sábado, 15 de enero de 2022

Mundos opuestos - Capítulo 34 - Repasando el pasado

 En la casa de Dae y Alba, todo  eran prisas, ajetreo inusual. Los mayores porque iban a volver a su principio y los chicos porque era una experiencia única. Una conocería el lugar en donde nació su madre y ella, aunque sólo viviera unos meses allí. Y los chicos porque era toda una novedad. Además adoraban a su madre, quizá contagiados del amor del padre y, conocerían una nueva tierra: la de ella. Y un nuevo pais tan distinto al suyo, según ella les narraba, ahora con más insistencia.

Habían escuchado hablar de El Camino. No tenían ni idea de lo que era, pero creían que había representado algo importante en la vida de sus padres, por el entusiasmo con que hablaban de él.

Y al fin llegó el gran día. Los padres de Dae, les llevarían al aeropuerto y allí se despedirían. Les echarían de menos, pero si Dae marchaba, el señor Min Ho sería quién tomara las riendas en su ausencia. Tardarían dos semanas en volver y es que el matrimonio, deseaba regresar a Santiago, lugar en el que se unieron por primera vez. Y también visitar a Ángeles a la que tanto debían al haber dado cobijo y trabajo a Alba cuando más lo necesitaba.

Para los tres hijos era una novedad, pero para sus padres era pura evocación de tiempos pasados y , algunas veces, bastante duros.  Pero iban con ilusión, libres de algunas obsesiones ya superadas. 

Al despegar el avión del aeropuerto de Incheon, Dae apretó la mano de su mujer y ambos se miraron. ¡Qué distinto ese viaje al que él hiciera buscándola! La tenía a su lado y, emocionada, sus ojos brillaban aún más de lo común. Él tragó saliva, mientras sus hijos comentaban las incidencias del viaje. A los padres les parecía como un sueño. Hacía muchos años de todo aquello pero, de repente, todo había cobrado vida. Por sus pupilas, pasaban como en una película todo lo vivido. Las angustias de uno por no encontrarla y la nostalgias de otra por las decepciones sufridas. Quién iba a pensar que, después de tanto tiempo  y, pese a las predicciones de muchos, seguirían juntos, más enamorados que entonces y con tres frutos espléndidos que lo reafirmaban.

Les aguardaban largas horas y además una escala, esta vez en Viena. Los chicos, rendidos por las emociones, se quedaron dormidos después de cenar y cada uno de ellos verían la película que proyectaban. Los padres no podía dormir de la excitación que sentían. De repente, Dae hizo una pregunta a su mujer:

— ¿Por qué no hemos regresado antes?

— Yo pude hacerlo, pero no quería dejarte solo

— ¿Tenías miedo de que te pusiera los cuernos?

— No, claro que no. No sería lo mismo sin ti. Tú eres parte esencial de toda la historia. Eres mi historia. Nada es igual sin tí.

El se inclinó hacia su mujer y le dio un ligero beso en los labios. Dae tenía los ojos brillantes, emocionado. Casarse con ella, fue la mejor decisión que había realizado en su vida. Por ese motivo, es que había peleado tanto por encontrarla. Algo en su interior le empujaba a hacerlo y no se equivocaba.

— Te quiero Alba. No sé si te lo digo las veces suficientes al cabo del día. No quiero ni pensar si no te hubiera encontrado lo que sería de mí a esta hora.

— Estarías casado con otra mujer, pero no tendrías los hijos que tienes.

— Eres una tramposa, pero eres mi tramposa. Ahora trata de dormir un poco. Nos aguarda mucho camino, y pesado. Descansa un poco. Imagino que estás nerviosa, emocionada y cansada, porque yo estoy igual que tu.

Se cogieron de las manos después de besarse y desear buen descanso y trataron de dormir. Dae no podía. Aunque no lo demostrara, estaba tan excitado como Alba. Sería un choque emocional para ambos. Volver a ver el lugar donde ella nació, con el cúmulo de recuerdos, de unos padres que ya no existían desde hacía tiempo. Deseaba hacer el mismo itinerario de cuando se conocieron, aunque no  recorrieran entero El Camino por falta de tiempo, pero eso sería en otra ocasión. Cuando los chicos ya mayores, les dieran el tiempo libre para ellos en exclusiva.

