sábado, 11 de diciembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 15 - Un nuevo rumbo

 Hemos de retroceder  hasta el día de la llegada de Alba nuevamente a España.  Permaneció en la pensión que le recomendara el taxista de Barajas, durante un par de días. Contaba y recontaba el dinero y apuraba al máximo los gastos. Apartaba  el pago de la pensión y con el resto tendría que vivir hasta encontrar un trabajo. Se dirigió hacia sus antiguas  oficinas, pero su plaza había sido cubierta y de momento  no podía hacer otra cosa más que esperar a que alguna se quedara vacante, cosa que no se podía permitir. Pidió que la dieran un mapa de la ruta que ella hacía habitualmente y con el corazón hecho trizas, salió de allí. Miró a su alrededor y aunque todo estaba precioso y el bullicio de la gente invitaba a pasear, ella se dirigió a la pensión,. Por bonito que fuera el entorno, ella no tenía ganas de mezclarse con la gente, sino de estar sola y pensar en qué camino tomar, porque algo tenía que hacer y rápido.

Siguiendo con uno de sus dedos la trayectoria que había trazado en el plano, de lo que fuera su ruta, se detuvo en un lugar determinado. Allí conocía a la dueña que regentaba ese refugio de caminantes. Hasta en varias ocasiones habían establecido alguna que otra charla. Ángeles, se llamaba y, en verdad que lo era. Humana, amable, compasiva y entrañable. Habían establecido una pequeña amistad desde que hacían parada en su refugio. Allí iría. Estaba lo suficientemente lejos y escondido para refugiarse allí y no saber nada del mundo. La ruta de los Montes Torozos era un lugar extraído de la edad media, alejado de Valladolid, pocas gentes sabían de ese lugar de ensueño, de paz y recogimiento con mucha historia a su espalda, pero también alejado suficientemente de la ruta convencional. Allí iría a parar, y en la soledad del campo encontraría la paz anímica y moral que necesitaba.

No se dio cuenta de que al tiempo que lo pensaba, lloraba evocando el rostro de Dae. Le quería rabiosamente pero lo suyo había sido uno de los muchos cuentos de jovencitas que se enamoran y sufren lo que no estaba escrito porque su amado no la quería de la misma manera. Al llegar a este punto, no pudo seguir, porque la figura esbelta, poderosa de Dae, se agrandaba ante ella sin poderlo evitar. Daría cualquier cosa por saber lo que había sido de su vida. Seguramente  no tardaría en tener  otra mujer . Tramitaría su divorcio rápidamente, una vez que había quedado demostrado que no la quería lo suficiente como para atarse a ella de por vida. Le iba a ser muy difícil dar con ella, de manera que tendría que demorar su posible boda si es que encontraba a otra mujer y se enamorara de nuevo. Estaba segura de que así sería, toda vez que era un hombre guapísimo con una situación envidiable. Estaría rifadito entre todas las casaderas de la buena sociedad de Seúl.

Al llegar a este punto, no pudo más y rompió a llorar desconsoladamente. No podía evitar lamentarse de su mala suerte. Ella le había entregado su vida entera sin pedir nada a cambio, pero sabía que  pertenecían a mundos opuestos en costumbres y creencias y, aunque él fuera de otra generación, no contaron con que sus costumbres las tenían muy arraigadas y ella era más abierta, más liberal, no pertenecía a ese mundo tan interesado de los dineros, en que unos se casan con otros  de la misma posición para así incrementar el capital de ambas familias. ¿ A quién elegiría Dae?  En el poco tiempo en que habían estado juntos, nunca la mencionó a ninguna otra mujer, ni siquiera que hubiera estado enamorado en la universidad. Seguramente como una delicadeza hacia ella.

Tenía todo dispuesto para emprender la marcha. Ya sólo le faltaba sacar el billete para Valladolid y desde allí encontrar el modo de desplazarse hasta  los Montes  Torozos, en donde haría la parada definitiva.

Se dama lástima así misma. La situación que tenía era límite. Unas ganas de llorar atroces, agarrotaron su garganta. Cómo había dado lugar a verse en esa situación. Había estado loca enamorarse de un desconocido y además que vivía a miles de kilómetros de ella. ¿ En qué pensaba? Pues ni más ni menos en él. El amor es ciego y, una vez más el dicho se había hecho realidad.

Sentada en el suelo, ordenaba lentamente sus pertenencias en la pequeña maleta. Prácticamente todo lo que poseía entraba en ella. Miró su anillo de casada y rompió a llorar desconsoladamente, al tiempo que una mano estrujaba su estómago provocándola una arcada que subía hasta su garganta. No había comido nada desde el día anterior:

— No tengo nada en el estómago. Pero tampoco me apetece nada. Terminaré rápidamente con lo que estoy haciendo y me meteré en la cama. Si con suerte me quedara dormida, mañana, cuando parta para el nuevo destino, estaré más tranquila.

Pero no fue así. Nuevamente las arcadas se repitieron que la obligaron ir rápidamente al pequeño aseo que tenía dentro de la habitación. Las arcadas eran secas, lo que hacía que el estómago se le retorcía al estar desocupado. No tenía fuerzas ni para vomitar la saliva de su boca.  El llanto se incrementó al sospechar a qué se debía ese malestar tremendo que sentía.

