sábado, 15 de enero de 2022

Mundos opuestos - Capítulo 35 - La boda

 Aterrizaron en Málaga y desde allí, en un coche alquilado llegarían a Mijas, la ciudad a la que se dirigían. Tanto Dae como sus tres hijos, no dejaban de contemplar el paisaje que se abría ante ellos: un sol radiante, un cielo intensamente azul y una carretera serpenteante que les conducía a un pueblo totalmente blanco, en cuyas ventanas  estallaba, en contraste, el color rojo intenso de los geranios. Algunas de las casas tenían los marcos de las ventanas de color azul, tan azul como su cielo. A Dae le recordó Grecia. Ambos son mediterráneos y los griegos también estuvieron aquí.  ¿Habría algún pueblo que no llegase hasta estas costas?, pensó. Y contemplando la belleza por donde pasaban no le extrañó que así fuera.

 En más o menos media hora, entraban en Mijas. Seguían absortos en lo que veían. El chófer les condujo hasta el hotel en que tenían reservas. Estaban impacientes por ir a visitar ese lugar. Les chocaba enormemente que hubiera borriquitos a modo de taxis y es que las empinadas cuestas del pueblo les hacía muy difícil la conducción, y además constituían un reclamo más para los turistas.

Como todos los lugares que habían visto a su paso, éste también era inmaculado. Un  botones, les llevó hasta sus habitaciones, abrió el balcón de par en par y les mostró los dispositivos de la luz, el teléfono, la televisión... Eran tres habitaciones: una la del matrimonio, otra la de Aera  y otra la de los muchachos que, enseguida, deshicieron sus maletas para sacar el traje de baño y acudir a darse un baño en ese mar azul y legendario.

Era una gran experiencia para ellos ya que nunca habían salido de Corea, pero de repente les entraron ganas de correr mundo, algo que harían a su edad debida, porque de eso ya se encargaría su padre. Deseaba que sus hijos conocieran otras culturas, otras gentes y otras costumbres totalmente opuestas a las de ellos, pero que debían conocer. Él tuvo esa oportunidad, pero en sí no llegó a conocer bien los paises que visitaba, ya que iba en plan aprendizaje. Sólo lo pudo hacer a sus anchas, cuando viajó en plan mochilero a Europa, a esos paises pilares de la civilización occidental: Grecia e Italia, sin olvidar España en donde encontró al amor de su vida.

Con la distancia que marca el tiempo y tras las añoranzas sentidas durante el viaje de avión, pensó que había sido el mejor viaje de todos cuantos hizo . Ni Rusia, ni Inglaterra, ni Estados Unidos... El mejor sin duda: España, ella,  ahora estaba enfrascada en deshacer el equipaje, sobre todo los trajes que se pondrían en dos días para la ceremonia de casamiento de Dong Yul con Macarena.


Tenía ganas de verles y saludarles. Sentía la corazonada de que ellas dos iban a congeniar muy bien. Al ser las dos hispanas, se entenderían a la perfección. Dae había hablado con su primo, anunciándole su llegada. Comerían juntos, así tendrían oportunidad de charlar con tranquilidad, ya que al día siguiente, al ser víspera de la boda, tendría miles de cosas que hacer.

El encuentro fue como esperaban: alegre, abrazo va y, abrazo viene... la presentación de ambas mujeres que como tienen por costumbre, se abrazaron y se dieron dos besos en las mejillas. Alba casi había olvidado ese saludo tan español, pero instintivamente lo recordó en cuanto vió acercarse el rostro de Macarena hacia ella.

El abrazo entre los primos fue afectuoso en extremo. Por unos instantes se miraron fijamente, para al final terminar en el abrazo.  A un lado, sonrientes, presenciando la escena, estaban los tres muchachos. La mirada de Dong Yul, se dirigió de inmediato hasta Aera que, sonriente avanzó hacia él abrazándole fraternalmente. Ese detalle le hizo respirar aliviado. Al fin la jovencita se había olvidado de él y sonrió complacido, cuando se dirigió a la novia y también la abrazó siguiendo la costumbre española que acababa de conocer. Alba también respiró aliviada, al ver a su hija radiante sin atisbo de nada de lo pasado.

