miércoles, 3 de noviembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 4 - Comunicación

 Se levantaron de donde estaban sentados. No hablaban pero de vez en cuando se miraban y sonreían no sabían muy bien de qué. Iniciaron de nuevo la ruta; se habían entretenido más de la cuenta, así que tendrían que apretar el paso si no querían que se les hiciera de noche antes de haber llegado a su destino.

Ella iba en la cabecera del grupo. Era quién más conocía el terrero dado que no era la primera vez que lo hacía. Detrás iba parte del resto de compañeros y por último  Dae con otro chico de Suecia Hablaban en ingles y, a pesar de que lo hacía con la voz baja, se les escuchaba claramente, al menos Alba si lo hacia. Quizá es que agudizaba más el oído. Iba silenciosa pendiente de no perder el ritmo. Pero no era eso solo de lo que estaba pendiente sino de la breve charla mantenida con Dae y la que llevaban ahora.

Cuando hablaron en la venta durante la sobremesa de la comida, tuvo la oportunidad de mirarle más de cerca y observar con detenimiento sus rasgos. Se dijo que era un hombre guapo, con unas facciones perfectas. Que sonreía poco o nada. Pensó que su carácter sería así de taciturno, tan distinto al que tenía ella. Sus ojos rasgados de párpados caídos, que le hacían inexpresivo, aunque mientras hablara no lo fuera.

Pero seguía siendo diferente. No gesticulaba con las manos, como ella hacía. Ni movía su rostro para nada, es decir nunca sabía si estaba contento o le daba igual todo. Era bastante inexpresivo y eso le hacía dudar de que siquiera lo estuviera pasando bien. Ya era un grupo unido, y hasta a veces se integraba con otros muchachos  y charlaba amigablemente, con la voz muy queda. Pensó que, si ha conocido Grecia e Italia, saldría con dolor de cabeza porque, ellos al igual que nosotros, hablan con la voz muy alta y no sabes si es que están hablando o regañando. 

— Esa impresión debemos darle nosotros también. Él nunca tiene una palabra más alta que otra. Nunca sabes si te contesta con desgana o es su forma de hablar. Nunca me había pasado con ningún turista. Pero es que nunca había tenido a surcoreano.

La caminata había sido larga. Cada día que pasaba, así sería o, es que el cansancio se iría acumulando. Ella también lo sentía, pero por su trabajo, además de estar más acostumbrada, tenía la obligación de no demostrarlo ante ellos. No podía mostrar ningún signo de cansancio; no era profesional, aunque lo cierto es que estaba deseando quitarse las botas. 

A medida que avanzan los días y los kilómetros, los pies se resistían por el cúmulo de marchas  y, había veces que hasta tenían  rozaduras, lo que significaba  que era una tortura porque, aún con heridas o llagas en los pies, has de continuar. No te puedes quedar frio, como suele decirse, porque de lo contrario, tanto el cansancio acumulado y los kilómetros andados, no valen para nada, so pena de que te quedes en algún hostal en solitario, y continúes  la marcha cuando te mejores. Pero eso lo tendrías que hacer tú solo o esperar a algún grupo en el que integrarse.

Alba lo avisó, pero todos insistieron en no separarse y cumplir con lo que tenían proyectado. Todos estuvieron de acuerdo y todos dieron su opinión, todos menos Dae. Pensaron que él se separaría de ellos.

Anduvieron los treinta kilómetros correspondientes a la etapa de cada día. Estaban a las afueras de Segovia casi rozando Valladolid, que sería la etapa a seguir  desde la mañana temprano. Eran trece etapas las que tenían que cubrir, e imaginaban que las últimas serían las más difíciles de cumplir por el cansancio acumulado. Para quién no está acostumbrado a andar, trescientos veinte kilómetros a cubrir en trece etapas, son muchos kilómetros. Pero ninguno de ellos se rindió. Los de Europa del Norte, estaban acostumbrados  a hacer senderismo, por tanto la marcha por el campo, no les era una novedad. Todos miraban a Dae. No sabían porqué. Quizá fuera porque no le conocían y le tomaban por un estudiante de vacaciones. 

