sábado, 13 de noviembre de 2021

Mundos Opuestos - Capítulo 8 - Situaciones

 Era muy difícil reprimir la serie de sentimientos que experimentaban. Dae Hyun no paraba de hacer planes, su cabeza  de proyectar lo que sería su nueva vida en tan solo unos pocos días. En cuanto llegasen a Madrid irían a la embajada y solicitarían contraer matrimonio antes de partir hacia Corea. No quería ni pensar si les pusieran algún impedimento. En ese caso y, aunque no le gustaba, haría presente su influencia, pero sería su mujer aunque se opusiera el mundo entero.

Utilizaron solamente una habitación, aunque él por delicadeza hacia ella reservó dos. Deseaba con todas sus fuerzas que ocurriera lo que al final hicieron. Habían tenido bastante contención durante todo El Camino, pero la noche del beso a escondidas puso el mundo de ambos patas arriba. Ahora nada les impedía amarse. Sólo una barrera inmensa, pero estaba a muchos kilómetros de distancia y también lo solucionaría en cuanto la vieran y la trataran, aunque al desconocer el idioma sería difícil entablar una conversación con ellos.

Alba nunca hubiera pensado que su futuro marido  fuera tan explosivo. Siempre había creído que era más tranquilo en ese aspecto. Quizá por la falta de expresión en su cara, le creía frio y contenido, pero aquella noche, su primera noche de toda la vida, se mostró todo lo contrario. Fue amable comprensivo y extremadamente amoroso. No tenían prisa por levantarse, pero debían darse prisa en organizarlo todo. Deseaban cuanto antes llegar a Madrid, a la embajada y conseguir sus permisos no sólo para casarse, sino tener los trámites necesarios para residir en Seúl,  como matrimonio.

Entre risas, cosquillas y arrumacos, consiguieron ponerse en marcha y organizar su regreso a la capital. Saldrían al día siguiente a primera hora . Juntos harían una lista con todas las cosas que debían hacer. Tenían miedo de que en la embajada les pusieran alguna traba para su unión y no sólo eso, sino que se saltasen el trámite de la reclamación por parte del marido. Se casarían. Tenían un hogar en el que residir, y un trabajo para ganarse la vida. Aparentemente no deberían tener ningún problema, pero si lo tuvieran recurriría a su padre, por muchas voces que le diera por teléfono. Sabía que si se mostraba firme, al final aceptaría la decisión que había tomado.

Pero no todo fue tan sencillo como pensaban. Había mucha distancia entre un país y otro y la burocracia lleva su propio ritmo y no la que desearíamos. No obstante esperarían. Posiblemente Dae Hyun tuviera miedo de la respuesta de su padre, por eso aceleraba todo cuanto podía su enlace que, al hacerlo en la embajada  coreana, sería de acuerdo a sus costumbres, aunque fuera por un juzgado.

Debía pedir un plazo más amplio a su padre, lo que sabía que constituiría una polémica más. ¿Por qué era todo tan complicado si lo que deseaban era formalizar su unión y amarse? Simplemente eso. Pero nadie tenía prisa sino ellos, que se impacientaban y hasta se enfadaban ellos mismos como si fuera su culpa.

No era de nadie sólo de su impaciencia. Era como si Dae tuviera miedo de algo. Quizá de que su padre no le diera el consentimiento para unirse a una extranjera totalmente diferente a su raza, creencias, costumbres... y demás. Tenía muy claro que se casaría con ella porque era la mujer que había elegido para compartir su vida. La amaba, estaba loco por ella y ella por él. ¿Dónde estaba el problema? Pues en todo lo que no fuera amarse. Pertenecía a una determinada familia y clase social a las que se debía por herencia y mandato. Se le había pasado por la cabeza renunciar a todo, e irse a vivir a un lugar lejano, ajenos a todas las intrigas que se establecían a sus espaldas. Pero no podía ser.

Una preocupación añadida que le tenía en vilo, era que nunca le había hablado de la verdadera posición de su familia. Se lo ocultó con la confianza de hacerlo en cuanto fueran marido y mujer. No había tenido en cuenta que, al no saber la verdadera posición económica que su familia tenía, quizás ella se echara para atrás, se asustara y no quisiera saber nada de él. No la perdería, haría cualquier cosa para llegar a la meta que se había trazado. Creyó conveniente ocultárselo, y no sólo eso, sino pasar un chico de clase media más o menos acomodada, más igual a la posición de ella.

