martes, 9 de noviembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 6 - Declaración de intenciones

 Y llegó la hora de la comida y, en un momento dado , él la propuso que tenía que hablar con ella a solas. Alba se extrañó porque se lo dijo en un tono algo preocupante. Después del desplante que la hizo por el camino, no sabía qué pensar. ¿Se había hecho una idea equivocada de él? ¿Sería para pedirle disculpas? No se le ocurría otra cosa por la que él necesitara hablar con ella a solas. Pensó que sería por alguna consulta sobre el viaje que haría por España una vez terminado El Camino.

Ella se quedó en ese momento cercano de la despedida. Habían  sido casi quince días los que habían pasado juntos de una forma muy especial. Todos habían compartido con los otros las vivencias de la ruta, y hasta habían creado lazos fuertes entre ellos. En más o menos, tres días, todo terminaría. Posiblemente nunca volverían a verse y, aunque al principio, de vuelta a casa, se prometieran contactar, sabía que transcurrido un tiempo, cada uno retomaría su vida como antes. Con suerte, se llamarían de vez en cuando y quizá al llegar Navidad, se conectaran todos para desearse felicidades. Pero sabía por experiencia que eso sería todo.

Había sido un grupo pequeño, pero muy apegado unos a los otros. Cosa extraña, porque siempre hay alguien que se separa del grupo que fuera con la excusa de reflexionar. ¿Sería el coreano quién destacara? Posiblemente, porque llevaba unos días muy raro. Había vuelto  a aislarse de ellos en determinados momentos. ¿Sólo ella se había dado cuenta ? En fin, ya pronto terminaría todo y  se tomaría unas vacaciones. Siempre lo hacía al final de la caminata. Era incapaz de hacer otra a continuación. Tendría una semana de asueto total, y después ejercería como azafata en la caseta de información en el lugar en donde se encontraron los que ahora caminaban junto a ella.

Se levantó un momento de la mesa, para ultimar con los dueños del albergue, y fue el momento que Dae aprovechó para ir tras ella. No le importó que todos se dieran cuenta del gesto. Por otro lado era irrelevante. Tenía mil excusas si alguno le preguntaba. La  alcanzó deteniéndola por el codo antes de que hablara con la regenta del refugio:

— Tengo que hablar contigo

— ¡Vaya! ¿Ya no estás enfadado?

— No estoy enfadado

— Pues lo parece. En fin, tu dirás

— No, aquí no. Salgamos fuera

— No puedo. Sabes que tengo prohibido entablar apartes con los clientes

— Llévate el plano. Fingiremos que me estas marcando la ruta que haré por España, si es que alguno se acerca.

— Estás muy misterioso, y no sé si quiero saber lo que ocurre.

— Te quiero. Es así de sencillo. Trataré de quedarme más tiempo aquí y nos conoceremos mejor y más.

  —Y ¿ Por qué lo haces de esa manera?.— Pero... Eso no puede ser. No me conoces. No te conozco. Ni siquiera sabemos uno del otro. No es cierto, no me puedes querer. Es el resultado del cansancio y de la soledad del Camino

— ¿Crees que es eso? Estoy acostumbrado a estar solo desde muy joven y sé diferenciar una cosa y otra. He tenido bastantes "novias", si es que eso se puede decir. Por tanto sé de lo que estoy hablando. Eres tú la que debes decidir.

— Estás loco. Loco de remate

— Aún no me has hecho más que reproches y ninguna palabra que me haga confiar en que...

—¿Qué vayamos más allá? Si necesitas a alguien con quién desahogarte, cuando lleguemos a Santiago tendrás las que quieras. No te será difícil con la pinta que tienes

—¿Qué pinta tengo? No, no es eso lo que quiero, aunque tampoco me vendría mal. Te quiero a tí, como novia y después como esposa. Eso es lo que quiero

— Dae, sé que la ruta cansa y no sólo en las piernas. También en la mente. Te has vuelto decididamente loco de remate. No, no quiero. Eres educado, cariñoso, guapísimo, pero también tienes unos silencios a los que no sé  cómo reaccionar. Somos distintos en todo. No sólo en costumbres y paises. Yo aspiro a una vida tranquila, y presiento que contigo no la tendría. Además., tú volverás a Corea y yo no pienso abandonar mi pais. Somos totalmente incompatibles.

