sábado, 20 de noviembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 10 - Extraña

 Una vez calmada, la tomó por la cintura y se introdujeron en la casa. La temblaban las piernas y agradeció a su marido que la sujetara porque no creía mantenerse en pie. No hablaba ninguno. Seguramente lo hacían consigo mismos. Ambos, iban a pasar la más difícil prueba y los dos lo sabían.

 Alba imaginaba que ella tendría un suspenso. Desde que la conociera, sus esquemas habían cambiado, a pesar que desde el principio, cuando le anunciaron su destino, se mostró rebelde y remiso a tomar las riendas de la responsabilidad que le habían encomendado. Y entonces la conoció, y todo se volvió del revés. Y decidió seguir la vida que él deseaba y no la impuesta.

Todo ocurrió muy deprisa, pero los juegos del corazón son así. La vió, y su rostro se quedó grabado a fuego en su cabeza. Se había acercado a ese puesto por curiosidad, por seguir, un poco las directrices de Pierre, pero ahí estaba su destino. Le sorprendió su maravillosa sonrisa, amable, educada.

No sabía cómo se acercó hasta la mesa que ella ocupaba para dar información y se cruzaron sus miradas. Duró un segundo, pero cambiaria su vida. Ya no pudo quitársela de la cabeza. La única forma de volverla a ver era integrarse en la excursión, o esperar agazapado en un rincón a que ella terminase su trabajo y, sigilosamente seguirla hasta donde fuera. Quería, necesitaba verla de cerca nuevamente.

No fue por casualidad, sino la estrella que a cada uno de nosotros nos guía, quién le condujo hasta ella. Ahora la tenía agarrada fuertemente por la cintura y se dirigían hacia el salón en donde sus padres les aguardaban. Se sabía de memoria todos los reproches que le harían, que les harían, aunque ella no lo entendiese. 

Temblaba como una hoja. Por mucho que la dijera que él estaría ahí con ella, los nervios, o el miedo que sentía, la impedían reflexionar. Veía cómo el brazo de su marido se extendía, se hacía largo dirigiéndose hacia el picaporte que abriría la puerta del salón en que sus padres les aguardaban.

Hubo un momento en que se le doblaron las rodillas y estuvo a punto de caer. Dae la miró extrañado; no podía ser posible que sintiera tanto miedo. Pero lo tenía.  Para justificar el traspiés dijo:

— Me he resbalado.

Él la miro con cariño. Sabía que era una excusa. Sabía que si pudiera, saldría corriendo de allí .¿Tanto miedo tenía? Confiaba en su madre, que, como mujer, tendría más sensibilidad. Pero el padre parecía que siempre estaba enfadado. La intimidaría y no sería capaz de pronunciar el saludo que en coreano le había enseñado Dae.

Era una chica culta, preparada, desempeñando un trabajo a veces pesado, y duro en El Camino ¿Por qué tenía tanto miedo? Además, él estaría allí, a su lado, para defenderla de todo y de todos. 

No se paraba a pensar en el cambio tan brusco que se  había producido y que, además de intimidarla, no sabía ni una sola palabra de ese idioma. Sólo el saludo que él la ensañó a prisa y corriendo.

Como en cámara lenta, giró el picaporte y la puerta cedió, dando paso a un amplio salón amueblado ricamente. Con grandes ventanales que iluminaban la estancia, de cara a otro jardín diferente al de la piscina. Y pensó ¿Cuántos salones hay? Como si Dae la leyera el pensamiento se giró sonriéndola y dijo bajito:

— La casa es muy grande. Después te la mostraré— ella le devolvió la sonrisa que más que eso era una mueca.

Con toda solemnidad. los padres de Dae estaban sentados una en un butacón y el otro en el sofá. Con una escrutadora mirada y gesto huraño fue recibida. Pero ante la mirada despectiva de sus suegros, algo dentro de ella, se reveló. Era una mujer que se podía presentar en cualquier sitio y no ser menospreciada por nadie. La rebeldía que siempre permanece en el ADN de los españoles, estalló en aquél momento. No tenía dinero, es cierto. Vivía de su trabajo, honrado y hasta cierto punto bastante intelectual.

Debían saber que para acceder al puesto oficial que había desempeñado hasta su matrimonio, debía acceder a un examen riguroso tanto de idiomas, como de geografía e historia. Tenía una formación académica y universitaria. No era cualquier persona que pasaba por allí.

Si todo su defecto era no ser millonaria, no le hacía ninguna falta. Cubría sus necesidades de sobra y vivía bien. Cierto que no entendía de finanzas, pero para eso su marido se había preparado. No lo necesitaba.

Estaba segura, que el no aceptarla no era por sus finanzas ni su formación, sino que le habrían destinado a una de esas preciosas muñecas de porcelana que sólo vivían para ir de compras y untarse cremas para tener un rostro perfecto. Ella ya lo tenía sin necesidad de despilfarros. A medida que era examinada, su mano se crispaba y Dae conocía esos síntomas. Sabía lo que significaba que estuviera su mano apretando la de él. Su rebeldía había reemplazado al miedo y, eso le gustaba. Su esposa no tenía porque achicarse a nada ni a nadie.