No se le iba de la cabeza la respuesta de Alba. A medida que se iban conociendo más, se daba cuenta de que era una mujer de fuerte carácter y que no se engatusaba con cualquier cosa. Era muy inteligente y con las ideas claras y, además no tenía la sumisión de una mujer dócil que acataba todo lo que el marido dijera. Era su sangre la que la impedía ser tan sumisa como quizás fueran algunas de las chicas que él había conocido anteriores a ella.

Algunas veces, ella le sorprendía algo pensativo, pero lo que menos podía imaginar era que, además de los trámites que les perturbaban, él guardaba un secreto que no la revelaría hasta que estuvieran en Seúl. Estaba seguro que tendrían una gran discusión, y enfado, pero contaba con su recién estrenado amor, para solventar las dudas que ella tuviera.

Y al fin, tras muchas trabas consiguieron tanto la licencia para casarse, como entrar como "coreana" en su nuevo país. Ya tenían fecha en la embajada en Madrid para que el embajador les uniera en matrimonio. Después vendría todo lo demás paso a paso.

Le había comprado su anillo de pedida y las alianzas, y un precioso traje de novia, sencillo como ella deseaba y para  él un traje, puesto que toda la ropa que tenía era totalmente de sport como para el viaje que había proyectado y que después tomó otro rumbo.

Se alojaron en el apartamento de Alba y de allí saldría tras tres solitarios días de luna de miel, como marido y mujer. Mientras ella realizaba sus compras, Dae aprovechó la ocasión para llamar a Seúl y anunciar a sus padres que se había casado con el amor de su vida. Apartó su teléfono del oído tras decirlo, esperando el grito que darían sus padres. Pero era tanta la sorpresa que tenían, que no acertaban a decir nada.
 Pasaron unos minutos y ya se disponía a cortar la comunicación cuando, un padre encolerizado de le dio una orden tajante que no tenía réplica:

— Deshaz esa boda. De ninguna manera la admitiré

— Lo siento, papa, pero ya está hecho y no voy a renunciar a ella porque tú quieras. Es la mujer a la que amo profundamente y no renunciaré a ella

— ¡ No puedes amarla como dices! Hace nada que os conocéis

— ¿Cómo te casaste tú con mamá?¿ Acaso no la amaste?

— No. No la amaba cuando nos unieron. Después con los años, me enamoré de ella y ahora no la cambiaría por nada

— Acabas de decirlo: yo no cambiaré a Alba por otra chica, por preciosa que sea. A ella es a quién he elegido. Más vale que te hagas a la idea porque, si no es así, no regresaré a Corea.

— Dae Hyun. Te prohíbo que hables de esa forma. Harás lo que te ordene, o de lo contrario...

— De lo contrario ¿Qué papa? La amo y será mi esposa en un par de días.

La conversación iba subiendo de tono y las voces también, las del padre, porque Dae se mantenía firme e imperturbable. Tuvo que intervenir la madre para aplacar la ira de su marido. Parecía que iba a darle un ataque, y es que no se daba cuenta de que su hijo, además de tener la edad  como para independizarse, había conocido otra forma de vida, no tan sujeta a los designios que los padres deseen para el futuro de sus hijos. Les respetaba y quería, pero también amaba a otra persona y no la perdería por el férreo reglamento impuesto tras generación en generación.

No todas las bodas que se habían realizado en su familia, habían gozado de eterna felicidad. Por lo regular en algunos casos, él se daba a la buena vida y ellas se quedaban en casa cuidando de los hijos, o como acompañantes a alguna fiesta social que requiriese la presencia de ellas.

Él no sería una generación continuista. Era hora de relegar al olvido ciertos atavismos desfasados por tiempo y época. Para conseguirlo lucharía como un titan hasta salirse con la suya. Su hogar sería  una casa con amor, con consensos, no con imposiciones. Pertenecía a otra generación más avanzada de la que, entre otras cosas, incluyen no sólo trabajo y amasar dinero, sino hacer partícipe de todo lo bueno y lo malo que la vida les deparase, a la persona que tenía a su lado y había decidido compartir su vida con él.

Todo este tema le tenía inquieto pensando en cómo recibirían a su mujer. Lo sabía porque no era el primer caso en su familia que se había dado, pero al igual que ese caso, pensó que quizá todo terminada en la cesión de sus padres o en el abandono de Alba, algo que no entraba en su cabeza. ¿Qué haría si ella le dijera que no estaba dispuesta a vivir según los dictados de otros.

Dos días después ante el embajador de Corea y un juez de paz español, se unían en matrimonio Dae y Alba. Olvidaron las preocupaciones y se dedicaron a vivir su matrimonio, siquiera por un par de días más, ya que al tercero tomarían un avión que les conduciría a Seúl.