— Lo arreglaremos. Cambiaré,  sólo dame tiempo. Viajaré a mi pais para arreglar algunos asuntos, pero regresaré y si tú lo quieres, formaremos aquí nuestro hogar.

— Dae Hyun, no juegues conmigo ni con mis sentimientos. Sabes que es imposible. Somos totalmente diferentes y opuestos en carácter y en costumbres. No. Es imposible

— Dime al menos que me quieres, que no te soy indiferente. Si así lo haces, seré capaz de luchar contra el mundo si fuera necesario.

— No hay que luchar contra nadie ni contra nada. No puede ser y basta. ¿De dónde has salido? Pareces un caballero andante.

— Sólo dime que no sientes nada por mí, que soy completamente indiferente para tí

— Yo...— dudó porque no era cierto. La misma atracción que pudiera sentir Dae, la experimentaba ella por él. Pero era  todo tan descabellado, que se negó a dar crédito a lo que la proponía.

Decidió atender a la gerente del refugio y dejarle con la palabra en la boca. No quería decir nada, porque estaba segura que se delataría y no quería hacerlo. Prefirió quedar como una mal educada antes de aceptar su proposición. Él la vió marchar sin pronunciar palabra, sólo la miraba. No había aclarado nada y el tiempo se agotaba. Tenía que conseguir ampliar más sus vacaciones a como diera lugar. Tenía que convencerla de que El Camino había sido obra del destino que les había unido por alguna razón. Que él había viajado hasta allí porque ella sería la compañera de su vida. En cuanto tuviera ocasión volvería a hablar de nuevo y tratar de convencerla.

Tuvo que esperar todo el día de marcha. Ya habían entrado en Galicia. El clima había cambiado totalmente: llovía. Las piedras de Lugo les recibieron con ese sello tan especial de melancolía que tiene la lluvia en esa bendita tierra. Envueltos en los impermeables y con la cabeza semi oculta por la capucha del mismo, no invitaba a la charla ocurrente de los días pasados por tierras de Castilla.

El viaje tocaba a su fin tan sólo dos días les quedaba para conseguir la meta de cada uno y la despedida. Tan sólo quedaría el recuerdo y alguna fotografía que, inmortalizara que ese viaje fue cierto y no una fantasía de algún sueño. Habían vivido unos días increíbles. Tenían los pies destrozados y los gemelos habían aumentado de volumen. Gracias a las curas milagrosas de los albergues y algunas almas caritativas que con bálsamos e ungüentos atenuaban las rozaduras de los doloridos pies.

Dae no se quejaba. Como  había explicado, su entrenamiento militar era infinitamente más duro que realizar El Camino. Buscaría el momento para hablar con ella y que le diera una respuesta. Al día siguiente entrarían en Santiago y sabía que el tiempo concluiría en ese momento. Eran sólo horas las que tenía para conseguir que ella aceptara. Buscaría como fuera el momento o lo declararía abiertamente. 

Pero no fue necesario. Después de cenar salió Alba a tomar el aire y él interpretó que le citaba para ello. Sería como aquella noche de las estrellas, sólo que en ese momento el cielo estaba oscuro, no había estrellas y sí una lluvia menuda de las que parece que no moja, pero empapa.

A pesar de todo, tenían un entorno maravilloso. Quizá la melancolía gallega les inundaba. Probablemente la decisión a tomar, hacía que todo fuera distinto, romántico, pero gris y lluvioso. No obstante, les bastaba con la iluminación que el albergue tenía en su fachada. Todos se habían dado cuenta de que él bebía los vientos por Alba. Y es que el amor no se puede ocultar, trasciende al resto de los humanos, y a ellos se les notaba en las miradas, a veces esquivas y otras quietas en el rostro de la otra persona.

 Todos sus compañeros les sobrepasaban en edad y por tanto en experiencia. Por mucho que trataron de evitarlo, el amor no puede ocultarse, y todos se dieron cuenta, aunque fueron prudentes y no hicieron ninguna alusión.

