jueves, 20 de enero de 2022

Mundos opuestos - Capítulo 39 - Soñar despierto

 No sin discusiones, enfados, reconciliaciones, llantos y miles de perdones, transcurrió el tiempo y, tanto Alejandro como Aera, demostraron a todos que, lo que habían asegurado desde el primer día de su relación era firme y duradero. Estoicamente habían aguantado esos dos cursos hasta la finalización de los estudios de él.

Se habían visto únicamente en las vacaciones de verano en que unas veces viajaba Aera hasta Mijas y otras era Alejandro quién hacia el viaje inverso. Aera se hospedaba en casa de Macarena y  Dong Yul, que seguían viviendo su luna de miel cuarentona. Por el otro lado, y  expreso deseo del abuelo, Alejandro vivía en casa de los padres de Dae. Se habían acostumbrado a tratar con la juventud y además Alejandro demostraba tener carácter emprendedor, algo que gustaba mucho al señor Min Ho. Le veía como futuro integrante de la empresa familiar.

— Así tendré oportunidad de vigilar al muchacho y conocerle más — es lo que había dicho el abuelo como excusa, para espiar al muchacho.

¡Quién iba a decirle que cuidaría de su familia! Porque efectivamente quién se uniera a "su" niña, sería bien recibido en esa casa.

Ambos enamorados hablaban a diario, exceptuando en épocas de exámenes en que se sacrificaban para no distraerle. Se jugaban mucho en ello. Pero ya habían terminado y con media de sobresaliente tanto los cursos de las dos carreras como la licenciatura. Había llegado el descanso y de hacer  planes. Por Aera, se había sacrificado, porque a medida que el tiempo pasaba, se sentía más unido a ella. Habían superado con creces las pruebas a las que se sometieron. Ella como pronosticó, no entró en la universidad, pero, al igual que Alejandro, era inteligente y puso todo su empeño en el trabajo que su padre le había encomendado. trabajaba en su empresa y allí también lo haría Alejandro en un puesto cercano a su futuro suegro.

Ambos padres estaban muy orgullosos de ellos. Merecían todo lo bueno que les pasase. Alba sabía los sacrificios que había hecho su hija, y las noches de llanto que tuvo cuando alguna discusión no se solucionaba en el momento. Era difícil zanjar un desacuerdo a miles de kilómetros de distancia. Siempre era él quién hacía la última llamada si es que no había reconciliación por cualquier disputa que surgiera. Y es que estaban nerviosos planeando su re encuentro. Lo que ignoraban era que sus padres les tenían preparada una sorpresa: irían a España para presenciar la entrega de las licenciaturas. Irían todos,  la familia al completo, así los abuelos también verían a sus hermanos residentes desde hacía tiempo en España.

Cuando faltaban un par de días para la partida, llevado en secreto con Dae,  Alba quiso dar una sorpresa a su hija y, la  dijo:

— Aera, ve preparando la maleta. Pasado mañana salimos rumbo a España. Estarás presente en la entrega de los  títulos de Alejandro. 

No se lo podía creer. Lo tenían todo organizado entre ambos padres, pero ellos lo ignoraban. Sobre todo Alejandro, que ignoraba  el regalo que les habían preparado. Se verían después de las últimas vacaciones de verano; habían transcurrido varios meses y su impaciencia era grande, precisamente por ser el fin de su distanciamiento. Aunque no comentaban nada, tanto uno como el otro, hablaban sobre  lo que les gustaría que ella estuviera presente en la entrega del diploma, pero no trascendía su deseo más que de ellos, para no entristecerles. Lo que no sabían era que ambas familias lo estaban preparando todo para reunirles.

Macarena y Dong Yul,  formaban parte del engaño, porque también estaban encantados de que, aquello que comenzó como un juego, se fraguara en una relación firme y segura. Nadie les concedió el beneficio de la duda y pensaban que su relación duraría tan sólo unos días, una vez que estuvieran alejados uno del otro. Pero no fue así. Resistieron todo los vendavales que las discusiones de un noviazgo a distancia se hicieran enormemente grandes. Pero que en ellos, no pasaba una noche sin que hicieran las paces. Tenían que demostrar a todos que su amor era verdadero y para siempre.

