lunes, 6 de diciembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 14 - La madeja enredada

 Terminado el plazo dado por el padre, Dae se vió nuevamente metido en el avión que le conduciría a Seúl. Se hacía a la idea de que, de ahora en adelante esa sería su vida, hasta que algún día la encontrara. No renunciaría a ella. Nunca. La quería ahora con más fuerza, quizá sabiendo que muy probablemente la había perdido, pero no se daría por vencido. Tenía toda la vida por delante hasta conseguirlo. Y algo, dentro de él, le impulsaba a no abandonar. En algún rincón estaría viviendo y ese lugar lo encontraría con la ayuda de los detectives que, tenían la orden de contactar con él a diario, estuviera donde estuviera.

Impaciente debía aguardar hasta la escala en Alemania,  para llamarles a ver si por fortuna hubieran encontrado algún resquicio, por pequeño que fuera, que les condujera hasta ella. Hizo esa llamada impaciente, pero al colgar todo seguía como horas antes. Cada vez que ellos o, él mismo, contactaba con la agencia, latía fuerte su corazón pensando que probablemente, ese sería el día, el momento de recibir algún rayo de esperanza, pero hasta ese momento, no se había producido.

Cada vez hacia la llamada con más pesimismo, hasta hacerlo mecánicamente y sabiendo que la respuesta sería la misma de siempre. Hasta que llegó un momento en que les dio la orden de que le llamaran únicamente cuando supieran algo, por nimio que fuera, pero si no hubiera novedades, que no lo hicieran.
Le costó mucho, anímicamente, hacerlo, pero debía ir abandonando la esperanza ansiada de encontrarla, aunque le fuera en ello el alma. Si no quería ser encontrada, había pocas esperanzas de lograrlo

Pero... ¿ Qué hacer con su vida? Seguía casado, con un matrimonio válido tanto en Corea como en España. Tampoco había orden de divorcio por ninguna de las dos partes. Era como vivir en el limbo y que ninguno de ellos recuperaría su vida, al menos legalmente.

Las presiones de su padre fueron aflojando, quizá esperanzado de que, quizás algún día,  llegue a olvidar  esa mala experiencia. Pero se equivocaba, porque su carácter había cambiado desde ese suceso. Ya no era el chico alegre y bromista; ahora estaba siempre ceñudo y evitaba hablar del tema, incluso con su madre. Ella le comprendía perfectamente y en silencio, también sufría por él. Verdaderamente amaba a su mujer y la echaba de menos. Hizo todo lo posible por localizarla, pero ve tu a saber dónde se había metido para estar ilocalizable. En algún remoto lugar de España o quizá del extranjero. Su hijo debía  hacerse a la idea de una vez de que ella no volvería con él.

Y pasaban los días, las semanas y los meses sin que nada alterara el panorama. Llegó Navidad y ese día cenó con sus padres, pero no deseaba estar  presente en la reunión que harían después con sus amigos más allegados, entre ellos la hija de uno de sus mejores amigos: Kyon y también uno de los más importantes accionistas. Seguro que sus padres siempre pensaron que él y Eun Ji, se convertirían, algún día, en algo más que amigos. De ahí el enfado terrible del señor  Min Ho al conocer que regresaba casado con una española.

Les habían sentado juntos, con toda intención, para     ver si al menos, ellos se entendían. Pero muy lejos de ello, Dae tenía su pensamiento a muchos miles de kilómetros de allí. Permanecía serio y sólo contestaba a las preguntas de ella, que a duras penas encontraba temas en el que interesar a su compañero de mesa. 

Estaba resentido con sus padres, porque sabía la intención con que lo habían hecho. Todos eran mayores, excepto ellos dos. No tenía nada en contra de la muchacha, que era muy bella y, además se conocían desde pequeños. Pero él ya había elegido a su media naranja y aunque no estuviera presente físicamente, si lo estaba en esencia, en su cabeza, en su corazón, impidiéndole ser cortés y amable con aquella chica que ninguna culpa tenía de que las cosas surgieran de esa forma. 