Tenía que decir algo, saludar a sus suegros y comenzar a ganárselos. Se lo debía a Dae que, como la había confesado, con todas las rarezas que tuvieran, eran sus padres. y les quería. A penas le salían las palabras que había aprendido en coreano. Con dificultad las dijo. No sabía si lo había hecho bien o mal. En el rostro de su suegra se dibujó una leve, levísima sonrisa, pero el padre permaneció inexpresivo e inalterable. Su mirada se cruzó brevemente con la de él, pero no dejó traslucir nada, hermético, como si no fuera con él.

Dae comenzó a explicarles, no sabía que cosas, pero le escuchaban serios y atentamente. Alba se sentía que allí no pintaba nada. Ni siquiera la miraban. ¿Acaso no podían haberla dicho algo en inglés tras la disertación de su hijo con ellos ? El volumen de la voz subía entre el padre y el hijo. La madre tenía su mirada fija en ambos, y de vez en cuando la desviaba hacia ella. Quería escaparse, salir de allí inmediatamente porque presentía que hablaban sobre ella y nada bueno. Su marido estaba serio y a veces exasperado. La estaban rechazando de plano y él la defendía. Pero seguramente el padre ganaba la batalla. Ni una sonrisa, ni una palabra amable, nada, es más ni siquiera la mirada la dirigían.

Era descorazonador y le daban ganas de salir corriendo e interrumpir lo que fuera que hablasen. Pero él la retenía de la mano, agarrándosela fuertemente porque intuía que deseaba escaparse. Se apoyaban mutuamente en aquello que ocurría, que no sabía ni entendía, pero que imaginaba  era un rechazo frontal hacia ella, hacia su hijo por haberse casado con una extranjera sin saber el idioma que la acogería para siempre.

Perdió la noción del tiempo de la duración de aquello. No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaban padre e hijo discutiendo, porque sí, es lo que hacían. Pareciera que aquello no iba a tener fin. Los minutos se le hacían eternos y largos, muy largos. Ni siquiera se atrevía a mirar el reloj para averiguar si había transcurrido mucho o poco tiempo. Gesticulaban sin dejar de bajar el tono de voz. Y entonces se soltó de la mano de Dae bruscamente y sin decir nada salió corriendo de aquella estancia. Transcurridos unos instantes motivados por la sorpresa de su gesto, Dae la dejó marchar.

Se encerró en la habitación que les habían destinado y  procedió a meter las cosas que había sacado de la maleta. Se volvería a casa. Estaba visto que su vida sería espantosa. Todo era motivado por ella, por haberse casado con su hijo sin su autorización. Ya no soportaba más. Su vida en Corea, sería un infierno de ahora en adelante. Lo tenia claro, así que sería mejor regresar a casa y que Dae hiciera lo que creyera conveniente.

Cuando fue en su búsqueda y  vió la maleta en un rincón de la habitación se llevó las manos a la cabeza. Se iba. Regresaba a su pais y él la perdería. Pero no estaba dispuesto a renunciar a ella, que le había dado estabilidad y le había enseñado otra cara de la vida, perfectamente compatible con ellos.

— ¿Adónde vas? No pensarás volver 

— Si Dae, regreso a mi pais. Aquí no pinto nada. Soy un estorbo para todos.

— Espera, espera. ¿Crees que te voy a dejar marchar? Iremos a un hotel hasta que encontremos nuestra casa. No te perderé Alba. No te perderé.

— Pero Dae, son tus padres

— Y tu mi mujer. Si no te aceptan, tampoco a mí. Se trata de mi vida. De nuestras vidas. Somos mayores de edad y tenemos derecho a elegir nuestro camino. Haré mi maleta, porque yo me voy contigo. Te he elegido a tí. No significa que a ellos no les quiera, pero no tienen derecho a marcar mi rumbo. Ya tengo edad para saber lo que quiero.

La discrepancia se tornó en una discusión. No podía permitir que abandonara todo por ella. No era justo y, pasado el tiempo, eso sería motivo de más discusiones, reproches y más enfados. Allí no podía pensar en su futuro, que, ahora mismo estaba hecho trizas. Él no tenía la culpa, pero ella tampoco de tener unos suegros tan estirados y rancios. No vivían en la época de Madame Butterfly, aunque aquella fuera japonesa, pero ellos parecieran primos hermanos.

Dae salió de la habitación fuera de sí. Hablaría ahora mismo con sus padres. Les reprocharía su conducta y les pondría en antecedentes que ambos se marcharían de allí y tardarían mucho, mucho tiempo en regresar, si es que alguna vez lo hicieran.

Entre tanto, Alba había recogido su maleta, y había salido sigilosamente de la habitación y de la casa. No tenía idea de a dónde ir. pero estaba tan defraudada que tampoco se paró a pensarlo.