La miraba constantemente y sonreía al verla.  Cómo entre abría los labios para respirar. Se había acostumbrado a esa especie de sonido que emitía, como un ligero silbido. Le hacía ver que estaba viva, que la tenía a su lado y que era su mujer, la madre de sus hijos. ¡Qué embrujo le dio al conocerla que desde entonces no se ha apartado su imagen de él!

 En esos momentos de desvelos, con los ojos entornados, se puso a imaginar las odiseas que pasó hasta encontrarla. ¿Qué hubiera pasado si, en lugar de dar la vuelta para volver a buscarla, hubiera seguido carretera adelante renunciando a ella ?

 Irremediablemente la hubiera perdido para siempre. Sin embargo, recapacitó a tiempo, volvió y regresaron juntos a Seúl, con sorpresa incluida: Aera, su niña, su preciosa niña que les unió en ella. Se sentía orgulloso de la familia que habían creado juntos, con esa mezcla extraña de ambas civilizaciones tan dispares, pero que ellos supieron conjugar con lo mejor de ambas. En sus hijos estaba el resultados; tenían el temperamento de ella, sobre todo la chica, y el mediano de sus hijos. El tercero era más parecido a él, incluso sus rasgos orientales más acusados. Pero los tres eran hermosos con esa mezcla en sus caras mitad oriente y mitad occidente que los suavizaban.

Y recordó a sus padres, a su padre principalmente. El rechazo que sintió hacia ella y el cariño inmenso que ahora la profesa, hasta el punto que la llama todos los días para charlar un rato con ella, cuando no se presentan en casa de improviso. También fue un manantial de dulzura para ellos, principalmente para mi madre que siempre deseó tener una niña como segunda hija. Con todos los tropiezos del principio y conociendo el carácter de su padre, nunca lo hubiera imaginado.

Ese fue un triunfo también de ella. Necesitaba una familia que había perdido, por eso estaba tan dolida con el rechazó que sintió, pero después, en el día a día, se los fue ganando, sobre todo a mi padre. Veían que su hijo era feliz, que su nieta les tendía los bracitos al verles y sus corazones rebosaban cariño hacia ella, porque lo había hecho posible. Cuando llegaron los chicos, fue más de lo mismo, porque sienten la adoración hacia ellos que Alba les inculcó.

Hecho el examen  a su vida, Dae suspiró y sonrió satisfecho, quedándose dormido al fin, dedicando una mirada al rostro tranquilo de Alba.

La voz de la azafata les anunciaba la llegada a Viena paras su escala. Aún les quedaba casi la mitad del camino, pero al menos, todos habían podido dormir y emprenderían la parte final del viaje, más descansados y con el entusiasmo de lo que se avecinaba.

Dae  paseaba por la sala vip del aeropuerto, mientras hablaba con sus padres, que ya les echaban de menos a pesar de hacer unas pocas horas de que  habían partido. Hablaban de cosas de la financiera sin importancia, dándole las últimas instrucciones. Todo había quedado paralizado en su gran mayoría que no fuera prioritario, con el fin de que Min Ho no tuviera excesivos problemas. Alba le envió un saludo afectuoso que el suegro devolvió mientras Sum Hee, le quitaba el teléfono para hablar con ella.

Los chicos recorrían las tiendas para ver si hubiera algo que les interesara. En los aeropuertos suelen exponer productos que normalmente no tienen en lasa tiendas y, además al ser internacional, podían adquirir productos de distintos paises que normalmente no encontrarían en las tiendas de la ciudad.

También ellos saludaron a los abuelos que, emocionados les enviaban besos a través del teléfono. Era la primera vez que se separaban de ellos con tanta distancia. Serían dos semanas interminables para ellos. Los jóvenes les infundían vida y alegría de vivir. Min Ho no quería ni pensar qué sería ahora sin ellos que, cada vez que van a su casa todo lo revolucionan. El abuelo suspiró, desenado en el fondo de que pronto transcurrieran los días en que estarían de vuelta.

Y de nuevo ajustándose los cinturones y poniendo el asiento en vertical, dispuestos a emprender la última escala del viaje. Se les haría más corto. Habían descansado malamente, pero algo. Era de día y menos horas.  En tres horas más o menos, estarían aterrizando en Madrid.

