martes, 31 de marzo de 2020

El mismo mar. El mismo cielo -Capítulo 10 - Febrícula

    Rose hacía poco que acababa de llegar a su casa al dejar a Rosaleen en el colegio. Después de charlar por unos instantes con Margaret, subió a la habitación en donde Dylan dormía plácidamente.Bajó de nuevo a la cocina y se sentó a tomar un vaso de zumo de naranja que le apetecía especialmente. Hojeaba el periódico, cuando oyó el tintineo de las llaves al abrirse la puerta de entrada.  Extrañada levantó la vista hasta el reloj de cocina y comprobó que no era hora para que Paul estuviera en casa.  Alarmada salió a su encuentro con cara de preocupación ¿ Qué ocurría ?

- ¡ Paul ! ¿Cómo tú a estas horas ?

- No me encuentro bien, cariño.  No es nada.  Hay epidemia de gripe, y el hospital es el sitio  indicado para contagiarse. Estoy bien, pero no te acerques a mi.  Podría contagiarte y están los niños

- Lo siento amor, pero ¡ claro que me acercaré a tí  ¡ Faltaría más !  He de cuidarte y va a ser ahora mismo, desde ya. Y no admito discusiones. Trataré de no acercarme a los niños, pero a tí...  ¡ya lo creo !

La abrazó por los hombros sonriendo y a pequeños empujoncitos, le encaminó hacia el dormitorio.  Estaba hirviendo de fiebre y tiritaba señal de que le subía rápidamente.  Trató de calmarse para no preocuparle, y cuando estuvo en la cama, se dirigió a la biblioteca y contacto con el hospital

- Por favor ¿ puede pasarme con el doctor Griffith ?  Dígale que soy la esposa del doctor Limerick

- Oh señora, ¿cómo está ? Se ha marchado de aquí con bastante fiebre.

- Por eso llamo; ya está en casa pero tiene temperatura muy alta y quiero hablar con el doctor para informarme de lo que puede tomar

- Enseguida la paso. Que se mejore señora, un saludo

- Dime Rose. Tienes un marido muy cabezota.  Lleva varios días y no ha habido forma de que se marchara a casa, hasta hoy en que ha intervenido el director.

- Tiene fiebre muy alta y no sé qué darle aparte de la consabida  bolsa de hielo

- Toma nota de este medicamento.  Le bajará enseguida. Lo paso directamente a su receta. No tendrás impedimento. Y tú cuídate también y cuidado con los pequeños.

- Gracias Robert

    Rose subió refunfuñando hasta la habitación, después de que Margaret se dirigiera a la farmacia. Al entrar se acercó a la cabecera y puso su mano en la frente de Paul que respiraba aceleradamente. Calculó que debía estar en 40 grados de temperatura.  Siempre le había asustado la fiebre tan alta y se puso nerviosa.  Empapó unas toalla en agua fria y la puso en su frente.  Tenía un nudo en la garganta de preocupación y miedo. Nunca había estado enfermo y ésto la preocupaba tremendamente; no quería verle así, no lo soportaría si le ocurriera algo malo.  En cuanto Margaret llegó con el medicamento, se lo administró de inmediato, y se sentó a la cabecera de su cama a esperar que la fiebre cediera.  Tendría el menor contacto con los niños, siendo Margaret la que se encargase de su cuidado  hasta que Paul mejorase.

No se separó de su cabecera y debido a la penumbra de la habitación, a ratos se quedaba dormida.  En uno de esos ratos se despertó sobresaltada:  Paul gemía y extendía sus brazos  hacia adelante, como queriendo agarrar algo inexistente, pero sus ojos estaban desorbitados por el miedo. Ella asustada, se levantó rápidamente  y besaba su cara tratando de calmarle.  Él la miraba con los ojos muy abiertos y cara de angustia, pero no la veía; tenía la mirada fija en su rostro, pero creía que no la miraba a ella.   Hablaba con alguien, pero no se le entendía lo que decía.Unas gruesas lágrimas se deslizaron por el rostro de él y ella se abrazó a su cuello llamándole.

Paul no respondía. Tan pronto la llamaba, como sonreía: estaba delirando.  Había veces que sus recuerdos debían ser agradables porque reía a carcajadas. Otras la nombraba insistentemente, y a su hija.  O  se quedaba fijo en un punto con los ojos muy abiertos y agitando las manos en el vacío.  Rose reclinaba la cabeza en su pecho acariciando su cara y le llamaba bajito.  Nunca le había visto de esa forma y estaba asustada, muy asustada.  La fiebre alta le daba miedo; cuando era niña y enfermaba, recordó que su madre  la amenazaba con las medicinas diciéndole que si no se tomaba  el piramidón nunca se pondría buena y sufriría de esas pesadillas siempre.

 Y le daba miedo, muchísimo miedo.  Y en esos momentos supo lo importante que él era en su vida, lo que le necesitaba, que sin él,  ella estaría perdida. Y pensó en sus hijos los mimos que él les daba, lo buen padre que era y lo cariñoso con ella. Volvió a mojar las compresas en agua de hielo, pero no cedía.

- Robert no sé como bajarle la fiebre - le llamaba angustiosa

- No te alarmes, da tiempo al tiempo. Verás que dentro de poco comienza a ceder. Es una gripe agresiva la de este año, y dura de pelar, pero aparte de las molestias que produce, no es peligrosa.

- Pero delira. Deben ser cosas horribles porque hasta llora

- ¡ Claro mujer!  Todas las pesadillas son horribles, porque las produce la fiebre.  Verás que en cuanto ceda, se calmará.  Tranquilízate.  En cuanto pueda iré a verle o enviaré a algún compañero que lo haga.  Estamos hasta arriba de pacientes con el mismo problema.  Urgencias está desbordada.  Tú también deberías cuidarte, y sobre todo al chiquitín ni arrimarle a vosotros.  Es demasiado pequeño. Y tranquilízate.  Es muy pronto, ha de tomarse varias pastillas para que comience a ceder.

Algo más aliviada, reclinó la espalda en el respaldo del sillón, y dió rienda suelta a su angustia llorando quedamente pronunciando su nombre. Le quería sin medida y el verle postrado en la cama, él, que era fuerte y seguro como un roble, la angustia que le producía no lo soportaba.  No quería verle así, prefería ser ella mil veces y no él.

Recordó el nacimiento de su hijo; lo emocionado y orgulloso que se sentía, besándola  mientras la daba las gracias por ese otro hijo dado a luz. La quería, se lo repetía una y mil veces.  Fue un instante maravilloso, nada que ver con el rato que ahora estaban pasando.  La prometió que tendrían tres hijos: dos ya habían llegado al mundo: Rosaleen y Dylan.  Aún quedaba un tercero.

-Deseo tenerlo, amor mio.  Todos los que quieras, pero ponte bueno, por favor.  Estoy aterrada; tengo mucho miedo.  Mejórate cariño, aunque sea un poquito.

 Y Paul, seguía en ese sueño intranquilo que se tiene con febrícula, sin responder a sus peticiones.  Ni siquiera sabía si él sentía el calor de su mano que no soltaba en ningún momento.


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Autora: rosaf9494quer
Edición>Marzo de 2020
Ilustraciones< Internet



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