lunes, 20 de diciembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 17 - Recorrer El Camino

Por extraño que parezca, el ser humano tiene la capacidad de amoldarse a todas las situaciones que le toque vivir y Dae no era una excepción. Lentamente fue haciéndose a la idea de que Alba nunca regresaría a su vida y poco a poco se fue aclimatando a haberla perdido. No había dejado de amarla, pero se fue acostumbrando a vivir sin ella, a pesar de la zozobra que sentía al no saber dónde estaría y que sería de ella.

Al principio fue a regañadientes bajo la presión de su madre, pero poco a poco se fue incorporando a la vida social que le correspondía y Eun Ji fue una pieza clave para ello. No le desagradaba la presencia de la muchacha, aunque distaba mucho de enamorarse de ella. Eso sería imposible, no solo porque estaba casado, sino porque en  su corazón permanecía constantemente la imagen de su mujer. Era fiel por naturaleza. La preocupación por ella, que no le abandonaba nunca, le impedía ir más allá.

No deseaba tener con ella malos entendidos y, desde el primer día fue muy sincero, de manera que si insistía en salir con él, sabía muy bien que no irían más allá y que de momento permanecería unido a su mujer.
Ella aceptó el trato, porque Eun Ji si deseaba llegar a algo más formal y duradero, es decir divorcio y posteriormente unirse a él como esposa.

No perdía la esperanza de que pasado un tiempo él la mirase con otros ojos que no fueran el de una simple amiga, o consuelo de sus lágrimas. Pero todo lo aguantaba estoicamente porque ella sí le amaba, aunque guardándose sus deseos sólo para ella. Por nada del mundo desvelaría su secreto y menos a él, porque si llegara a enterarse, estaba segura de que su frágil relación con Dae se rompería en ese preciso instante. Por tanto se hizo a la idea de segundona, al menos de momento, con las salidas esporádicas a cenar o a alguna reunión. Con eso se conformaría porque tenía la seguridad de que tarde o temprano la necesitaría y allí estaría para atender sus requerimientos.

Pero, ante la impaciencia de ella, éstos no terminaban de llegar y, a veces, se impacientaba porque no entendía lo que esa mujer le había dado para que él estuviera permanentemente pensando en ella. Pero si deseaba conseguir esa relación estable, debía aguardar con calma a que se diera cuenta de que aquello había pasado y  lo que quiera que tuviera con la española, jamás volvería. Ella esperaría aunque fuera un siglo.
 
Resultó ser un director magnífico y la financiera continuaba su singladura con mano de seda. Dae se refugiaba en ella, porque al menos las horas que permanecía en su despacho, no pensaba en Alba. Pero era justamente al llegar a casa, cuando el silencio reinante en ella le abrumaba. Decidió buscarse un apartamento de soltero en la misma capital de Seúl, a poder ser cerca de las oficinas. La casa de sus padres era demasiado grande y le traía malos recuerdos. Así que compró un apartamento en una de las zonas más exclusivas. Contrató los servicios de una señora entrada en años para que se encargara de la dirección de la casa y una mujer más joven que se ocupara de atender las necesidades de la misma.  Uno de los hijos de Yunn, el chófer de sus padres,  era ahora el chófer de él. Habían jugado juntos y se tenían aprecio, pero nunca rompieron la barrera que les separaba. Eran jefe y empleado, aunque mientras le llevaba a cualquier lado mantuvieran conversaciones amigables, sobre todo de los recuerdos infantiles y reían juntos y le hacía olvidar, al menos durante un rato, la soledad que sentía no sólo por fuera, por dentro era aún más persistente.

El verano se acercaba y con él las vacaciones. No pensaba ir a ningún sitio. No buscaba diversión ni descanso. Terminó gustándole su trabajo, pero lo más importante es que se embebía de él y mientras lo hacía no pensaba en otras cosas. Eun Ji le llamó para invitarle a ir con ella y su familia de vacaciones a la Costa Azul, algo que rechazó de inmediato. No le apetecía un viaje en avión tan largo y además guardar una compostura que estaba muy lejos de sentir. Daría vacaciones a sus empleados y él se quedaría solo en la capital o probablemente iría a pasar unos días con sus padres, ya que tampoco saldrían  a ningún sitio. Tampoco le importaba quedarse solo; se manejaba bien.

A pesar de que insistieron en quedarse todos los empleados, él no lo permitió pretextando que saldría de viaje en unos días. No tenía intención, pero al decirlo,  quedó impresa en su cabeza una idea:

— ¿Por qué no hacerlo? Sería la despedida y al mismo tiempo rememorar un tiempo importante en mi vida que ya pasó. La supongo feliz con la determinación que haya tomado. Por otro lado, he de desengañarme: no me amaría tanto si ha sido capaz de abandonarme y ni siquiera una llamada me ha dedicado. He de reconstruir mi vida, pero antes he de despedirme de la antigua. De cerrar heridas para no desangrarme.   Y ¿ Por qué no hacerlo recorriendo El Camino?     Sería la despedida al tiempo que cerrar ese capítulo tan amargo.

             
No les diría a sus padres el viaje que tenía en mente. No lo entenderían, así que les dijo otro lugar totalmente opuesto a su destino. No renunciaría a él. No sabía si fuera beneficioso o no. Tenía que hacerlo, de eso estaba seguro y, a veces él mismo se extrañaba de la fijeza de esa idea. 

