viernes, 12 de noviembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 7 - Con todo mi ser


 Y por fin, ante ellos, la catedral de Santiago se erguía orgullosa en su magnificencia. Sólo les faltaba entrar, abrazar al santo y sellar su acreditación de haber cumplido con El Camino. Era algo simbólico, pero al mismo tiempo un premio a su constancia, reflexión y agotamiento por el caminar durante tantos días. Dae cumpliría las normas hasta el último minuto. 

Todos se habían dado cuenta que entre ellos había algo más, pero prudentemente callaron y no objetaron nada.

Pasaban juntos sus últimas horas. Al día siguiente ya estarían lejos unos de otros. Algunos permanecerían en la capital gallega para conocerla y vivir el sublime momento de su triunfo con la constancia y no abandonar lo que se habían propuesto, Otros partirían de inmediato para sus respectivos paises. Nuestra pareja permanecería junta. Alba partiría hacia Madrid, esa misma tarde, después del almuerzo y Dae volvería con ella. Una vez terminado el trámite que debía cumplir ante sus jefes, tendrían toda una semana para ellos solos. No desperdiciarían ni uno solo de los minutos.

Mientras ella hacía  las gestiones, llamaría a su casa. Hablaría primero con su madre y la explicaría lo ocurrido y sus proyectos. Pero no adelantemos los acontecimientos. Vayamos paso a paso.

Al entrar en la catedral junto a otros peregrinos, les dio la bienvenida el gran órgano que hacía sonar sus notas en las naves, a la vez que por la central eran recibidos por la autoridad eclesiástica. Después fueron conducidos al camarín del Santo al que abrazarían y después a la sacristía y allí recibirían su certificación.

Los peregrinos llegados desde cualquier rincón del planeta, no dejaban de entrar y cumplimentarlo todo. Cuando hubieron terminado, el botafumeiro expandió su aroma a incienso a lo largo de la nave central. Fue un momento de intensa emoción y maestría. Esta costumbre ha llegado hasta nuestros días, aunque se debe a un motivo muy distinto al de entonces. Ahora es en recuerdo de las peregrinaciones de la Edad Media, dado que los peregrinos de entonces venían mal vestidos, sucios y agotados. El botafumeiro era para desinfectar la nave.

Los extranjeros del grupo, veían con la boca abierta el viaje de ese inmenso artefacto movido por varios hombres con extraordinaria precisión y, antes nunca visto. Incluido Dae Hyun que nunca lo hubiera imaginado. Alba ya lo conocía aunque siempre la sobrecogía la escena. Como fondo el órgano excelso a todo gas. Es una escena que seas o no cristiano, te pone el vello de punta.

Salieron contentos, exultantes y hablando entre ellos lo que acababan de ver y sentir. Irían a tomar pulpo a Feira que era lo clásico después de lo vivido. Era una manera de hacer tiempo hasta la hora de la comida. Charlarían y comentarían todo el recorrido y cada uno de ellos las reflexiones que había sacado. 

Alba fue hasta las oficinas de Turismo para entregar la documentación de su misión cumplida. A partir de ese momento, tendría una semana para ella, y podría declarar a los cuatro vientos, que El Camino había sido algo más para ella. Había encontrado el amor de su vida y comenzaría a vivir otra nueva aventura de muy distinta índole.

Él la esperaba impaciente. Ahora que ya eran libres, que no tenían que disimular ni fingir, no soportaba pasar ni un minuto sin tenerla cerca. Era disciplinado y sabía que hasta que ella no cumplimentase su trabajo, no serían libres totalmente.

Y una vez que ella regreso de cumplir con el último trámite, se hicieron las fotografías consabidas y buscaron el restaurante para comer todos juntos por última vez, quién sabe si en su  vida.