Sin que ellos lo supieran y ni siquiera lo pensaran, aquella charla que, en un primer momento sellaría un sentimiento que ambos tenían, sería crucial en sus vidas. Él se lo tomaba muy en serio, en cambio ella, tenía sus dudas pero, era más fuerte la atracción que Dae ejercía sobre ella como para pasarlo por alto.

Cuando se reunió con Alba, ninguno de ellos habló. Sólo se miraban recorriendo sus caras, pero  sus ojos lo hacían por ellos. Y en ellos vió que tenía su respuesta, la que siempre había buscado desde que la viera por primera vez. Y ella, quizá se había vuelto loca. Los sentidos se le habían nublado por aquél rostro hermoso, pero impenetrable por la expresión de su cara. Sin embargo supo leer en él, que en verdad la amaba, que no era un capricho pasajero y aunque fuera una locura, quería  arriesgarse a ella. No sabía lo que resultaría de todo aquél disparate. Si sería capaz de sortear el vendaval de sensaciones y de cambios que se avecinarían si al final decidían unir sus vidas. Sabía que si eso ocurriese sería la mujer más feliz del mundo, pero también que si fracasara, se abriría una brecha tan profunda en su corazón que jamás podría superarlo.

Dae no quería pensar en el momento de anunciarlo a su familia. A esos padres tan rígidos y a buen seguro negativos respecto a ella. ¿Cómo sería el momento de su presentación? Si se casaran en Seúl, sería con toda la pompa de sus costumbres . Estaría sola entre todos ellos, sin conocerles, sin saber nada de nada. Sin siquiera pronunciar alguna palabra por no saber su idioma. ¿Se adaptaría  a las costumbres del país? ¿Se acostumbraría a tener junto a ella a un hombre,  obedecerle y respetarle hasta que la muerte les separara?

Alba daba vueltas en su cabeza. Ni siquiera sabía si era católico, budista o de otra religión. O si era ateo. No conocía sus gustos de comida, de música. Si le gustaba el cine. Si era deportista...al menos la pinta de eso tenía. Ni siquiera si vivirían en un hotel hasta que tuvieran su casa, o con los padres... Y eso la dio un escalofrío. No se imaginaba ante ellos, que desconocía tanto física como anímicamente, dando un beso a su marido cuando llegara del trabajo. ¿Podría trabajar ella?  Eso lo descartó enseguida ya que desconocía el idioma por completo. No tenía ajuar de novia, ya que nunca tenía tiempo para pensar en ello. ¿En qué condiciones iba a presentarse ante sus futuros suegros? Si fueran tan tradicionales como sospechaba, no se llevarían buena impresión de ella. Tampoco sabía en lo que él trabajaría y si tendrían el dinero suficiente para vivir.

Dae la miraba fijamente en silencio, sin hablar, sólo observándola. Comprendía que se estaría haciendo miles de preguntas. Era una mujer independiente, pero todas, sin excepción piensan si será acertado llevar una maleta con su ropa y saludar  ¡Hola!, muy buenas. Él tenía la suerte de conocer ambos bandos, pero sabía que todas las dudas de ella se solucionarían con creces. ¿Debía decirla que no se preocupara?

En verdad no le había dicho que pertenecía a una familia extremadamente rica y tradicional. No quería asustarla ¿ Era egoísmo por no perderla?

— Quiero conocer a tus padres—dijo rotunda

A Dae no le sorprendió. Durante todos esos días que habían convivido juntos, la había conocido y sabía que era visceral, impetuosa, exaltada y por todas esas razones, sabía que cuando amaba lo hacía con todas sus fuerzas. Él también amaba ardorosamente, pero no lo hacía notar, aparentando ser frio e inexpresivo, cuando en realidad el amor ardía en su pecho con la misma intensidad que pudiera hacerlo en el de ella. Pero desde niño, le habían educado en la contención a todas las reacciones de dolor o de alegría que, el ser humano pudiera experimentar.  Al ver que tardaba en reaccionar, Alba explicó:

— ¿No tienes una foto de ellos?

— Creo que en el móvil llevo alguna

— Bien, pues enséñemela. Deseo conocerles.

Él rebuscó entre sus archivos y encontró una de sus padres durante un viaje a la playa. Sabía que no estaba bien, que no quería mostrarle demasiado hasta no llegar a su casa, pero lo hizo como algo de pasada.



