jueves, 2 de septiembre de 2021

Eros - Capítulo 11 - La mejor solución

 Daba vueltas por la casa de habitación en habitación. Unas veces enfadada contra si misma. Otras inmensamente triste y martirizándose con el pensamiento sobre qué era lo que tenía que, a pesar de la edad, aún no había conseguido gustar a un hombre. Máxime a un ejemplar tan especial como el que, hasta ahora, era su jefe. Tenía que ser más atrevida. Sacarse de encima los complejos de inferioridad. Muchos compañeros de estudios estuvieron detrás de ella, pero no estaba destinada para nadie. Al menos, vivir la vida con más normalidad de lo que ella  hacía.

Tenía el cuerpo extraño, después de la noche pasada era lo más normal del mundo. Tenía ardores de estómago y decidió tomar algo para que se le pasara cuanto antes. La acidez estomacal, era algo que no soportaba. Debió pensarlo antes de beber como una cosaca, porque sí, eso era lo que había hecho. Las consecuencias las tenía ahora, delante de sus ojos. La determinación que tenía por delante. Sólo había un camino. Camino que debió tomar hacía mucho, que lo dejó pasar, cuando  pensó  renunciar al puesto al no congeniar con él. Ahora se había entusiasmado con el jefe, quizá demasiado y, en definitiva tenía que decir adiós a su puesto de trabajo.

No se veía capaz de mirarle a los ojos, ni de soportar sus broncas, ni las indirectas que tal vez le dedicara. No, no podía ser. Su decisión fue firme y rotunda. Por el bien de ella, de él, del trabajo... No te engañes, se decía. No soportaría trabajar cerca de él; se moriría de la vergüenza cada vez que el la mirara para darle una orden. Pensaría siempre en la lamentable noche que tuvo que acostarla porque ella era incapaz de hacerlo sola. No pasaría por ese bochorno.

Era totalmente imposible calmar sus nervios. Tampoco podía dormir. Sólo pensaba en la determinación que iba a tomar a primera hora de la mañana de ese lunes que se avecinaba. Estaba resuelta a ello. Lo que viniera después ya se vería. No tenía un porvenir muy halagüeño, pero tampoco  lo sería si se quedaba. Él haría su vida y ella tendría que ser espectadora en primera fila de sus devaneos. Se reclinó sobre la almohada de su cama por ver si al fin el sueño la rendía, pero una y otra vez, se repetía la misma letanía sin dejar de pensar en la sorpresa que daría a sus compañeros. Y lo que tendría que decir cuando la preguntasen por qué lo hacía. ¿Qué respuesta darles? No podía decir la verdad de lo que lo había producido, eso se quedaría para ella. Pero algo la martillaba el cerebro y era la duda de su desnudez. Bien es verdad que no se podía decir que estuviera desnuda pero no entendía cómo estaba así. Ella no recordaba haber desabrochado su vestido. Sólo habían dos personas en ese momento: él y ella, y desde luego, ella no lo hizo. Pensaba que aunque no hubiera tenido relaciones sexuales, podría muy bien haberla manoseado, que igualmente  equivalía a una especie de violación a su intimidad.

No le creía capaz de tal cosa. Eran elucubraciones suyas de un disparate de noche y su rotundo fracaso afectivo. No podría aclararlo con él, ya que no le volvería a ver. Si acaso en las portadas de las revistas que seguían a la jet set. Ahora era todo un personaje de la nobleza y por lógica la persona que le acompañara en su viaje por la vida, debía estar a su altura, al menos de cara a la galería.

—¿Por qué te mortificas tanto?— se decía ella misma, tratando de justificar todo lo que la roía por dentro.

Las horas pasaban, por mucho que ella tratara de retardarlas. Las primeras luces del día ya se intuían en el horizonte, y ella seguía sin dormir. El día lunes estaba cerca, por mucho que ella deseara que no llegara. Sabía de la conmoción que iba a suponer el presentar su renuncia. Pero después de eso, tenía que pensar a dónde ir hasta que consiguiera un empleo. Ni siquiera se quedaría en ese apartamento, para evitar tentaciones de que alguien viniera a buscarla para disuadirla. Tenía que hacerlo y era una decisión firme.