 Los nórdicos partirían  todos y ellos decidieron quedarse a pasar la noche en Santiago y viajar rumbo a Madrid a la mañana siguiente. Tenían poco tiempo para ellos, porque ahora era cuando comenzaba su verdadera aventura. Ella para hacerse a la idea de la palabra que había dado y él, hablaría con sus padres y les plantearía la situación. No sería una papeleta fácil, por lo menos con su padre, pero estaba obligado a hacerlo y lo haría sin temor alguno. Porque tenía las cosas muy claras: si no lo aceptaban  se quedaría en España definitivamente, sin pensar en lo más mínimo en el problema que provocaría. Defendería su vida y su amor por Alba, a como diera lugar.

Y renunció a su idea de viajar como una persona normal , no adinerada. Estaba con ella y todo había cambiado. Pidió dos habitaciones en el Hostal de los Reyes Católicos, frente a la catedral y allí mismo gestionaría sus billetes para Madrid. 

Alba refunfuño un poco  al insistir que ese hotel era carísimo, que podrían encontrar algo más barato. A él no le importaba; quería agasajarla lo mejor posible. Al llegar a Madrid, si todo salía como lo tenía previsto, compraría un anillo en una joyería y la pediría formalmente que se casara con él..

Mientras ella se instalaba, Dae aprovechó para llamar a sus padres. Era una ocasión propicia para ello. Primero fue la madre la que se puso al habla con él, y la primera que supo lo que de nuevo había ocurrido en su vida.

Se lo dijo todo de un tirón. Estaba tranquilo a pesar de la noticia que estaba dando. Sabía que si se oponían no conseguirían nada, porque él tenía su plan trazado y no retrocedería. Se entabló un diálogo madre e hijo, de reproches por parte de ella. No entendía lo que le había ocurrido. En Corea tenía chicas preciosas esperando una mirada de él. Cumplían todos los requisitos exigidos y la boda se celebraría en cuanto llegase. Todo eso él lo sabía.  Conocía la reacción. Había sido una carga de profundidad lanzada inesperadamente. Tenía miedo que su marido no lo viera de esta manera, muy al contrario, la voces se escucharían en toda la casa y, no le faltaba razón. Pero Dae era mayor de edad y esgrimía que él no quería ese destino impuesto y, por tanto, en cuanto encontró a la mujer de su vida, se enamoró perdidamente. No estaba dispuesto a renunciar a ella bajo ningún concepto. Es más se quedaría en España y seguiría con sus estudios de medicina. Lo había pensado durante quince días, porque sí, fue un flechazo de inmediato.
— Cuando la conozcáis, os daréis cuenta de por qué me he enamorado. Es distinta a todas. No sólo físicamente, sino por esa rebeldía que corre por sus venas. No es sumisa en absoluto y difícilmente cambia de criterio.

— ¿Te ha contagiado? No te das cuenta que es una locura. Seguramente ha olido que eres un hombre poderoso y rico y va tras ello.

— No mamá. Estás confundida. Ella no tiene ni idea de quienes somos. No se lo he dicho. En mi viaje he pernoctado, comido y comportado como un chico de clase media. Nadie ha sabido que al regresar, me espera un puesto de mucha responsabilidad que no me dejará ni respirar. Por eso he querido ser libre y vivir la vida normal, porque la nuestra no lo es.

El padre entró en ese momento en la estancia al escuchar la discusión de la madre con el hijo. La quitó el teléfono de la mano y habló con su hijo tratando de averiguar lo que había alterado tanto a su mujer.


Extrañado por la larga conversación y alteración de su mujer, el señor Taeyang entró alarmado por si a su hijo le hubiera ocurrido algo. Lo último que supieron de él, es que salía de Italia rumbo a España. Hacía varios días que no se comunicaba con ellos y eso les inquietaba. Alterado interrumpió la discusión que mantenían madre e hijo, cortando la comunicación que había mantenido con Dae.