Sentados en el pasaje de primera de Corean Air, Alba estaba como en una nube haciéndose mil preguntas y dándole miedo respondérselas. Nunca había realizado un vuelo tan largo, tras una escala en Paris y una duración de  casi catorce horas. No le daba miedo viajar en avión, pero estaba tensa ante todo lo que tenía por delante a su llegada a Seúl. Él acariciaba su mano y se la apretaba ligeramente para tranquilizarla. La sonreía con dulzura y esa sonrisa era lo que la apaciguaba . Decidió no hacerse preguntas que sospechaba que él no le había dicho toda la verdad. Y pensaba:

— ¿De dónde ha sacado el dinero para este viaje, después de unas vacaciones como las que ha tenido?

Sospechaba que había algo más, pero no quería investigar más, al menos mientras durase el viaje. Después lo averiguaría por su cuenta. No quería saber si se dedicaran a la droga, o a evadir impuestos, o no sabía que más disparates se le ocurriría. Al menos durante esas catorce horas le tenía para ella sola. Después al aterrizar, sería la hora de averiguar todo y no sólo eso, sino enfrentarse a los padres que seguro no les habrá hecho ninguna gracia que ese casamiento se realizara lejos de su pais y con, no sólo una extraña, sino de otra raza y condición.

Él no era ajeno a los pensamientos de su mujer. Sabía que su cabecita no dejaría de dar vueltas, pero, al igual que ella deseaba gozar al máximo de esa pauta de libertad que tendrían hasta llegar a Corea. Ante ellos se abrían incógnitas que tendrían que ir desvelando poco a poco. Y además la doble misión de instruir a su esposa en las costumbres que, a partir de ahora, serían suyas también. Enseñarla lo más básico de su idioma. 
Aunque pensaba que se daría cuenta de quienes eran nada más llegar, lo dejaría a un lado, al menos mientras no estuvieran allí. Sabía que le echaría en cara el no haberla contado la realidad de la situación, a la que ahora, ella también pertenecía. Lo tenían complicado los dos. Era algo que habían eludido a adrede, pero que ahora, a medida que se acercaban se agrandaba aún más las diferencias que les separaban, no por ellos en sí, sino por quieres formaban su entorno.
 
Al fin, de pura preocupación y monotonía del viaje tan largo, Alba se quedó dormida, bajo la dulce mirada de su marido, que no apartaba sus ojos del rostro de ella, ni el contacto con sus manos. La quería, aunque a todos le pareciera una fantasía. Ni él mismo entendía cómo se había enamorado tan profundamente de ella en tan corto espacio de tiempo. Pero así había sucedido y estaba encantado de la vida con ello. Sus primeros encuentros amorosos habían sido extraordinarios, de total entrega, sin reservas, como si sólo ellos existieran en el mundo. Estaba unido de por vida a esa mujer que ahora dormitaba en el asiento de al lado. Sonreía satisfecho al contemplar su rostro, relajado, tranquilo, ajeno a la tormenta de preocupaciones que tenían ambos en cuanto tomaran tierra en  Incheon. Y al mismo tiempo, acariciaba suavemente el dedo índice de la mano izquierda de ella, en el que había depositado el anillo de compromiso y la alianza, todo al mismo tiempo, pero no por eso dejaban de ser tan auténticas como si hubieran celebrado una ceremonia por todo lo alto.

Al fin, él también rendido por el largo viaje y tantas ilusiones experimentadas, le venció el cansancio. Solo llevaban la mitad del camino. París hacia horas que había quedado atrás. Aún les quedaba casi la mitad del camino. Había avisado a sus padres el día y la hora aproximada en que llegarían  a Corea, No esperaba a nadie, desde luego a sus padres no. Tendría que inventar un pretexto ante Alba para que no tuviera aprehensión respecto a ellos y eso la hiciera el final del viaje más incómodo de lo que en realidad era.

Había algo que le inquietaba a medida que se iban acercando. Sus padres Vivian en la zona más exclusiva de Seúl, en Gangnam. Nunca se lo había mencionado, pero no se arrepentía de ello. Si se lo hubiera dicho anteriormente, estaba seguro que en ese momento estaría viajando solo y el asiento de al lado vacío. No era por orgullo, sino por sentir que sus padres, el resto de la familia y amigos la tomarían por una interesada que deseaba "cazarle" para vivir como una reina el resto de su vida. Seguramente se divorciarían, pero obtendría una suculenta pensión con un buen tren de vida. Y eso precisamente es lo que sus padres no entendían. Que no todo el mundo se guía por el dinero y Alba era una de esas personas.



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