— ¡ Dios mío ! Son jovencísimos ¿Seguro que son ellos?— El se echó a reír ante la ocurrencia de ella:

— ¡ Por supuesto que sí! Tienen más de cincuenta años. Lo que ocurre es que por nuestros rasgos parecemos más jóvenes de lo que somos en realidad. 

— Me da un poco de miedo

— ¿Qué te da miedo? Yo estaré siempre a tu lado. ¿Significa que me aceptas?¿Que te casarás conmigo?

—Debo estar loca, pero sí. Eso es lo que significa.

— ¿Sabes que me haces el más feliz de los mortales? ¿Tú me quieres?

— Si, te quiero. No me arriesgaría a tanto si no te quisiera ¿No crees?

La tomó de la mano y la condujo hasta un rincón al que no llegaban las luces de la fachada de la casa, a   una pared lateral, que permanecía casi a oscuras. Allí la arrinconó contra la pared y abrazándola, la beso largamente. Ella se dejó llevar por la intensidad de la noche que estaban viviendo y respondió a su  beso, con todo el amor depositado en él. Con el ardor de los días reprimidos y que por fin afloraban sin barreras. Eran dos almas que, por algún motivo, capricho o casualidad de la vida, se habían encontrado y enamorado en unos pocos días. Claro que para el amor, no se necesitan más que cinco minutos y ellos habían contado con quince días. Ambos conocían a la perfección la intensidad de lo que sentían, y de lo que arriesgaban, ambos.

Sin que ellos lo supieran y ni siquiera lo pensaran, aquella charla que, en un primer momento sellaría un sentimiento que ambos tenían, sería crucial en sus vidas. Él se lo tomaba muy en serio, en cambio ella, tenía sus dudas pero, era más fuerte la atracción que Dae ejercía sobre ella como para pasarlo por alto.

Decidieron separarse y volver a entrar en la casa cada uno por un lado. Cuando se reunió con Alba, ninguno de ellos habló. Sólo se miraban recorriendo sus caras, pero  esos ojos lo hacían por ellos. Y en ellos vió que tenía su respuesta, la que siempre había buscado desde que la viera por primera vez. Y ella, quizá ,se había vuelto loca. Los sentidos se le habían nublado por aquél rostro hermoso, pero impenetrable por su expresión. Sin embargo supo leer en él, que en verdad la amaba, que no era un capricho pasajero y, aunque fuera una locura, quería  arriesgarse con ella..

 No sabía lo que resultaría de todo aquél disparate. Si sería capaz de sortear el vendaval de sensaciones y de cambios que se avecinarían si al final decidían unir sus vidas. Sabía que si eso ocurriese sería la mujer más feliz del mundo, pero también que si fracasara, se abriría una brecha tan profunda en su corazón que jamás podría superarlo.

 Una porque iría a ciegas a convivir con unas personas extrañas, de carácter muy distinto al suyo, en un país extraño  y desconocido. Con unas gentes que probablemente la rechazaran y viviría y uniría a alguien al que apenas conocía. Pero todos esos razonamientos, se los había hecho miles de veces y siempre los había rechazado.

Iban a ser muy felices. No tenía objeto ir al otro lado del mundo totalmente desconocido para ella si no estuviera segura del amor de él y el de ella. La bastaba sólo ver cómo la había mirado durante todos esos días. En su mirada había algo más que no era sólo deseo, sino amor, puro y duro.. Y ella poco a poco había entrado en el juego. En esa ruleta rusa que les había presentado la vida en la que él también había jugado.

Tenía sentimientos encontrados. Por un lado deseaba terminar con aquél trabajo para no estar sujeta a unas normas de comportamiento impuestas por sus jefes. Pero por otro, lo deseaba cuanto antes para poder estar como una pareja normal sin tener que esconderse para quererse y fingir algo que no era cierto. Faltaban dos días, o simplemente horas, para que fuera  más fácil de aceptar. Y transcurridos, se abría una incógnita para la que no tenía respuesta. Sólo nervios, dudas y deseos irrefrenables de que todo fuera normal entre ellos. Que los sentimientos expresados no fueran fruto de alguna alucinación por la soledad de la excursión, sino una pura y diáfana realidad.


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