En el garaje estaba Yun limpiando el coche. Levantó la cabeza de lo que estaba haciendo y vió que la joven ama salía de la casa como a escondidas. Estaba pálida y a todas luces se la veía muy nerviosa. Instintivamente, sintió lástima por ella. Intuyó lo ocurrido que, desde que se supiera que el señor regresaba casado con una extranjera, fue un drama tremendo. Sólo se escuchaba la voz del señor gritando  más de lo acostumbrado y sería motivado por el regreso de Dae casado. Sabía que no resultaría pero él no podía hacer nada.

Alba miraba a un lado y a otro del lugar en donde se encontraba. Ni siquiera conocía el jardín. Y si a eso le añadiéramos la escena de la presentación y el nerviosismo... Nada bueno podía resultar.

Encaminó sus pasos hacia Yun. Al menos para que la indicase dónde podría tomar un taxi.

— ¿Puedo llevarla yo? ¿A donde quiere ir ?

— Al aeropuerto— respondió con amargura y triste, muy triste. Pero no dio más explicaciones. Abrió la puerta y la cogió la pequeña maleta que portaba y entró en el coche. No abrió su boca para decir nada. Le hubiera dado algún consejo. La veía tan perdida y desamparada, que le produjo una tristeza infinita.

Dae había vuelto al salón en donde dejó a sus padres. Desde antes de entrar, las voces  altas y crispadas de ellos, se escuchaban a través de las gruesas puertas. Seguramente discutiendo ante la situación creada de violencia. Por primera vez, escuchó a su madre no estar de acuerdo con  su marido Al fin y al cabo se trataba de la mujer de su hijo. La debían respeto y consideración. Ella sola no tenía toda la culpa. Dae se había encaprichado de ella.  Sum Hee, la madre, analizaba la situación creada, y reprochaba a su marido la violencia  ejercida sin ton ni son. En definitiva era a Dae a quién tocaba convencerles de que se había casado con la mujer mas noble, preparada y buena que hubiera conocido nunca. Nadie tenía la culpa. Las cosas ocurren porque son designios del destino y ellos no tenían ningún derecho a reprochar algo a su mujer, porque no había discutido nada con ellos.

Les dejó que ellos aclararan sus ideas. Decidió dar marcha atrás y darles una tregua hasta el día siguiente. Volvió sobre sus pasos y en busca de Alba.

No estaba en su habitación. ¿Dónde estará? La busco por los lugares en los que probablemente se estuviera desahogando con su llanto y decepción.

— Piensa, piensa. No está en la habitación ¿Dónde se habrá refugiado? No conocía suficientemente la casa como para adoptar un lugar oculto donde refugiarse. Seguro que en algún rincón del jardín. 

Volvió hacia la piscina, en donde se había refugiado antes de ir con sus padres. Pero tampoco allí estaba. No se daba cuenta de que no lejos de allí un coche arrancaba, llevando en su interior a una desconsolada Alba. 

El chófer, a través del espejo retrovisor, la observaba. Iba totalmente descompuesta, pálida y nerviosa. Llevaban tan sólo unas horas desde que llegaran y ya se había desencadenado la tragedia. Lo lamentaba porque le había caído muy bien aquella jovencita prudente y educada que se enfrentaba al patriarca de la casa, que intimidaba a todo aquél que le viera por primera vez. Igual que le había sucedido a ella, que ahora iba llorando quedamente, camino del aeropuerto y, por tanto regresando a su verdadero lugar: a España. No era porque no mereciera estar allí, sino porque la tocaría sufrir mucho si se quedara a vivir con sus suegros.

Había sido un desastre, pero quién sabe, si no era mejor que soportar los reproches y desplantes de quienes se creían con obligación de tratar despóticamente  a quienes no fueran por ellos elegidos.

Yun, trató por todos los medios de ayudarla, y para ello ejerció su influencia procurándola un pasaje en primera clase del avión que viajara a España  en un par de horas. Por algo, su jefe era el mayor accionista de la compañía. Se serviría de ello, al menos que ella viajara lo más cómoda y rápidamente, antes de que tuviera ocasión de arrepentirse.

Había conocido de adolescente a su marido. Le quería y muchas veces, evitó que su padre le regañara, o peor aún, que recibiera un castigo. Era un joven adolescente y su misión era estudiar y divertirse. Lo primero lo había hecho, pero la segunda parte del contrato, lo consiguió a medias. A duras penas daría su autorización para que viajase a la antigua Europa, como compensación a las buenas calificaciones recibidas en su último curso de carrera. Era el fin de la universidad y el principio de ingresar en la compañía del padre. Como compensación, le otorgaron ese viaje tan deseado por él. Seguramente el destino había echado sus cartas y, al menos le había dado el mejor triunfo.

Pero todo eso estaba por ver. Ella regresaría y ellos, tendrían que soportar las voces que, el joven Dae daría al no estar al lado de la mujer que le había hecho feliz, siquiera por unos días. Vendría la segunda parte: acudir en busca de ella.

Era lo previsible aunque nunca se sabe las artimañas que ejercería el padre para que fracasara en el intento.


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