererte mucho, mucho.  Eres nuestra niñita del alma. Si alguna vez, alguna compañera te dice algo al respecto, cuéntales que tus padres tienen un trabajo precioso, pero muy sacrificado.  Te prometo que cambiaré algún turno y estarás  con mamá, de modo que yo haga la guardia y ese día ella te acompañe ¿ De acuerdo ?

La niña movió su cabeza afirmativamente, dejando al padre intranquilo.  En algún momento tendría que contarle la verdad, pero no sabía cómo hacerlo, para que no sufriera por su ausencia. Las preguntas de su hija, siempre le dejaban triste y pensativo.  La quería ahorrar a como diera lugar el mal trago de decirla que su madre...  No, no, aún no; se negaba a ello y se daba cuenta, que debido a su edad Rosaleen lo olvidaría pronto.  Los niños tienen la maravillosa capacidad del olvido, de tomar las cosas con naturalidad. En principio lo echan de menos, pero al poco tiempo, lo asumen; al contrario que los adultos que llevan esa carga para el resto de sus días.

   Se pasó la mano por la cabeza para ahuyentar los pensamientos que aún retenía.  Padre e hija guardaron silencio.  Rosaleen canturreaba una canción, que, en ocasiones había escuchado en labios de Rose.  Tenía su vida completamente volcada en  su mujer; se obsesionaba demasiado, y es que se regodeaba en su propio dolor, porque todo ello le conducía a ver su cara, en una nebulosa, pero podía verla. Y hablaba con ella, pero no había respuestas.

Cuando a solas se quedaba en el dormitorio conyugal la contaba lo realizado en el trabajo, los deberes escolares que su hija había realizado con éxito. Y algunas veces se había ido a no se sabe que lugar y estaba a su lado, cogido de su mano,  contándola las incidencias habidas ora en el trabajo, ora en casa.  Terminaba riéndose, y hasta tenía la sensación que ella también lo hacía.  Eran felices, en esos momentos preciosos.  O cuando en el invierno se sentaban en la gruesa alfombra frente a la chimenea y observaban las figuras formadas por las llamas del fuego que ardía en ella, recostada la cabeza en su hombro, y él abrazándola, como para protegerla, sin hablar, sólo disfrutando de su presencia.

Rose era juguetona, y cuando Rosaleen no estaba, ella se escurría por la alfombra provocándole para que la hiciera el amor, allí mismo, al rescoldo de los troncos en la chimenea.  ¿ Cómo no aprovecharon esos momentos felices, irrecuperables a los que no les dieron importancia, porque esas demostraciones de amor eran comunes en ellos.  Y la hacía cosquillas y ella reía feliz, para al final besarla como un loco y ella correspondiendo a sus caricias. ¡ Eran tan felices !

No quería despertar nunca. Enlazar sus cuerpos,  siempre,  y así, juntos, amándose a cada instante, esperar la llegada de la vejez y juntos vivir ,y ver crecer a su hija. No su hija no, ¡ sus hijos ! porque tendrían al menos tres.    A veces se sorprendía él mismo sonriendo ante algún pensamiento agradable.  pero después llegaba la realidad, que se volvía oscura, negra, presente.

Aquel día, sin saber por qué ,al levantarse, se dirigió directamente a la ventana.  Normalmente lo primero que hacía era ir a la ducha no sin antes depositar un beso en la frente de su mujer.  Había llegado muy tarde a casa; había tenido guardia en el hospital.  llegó cansada y tras besar a su marido y relatar las incidencias habidas, se quedó dormida.  Paul la besó  suavemente y acarició su mejilla sonriendo.  El tomaría el relevo.  Las guardias estaban siendo complicadas debido al fuerte temporal que estaban sufriendo, por eso quiso comprobar si el cielo seguía gris, casi negro o por el contrario se había abierto una ligera mejoría en él.  No era así, seguía gris plomizo.  El parte meteorológico anunciaba fuertes lluvias y desbordamiento de ríos, a la vez que probablemente corrimiento de tierras.

- Todo un panorama - se dijo. - Suspiró profundamente y entró en el cuarto de baño.    La niña no se movería de casa, y estaría al cuidado de Margaret mientras Rose descansaba.  No sabía si él regresaría por la noche. Lo más probable es que se quedara en el hospital para ayudar en urgencias.

Pasaron días angustiosos de lluvias intensas y los ríos inundándolo todo. Rose y Paul fueron enviados a localidades en donde fueran más necesarios, pero separados. Paul permanecería en el hospital, pues era el lugar en donde pudiera prestar auxilio.  Rose fue trasladada a una localidad cercana, pero aislada de todo y de todos. Todos ayudaban en todo lo que fuera preciso. Era una hecatombe de difícil control.  Todos vivían pendientes del cielo, pero éste no respondía.

Las personas mayores fueron instaladas en la iglesia; parecía más resistente y donde mejor atenderlas. Los niños y los heridos fueron instalados en el coro de la iglesia.  Poco a poco los sanitarios, junto al párroco, les ubicaron a todos. Unos rezaban, otros lloraban y los niños jugaban.  Pero la lluvia no cesaba.  Tampoco podían hablar por teléfono ya que las líneas estaban cortadas.  Prohibieron usar los móviles sólo para urgencias y pedir ayuda, mientras durasen las baterías.

Ya no se podía hacer más. Los creyentes rezaban; los médicos y las dos enfermeras que allí estaban, aprovechaban para descansar.  Al menos de momento todo estaba tranquilo dentro de la iglesia.  Hubiera  dado cualquier cosa por hablar con su marido y su hija, pero no podía ser.  Los teléfonos se necesitaban estuvieran libres para alguna urgencia.  Pronto amanecería y el día traería ¿ la paz ? Eso sólo Dios lo sabía.


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Autora: rosaf9494querEdición>Marzo de 2020
Edición< Marzo 2020
Ilustraciones< Internet


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