Llegaría a Madrid, y allí contrataría el mismo itinerario que hizo la primera vez. Si acaso no  lo hubiera, buscaría un guía y se orientarían por el mapa que conservaba de entonces. Era meticuloso y no se apartaría ni un kilómetro de lo ya realizado cuando Alba era la persona que les condujo hasta Santiago. No estaba muy seguro de lo que buscaba, si sería cerrar una etapa o abrir más las heridas. No lo sabía, sólo que debía hacer ese viaje; exactamente el mismo  itinerario.
 No lo consiguió, digamos que oficialmente, pero contrató a alguien  experimentado que seguiría al pie de la letra lo marcado por Alba en su día. ¿ Por qué lo conservaba? No lo sabía pero se alegraba de no haberlo tirado. Probablemente, porque las anotaciones estaban hechas por ella. Eran sus rutas, su letra. Su mano se había posado sobre ese trozo de papel y para él era como una reliquia, por mucho que el rememorarlo le hiciera daño.

Y de esta forma emprendió de nuevo el mismo itinerario de no hacia tanto tiempo. Había dado estrictas instrucciones al guía de que no se apartara ni un milímetro de lo trazado en la ruta. Era absurdo, lo sabía, pero era como volver a vivir lo ya vivido con su recuerdo. Al menos con la imaginación estaría junto a ella. 

Como eran dos solos los integrantes de esa extraña aventura, no tardaron en comportarse como dos amigos, más que jefe y empleado. Dae necesitaba hablar con alguien, pero nunca de su secreto más íntimo. Pero una cosa llegó lentamente a la otra y poco a poco, ambos se desahogaron contando sus penas y alegrías. El guía se llamaba Julio y se encontraba en una situación parecida a él, sólo que no se habían casado. A veces en lugar de hacer noche en el refugio, lo hacían en el campo. Bajo las estrellas, en esas noches de verano y, ante la hoguera encendida, era lo más propicio para  hablar de sus respectivas cuitas.

Y así pasaron esa y otras noches. Tenían al menos quince días hasta completar el itinerario que se habían marcado. No tenían ninguna prisa daba igual más días. A su manera lo estaba disfrutando y al mismo tiempo lamentando que ella no estuviera allí a su lado, en lugar de Julio. Se embebía de cada segundo que pasaban por la zona en que ella se paraba y les daba explicaciones de algún lugar curioso, o histórico. Y durante los minutos que duraba su explicación, Dae la miraba arrobado sin tener que pretextar el porqué lo hacía.

 Algunas veces, hacían una parada en un lugar determinado que sólo él conocía el motivo, y su compañero de viaje  lo respetaba. Otras,  decidían dormir, bajo el cielo raso, él entornaba los ojos pero no conciliaba el sueño, no podía. Respiraba el mismo aire que lo hizo con ella. Pisaba la misma tierra que ella pisó y sus ojos se recrearon en algún detalle del camino que ella les indicara.  Lejos de olvidarla, y lo sabía, la estaba vivificando aún más. Pero no le importaba, al menos por esos días haría cuenta que estaba con ella. Que Alba permanecía a su lado etéreamente.

¿Se arrepentía de haber hecho ese viaje? En absoluto, lo estaba disfrutando al máximo. Al menos no tenía que excusarse por las veces que se quedaba en blanco porque algún detalle, le recordaba su presencia. Ahora no tenía que justificare si lo hacía porque su compañero de aventura estaba al tanto de lo que había. Y le había venido muy bien hacerlo. Necesitaba descargar su corazón y que alguien le escuchara. Sólo eso, que le escucharan y que no le dieran consejos que no necesitaba. Sabía que su único deseo era encontrarla y hablar con ella hasta hacerle comprender que seguía siendo lo más importante de su vida. Sólo eso, y Julio escuchaba y callaba, aunque pensara que había sido una locura volver a revivir lo pasado. Perdía las esperanzas de encontrarla. Lo tenía asumido, pero no terminaba de resignarse. Tenía toda la vida para hacerlo, porque de algo estaba seguro: jamás la olvidaría. Tan profunda huella le había dejado en tan corto espacio de tiempo en que disfrutaron de su  matrimonio.

¿Por qué había vuelto?¿Acaso era masoquista? No, en absoluto. Pero era una forma de volver a tenerla a acariciarla. A sonreírla, a acariciar sus mejillas, a besarla. A hacerla suya, allí mismo, en pleno campo, bajo ese cielo limpio cuajado de estrellas. Ellos solos, sin nada ni nadie que les perturbase. Amarla con toda su alma. Creía que estaba curado y, sabía que no era cierto. Que había cobrado más fuerza su presencia a pesar de no estar. Sabía que nunca se curaría. Que siempre la tendría en su vida, estuviera soltero o casado. Ella sería siempre la dueña de, no sólo de sus mejores momentos vividos, sino de su vida entera. Cerró los ojos con fuerza para retener dos lagrimones que se querían escapar de sus ojos. Necesitaba, a pesar del dolor que le producía, ese silencio, el estar a solas con sus pensamientos sin que nada ni nadie le dijera en que estaba pensando en un determinado momento. No lo hacía en Seúl porque su vida era de casa al trabajo y viceversa. En el trabajo no tenía tiempo para ello, y en casa lo obviaba porque su nuevo hogar ella no lo conocía y por tanto era el único lugar en que no se hacía presente su recuerdo. Cuando salía con Eun Ji, se sentía incómodo y culpable. Se reprochaba él mismo el estar con otra mujer que no era la suya, mientras, quizás ella, estuviera pasando dificultades y lejos de su protección. Por eso deseaba siempre tener un pretexto para salir de casa, pero él solo, sin compañía femenina. Sin embardo, allí, bajo el cielo raso, se sentía en paz consigo mismo. En aquella tierra que ella pisara. Viendo las mismas piedras del camino que ella viera y, por eso, las bendecía una y otra vez. 

Lo días se sucedían y poco a poco iban cubriendo las etapas, las mismas que ella trazó. Ya estaban lindando con Valladolid. En unos días entrarían en Santiago de nuevo. Significaría que sería el fin de su viaje. y de sus monólogos con ella.


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