jueves, 20 de enero de 2022

Mundos opuestos - Capítulo 40 - Y comieron perdices

 Era una gran familia. No faltaba nadie, hasta los padres de  Dong Yul estaban , sentados al lado de sus hermanos, los padres de Dae. Todos hablaban al mismo tiempo. Todos reían, aplaudían. La parte coreana, tan comedida siempre, se contagió de la alegría y también reían y aplaudían a alguna ocurrencia de alguien. Se les notaba contentos y felices. Alejandro y Aera, no intervenían en las conversaciones. Con las manos enlazadas, se miraban fijamente, como si no creyeran vivir lo que estaba ocurriendo. Que todo había terminado y tenían ante ellos un panorama totalmente diferente. Ahora les tocaba agilizar todo.

— Nos casaremos en cuanto tengamos los papeles arreglados. Ya no me separaré de ti nunca más. Te quiero Aera y siempre será así. He tenido momentos de debilidad, en que estuve a punto de tirar por la borda todo nuestro sacrificio. Había días que me levantaba desmoralizado al echarte tanto de menos y me hacía la pregunta de que si merecía la pena tanto sacrificio. Pero ahora todo ha quedado en el olvido. Lo conseguimos y ahora en verdad es cuando comienza nuestra vida.

Aera no regresaría con sus padres a Seúl, se quedaría al lado de Alejandro, esperando impaciente la llegada de la documentación para poder unir sus vidas. El viaje de regreso a Corea, fue algo más triste, pero al mismo tiempo esperanzados, pensando en que al cabo de un mes aproximadamente, regresarían a España para el enlace de su hija con Alejandro.

 Tendrían   dos bodas: una en España y otra en Seúl a la que acudirían todas las amistades y asociados de la empresa. Sería una ceremonia con más etiqueta.

 Pero la que ellos habían deseado, la estaban celebrando en esos momentos en el juzgado de Mijas, con el acompañamiento de quienes verdaderamente les importaba: sus familias y algunos de los más íntimos amigos.

Ya eran marido y mujer, aunque no lo considerarían al completo, hasta la ceremonia budista en Seúl, con el protocolo de etiqueta debido.

— No tenemos más remedio — justificó Dae a Alejandro.

Al que le daba igual. Comprendía que debían guardar ciertas normas, no tanto por las costumbres del país, sino por  la deferencia hacia las amistades. Máxime siendo Alejandro un empleado, no solo allegado a la familia, sino además destacado y competente directivo.

No les importó demasiado. Lo que deseaban se cumpliría aquella misma noche, puesto que, aunque fuera en España, ya estaban casados legalmente.

Dos días después de la boda, el resto de la familia partiría rumbo a Corea. Los recién casados permanecerían en Mijas, recorriendo Andalucía como viaje de novios y disfrutando de su familia española, puesto que tardarían tiempo en volverles  a ver.

Alba echaba de menos a su hija. Poco a poco tendría que acostumbrarse a no tenerla en casa, a no preocuparse por sus enfados. Ahora tenía quién cuidase de ella y sería el primero en su vida para todo: como debía ser.  Ellos ya habían cumplido su misión como padres. Alejandro había tomado el relevo, aunque siempre podrían contar con ellos para cualquier problema que surgiera.

Aunque Dae no comentaba nada con Alba, le estaba resultando especialmente difícil no verla correteando por casa. Los portazos que daba a la puerta de su habitación cada vez que se enfadaba.

 Habían cubierto una etapa en sus vidas, pero aún les quedaban dos hijos por los que desvelarse, aunque para ellos, siempre sería  Aera su niña, la que por especiales problemas sería la preferida.

Como regalo de bodas, les habían comprado un chalet cerca de la vivienda de ellos. Tenían que acostumbrarse poco a poco a estar sin ella. Sus hermanos también la echarían de menos, sobre todo cuando se enfadaba y ellos la hacían de rabiar a propósito. Pero el tiempo pasa rápido y los chicos, transcurrido un tiempo más o menos largo, traerían a casa a alguna muchacha y ese sería el comienzo de una nueva despedida.

Dae reflexionaba sobre sus vidas y se daba cuenta que había pasado demasiado rápido cuando debía haberse ralentizado ahora que todo estaba en orden. Sin embargo en la época en que buscaba a su mujer, los días, los meses, parecían eternos en sus escapadas a España.
 Después de reflexionar, abría los ojos y Alba estaba allí, como siempre. Riendo con algún programa de televisión, unas veces y, otras leyendo mientras él apuraba un café después del trabajo. No había podido elegir una mejor compañera  para la vida. Las dos culturas, tan opuestas, tan diferentes, se habían confabulado para que ellos se reunieran y crearan una nueva generación con lo peor y lo mejor de ambas. Tendrían su propia personalidad y cuando llegasen los nietos, de nuevo la estirpe se renovaría con otra sangre. En el caso de Aera, con más sangre española  que, sin duda influiría en sus descendientes. Pero no importaba; era sangre de excelente calidad, la de ambos. Entornaba nuevamente los ojos y escuchaba el silencio existente en la casa. Los chicos estudiando cada uno en su cuarto y ellos allí, cogidos de la mano, inseparables.