Sin embargo era quién menos se quejaba, es decir, de su boca no salía ni un ay. Al fin, cuando aún quedaba un poco de luz del día, llegaron al albergue. 

Cada uno de ellos cayó medio desmayado en las camas que les habían asignado. Estaban deseando quitarse las botas y darse unas friegas en los gemelos que, a algunos se les acalambraban. Esperaron su turno para ducharse. Todos estaban cansados, pero el único que no lo daba a entender era Dae, que sí lo estaba, pero no tanto como sus compañeros.  Se reunirían en el comedor en donde ya les tenían una mesa reservada. Era un hostal típico, en consonancia como a lo que estaba dedicado. Bancos de madera corridos ante una mesa igual y bastante larga. No tenían manteles, era lo típico, sino que tenían sus cubiertos en vueltos en la servilleta correspondiente. Platos de barro, al igual que la jarra que portaba un buen vino de la tierra. Un cesto con rebanadas de pan y una cazuela de barro con un guiso de carne con vegetales cogidos de su propia huerta por la mañana.. Era una nota más al atractivo de El Camino.

Todos en su grupo lo miraban con curiosidad y sonreían complacidos. Es como si estuvieran viviendo siglos atrás. En esos mismos utensilios comían y bebían todos los peregrinos que llevaban su mismo destino, fueran de donde fueran, tanto españoles o como venidos desde el confín del mundo.

Lejos de protestar, se alegraron y hasta Dae, el menos acostumbrado, rió satisfecho. Puede que fuera la ducha recibida, el aliviar sus pies doloridos, el poder llenar su estómago y el tener una cama limpia en la que dormir si es que podían. Formaban un grupo en el que cada uno de ellos contaba alguna anécdota, algún chiste picante o alguna travesura hecha en la juventud. A pesar del cansancio, estaban satisfechos y se repetían que era  una experiencia única e inolvidable, que volverían a repetir desde otro punto, dado que España tiene una variedad de paisajes  como  ningún otro lugar tiene.

Nada más cenar, cada uno de ellos se retiró a su cama que compartían con dos personas más. Ella también, es decir que se trataba de un peregrinaje  y un albergue , como fuera antaño, y no de un hotel. Era un aliciente más, ya que El Camino está dispuesto para la reflexión interior.

Alba durmió la primera hora después de haberse acostado, pero la costaba volver a coger el sueño. Comenzó a dar vueltas en la cama sin conseguirlo, por tanto decidió levantarse para no despertar a sus otras compañeras. Se vistió y cogiendo un jersey algo grueso, salió al exterior a tomar el aire. Quizá con eso volvería a dormirse de nuevo.

Hacía una noche preciosa, y no hacía demasiado relente para el lugar en el que estaban. Se sentó un poco alejada de las luces que iluminaban la fachada del albergue. Miró hacia el cielo y le vió completamente tachonado de estrellas. A penas se veía el cielo oscuro, pero estaba cubierto totalmente de esas lucecitas maravillosas que la sorprendieron. Nunca se había fijado en ellas. Siempre que llegaba a algún albergue, tardaba cinco minutos en dormirse. Pero hoy no. Era como si algo la inquietara y no encontrara sosiego. Estaba sin el más mínimo signo de sueño, y lo malo es que tenía que descansar quisiese o no, ya que al día siguiente de nuevo tenían que hacer otra tanda de kilómetros. Precisamente ella, no podía flaquear, debía dar ejemplo para que el resto de la expedición siguieran con ánimos.

Cada etapa iba siendo la más difícil, no por el terreno, sino por el cansancio que iban acumulando. Sumida en sus reflexiones, no se dio cuenta de que no estaba sola, sino que en el dintel de la puerta, había alguien que la miraba con detenimiento, quizá extrañado de que la estuviera ocurriendo lo mismo que a él.

