martes, 21 de diciembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 18 - Los Montes Torozos

 Ya estaban en Tierra de Campos. Valladolid quedaba lejos. Entraban en una zona en la que tuvo trascendencia en sus vidas. Es un lugar semi aislado que se mantenía igual que hacía mucho, mucho tiempo. Recordó que allí hicieron parada y ahora también lo harían. La sucesión de lugares que visitaban sólo se avivaban en su memoria una vez que llegaban, ya que eran lugares extraños para él, pero con una seña de identidad que Alba resaltaba por algún motivo.

Entraron en el pueblo y de repente todo volvió a su memoria al ver la fachada del refugio. Le vino a recordar un determinado rincón, una esquina y una noche con la sola luz de una tenue farola justo en la equina de aquél caserón. Y un beso, el primero que la diera apretujándola entre la fachada y su propio cuerpo.  A su cabeza llegó aquél momento principio y fin de lo que llegó después al regresar a Madrid: su matrimonio.

De nuevo la escena vivida hacía más de un año y medio, volvió con toda nitidez a su memoria. Y volvió a vivir la cara de estupor de ella cuando la aprisionó entre sus brazos. Ella también le devolvió el beso por eso supo que no le era indiferente, a pesar de la compostura que guardaban en presencia de sus compañeros de viaje. No es que a Dae le importara en exceso. Que pensaran lo que quisieran, pero no quería buscarla un conflicto laboral, y por ese solo motivo, trataba de contenerse al máximo. Pero aquella noche no se controló, y fue más fuerte su deseo de ella que el raciocinio de su cabeza.

Se detuvo unos instantes contemplando aquella casa perdida en mitad del campo. Nada había cambiado, se giró y los montes permanecían inalterables, y recordó que siempre se sentaba en una gran piedra para contemplar la inmensa belleza de aquél lugar. Volvió a sentarse en la misma posición que tuviera aquél día, cuando la sorprendió mirándole. Deseaba volver a vivir aquellos instantes, tan vívidos ahora en ese mismo lugar. Era un bálsamo y al mismo tiempo una tortura. Se dio cuenta de que Julio  miraba con curiosidad cada movimiento que hacía, ignorando que los revivía una y otra vez, para que nunca se fueran de su vida. Al menos le quedaría el recuerdo.

A lo lejos se escuchaban voces que no le decían nada. Oyó que un coche llegaba, pero no alcanzó a verlo porque paró en la parte de atrás de la casa en donde había un pequeño garaje para uso del personal que trabajaba en el refugio. Sólo el susurrar de unas voces apagadas a las que no prestó mayor atención.

 Pernoctarían allí, y quién sabe se harían una escala de dos o tres días. Aquél lugar tenía un significado especial para él. Difícilmente volvería otra vez y, quería saborearlo, impregnar en su piel todo lo vivido allí, tan trascendental en su vida.

Se inscribieron en recepción, y la persona que tomó sus datos, hizo un gesto extraño que no pasó desapercibido para Dae. Y recordó que era la misma persona que lo regentaba cuando estuvieron la primera vez. Probablemente ella también le recordara, ya que, por sus rasgos, pocas personas asiáticas pasaban por allí. Había olvidado su nombre, por eso no dijo nada ante la extrañeza de la mujer.

— Quizá paremos por dos o tres días ¿Hay algún impedimento?— dijo Dae

— No, en absoluto. Todos los días que ustedes deseen. No tenemos  prisas. Esto está muy apartado y pocos guías nos conocen. En fin, pueden elegir habitación, porque tan solo tengo dos ocupadas.

— Confío en usted. Denos dos habitaciones a poder ser que den a Los Montes, es mi vista preferida.

—Eso está hecho. Como le he dicho, estamos casi vacíos.

Les acompañó hasta su destino y se las enseñó. Estaban en orden, limpias y arregladas y, como deseaban. La vista era preciosa y como telón de fondo la belleza de Los Montes Torozos. Dae se asomó a la ventana e instintivamente, miró hacia abajo y pudo comprobar que estaba justo encima de aquella esquina del primer beso. Era como una premonición, o es que estaba tan obsesionado que encontraba relación con todo, cuando en realidad la única casualidad estaba en su cabeza.

Esa noche durmió bien, quizá porque había algo en aquél lugar que hacía se sintiera más cerca de ella. Los recuerdos los mantenía vivos en su memoria. Además tampoco hacía tanto tiempo que lo vivieron realmente. Se despertó temprano. El canto de los pajarillos y la suave, pero fresca  brisa que entraba por la ventana, le despertó e inmediatamente supo dónde se encontraba. Iría solo a dar una vuelta por lo alrededores. Daría el día libre a su monitor, aunque lo cierto era que había pocos o  ningún sitio a donde ir, pero eso era cuenta suya. En poco más de una semana terminaría el itinerario. Volvería a Santiago de nuevo y pernoctaría en el Hostal de los Reyes Católicos como la primera vez en que la hizo el amor y fijaron la fecha para su casamiento.