Los adultos tenían mucho de lo que hablar, los jóvenes estaban ansiosos por ir a la playa, y las dos mujeres tenían que conocerse, ya que además de parientes, se verían con relativa frecuencia cada vez que viajaran a Seúl.

La comida la harían en uno de los muchos restaurantes que había en esa parte de la Costa del Sol, que no dejaba de sorprender tanto al padre como a los hijos.

Mientas los mayores hacían la sobremesa, los más jóvenes decidieron ir a la playa. Era tanta la euforia que se olvidaron preguntar donde estaba. Sólo conocían el nombre. Aera decidió volver al lugar de la reunión de los mayores y preguntar. Al entrar en el restaurante, tropezó accidentalmente con algo y estuvo a punto de caer, de no ser por los brazos de un muchacho que la retuvo.

No sabía cómo darle las gracias. Estaba azorada no sólo por la visión del muchacho, sino por el tropezón. Le dedicó una sonrisa y entonces se dio cuenta de que tenía frente a ella un mocetón moreno, bastante moreno, seguramente curtido por el sol fuerte de aquellas tierras. Su pelo oscuro y brillante y sus profundos ojos marrones, rallando en negros. Una amplia sonrisa mostraba unos dientes blanquísimos, quizás en contraste con su piel. Ella se quedó sin palabras, con la boca abierta, hasta que al fin decidió agradecerle su ayuda.

Una vez se recompuso, le preguntó la dirección a la que iba y él le indicó que estaba muy cerca sonriendo ampliamente. Sus hermanos contemplaban la escena riendo al ver a su descarada hermana nerviosa y hasta sonrojada  por el tropezón dado, aunque ellos cuchichearon algo más que les hacía partirse de la risa. Al reunirse con ellos, enfadada les recriminó su conducta y que no fueran a ayudarla.

Al fin, ya estaban extendiendo su toalla en la playa. Los chicos retozando en el agua y ella mirando al horizonte perdida en sus pensamientos. al fin se decidió a darse un baño. Las aguas  estaban templadas en comparación con las de Corea. Entró despacio en ellas hasta que, al no hacer pie, se decidió a dar unas brazadas.

A unos veinte metros de ella estaba un guapo mozo que no la quitaba ojo de encima. La había reconocido, se trataba de la muchacha a la que había salvado de una caída hacía pocos minutos. Salvando la distancia que les separaba, en unas pocas brazadas se puso a su altura.

— ¡Hola!¿Estás bien?— la dijo para iniciar una conversación

Ella de momento no se dio cuenta que era su "salvador", dado que estaba sin ropa y con el frondoso cabello mojado, desfigurando un poco la imagen de no hacía tanto tiempo. No obstante le había reconocido y con una amplia sonrisa le saludó:

— ¡Hola, y gracias de nuevo!

— No tiene importancia. Me alegro de haber estado allí, porque con la caída te hubieras hecho bastante daño. El pavimento de Mijas es muy particular. ¿Puedo invitarte a un refresco?

Ella se le quedó mirando sonriendo. Sin querer sentía que las mejillas le ardían; a pesar de todo su genio, era tímida y deseaba rechazar la invitación pero, al mismo tiempo no quería rechazarla. Sin saber cómo se escucho decir:

— ¡Claro!

Una horchata fresquita, desheló todas las reservas. Sus hermanos la miraban desde lejos, asombrados de que entablara conversación con un extraño. Eso era muy raro en ella. Pero al mismo tiempo se la vía satisfecha, con lo que no se preocuparon demasiado y siguieron a lo suyos que era hacerse aguadillas

— Me llamo Alejandro y soy estudiante

— Yo Aera  y también estudio. Y como te he dicho estoy aquí por la boda de un primo hermano de mi padre

— ¡Qué curioso ? No seréis vosotros los parientes que esperaban de Corea ¿verdad?