El padre estaba alterado presintiendo que les daría malas noticias. Y aunque no lo eran, para ellos serían nefastas. Todavía no quería hablar con el padre, pero ya que se había presentado la ocasión, lo haría y saldría de eso de una vez. Sabía que su reacción iba a ser fuera de sí, pero no le tenía miedo. Ella le daba toda la fuerza de la razón y eso le bastaba. Se lo soltó de sopetón, y el padre tardó en reaccionar algunos minutos, en que, ninguno de ellos habló.

Al fin el señor Taeyang rompió su silencio con el gesto contraído, aunque Dae se lo imaginaba.

— ¿Me puedes decir que pasa? ¿Has tenido otra genialidad que nos ha mantenido en vilo tanto tiempo?

— Se lo estaba contando a mamá cuando nos has interrumpido. He conocido a una chica española, me he enamorado de ella y voy a casarme

— ¿Me lo puedes repetir de nuevo, despacio y claro para que yo me lo crea?
 
— Me voy a casar con una española. Nos queremos y deseamos formar una familia. Eso es el resumen de lo que vamos a hacer. Y no te preocupes, viviremos cerca de tí: en Seúl.

La respuesta del padre no se hizo esperar. Los gritos subieron de tono, algo extraño entre ellos, pero es que la gravedad de lo ocurrido no era para menos. A Dae no le pilló por sorpresa. Sabía lo que le esperaba y que no contaría con la bendición paternal.

 Había luchado contra algunos miembros de su propia familia, para que todo siguiera en manos de él  y por consiguiente en las de su hijo. Y ahora llega y dice que se casa con una extranjera, que no conocen y todo en el transcurso de quince días. ¿Qué matrimonio iba a ser ese? Y encima con una europea, cuya forma de pensar es tan diferente a la suya.

No lo autorizaría. Jamás le permitiría tamaño disparate. Es más, le exigió regresar a casa inmediatamente,  a lo que Dae no estaba dispuesto. Contaba con el enfado del padre, pero les estaba pidiendo la oportunidad de conocerla y que no la juzgaran como lo estaban haciendo. Se casarían en España por el juzgado y, después viajarían a Seúl y la conocerían. A partir de entonces, él cumpliría con su palabra, pero nunca a cambio de renunciar a Alba.

Si ese plan no les convenía, pues no tendrían otro, porque de lo que estaba muy seguro era de que no renunciaría a ella por nada del mundo.

Sabía que lo calificarían de disparate. Que el enamoramiento y el amar a una persona, no surge como agua de manantial, sino que poco a poco se va forjando con la convivencia. Eso es siempre lo que le habían argumentado, pero si no les daban la oportunidad de unirse, raramente llegarían a una unión verdadera. Ella representaba todo en su vida y extrañamente nunca le pidió nada, ni buscó su dinero, puesto que desconocía la posición que tenían. Le creyó desde el principio que era un simple turista que deseaba conocer esa costumbre, nada más. El resto lo puso el destino y no lo echaría en saco roto.

Por otro lado, el panorama que le aguardaba en su país no le apetecía nada, ni aunque Alba no hubiera llegado a su vida. Sabía que conocería a una encantadora señorita, criada en una buena familia, que nunca plantearía un problema y obediente al mandato de uno y otro padre para unirles en matrimonio.

 La opinión de ellos no contaba. No contaba si estuvieran enamorados de otras personas que no pertenecían a su mismo estatus, pero convenientes para alguna fusión familiar. Sería tanto como vender sus almas y que todo saliera mal tarde o temprano, porque en los sentimientos no se manda. Y posiblemente a escondidas, cada uno de ellos se enamoraría fuera del matrimonio, aunque eso sí muy de tapadillo, pero nunca serían felices juntos.

