martes, 23 de noviembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 11 - El retorno

 Permanecía quieta, igual que una estatua. La cabeza le daba vueltas, repitiéndose cómo había sido posible que, en menos de tres días hubiera llegado y, al poco, vuelto a partir. La cara de su marido se desfiguraba en su cerebro. Quizá esperaba que él llegara a tiempo de recuperarla, pero habían estado más de dos horas en el aeropuerto y no había aparecido nadie para que regresase. Verdaderamente no se conocían lo suficiente y, la influencia del padre, había hecho todo lo demás.

Y ahora regresaba sola. ¿Qué haría al llegar a España. No tenía trabajo, ni lugar en donde vivir y, tampoco mucho dinero. Ni siquiera pensó en recoger alguna moneda. Sólo llevaba lo que Dae le diera por si se le antojaba alguna chuchería durante el paseo que daría. Ciertamente tampoco era escaso, pero¿ la alcanzaría hasta encontrar un lugar en donde trabajar? Ni siquiera había solicitado una excedencia que la permitiera seguir en su puesto. Daba por sentado que iría a Seúl para vivir allí eternamente, con la familia de Dae que, sería también su familia. Pero todo se había desmoronado como un castillo de naipes, apenas hubieron llegado.


Cerraba los ojos para evitar que las lágrimas los anegaran. Ahora analizaba la situación y creía que su marido no la había amado lo suficiente. Que pasado el espejismo de la primera efervescencia, el retornar a casa, le complacería más.


 Ella había sido quién provocara ese desastre. Con lo juiciosa que era y no había tenido en cuenta que casi no se conocían. Que sus padres habían estado allí desde el principio. Que le habían rodeado de todo cuanto pudiese ambicionar, la novedad de un viaje, por ejemplo. Sin embargo ella, le quería con todas sus fuerzas, pero a distancia, para que no perturbara los proyectos que ya tenían concretados.

Ni siquiera antes de viajar a Seúl, la había hablado de ellos, de sus rarezas y también de lo egocéntricos que eran. Si lo hubiera hecho antes, posiblemente esta catástrofe no se hubiera producido. Pero ya no había solución. Irían cada uno por su lado, sin llegar a concretar el proyecto que tenían de formar una familia.

Ahora le absorbería todo el tiempo los negocios bajo la tutela de su padre. Dae tenía el suficiente carácter para que nadie le mangoneara, pero se había olvidado de ella y no la había defendido. No se volverían a ver nunca más. No quería ni oír hablar de Seúl, ni de la mansión riquísima y extravagante de sus suegros. No tendría que convivir con ellos, y eso, a pesar de todo, era lo que más la satisfacía. No deseaba volver a ver a ninguno de los tres. Su matrimonio había sido una estafa en toda regla. Un engaño sin fundamento, pero que le habían hecho mucho daño. 

 El vuelo estaba siendo larguísimo, aburrido y con las mismas dudas que tuviera al abordaje incrementadas por un horrible dolor de cabeza. Una escala en Fráncfort interminable. 

Deseaba llegar cuanto antes y, al mismo tiempo le temblaban las carnes de lo que la esperaba nada más pisar Barajas. Ella tan valiente, sin miedo a nada ni a nadie en los desplazamientos que, por su trabajo efectuaba a diario, ahora se encontraba asustada, sin saber lo qué hacer ni a quién recurrir. Debería hacer un esquema con las cosas más importantes a realizar. Sería un planteamiento a  seguir paso a paso la cantidad de cosas que debía hacer para estabilizar su vida nuevamente. Ahora tenía la certeza de que Dae y ella serían una anécdota del pasado. Mientras estuvieron ellos dos solos, todo marchó bien. Pero el inconveniente sería al llegar a su casa, como así ocurrió.

Le culpaba a él de todo y no tenía razón. Trató por todos los medios de solucionarlo, y que al fin pudieran vivir tranquilos en casa de sus padres, o fuera de ella. Pero todo se había precipitado estrepitosamente y cada uno ahora andaba por caminos diferentes.

Pidió a la azafata algún calmante que la ayudara   a conciliar un poco de sueño y de esta forma al menos se le hiciera más corto.  Lo logró a medias, a ratos, pero al menos hilvanó algo de sueño, intermitentemente hasta llegar a Alemania.