— Pues creo que sí. Nuestro primo es Dong Yul y contrae matrimonio con Macarena

— ¡ Los mismos! Yo soy sobrino de la novia

— Y yo prima segunda del novio.

Las carcajadas de ambos muchachos llamaban la atención de los jóvenes que estaban más cerca. No podían ser más dispares: ella blanca como la leche, oriental. Y él de piel morena como todo él. Y entonces fue cuando la conversación derivó en la historial familiar de ambos, no sólo por extraña, sino por casual en ellos mismos coincidir de la misma forma que lo habían hecho.

Se despidieron al acercarse la hora de la comida. Aera se puso en contacto con sus padres que les esperaban para comer junto a los futuros contrayentes. De pasada, dijo que había conocido a un sobrino de Macarena y que estaba con él en un chiringuito de la playa, y entonces se escuchó la voz fuerte de Dong Yul diciendo:

— Dile que venga y coma con nosotros.

Ella interiormente se alegró. Le gustaba aquél muchacho español simpático y desenvuelto que por una casualidad casi serían parientes.  Aterrizaron en Málaga y desde allí, en un coche alquilado llegarían a Mijas, la ciudad a la que se dirigían. Tanto Dae como sus tres hijos, no dejaban de contemplar el paisaje que se abría ante ellos: un sol radiante, un cielo intensamente azul y una carretera serpenteante que les conducía a un pueblo totalmente blanco, en cuyas ventanas  estallaba, en contraste, el color rojo intenso de los geranios. Algunas de las casas tenían los marcos de las ventanas de color azul, tan azul como su cielo. A Dae le recordó Grecia. Ambos son mediterráneos y los griegos también estuvieron aquí.  ¿Habría algún pueblo que no llegase hasta estas costas?, pensó. Y contemplando la belleza por donde pasaban no le extrañó que así fuera.

Con la distancia que marca el tiempo y tras las añoranzas sentidas durante el viaje de avión, pensó que había sido el mejor viaje de todos cuantos hizo . Ni Rusia, ni Inglaterra, ni Estados Unidos... El mejor sin duda: España. Ella que, ahora estaba enfrascada en deshacer el equipaje, sobre todo los 

Tenía ganas de verles y saludarles. Sentía la corazonada de que ellas dos iban a congeniar muy bien. Al ser las dos hispanas, se entenderían a la perfección. Dae había hablado con su primo, anunciándole su llegada. Comerían juntos, así tendrían oportunidad de charlar con tranquilidad, ya que al día siguiente, al ser víspera de la boda, tendría miles de cosas que hacer, sobre todo los trajes que se pondrían en dos días para la ceremonia de casamiento de Dong Yul con Macarena.

El encuentro fue como esperaban: alegre, abrazo va y, abrazo viene... la presentación de ambas mujeres que como tienen por costumbre, se abrazaron y se dieron dos besos en las mejillas. Alba casi había olvidado ese saludo tan español, pero instintivamente lo recordó en cuanto vió acercarse el rostro de Macarena hacia ella.

El abrazo entre los primos fue afectuoso en extremo. Por unos instantes se miraron fijamente, para al final terminar en el abrazo.  A un lado, sonrientes, presenciando la escena, estaban los tres muchachos. La mirada de Dong Yul, se dirigió de inmediato hasta Aera que, sonriente avanzó hacia él abrazándole fraternalmente. Ese detalle le hizo respirar aliviado. Al fin la jovencita se había olvidado de él y sonrió complacido, cuando se dirigió a la novia y también la abrazó siguiendo la costumbre española que acababa de conocer. Alba también respiró aliviada, al ver a su hija radiante sin atisbo de nada de lo pasado.

Los adultos tenían mucho de lo que hablar, los jóvenes estaban ansiosos por ir a la playa, y las dos mujeres tenían que conocerse, ya que además de parientes, se verían con relativa frecuencia cada vez que viajaran a Seúl.

Y la comida la hicieron en uno de los muchos restaurantes que había en esa parte de la Costa del Sol, que no dejaba de sorprender tanto al padre como a los hijos.