Repasaban los recuerdos que, a los dos, llegaban a su memoria, y sonrientes comentaban las anécdotas que de ello se desprendía. Los primeros pasos, la primera vez que asistieron a la guardería... Todo estaba demasiado cercano, aunque los años hayan pasado. No se sentía viejo, pero sí nostálgico.

Veía a sus padres con el cabello blanco, plateado y, sobre todo cuando fijaba la mirada en su padre, en ese enérgico hombre que estuvo a punto de dar al traste con su matrimonio y, sin embargo ahora cada vez que Alba no va a visitarles o no llama por teléfono se desplaza hasta la casa para comprobar que está bien, que no ha contactado con él por alguna circunstancia.

—Es una buena chica—decía a su mujer. Ella sabía a quién se refería: Alba. Ya nadie hablaba de sus primeros tiempos al conocerla. En verdad habían ganado una hija. Pero también un nieto. Alejandro se había hecho con el  corazón de todos.

Hacía seis meses que se habían casado y celebrado su segunda boda. Asistieron los amigos de Dae y sus más directos colaboradores, ya que Alejandro acababa de llegar . Resultó una ceremonia espléndida, pero bastante más fría que la que tuvieron en Mijas.  Todo ello lógico, pero estaban tan contentos que a todos saludaron agradeciéndoles su asistencia. Y por fin, comenzaron su vida normal. Ya habían cumplido con todos los trámites requeridos de protocolo. Ahora ya todos les conocían y sabían del parentesco con Dae.

Pasada la luna de miel, se establecieron en su nuevo hogar. Se les veía exultantes de felicidad. Todas las noches, llamaban por teléfono a Alba, ya que a Dae le veían en la oficina. Cada uno de ellos en los distintos departamentos en los que trabajaban, siempre tenían algún contacto con su padre, pero a Alba la veían sólo, el fin de semana.

 Pese a su parentesco con el director general, nadie les miró con recelo, al contrario la buena camaradería existía en todos ellos. Alejandro descargó un montón de trabajo a su suegro . En las reuniones de accionistas, destacaba por su brillantez al explicar un mejor funcionamiento en cualquier departamento y era aplaudido por ello. Se había ganado la confianza del consejo de administración y por tanto la satisfacción y el orgullo del suegro.

Se solían reunir los tres en la cafetería para tomar un café, siempre que el trabajo les permitiera perder veinte minutos. Durante ellos charlaban de cualquier cosa menos del trabajo. Para eso tenían sus despachos, pero en el tiempo de descanso, lo dedicaban a eso, a descansar, para de este modo, seguir teniendo brillantes ideas y mejoras.

Todos los domingos se reunían todos a comer, incluidos los abuelos, que no podían faltar. Alejandro, poseía el buen humor y gracejo andaluz que hacía reír al abuelo y hasta les enseño algunas palabras del español. Todo marchaba bien y normal entre una familia bien avenida.

En el menú de esas comidas se mezclaban ambas nacionalidades. Alba echaba de menos España, pero estaba muy agradecida a Corea porque había sido su segunda patria . Allí habían sembrado y recogido buena cosecha con sus hijos y con su familia. Sus suegros se habían convertido en los padres que tanto había echado de menos cuando la vida les pasó factura. Todos cedieron de su terreno para que todo funcionase como debía, y el resultado no podía ser mejor. 

Y fue en una de esas comidas dominicales, cuando el joven matrimonio les dio la noticia.

—A mediados del próximo año, seremos uno más en la familia.

Al principio hubo un silencio mirándose unos a otros, hasta que cayeron en la cuenta de que se referían a que Aera estaba embarazada. Una nueva rama en el gran árbol de la familia Min Ho. ¡ Iban a ser abuelos! Dae emocionado, estaba a punto de llorar. Su niña, su princesa, iba a traer al mundo una criatura, y como si de una película se tratara, por su memoria pasaron las imágenes del refugio, cuando, al ver una cuna de bebe, creyó que Alba le había sido infiel.

Le parecía mentira que aquél bebe estuviera esperando el suyo propio. Que su familia, en un principio de tres personas. hubiera aumentado y seguía . Con tropiezos y dudas, a pesar de todo, lo habían hecho bien. Y de nuevo se dijo: ¿ Cómo hubiera sido todo, si no llego a dar la vuelta para recogerla?".

Instintivamente, siempre que pensaba en ella, volvía su mirada hacia Alba, que ajena a los pensamientos de su marido se reía de algún chiste o gracieta que comentara Alejandro con el abuelo. Cuando naciera el bebe, tendrían que numerar a los abuelos, porque se juntaría con tres. Esa misma noche, al llegar a casa, llamaron a España para hablar con los otros abuelos que vivían al otro lado del mundo.


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