Dae Hyun, tampoco podía conciliar el sueño, y tuvo el mismo pensamiento que ella. Se acercó lentamente, despacio para no sobresaltarla. Tenía la cabeza recostada en el respaldo de la silla en la que estaba sentada. Seguía contemplando el cielo y las estrellas, pero él pensó que estaba durmiendo. Se sentó en un poyete cercano al que a penas llegaba la luz y, creyendo que dormía, se detuvo a mirar su cara relajada. Entonces comprobó que no dormía, sino simplemente contemplaba la inmensidad del cielo estrellado.

Tenía la mirada fija en ella. Ahora podía mirarla a su gusto, sin tener miedo de ser sorprendido. Le llamaba la atención sobremanera el carácter  de esa muchacha, la simpatía y eficiencia que demostraba con todos. Era bonita a rabiar, o al menos a él se lo parecía. Ni por asomo se asemejaba a las muchachas con quién salía. Ellas eran como muñecas de porcelana, pendientes en todo momento de su apariencia. Siempre sonrientes, tranquilas, de dulce carácter.

En nada se parecían a la azafata. De hecho, imaginó a sus amigas y las puso con su imaginación en el mismo lugar que Alba, independencia, eficaz y atenta.

Ellas eran muy educadas, silenciosas, siempre sonriendo, pero ¿cómo se comportarían en una ocasión difícil? No creía que fueran tan eficientes como demostraba aquella mujer joven capaz de conducirles a todos ellos sin que tuvieran ningún percance.

Siempre tomando decisiones, tomando la delantera e imponiendo su respeto. Sería responsable de ellos durante varios días, y nadie sabe si  pudiera ocurrir algún contratiempo. Lo tenía todo muy bien organizado: las rutas, el hospedaje, las comidas... Todo funcionaba a la perfección y por ello la admiraba. Era una profesional competente y eficiente. Serviría para sacar adelante cualquier negocio.

Se sentía atraído por ella. Sabía, por sus viajes a Europa, que las mujeres en el continente son más independientes que las de su pais que, en su mayoría dependen de un hombre, aunque eso también está cambiando. A pesar de ser un pais antiguo, tal y como estaba conformado en la actualidad, era joven, muy joven, al menos en el sur. Estaba hecho a la imagen y semejanza de Estados Unidos. Sus construcciones, sus calles, la circulación de las mismas, estaban conformadas con las de aquél pais, no en vano tuvieron sus más y sus menos en el siglo pasado.

Le guastaría salir algún día con ella a cualquier sitio a divertirse, una vez terminado la ruta y no teniendo que interferir en su trabajo. Creía haberla escuchado comentar con los suecos, referente al tema y responder que está totalmente prohibido intimar con los clientes mientras estuvieran trabajando. Ser simpáticas y confraternizar, pero nada más. Por tanto si pretendía salir con ella, debía esperar a terminar la ruta y  su contrato con ellos. Se lo pensaría, aunque tuviera que demorar unos días su ausencia de Madrid.

Decidió acercarse lentamente y, al menos, charlar durante unos instantes con ella. Y así lo hizo.
A ella le extrañó que, después del cansancio de esa jornada, aún estuviera despierto:

— ¿No está cansado? Yo estoy muerta y no puedo dormirme del cansancio

— Yo estoy bien. Algo cansado es cierto, pero normal. Ten en cuenta que he realizado el servicio militar en mi pais, y no es poca cosa, créeme.

—¿ En serio? ¿Eras de las élites militares?

— Nooo — dijo riéndose — Es muy duro para todos. Tenemos problemas con los vecinos, así que hemos de estar preparados

— Si. Es una verdadera pena. No sé mucho, pero algo he leído

— ¿Qué nos preparas para mañana?