Mientas los mayores hacían la sobremesa, los más jóvenes decidieron ir a la playa. Era tanta la euforia que se olvidaron preguntar donde estaba. Sólo conocían el nombre. Aera decidió volver al lugar de la reunión de los mayores y preguntar. Al entrar en el restaurante, tropezó accidentalmente con algo y estuvo a punto de caer, de no ser por losa brazos de un muchacho que la retuvo.

No sabía cómo darle las gracias. Estaba azorada no sólo por la visión del muchacho, sino por el tropezón. Le dedicó una sonrisa y entonces se dio cuenta de que tenía frente a ella un mocetón moreno, bastante moreno, seguramente curtido por el sol fuerte de aquellas tierras. Su pelo oscuro y brillante y sus profundos ojos marrones, rallando en negros. Una amplia sonrisa mostraba unos dientes blanquísimos, quizás en contraste con su piel. Ella se quedó sin palabras, con la boca abierta, hasta que al fin decidió agradecerle su ayuda.

Una vez se recompuso, le preguntó la dirección a la que iba y él le indicó que estaba muy cerca sonriendo ampliamente. Sus hermanos contemplaban la escena riendo al ver a su descarada hermana nerviosa y hasta sonrojada  por el tropezón dado, aunque ellos cuchichearon algo más que les hacía partirse de la risa. Al reunirse con ellos, enfadada les recriminó su conducta y que no fueran a ayudarla.

Al fin, ya estaban extendiendo su toalla en la playa. Los chicos retozando en el agua y ella mirando al horizonte perdida en sus pensamientos. al fin se decidió a darse un baño. Las aguas  estaban templadas en comparación con las de Corea. Entró despacio en ellas hasta que, al no hacer pie, se decidió a dar unas brazadas.

A unos veinte metros de ella estaba un guapo mozo que no la quitaba ojo de encima. La había reconocido, se trataba de la muchacha a la que había salvado de una caída hacía pocos minutos. Salvando la distancia que les separaba, en unas pocas brazadas se puso a su altura.

— ¡Hola!¿Estás bien?— la dijo para iniciar una conversación

Ella de momento no se dio cuenta que era su "salvador", dado que estaba sin ropa y con el frondoso cabello mojado, desfigurando un poco la imagen de no hacía tanto tiempo. No obstante le había reconocido y con una amplia sonrisa le saludó:

— ¡Hola, y gracias de nuevo!

— No tiene importancia. Me alegro de haber estado allí, porque con la caída te hubieras hecho bastante daño. El pavimento de Mijas es muy particular. ¿Puedo invitarte a un refresco?

Ella se le quedó mirando sonriendo. Sin querer sentía que las mejillas le ardían; a pesar de todo su genio, era tímida y deseaba rechazar la invitación pero, al mismo tiempo no quería rechazarla. Sin saber cómo se escucho decir:

— ¡Claro!

Una horchata fresquita, desheló todas las reservas. Sus hermanos la miraban desde lejos, asombrados de que entablara conversación con un extraño. Eso era muy raro en ella. Pero al mismo tiempo se la vía satisfecha, con lo que no se preocuparon demasiado y siguieron a lo suyos que era hacerse aguadillas

— Me llamo Alejandro y soy estudiante

— Yo Aera  y también estudio. Y como te he dicho estoy aquí por la boda de un primo hermano de mi padre

— ¡Qué curioso ? No seréis vosotros los parientes que esperaban de Corea ¿verdad?

— Pues creo que sí. Nuestro primo es Dong Yul y contrae matrimonio con Macarena

— ¡ Los mismos! Yo soy sobrino de la novia

— Y yo prima segunda del novio.

Las carcajadas de ambos muchachos llamaban la atención de los jóvenes que estaban más cerca. No podían ser más dispares: ella blanca como la leche, oriental. Y él de piel morena como todo él. Y entonces fue cuando la conversación derivó en la historial familiar de ambos, no sólo por extraña, sino por casual en ellos mismos coincidir de la misma forma que lo habían hecho.