¿Por qué se torturaba de tal forma? Era absurdo, pero lo necesitaba. Necesitaba vivir aquellos días, aquellas horas inolvidables y felices que pasaron, tan distintas a las amargas de ahora. A pesar de los recuerdos, estaba siendo feliz. La sentía cerca y una emoción absurda le hacía recobrar las esperanzas. Pero ¿ cómo? Había despedido a los detectives al no encontrar ningún resquicio, ningún dato que le permitiera saber dónde estaba. Ni él mismo lo había conseguido. Estaba seguro de que no deseaba ser encontrada. Pero ¿por qué? ¿Qué oculto secreto escondía?

Después de desayunar decidió caminar contemplando el paisaje magnífico del lugar. Encontraba en ello una paz y una tranquilidad que en verdad necesitaba. El tiempo se acortaba y sabía que cuando volviera a Seúl de nuevo, debía comenzar un peregrinar de nostalgia, pero, mientras estuviera allí, no renunciaría a ello. Era la única posibilidad que tenía de revivir aquellos recuerdos de tiempo felices.

No se había puesto en contacto con sus padres en todos esos días. Sabía que estarían inquietos, pero si les llamaba le preguntarían dónde estaba y sabía que si les decía la verdad le caería encima una lluvia de reproches, así que optó por no hacerlo. Ya se inventaría algo con que calmarles. Emprendió el largo paseo sin rumbo fijo. No tenía prisa. El tiempo parecía que se detuviera, así que, sin otra cosa que hacer enfilo el camino que le llevaría a través del campo. Sentado en una peña unas veces. Otras tumbado en la hierba, dejaba correr las horas rememorando cada instante de sus conversaciones de aquél grupo. Las ocurrencias de alguno de los nórdicos, y sus silencios orientales que, sólo miraban en una dirección: Alba.

Consultó su reloj y pensó que ya era hora de regresar. Se había pasado la mañana sin darse cuenta. ¡ Ojalá todas sus mañanas fueran como esta! 

En un recodo del camino, vió un cuatro por cuatro que llevaba su misma dirección. Sería sin duda el vehículo del refugio. No sabía quién lo conducía, ya que estaba bastante alejado de él. Lentamente llegó a su destino. Reinaba el silencio en el lugar, tan sólo alterado por las risas y las conversaciones de algunas de las empleadas. Una de ellas le ofreció un café que, él aceptó. 

Se sentó en la terraza exterior. Hacía un día precioso y le apetecía respirar el aire puro. Mientras apuraba su taza de café, escucho la voz de Ángeles, charlando con otra muchacha, cuyo timbre de voz no le resultó desconocido. No era el de alguna de las otras empleadas. Quizá fuera alguna vendedora o amiga de la dueña del hostal.  Iría a su habitación a leer un poco hasta la hora de la comida. Julio había ido hasta el pueblo, y estaba algo cansado debido a la gran caminata que había dado. Cuando se dirigía a su estancia, se cruzó en el camino con Ángeles. No supo cómo, ni porqué , pero se escuchó asimismo preguntando:

—¿Tenemos  un nuevo huésped?  La he escuchado hablar con una joven, y qué casualidad, su timbre de voz me recordó otra muy conocida para mi.

Ángeles no se dio cuenta en ese momento de la pregunta, y respondió amablemente:

— ¡ Oh no ! Es una empleada de la casa

— Es que me es tan conocida...

En ese momento , la hotelera se dio cuenta. Había reconocido la voz de Alba. Tenía que avisarla. Era conocedora de todo lo acontecido en su vida y, aunque no estaba de acuerdo con ella, no la correspondía decir nada. Subió al piso de arriba para avisarla de que Dae estaba hospedado allí.

— ¿ Por qué no me lo has dicho antes? —la voz airada de Alba increpaba a su jefa

— Ni siquiera se me pasó por la cabeza. Pero quizá sea la hora de que aclares tu vida

Unos golpes suaves en la puerta de la habitación de Alba resonaron como aldabonazos:

— ¿Va todo bien ? —La voz de Dae resonaba rotunda en el exterior.
Una alterada Ángeles respondió a la vez que salía de la habitación algo nerviosa:

— Si, tranquilo no pasa nada. Sólo no estamos de acuerdo en ciertos asuntos. Pero ya está todo aclarado.

Pero al tiempo que hablaba, había dejado entre abierta la puerta de la habitación y, aunque de espaldas, le dio un vuelco el corazón, al ver la figura de con quién estaba discutiendo.  ¡ Era Alba ! ¿ Qué hacía allí? ¿Era ese su refugio? ¿Desde cuando? Por la familiaridad, dedujo que estaba desde hacía tiempo . Sin poder evitarlo, empujó suavemente la puerta abriéndola de para en par. ¿ Cómo no la había visto antes? Vivía allí. Todo este tiempo había permanecido allí. ¡ No se lo podía creer! ¿ Por qué ella no le buscó? Miles de preguntas, a velocidad de vértigo, pasaban por su cabeza, hasta que de repente lo comprendió todo: una cuna de bebé  estaba en un lado de la habitación. Y entonces, en su cabeza se formó una historia comprendiéndolo todo en  el acto.

Alba le miraba con la cara desencajada y los ojos muy abiertos. Posiblemente él estuviera igual. Ángeles comprendió que había llegado el momento de la comunicación entre los esposos, y, rápidamente se ausentó de allí dejándoles solos.


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