Tomarían el café en un salón contiguo al comedor. Los hombres hablarían de sus negocios y las mujeres de cualquier cotilleo de alguna conocida.
 Eun Ji y Dae se sentaron en un sofá alejados de las conversaciones de sus padres. A Dae le dolía la cabeza, sin duda por la situación tan violenta que le habían obligado a mantener, aún a sabiendas de que, no tenían nada que hacer. En un momento dado, él decidió escuchar la conversación que ella mantenía en un monólogo consigo misma y, al mirarla, se detuvo en su rostro, en su bellísimo rostro. Mentalmente su imaginación comparó los  de ambas mujeres, tan raciales, ambas, pero tan distintas. Y comprendió porqué se había enamorado de Alba y no de Eun Ji.

Ambas eran bellas, pero muy distintas, de largo. La coreana era un calco exacto de su madre. Buena conversadora, pero con un relato poco interesante; lo justificó porque, al igual que él, vivían en un círculo cerrado, del que salía tan sólo para conocer a algún pretendiente favorable para los negocios de familia. Y fue ella precisamente, quién le dio a entender de que estaba al tanto de su aventura española

Probablemente el licor y el champán, soltó la lengua de ambos. Él necesitaba encontrar a alguien de su edad que comprendiese lo que estaba sintiendo por no tener a su mujer a su lado en unas fechas tan señaladas como las que vivían. Ellos eran católicos, a su manera, pero celebraban las festividades de esa iglesia. Ella le comentó que se había fijado en un empleado de la empresa de su padre, algo sin importancia, pero ya habían salido un par de veces a comer fuera de casa, y la gustaba el trato cordial con él.
Dae confesó que seguía enamorado de Alba y que estaban viviendo una difícil situación por culpa de sus padres. Necesitaba que alguien escuchara sus preocupaciones y sus lamentos y lo encontró aquella noche y en esa chica, de la que nunca imaginara fuera su confidente.
Eran de la misma edad, por tanto se entendían a la perfección. Muy a su pesar, al despedirse aquella noche, se vió obligado a salir a cenar otro día con ella. Algo que astutamente Eun Ji, había provocado adrede. Había descubierto que era guapo, interesante, y tenía el ánimo dispuesto a recibir consuelo de todo aquel que tuviera ocasión de brindárselo y ella, estaba dispuesta a ello.

Pasaron las navidades y ninguna novedad había alterado el panorama sentimental y tenso que Dae mantenía consigo mismo. Dejaba transcurrir el tiempo, simplemente, abandonada ya la esperanza de encontrar a Alba. Los detectives fueron despedidos, en vista de las infructuosas gestiones sin encontrar su cometido. Todo iba volviendo a su ser. Todo, menos la vida sentimental de Dae, que, al contrario estaba cada vez más nervioso y amargado. Su fracasado amor no le dejaba vivir, y eso hacía que no terminara de desechar la idea de que quizás algún día la recuperaría.

Y pasó el invierno y volvió la primavera. La gestión de Dae en la empresa estaba resultando todo un éxito. Se volcaba en ella totalmente ya que, ninguna otra ilusión colmaba su vida. De vez en cuando, bastante esporádicamente, más por cumplir que por otra cosa, salía a cenar con Eun Ji, pero sin ánimo de ir más allá.

Una de las muchas noches en que no podía dormir y, dándole vueltas a su cabeza, vino a su memoria una idea. Se tomaría una vacaciones y regresaría de nuevo a España, pero esta vez  por él mismo. Había desistido de buscarla. Recordó  que algunas de las conversaciones del principio de su aventura hacia Compostela, Alba había comentado al grupo de turno, que muchos peregrinos recorrían El Camino, más para reflexionar sobre su vida, que por cualquier otro motivo. ¿Por qué no hacerlo él? Tenía que tomar una determinación sobre su vida. Las sutiles presiones paternas, cada vez eran más a las claras y él no podía vivir eternamente de esa forma. Decidió hacer la misma ruta de entonces. Era como recuperar nuevamente el recuerdo de ella y, aunque le hiciera daño, sería una forma de cerrar las heridas y, poner punto final a esa etapa de su vida que había resultado un fiasco , unas ilusiones totalmente baldías. Y se preguntaba:

— ¿Alguna vez ella habrá pensado en mi ? No seas iluso. De haberlo hecho hubiera regresado en lugar de esconderse sabe Dios dónde. Definitivamente he de cerrar esa dulce y amarga etapa de mi vida.


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