Sin embargo con Alba, todo había sido diferente, desde el primer momento en que se vieron. Ella no se daba cuenta de que él se estaba enamorando, pero de carácter hermético, no dejaba traslucir los sentimientos que sentía hacia ella. Hasta que todo lo descubrieron, y la emoción que sintieron, especialmente él, no tenía comparación a nada que con anterioridad sintiera. Se imaginaba pidiendo la mano de otra muchacha que no fuera Alba y no lo resistía. Al igual que él, sería muy posible que, la novia a la que habían destinado, tuviera las mismas sensaciones que él vivía. No importaba si no fueran felices. 

Si fueran infieles siempre y cuando no trascendiera. Que fuera un matrimonio que no funcionaba, tan sólo en algunas ocasiones para conseguir un heredero. Sin atracción de ninguno, sólo cumplir un compromiso con anterioridad  de obligado cumplimiento. Esas conductas darían lugar a que Dae  saliera todas las noches en busca de alguien que escuchara su fracaso de vida. Por que sí sería un fracaso y siempre recordaría  el rostro de Alba, la calidez de su sonrisa y la ternura de sus besos.

— Definitivamente no. Se pongan como se pongan. Si no es con ella, no me casaré con nadie. No habrá fuerza humana de que regrese a Seúl.

Estaba irritado a pesar de que sabía a lo que se enfrentaba al llamar a sus padres. Pero por otro lado y con la intervención de su madre, pensó que cambiarían de opinión comprendiendo sus razonamientos. También entendió que les había pillado por sorpresa y lo que menos se esperaban era que les plantearan su casamiento. Abrió el mini bar y cogió una pequeña botellita de whisky. Necesitaba calmarse antes de verla. No podría disimular su malhumor si no se calmaba y estaba seguro de que ella diría que no. No podía renunciar a sus padres. No lo consentiría. Pero la perdería. No. Se casarían primero y de esa forma la tendría segura. No le importaba lo que viniera después. Viajaría a Corea con ella como esposa.

Aunque nadie creyera que en tan poco tiempo se puede amar de esa forma a una persona, él lo hacía. Había hecho un ejercicio de voluntad durante todo el recorrido de El Camino, para no declararle su amor e infringir las reglas de su trabajo. La amaba con todo su ser, la deseaba tremendamente, pero no haría nada que ella no quisiera. No forzaría ninguna situación. Sólo lo sabría cuando llegase el momento, estaba seguro. Le era imposible renunciar a ella. 

Estaba acostumbrado a la exquisita cortesía de ellos, extremadamente educados y caballerosos. A que las muchachas se sometieran a las voluntades de sus mayores. Se ponían de rodillas ante ellos, si cometían algún error para pedirles perdón. Son costumbres casi ancestrales que entre ellos son normales, pero después de conocer la vida en Europa, era difícil admitirlo. No se imaginaba a Alba de rodillas ante él pidiendo perdón por algo.  Lo borró de su cabeza de inmediato; nunca la haría pasar por una humillación, con la edad que ambos tenían. Muchas cosas iban a cambiar si al fin viajaban a su casa. Sólo pedía que la intransigencia de sus padres no la asustaran como para salir corriendo de su lado.

Un repiqueteo en la puerta le indicó que Alba estaba al otro lado. Se miró en el espejo del cuarto de baño para comprobar que su cara no estaba pálida ni su gesto se había alterado. Tenía un exquisito auto control aprendido desde muy niño. Había sido educado desde su más tierna infancia para que el día de mañana llegara a lo que estaba destinado. Ni siquiera contaron con que él tendría juicio propio y propia voluntad. Eso estaba por descontado. Lo que no quería en absoluto es que ella se preocupara de nada. Que lo vivieran con felicidad, sin ataduras de ningún tipo. La única forma que se le ocurría era disimular ante ella, lo preocupado que estaba, no por unirse a ella definitivamente, que lo deseaba fuertemente, sino por el tipo de vida que llevaría en su casa.

De ninguna de las maneras vivirían con sus padres. Buscaría una casa propia en la que no tuvieran que esconderse para amarse cada vez que les apeteciera.


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