A las ocho de la mañana, decidió que tenía que arreglarse. Sabía que lo haría despacio para, precisamente, llegar tarde y despedirse. Nadie estaba en antecedentes de lo ocurrido, no sólo esa noche, sino de la batalla campal que mantenía consigo mismo. Sabía que causaría extrañeza, justo al poco tiempo de haber estado en una fiesta con el jefe ¿Causalidad? Pues ciertamente lo fue, porque hasta ese día, no había vuelto a pensar en el despido. También tenía la duda de lo que había ocurrido en aquella sala de la casa de él. No le creía capaz de nada reprobable, pero durante toda la noche estuvo muy solícito con ella, muy insinuante y los hombres cuando se excitan no son capaces de contenerse. Aunque estuviera inconsciente, ella no sintió movimientos extraños, ni caricias extrañas en su cuerpo, muy significativas de que nada había ocurrido. Pero ¿ por qué tenía el vestido desabrochado? Tenía que haber una explicación que seguramente nunca sabría. Todo tiene su porqué y ella necesitaba saberlo. Sería difícil volver a coincidir con él en alguna parte. Estaba segura que, aunque coincidiesen en algún lugar, ella no sería capaz de averiguar lo que pasó. Y, por supuesto Benjamín no lo iba a decir. Todo era muy complicado. Esa fijación que tenía con el vestido, probablemente sería algo sencillo, pero  estaba grabado en su mente. No entendía ese empecinamiento, ¿Y si fue ella quién dio pie para que eso ocurriera? No, imposible. Lo recordaría. ¡ Es absurdo ! Tenía que borrarlo de su cabeza de una vez y mirar adelante.  Dedujo que tenía esa fijación, porque lo deseaba y no se realizó, así de simple. Todo estaba en su cabeza. ¿Debía pensarse lo del despido? 

Como hacía cada día para acudir a su trabajo, hoy también lo haría,  en autobús o en  metro. No tenía ninguna prisa. Si llegaba tarde, ya sabrían el porqué de eso que, nunca había ocurrido.

Llegó frente a la casa. Marcó el número que abría la verja y con paso cansino, lento, desganado se dirigió a la entrada principal. Pulsó el timbre  y, fue Thomas quién, extrañado por la hora de su llegada, le franqueó la puerta. Tras un breve y cariñoso saludo, se dirigió con paso firme, hacia el corto pasillo que la llevaría directamente al despacho de administración.

Tocó en la puerta  y Lissa fue quién la autorizó la entrada. Estaba extrañada del semblante tan pálido que tenía, y que pidiera permiso para entrar en ese despacho, cuando siempre lo hacía de motu proprio.

— ¡Eh! ¿Qué te ocurre? Tienes una pinta horrible

— Es que no he dormido en toda la noche. Problemas de estómago, ya sabes. Bebí más de la cuenta en la fiesta

— Por cierto ¿Qué tal estuvo?¿Lo pasaste bien?

— Fue horrible. No sé por qué me llevó, francamente

—Ya sabes cómo es...

— No. No sé cómo es, y ahí está el problema: no termino de conectar con él. He pensado dejar mi empleo

— ¿Estás loca? Habla con él. Me consta que está muy satisfecho con tu trabajo. No hagas esa locura. Dale un margen de tiempo. Está nervioso, desconcertado por todo lo que se le ha venido encima

— No, no puedo. Cada vez es más difícil. Además, se mostró insinuante y eso me incomoda doblemente.

— Le gustas

— ¿Lo entiendes? No podemos trabajar juntos

— No es la primera vez que ocurre que un jefe se enamora de su secretaria y... viceversa

— No es el caso, te lo aseguro. Se pasó un buen rato hablando por señas con una mujer con quién sale .No, lo he decidido antes de que sea demasiado tarde

— ¿Demasiado tarde? ¿Qué quieres decir? ¡Cielos...! A tí también te gusta


Evelyn se quedó muda de repente. No debía haber abierto la boca, ahora Lissa había descubierto su secreto y cada vez que se vieran la miraría con ojos inquisitivos como tratando de averiguar si él se le había declarado. Quizá sólo eran películas que se estaba montando. Si alguna duda tuviera, su compañera había esclarecido todo: ahora si que debía despedirse. Parecía evidente lo que sentía por él y, eso no se lo podía permitir.

Cuando llegó Frederick y conocer el hecho, se entristeció. Lo lamentó verdaderamente. Había sido una colaboradora excelente. Recalcó varias veces si estaba segura de ello, y dio como buenos sus argumentos, al desconocer los que verdaderamente existían.

— Lo siento mucho Evelyn. Ha sido una colaboradora excelente, y me consta que el señor también va a lamentarlo. Pero es su decisión. Tendré preparados los papeles para mañana mismo.

— De acuerdo, me pasaré por aquí mañana. Ha sido un verdadero placer trabajar con usted, señor.

— Nos vemos, pues, mañana.

Al día siguiente volvería a entrar por última vez en aquella casa. Dejaría atrás esa etapa de su vida que marcaría un antes y un después en ella. Hasta el momento de comenzar a trabajar allí, había sido monótona, tediosa, pero al poco de conocerle, todo cambió. Ahora podía decirse así misma que él había representado algo importante en su vida, pero al mismo tiempo decepcionante, hasta aquella noche.

Con esa ropa, tan distinta a la que usaba habitualmente, se había visto bonita, y creía que él también, por el modo de mirarla, y de obsequiarla con no desear que la noche terminase. No eran ilusiones suyas, hubiera podido caer en sus brazos a sabiendas de lo que hacía, de no haber sido por las copas que se tomó. Y era un contrasentido, porque ella lo hizo, precisamente, para desinhibirse, pero sólo consiguió que la acostara sin ir más allá. Y ahora le culpaba de no sabía qué sandez que se le había ocurrido. Debía alejarse de allí, poner distancia, de lo contrario, su vida sería un infierno de ahora en adelante.



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