Se despidieron al acercarse la hora de la comida. Aera se puso en contacto con sus padres que les esperaban para comer junto a los futuros contrayentes. De pasada, dijo que había conocido a un sobrino de Macarena y que estaba con él en un chiringuito de la playa, y entonces se escuchó la voz fuerte de Dong Yul diciendo:

— Dile que venga y coma con nosotros.

Ella interiormente se alegró. Le gustaba aquél muchacho español simpático y desenvuelto que por una casualidad casi serían parientes. 

Mientras las mujeres charlaban de sus cosas, los primos hacían recuento de anécdotas que, a lo largo de su vida, habían tenido juntos. Eludieron el tema de Alba y pasaron de puntillas por el de Aera. Ya todo había quedado en el diario de ambos como una anécdota del pasado. Ahora su vida estaba en España.

 

Volvería a Corea para que Macarena conociera su país, pero regresarían a España y allí establecería su hogar y probablemente traspasar su negocio hasta Mijas. No viajaría tanto y, si lo hiciera, sería con su mujer. Al fin había encontrado la estabilidad que había perseguido durante toda su vida y por nada del mundo la echaría a perder.

 A la pregunta de Dae si no echaría de menos Seúl, respondió rotundo:

   —Probablemente en algunas cosas, aquella siempre será mi patria, pero ahora voy a tener otra, en donde he encontrado mi lugar, No sólo porque mis padres vivan aquí, que también, sino porque tengo buenos amigos y nadie me mira extrañado por ser diferente, porque ellos no lo consideran así. Siendo buena persona y abierta, no hay motivo para sentirte extranjero. Eso es lo que me ocurrió cuando vine porque no terminaba de encajar en ningún lado. Y aquí, desde el primer día fui uno de ellos. Me invitaron a una cerveza y dejé de ser el guiri, para convertirme en  Dong, a secas, porque decían que el nombre completo era muy largo.  Son buena gente, simpática y cariñosa. Presta a hacer un favor si lo necesitas. Aquí no existen razas distintas, sino personas que han llegado y se han quedado. Somos un vecino más.

    Me alegro de tu buena acogida. Eres entrañable, así que algo de tu parte también habrás puesto.

 Y así siguieron con las tertulias por separado y, menos los chicos que estaban totalmente a lo suyo, los adultos, principalmente las mujeres, algunas veces intervenían en las confidencias de los primos.  Se les hizo casi de noche extrañados de que su sobremesa hubiera durado tanto, y Dong se lo hizo notar a su primo:

—Esa era una peculiaridad de los españoles, no tienen prisa si están a gusto con un tertuliano. Son capaces de sacar temas que ni siquiera puedas imaginarte, de los más dispares. Si, definitivamente he encontrado mi lugar en el mundo.

Dae le dio una palmada en la espalda aceptando complacido el bienestar encontrado en su primo. Habían hablado de su pasado en el que se mezclaron las imágenes de Alba y Aera. Ambos temas estaban ya superados y archivados entre las anécdotas.

Los jóvenes se habían marchado hacia tiempo para dar una vuelta. Alejandro se había ofrecido a enseñarles los rincones más típicos y pedido permiso para ir, por la noche a un lugar para jóvenes en el que había karaoke y algún conjunto musical desconocido que se ofrecía a animar la velada.

— En tí confío, Alejandro. Todos son menores y no desearía que se metieran en algún problema

— ¡Apaaa!—rezongó Aera con sus hermanos a coro.

Antes pasarían por el hotel a cambiarse de ropa. La joven estaba contenta y le agradaba el anfitrión que iban a tener. Había sido oportuno su tropezón que le hizo tener un amigo más. Con esmero se arregló buscando el vestido que más la favoreciera. Deseaba estar deslumbrante; nunca había tenido esa necesidad de gustar a alguien, ni siquiera cuando creyó estar enamorada de su primo segundo. Alejandro era diferente. No sabía porqué, pero lo era.


 


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