— No puede ser. Es muy pronto. A penas lo hemos hecho. Por favor, por favor. Ahora no. Todavía no.

Pero si lo era. Lloró toda la noche sin poder conciliar el sueño. ¿Qué es lo que debía hacer? Cogió el móvil y pulsó el número de Dae, pero no se atrevió a marcar. Él no se había preocupado de ella en todos estos días, no le daré motivos para más problemas. ¿ Por qué no atendió sus llamadas? Estaba en el avión y no podía. Pero tampoco había insistido. Obviamente, desconocía la decisión que él tomara nada más saber que se había marchado.

Y con ese equipaje de preocupaciones, llegó a su nuevo destino. Precavida, antes de salir de Valladolid, compró una barra de pan. La comería por el camino que sería largo, casi de unas tres horas. No había cenado ni tampoco desayunado, así que mirando al cielo, imploró que no la dieran las temidas arcadas, mientras viajará en el autobús.  La dejó en la plaza mayor del pueblo  tras el largo trayecto. Nada había cambiado, todo seguía en el mismo lugar. Las mismas casas, las mismas gentes sentadas al sol a la puerta de la única taberna.   En esos lugares mágicos, el tiempo se detiene a disfrutar de la paz y la tranquilidad que en las ciudades nos vuelven locos, y en esos sitios, al contrario, son remanso  de paz. Aunque a ella le pareciera que habían pasado siglos, no era así; sólo habían transcurrido unos cuantos  días.
 Dió unos pasos, avanzando en dirección al refugio que se encontraba algo alejado del casco urbano. ¿Seguiría siendo Ángeles,  aún la dueña? Cuando estaba a menos de dos metros de la entrada, salió la citada señora. Al verla, la recordó perfectamente, no en vano se veían en el transcurso de alguna excursión con relativa frecuencia, aunque en la última no pasaran por allí. . Abrió sus brazos y se dirigió hacia ella. Alba soltó la maleta en el suelo y, al sentir el calor de esos brazos, rompió a llorar nuevamente. Tenía el ánimo muy sensible debido a su estado. Tendría que consultar al médico una vez que estuviera establecida, para averiguar de una vez si se trataba de nervios, o de un embarazo.

Después de saludarse efusivamente, entraron en la casa y, la buena mujer la preguntó por su presencia allí. Le extrañó ya que siempre había acudido al refugio con alguna excursión de peregrinos. Lo más discretamente posible y omitiendo bastantes detalles, la dijo que tenía necesidad de un descanso y se le había ocurrido aquél, ya que era tranquilo y alejado de todo bullicio. Ángeles guardó silencio durante unos instantes dando por suficiente la explicación, aunque no la convenciera. Tenía la suficiente experiencia en el trato con la gente para saber cuando tenían algún motivo para buscar un refugio en tan remoto lugar. Sería su especial andadura de su especial Camino. No insistió más, y desvió la conversación con anécdotas divertidas, de esas que no faltaban en cualquier viaje.  La llevó hasta su habitación, que no sería como la que brindaba a los peregrinos de una sola noche, sino que la de ella estaba en la parte más familiar, más cómoda y amplia. Presumía que la estancia sería de bastante tiempo, aunque no comentó nada más.

Era una habitación sencilla, pero a la vez tenía todas las comodidades que podría requerir. En el frontal de la pared había un gran ventanal que daba al campo y como fondo los montes verdes y maravillosos. La cama a un lado con dos mesillas de noche encima de las cuales habían sendas lamparitas y en una de ellas un reloj eléctrico que marcaba la hora.  Frente a la cama una cómoda y  un tocador, ahora libre  para que en él pudiera poner lo que quisiera. Y  al lado derecho otra puerta que daba entrada al pequeño cuarto de baño.  Todo estaba impoluto, como si la estuvieran esperando. Era el cuarto de huéspedes del refugio, destinado únicamente a los familiares o amigos íntimos de Ángeles, la dueña y gerente del negocio.

Alba lo repasó todo con detenimiento y satisfecha por la estancia que sería su hogar no sabía por cuánto tiempo. 

— Te dejo para que te instales. Estás en casa. Si necesitas algo llámame, ese botón a la cabecera de la cama conecta con recepción. Descansa ahora. Tienes mala cara y se te ve cansada. Vendré a buscarte para la cena.

Depositó un beso en la frente de Alba y salió de la habitación. Cambió de expresión nada más cerrar la puerta. Le apenaba verla tan desmejorada. En nada parecía a la alegre muchacha simpática que recordaba la última vez que estuvo con el grupo de turno.

Dejó la maleta sobre la silla del tocador. Se quitó los zapatos y la gruesa chaqueta que llevaba puesta y descorriendo la ropa de la cama, se tumbó en ella. Lloró durante un rato, y se quedó dormida con el rostro de Dae en su imaginación.  Unos toques suaves en la puerta, la despertaron de su sueño. Estaba profundamente dormida; no soñaba, al menos ella, al despertarse no era consciente de que así fuera. Necesitaba ese descanso. Saltó de la cama y abrió la puerta. Ante ella estaba Ángeles que, con una sonrisa la indicó que ya era hora de la cena. Lo harían junto al personal que la ayudaba en la gerencia del refugio. A todos conocía. No sería una extraña para ellos. 


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