Y de esta forma la pequeña familia al completo, se subieron al avión rumbo a España. Unos emocionados por lo que representaba para su hija y para ellos mismos. Los otros por ver a sus hermanos desde hacía tanto tiempo sin a penas contacto. De paso conocerían el país de su nuera, o mejor de su hija, porque la palabra "nuera" no encajaba en ella y sobre todo  al abuelo no le gustaba. Se había hecho incondicional de Alba.

Si ya era largo el viaje, para Aera resultaba interminable. Pensaba en la sorpresa que le daría, ya que no le había dicho nada de la presencia de todos en la ceremonia de entrega de sus títulos. Ese sería el regalo de graduación. Sería el punto final de su alejamiento y el comienzo de su vida. Se casarían en cuanto estuviera establecido en un trabajo y encontrado una casa en donde vivir. El trabajo ya lo tenía en la empresa familiar, junto a Dae y la que sería en un corto espacio de tiempo su esposa.

Habían esperado mucho tiempo. Habían sacrificado el no verse pero, ahora tenían la compensación de todo lo pasado.

Aera, con los ojos cerrados, fingiendo dormir, evocaba cómo sería su presencia y la sorpresa que se llevaría al no imaginarlo siquiera.

Atrás quedaban los días  y los meses interminables que habían vivido alejados. Mirando el calendario y su lentitud en que sus hojas pasaran.  Ahora ya no importaba; no volverían  a separase nunca y ahora todo sería más llevadero y más ilusionante cuando comenzasen a preparar su nidito de amor, cerrando de esa manera la etapa de noviazgo para entrar en la de mayor compromiso como sería preparar su matrimonio.

Mientras tanto, Dae le iría presentando a los accionistas en una reunión especial a tal efecto. Ya tenía su despacho junto al de quién sería su suegro. Sería también su consejero y ayudante. Le descargaría de trabajo y de este modo tendría más tiempo para disfrutarlo con Alba.

Todo estaba muy pensado. Había llegado el momento de compartir la vida con la otra persona que era parte de él. Alejandro le reemplazaría  cuando hiciera algún viaje. No pensaba en retirarse puesto que aún era joven, pero sí descansar un poco y repartir el trabajo con su yerno, hasta que sus otros hijos terminaran de estudiar y se integraran en él.  Pero para eso faltaba mucho tiempo. Necesitaba disfrutar de su mujer sin preocupaciones empresariales. Hacer un largo viaje en compensación al que no hicieron de luna de miel. Lo prepararía con tiempo y en secreto para que nada fallase y todo resultara perfecto.

Al fin Aera concilió el sueño, probablemente rendida por la emoción. No necesitó contar corderitos, sino simplemente, trazar en su cabeza un plan de ruta a seguir a partir del momento en que Alejandro, con sus títulos bajo el brazo, pidiera la mano de ella. Sonreía levemente, evocándolo. Desde hacía tiempo llevaba haciéndolo, pero ahora no era un sueño, sino realidad.

Tras la primera escala en Frankfurt, su nerviosismo aumentaba. En tres horas máximo pisarían el suelo de España. Imaginaba la sorpresa de Alejandro al verles a todos, aplaudiendo al recibir los títulos. Nadie más que ellos sabían de los sacrificios que habían hecho. Pero todo eso quedaba atrás. ¡Al fin se cumplirían sus sueños! Que no serían tales, sino una realidad, un despertar del letargo, feliz y enamorados. Firmes como una roca, defendiendo a capa y espada lo que con tanto trabajo llegaba a su fin.

Desde España, los padres de Alejandro había reservado mesa en el mejor restaurante de Mijas. No sólo como premio a la licenciatura, sino por el estoicismo de la relación con tantos inconvenientes llevada a cabo. Estaban orgullosos de su hijo. Había demostrado que era un hombre de ley, correspondido altamente por su novia, una preciosa chica que no le faltaba de nada y, sin embargo le había elegido a él para compartir sus vidas. Lo único triste de lo que vendría, sería la ausencia del hijo, pero ellos, en vacaciones viajarían a Corea.
Fueron a recogerles al aeropuerto. Se hospedarían en el mismo hotel de la primera vez que vinieron. Alejandro se mostraba nervioso, impaciente. No veía el momento de reunirse con Aera, ignorante de que allí mismo llegaría no solo su prometida, sino la familia al completo. Le extrañaba que cuando la llamaba por teléfono no atendiera la llamada, hasta que por fin en su escala en Alemania, pudieron hablar.