Entró en el servicio del aeropuerto y se refrescó con agua la nuca que la estallaría de un momento a otro. Ya quedaba poco, pero no por eso aliviaría su inquietud. Nada más llegar a Madrid, trataría de localizar alguna pensión económica, en la que pudiera dormir acaso unas pocas horas, y sobre todo  estirar sus piernas. que los músculos se distendieran y calmar la opresión que tenía en el pecho.

Cogió un taxi, y al buen hombre preguntó si sabía de algún lugar en la que pudiera pasar la noche, y que además fuera barato. El taxista miró por el espejo retrovisor, y no le hizo falta averiguar que, aquella muchacha tan bonita, estaba en serios apuros.

La observaba de vez en cuando, pero fue ella la que le preguntó por alguna pensión barata en la que pudiera vivir, al menos hasta que encontrara trabajo:

— Tengo familia que posee un negocio pequeño de alquiler de habitaciones. Son formales, no se asuste. No es de esas pensiones. Si desea verla, no estamos muy lejos de allí. Seguro que se encontrará a gusto. Mi prima y su marido lo regentan y la mayoría de sus huéspedes son representantes que llegan a Madrid para cumplimentar algún pedido. Algún que otro artista que no tiene trabajo, y gente así. Toda modesta, pero seria y formal. Creo que estaría a gusto.


— Me fio de usted. Vayamos y recomiéndeme. Le estaría muy agradecida. Tengo poco dinero y ningún trabajo, con lo que... calcule.

— No se preocupe. Verá como queda satisfecha. Son buena gente y amable.

 Y efectivamente. Unos y otros quedaron satisfechos  y cerraron el trato: se quedaría a vivir con ellos mientras que encuentra algún trabajo y por tanto una vivienda. Llegaba agotada, sin ganas de hablar  ni de dar explicaciones, aunque no se las pidieran. Pero Pituca no permitió que se acostara sin tomar, siquiera, un poco de caldo. Le recordaba a su hija que vivía lejos de España y la echaban de menos.

Era menudita como Alba, bonita como ella y desamparada como pensó que quizá su hija lo estuviera antes de unirse a un canadiense y formar allí su familia. La echaba de menos y Alba se la recordaba, y algo suponía que la ocurría y eso la infundió ternura y cariño. 

La llevó una taza de caldo caliente que la reconfortara y que la hiciera no solo descansar, sino conciliar el sueño que necesitaba.  La arropó con cariño y hasta la impulsó el darla un beso cariñoso en la frente. Cerró suavemente la puerta y salió moviendo la cabeza de un lado a otro en señal de preocupación. Sabía que algo  la  atormentaba. Que no marchaba bien en aquello en lo que estuviera enredada. Sabía, por experiencia que en algún momento hablarían y trataría de comprender lo que le acongojaba. Quería ayudarla. Pensaba en su hija y lo mal que lo pasó cuando decidió marcharse a Canadá para buscarse la vida, al tiempo que estudiaba. Supo tiempo después que hasta pasó hambre, porque en ningún sitio le daban trabajo y los ahorros que sus padres la dieron tocaban fondo Y entonces conoció a Louis y la tomó bajo su tutela, un año más tarde se casaron, después de haber convivido como pareja todo ese tiempo.

¡La recordaba tanto! Su yerno es un hombre extraordinario que adora a su hija y ahora, ya estables, viven bien, con holgura y, se aman, que era lo que más la preocupaba. Estaba tranquila; la sabía protegida y eso la libraba de preocupaciones. Normalmente venían a Madrid para pasar las navidades con ellos. Habían formado un núcleo familiar de amor y comprensión, muy distinto al que ella tendría con Dae y su familia de haber permanecido allí.  El día que Pituca la contó su vivencia, Alba sintió como una garra que la atenazaba el corazón. Se acordaba de Dae, porque a pesar de todo le seguía amando, aunque él no se acordara de ella.

El dinero se le acababa y, la posibilidad de encontrar un trabajo, cada vez la veía más lejana. Encontró uno como limpiadora de un hospital por la noche, y aunque no era lo suyo  lo aceptó de inmediato. La nocturnidad la permitiría coger otro empleo diurno y de esta forma, llegar a estabilizarse más rápidamente. Pituca la infundía ánimos, aunque para sus adentros pensaba que no estaba preparada para ese trabajo y con esa intensidad. Pero al mismo tiempo lo necesitaba para su autoestima. Ya tendría tiempo de encontrar algo mejor cuando las cosas se estabilizasen. Y mientras el tiempo pasaba.