Cuando quisieran darse cuenta, estarían de nuevo ante el inmenso aeropuerto que vieron por última vez hacía tantos años. ¡ Cuánto habían cambiado las cosas! Entonces tenían la incógnita de lo que encontrarían a su llegada a Seúl. Ahora, cuando sabían el resultado, todo lo dieron por bien empleado. Los disgustos, las indiferencias, las dudas, ahora lejanas , carecían de importancia.
Frente a sí tenían  la gran ciudad por descubrir, ya que a penas lo hicieron, al menos él, las veces que estuvo, cuando, su única preocupación era encontrarla. No había disfrutado de ella, tan sólo algunos paseos por el centro para hacer tiempo. Ahora era distinto  la llevaba cogida del brazo y tenían al menos dos semanas para recorrer algunos puntos de España, pero no sería la última vez que viajaran. Ahora era diferente. Todo era distinto. 

Y los cinco lo miraban todo con curiosidad ¡Cómo había cambiado todo! Acaso eran ellos quienes se habían quedado anclados en el tiempo. A penas recordaban cómo era entonces. Lo que sí tenían muy presente era que el bullicio de gente de ir y venir había aumentado. Ahora,. hasta el aeropuerto también llegaba el m,etro que les conduciría a la terminal para recoger el equipaje y después al centro de M;adrid.
Alba, miraba todo como si fuera la primera vez que estuviera en la ciudad que la vió nacer. La había añorado mucho, pero, poco a poco, su silueta se fue diluyendo ocupada se mente en otros menesteres. Pero nuca se olvidó de su ciudad.

Ahora su hogar está en otra ciudad, en otro pais, pero nunca olvidaría sus raices. Por eso estaba tan satisfecha de mostrárselo a sus hijos. Ellos lo miraban todo con entusiasmo y, se preguntaba qué idea se habían hechop no sólo de España, sino de Europa entera.

Era otro continente lleno de diferentes gentes, con diferentes fisonomías y costumbres. Con diferentes idiomas y disatinta forma de voivir. Si toda Europa era como lo que  estaban viendo, tendrían que conocerla. Lo harían cuando tuvieranm edad para ello, como hizo su padre cuando conoció a su madre.

Observaban  que la gente se reia con facilidad y que en el aeropuerto, en las llegadas, los que lo hacían se abrazaban a los que esperaban. Y que algunos amigos buscaban con ahínco a otros. No eran tan ceremoniosos como ellos; eran como más informales, más cercanos. Aunque ellos también lo eran, pero de distinto modo.
Dae les observaba a todos y en sus ojos veía asombro y curiosidad. Le recordó la primera vez que él viajó a Grecia, Italia... y al final recaló en España y lo que eso supuso en su vida. No paraba de mirar a su mujer que no decía nada, sólo miraba como absorbiendo todo lo que estaba ante sus ojos, que había echado de menos sin saber todo lo cambiado que ahora se mostraba ante sus ojos.

Alquilaron un coche grande en el que cupieran los cinco y, el equipaje. Tenían reservas en el hotel Palace, en pleno centro de Madrid. Los cinco miraban con curiosidad el ajetreo capitalino y la cantidad de gente que transitaba por las calles, muchos de ellos turistas. Todo les era extraño pero también de lo más normal en la forma de vivir de los madrileños.

Miraron el reloj adelantándolo siete horas. En Seúl, ya habrían salido de trabajar y se dispondrían a cenar. Sin embargo, aquí brillaba el sol y era mediodía. Y los bares y terrazas con gentes que tomaban el aperitivo de media mañana. Nada que ver con Corea. Su madre les iba explicando la forma de vida que tenían y,  los chicos asombrados no pronunciaban palabra alguna.

El coche paró frente a la puerta principal del hotel e inmediatamente un portero de uniforme salió a su encuentro y otro con un porta maletero para depositar las maletas. Los chicos mientras, miraban lo que tenían frente a sus ojos. Les estaba gustando la ciudad donde nació su madre. Lástima que partieran de inmediato para Andalucía. Les gustaría conocerla más ampliamente.


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