—¿Dónde estás? Se escucha mucho ruido

— Estoy en la cafetería. Se me ha hecho un poco tarde y no puedo entretenerme mucho

— No sé. Te noto muy extraña.

— Estoy nerviosa y deseando verte. ¿Cuándo llegas a Seúl?

— Pronto, mi amor. Muy pronto.

No sabía que ese mismo día podrían abrazarse y todos sus sueños serían reales. Costaría contener  a la joven novia para no ir desde el aeropuerto directamente hasta la casa de su novio. Primero instalarse y, después acudir al paraninfo en donde sorprendería a Alejandro. Lo que menos esperaba el joven era recibir ese premio añadido. Se acabaron las esperas, las dudas, las discusiones por teléfono. A partir de ese día, todo podrían solucionarlo frente a frente.  Se pellizcaba en el brazo. Quería saber si todo era un sueño. En realidad ese viaje, sería un premio para ambos, por su paciencia y seriedad. Había sido un camino difícil de recorrer pero, al final, había llegado a la meta con la medalla de oro.

Nerviosos los licenciados, aguardaban en una habitación a que fueran anunciados para recoger sus títulos. Alejandro estaba impaciente. Deseaba que llegase ese momento y, a la vez que pasase de una vez. Ansioso por tener el título en sus manos. Ese título que tantos sacrificios había costado. En cuanto llegase a su casa, llamaría a  su novia y la explicaría con todo lujo de detalle cómo se había desarrollado el evento.

Estaba impecablemente vestido con un traje gris oscuro, camisa azul y corbata del mismo color más oscura. No podía quedarse quieto. Recorría la sala de un lado a otro. Palpó el bolsillo de su chaqueta para comprobar que no hubiera olvidado el teléfono. No, allí estaba. Sentía la tentación de llamarla por teléfono, pero se contuvo dado que, los ujieres estaban recibiendo el protocolo. Daría comienzo la ceremonia de un momento a otro.

En la sala, todos sentados y en silencio, aguardando expectantes que alguien saliera, pronunciara un pequeño discurso y diera, por fin, el comienzo de la ceremonia. Aera no paraba quieta en su asiento, a pesar de las recomendaciones que mama Alba la diera para que estuviera tranquila.

— Déjala que disfrute — la decía Dae, reprendiendo a su mujer.

Sabía, es decir, imaginaba el sacrificio que estaba haciendo para no levantarse de la butaca y gritar el nombre de Alejandro para que, donde quiera que estuviese, supiera que ella no estaba en Saúl, sino allí mismo esperando orgullosa que tuviera su título entre las manos. Y abrazarle como recompensa de su paciencia y amor demostrado.

Se apagaron las luces de la sala y se encendieron las del escenario en donde, en fila, cada uno de ellos tomaría un asiento indicado. Aera sintió la tentación de levantarse y llamar su atención en cuanto le vio. Pero la mano firme de Alba, la retuvo quieta.

—¡Qué guapo está!— dijo en voz baja, mientas su madre sonreía y la apretaba la mano cariñosamente. 

Para los padres de Alejandro, también era un orgullo. Había cumplido con lo prometido y sabido conservar el amor de la chica que se sentaba a su lado. Todos habían desconfiado de ellos, pensando que los jóvenes eran alocados y que no pensaban más que en divertirse. Pero la calidad de ellos dos, habían dado al traste con ese pensamiento.

Todos de pie, aplaudían entusiasmados cuando, Alejandro estrechaba la mano del decano aceptando el diploma que acreditaba que era economista y empresario. Se giró para saludar a los asistentes y, entonces fue cuando vió a su familia. A todos, hasta los abuelos coreanos y entre ellos destacaba Aera que se llevaba un pañuelo a los ojos, incapaz de contener su emoción.

¡ Como quería a esa diminuta mujer aún tan joven! Nadie daba un dólar por esa relación, pero supieron demostrar que, el verdadero amor es capaz de derribar las murallas de Jericó, y ellos las habían tenido grandes, altas y fuertes. Pero al fin cayeron todas. Se fundieron en un apretado abrazo cuando la ceremonia hubo terminado. Nunca hubiera imaginado que su familia coreana, incluso los abuelos, se desplazaran desde tan lejos para presenciar su licenciatura, pero ahí estaban todos, sin faltar ninguno. Hasta sus futuros cuñados aplaudían frenéticos.


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