¿Qué ocurrió a su partida? Dae estaba desesperado al conocer la noticia por el chofer que la llevó al aeropuerto, el destino que había tomado. Estaban separados por miles de kilómetros y lo que era peor: desconocía su paradero. No sabía nada. La llamó por teléfono, pero siempre estaba fuera de cobertura. ¿Dónde viviría? No  se había llevado casi dinero y a duras penas podría pagar una vivienda y vivir, hasta que tuviera un empleo.

— Antes iré a por ella. No puede ser que pase privaciones. Es mi mujer. ¿ Por qué tomo esa decisión? Debió decírmelo. Pero yo también soy responsable. No la escuché cuando ella quiso hablarlo conmigo, impaciente por hacerlo con mis padres. Debí darme cuenta de la situación que se había creado, sin que apenas ella abriese la boca para poderse defender. Ni siquiera sabía lo que estaban diciendo de ella. No la defendí y, debí hacerlo. Yo era el que mejor conocía nuestra situación, y sin embargo pensé que se arreglaría guardando calma. Pero no conté con que ella ya me había avisado con su silencio y preocupación por conocer a mi familia. Ahora estamos atrapados en esta tela de araña. Con una fiesta que ha organizado mi madre para darla a conocer al resto de familiares y conocidos. Pero ella se ha ido. Será necesario suspenderla, antes de haberla convocado o quedaremos en el más absoluto ridículo. Lo primero es sacar un billete para Madrid, buscarla y tener una larga conversación con ella, para convencerla de que su casa y su lugar es este. Está casada con un surcoreano y ahora su pais y su hogar ha de estar donde yo esté.

— Pero eso es imponerle algo con lo que no está de acuerdo, habiendo sido mi propia familia quién la ha  desairado a los cinco minutos de conocerla. He de buscar algo a lo que aferrarme y conseguir que todos vivamos en paz. Lo primero, buscaré una casa para nosotros solos, en la que podamos hacer lo que nos venga en gana sin tener testigos de nada. Estamos recién casados y la amo más que a nada ni a nadie. Mi deseo de estar con ella es constante y, no es esto lo que esperaba y creo que ella tampoco. Llamaré a la compañía que me reserven un billete en el primer vuelo que salga para Madrid. Hablaremos y trataré de convencerla para que volvamos de nuevo. Pero ¿cómo? si no tiene el apartamento ni sé dónde vivirá. Por otro lado he de hablar con mis padres y también a ellos reconvenirles acerca de su comportamiento. No es una extraña. Es la mujer de su hijo. Sé que cuando la conozcan más, la querrán porque ella es buena, dulce, cariñosa... Y a mi madre le vendrá bien tenerla a su lado.

— Ahora mismo hablaré con ellos y les pondré al corriente de lo ocurrido. Que suspendan todo hasta que yo la localice. Presiento que va a ser difícil y largo. Y eso suponiendo que desee regresar. Entre todos van a volverme loco. Yo no quería esto, sino una vida sencilla a su lado amándola cada día más. Tener hijos y ser como hay cientos de hombres que regresan a su hogar cada día deseosos de estar con su familia. Pero mucho me temo que va a ser poco menos que imposible.

Y la reunión con los padres, fue una repetición de lo mismo que impulsó a Alba a salir corriendo de la casa de sus suegros. Porque esa lujosa mansión era de ellos y de su hijo, de nadie más y, mucho menos siendo extranjera.

 Los prejuicios raciales aún perduraban en algunas personas o, simplemente tenían otro rostro para ellos y, no el de una extranjera, desconocida y perteneciente a otra etnia. De ninguna de las maneras consentirían emparentar con esa desconocida, por mucho que Dae insistiera. Sería un descrédito enorme  y no estaba dispuesto a transigir con ello, por mucho que su hijo insistiera.  Había regresado a su pais. Lo mejor que podía haber ocurrido.

Ni su mujer, a pesar de estar de su lado, consiguieron que cambiase de criterio, ni Dae tampoco. Amaba a su mujer y no estaba dispuesto a perderla por unos absurdos prejuicios ancestrales. Mandaría al demonio todo, pero no la perdería.

Pero nada sería tan fácil como él se había propuesto, muy al contrario. Todo se complicaría aún más.


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