— Más de lo mismo. No soy yo quién hace la programación, pero sí. Será la misma caminata, pero cambiará el paisaje. Eso os distraerá más . Entramos en León. Bueno no lo conoces y no sabes la historia.

— Creo que me dedicaré cuando regrese a conocer la historia de España. Pienso que debe ser muy interesante. No la conocía y me intriga. Tenéis algo...

— ¿Somos raros? — dijo Alba riendo

— No en absoluto. Sois diferentes o, nosotros somos los diferentes. Son culturas distintas y por tanto todo es distinto. Pero creo que muy interesante. ¿Tienes algún compromiso con alguien?

— ¿ Por qué lo preguntas?

— Me gustaría cenar contigo alguna noche. Que me enseñaras algo de tu ciudad. Si, ya sé que lo tienes prohibido, pero pienso que también tendrás vida privada y cuando termines esta gira, creo que tendrás algún día libre.

— ¡ Claro que tengo vida privada ! ¡Faltaría más! Y no, no tengo novio ni esperanzas de tenerlo

—¿Por qué dices eso? Eres una chica preciosa, simpática... en fin una joya

— ¿Yo ? — ella se echó a reír. 

No imaginaba ese hombre lo que la halagaba esa galantería. No era presuntuosa, pero pensó que a todas las mujeres les gusta que las piropeen. Y él era un hombre educado y de lo más atractivo.

La magia del momento se rompió cuando por una ráfaga de segundo, se miraron sin hablar, hasta que él rompió el silencio.

— Es muy tarde, creo que debiéramos descansar, de lo contrario mañana no podremos avanzar lo que debemos. 

— De acuerdo. Tienes razón. Lástima ahora que la charla se ponía interesante.

—¿Interesante? No creo que hayamos hablado de nada extraño.

— Cierto, pero llevamos varios días juntos y casi nunca hablas. Esta noche es para celebrarlo.

— Lo celebraremos si aceptas mi invitación

— De eso ya hablaremos cuando llegue el momento. Me ha gustado charlar contigo, no sé por qué no lo haces más a menudo

— ¿Quieres que vaya a tu lado de marcha?

— ¡Naturalmente que quiero! El camino se hace más llevadero, pero tú pareces que rehúyes la compañía de alguna persona. ¿Tienes el corazón destrozado? Perdón, perdón. No me hagas caso he sido muy indiscreta. Definitivamente, aquí lo dejamos.

Alba se adelantó unos pasos, cortando de esta forma la conversación que habían mantenido. No le dio tiempo a decir nada. Cuando quiso responder, ella ya había entrado en la casa.

Al menos había averiguado que no tenía nada sentimental en su vida, y eso le alegró y le hizo sonreír. Se había sentido atrapado en sus ojos. Conocía muy bien los síntomas, pues no sería la primera mujer que entrara en su vida. Pero tendría una fuerte barrera que salvar  y no estaba seguro si podría hacerlo. No sólo estaba la resistencia de ella, también la de su propia familia.

No estaba seguro si podría ampliar el plazo de regresar a casa, mucho se temía que no. Le había costado Dios y ayuda conseguir tan dilatadas vacaciones. Creyó en un principio que cumpliría, a regañadientes con las fechas establecidas, pero no se había tropezado con los profundos ojos negros de la azafata. 
Sabía que era un plan descabellado. Que estaba jugando con fuego. Sólo llevaban unos días juntos y con pocas ocasiones para hablar de sus vidas. Era una locura, pero las grandes empresas están forjadas con grandes locuras. ¿ Qué clase de interés tenía en ella? ¿La simple novedad? La había observado desde que iniciaron su aventura o quizás en el mismo instante en que contrató la escapada. Eran sus rasgos, tan netamente españoles. Su desparpajo, su simpatía, la apertura de su carácter tan diferente al de ellos. Dicen que los polos opuestos se atraen ¿Era eso lo que le estaba ocurriendo?



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