jueves, 16 de diciembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 16 - La noticia esperada

 Fue recibida con alegría por todos ellos. Tras las preguntas de rigor, contestaba ambiguamente con la misma respuesta que había dado a Ángeles: necesito un descanso. Que lo creyeran o no, corría de su parte. Se sentía fracasada y hasta humillada y el contar los verdaderos motivos del porqué había buscado ese refugio, la hería en lo más profundo de su amor propio, asi que optó  por esa fórmula que en parte, sólo en parte, era real. 

Lo primero que haría pasados un par de días sería desplazarse hasta el pueblo y allí acudir al médico. Las dudas no la dejaban vivir; dudas que creia saber la verdad, pero debían ser confirmadas y además ponerse manos a la obra para tenerlo.  Las diferencias que pudiera tener con Dae no las pagaría con la criatura, que de fijo, llevaba en su cuerpo. Además sería un recuerdo permanente del gran amor de su vida, fracasado, pero para ella no, puesto que derivaría si fuera real su presentimiento, en algo muy concreto engendrado con amor, no casual, puesto que habría sido en los primeros días de estar juntos. Para ella era algo vivo que la recordaría siempre que un día estuvo enamorada, que amó tremendamente, y fue amada, siquiera en esos momentos.

Se ofreció voluntaria para ayudar en el refugio en lo que fuera, aunque no se lo permitieron, al menos durante unos días, hasta que se repusiera un poco y descansara. Ángeles estaba encantada con ella. La respetaba y la tenía mucho aprecio. A un mismo tiempo le inspiraba ternura y la sensación de que había algo más que no contaba. Le daría su espacio y que cuando lo deseara, lo dijera o no. Respetaba sus silencios que, sin duda estaban ahí, en su interior, y, que saldrían cuando ella estuviera preparada para ello. Mientras tanto, su trato sería como si no se hubiera dado cuenta de que algo la ocurría, y que no habían sido problemas en el trabajo precisamente.

¿Cómo justificar su visita al médico? Diría cualquier cosa que resultara convincente aunque no creía convencer a nadie. Sería muy extraño que, viniendo de la capital, fuese al médico en el pueblo. Y su amiga intuía el motivo de ese alejamiento del lugar habitual en el que había vivido hasta ahora. Algo que quería ocultar o quién sabe que pensamiento tendría, pero de lo que estaba casi segura  era de lo que la estaba ocurriendo. Y no se equivocó. Acudió al consultorio y allí pudo hablar con claridad al médico, que la hizo una analítica y una ecografía por si acaso se tratara de algo ajeno a un embarazo, aunque ambos estaban seguros de que si lo era.  Tendría que volver al cabo de cuatro días en que ya tendría el resultado. Y así lo hizo. Las pruebas realizadas dieron con seguridad que, efectivamente estaba embarazada de muy poco tiempo, pero llevaba en su interior una criatura que comenzaba a formarse.

No la sorprendió ni entró en desesperación. Desde días antes, lo sospechaba y tuvo tiempo para concienciarse de lo que la estaba ocurriendo, pero también se daba cuenta que ante ese hecho, se le abría un frente con infinitas dudas y preguntas que se hacía así misma. Pero también una alegría por llevar dentro una semilla sembrada por el hombre que amaba y que al menos eso no se lo podrían arrebatar nunca, aunque no volvieran a verse, aunque la hubieran rechazado, aunque él se olvidase de ella... siempre tendría a su hijo que sería un recuerdo permanente de aquellos pocos días que pasaron juntos y que se sintió la mujer más amada del mundo.

¿Sería posible que él lo hubiera olvidado? ¿ Que hubiera olvidado aquella primera vez que estuvieron juntos en Santiago? ¿ Y las noches sucesivas? ¿ Y su boda en la embajada? No era un hijo ilegítimo, como posiblemente de saberlo, sus suegro le dirían a Dae. Sería un hijo concebido con amor, con un amor tan grande, que, al menos en aquellos días, fue capaz de saltar todas las barreras del mundo, aunque después fuera un rotundo fracaso. 

Mientras volvía de regreso al refugio, en el autobús que la llevaba, lo iba pensando y, también la respuesta que debía dar , pero al menos a Ángeles le contaría la verdad de su historia. Tarde o temprano se enterarían porque en unos tres o cuatro meses, si no antes, verían los primeros síntomas de lo que realmente la ocurría. No tenía por qué avergonzarse. Era un fruto del amor y el que como padres hayan fracasado, al menos durante esos días, se amaron intensamente. Y ella fue  el eje del universo de él.

Y recordando aquellos días, se decía así misma que Dae no fingía, que en verdad la amaba y se sentía amada, siendo el centro de su mundo. Y de nuevo las dudas asaltaron su cabeza ¿Debía llamarle y anunciarle la noticia?  No, ni hablar. Prácticamente la echaron de allí, así que mejor que sigan en su mundo y ella en el que la corresponde. Eran totalmente opuestos, al menos las personas así lo hacían, así que con quién tenía la única obligación sería con el hijo que llevaba dentro, aunque todavía fuera como un almendrita pequeña.  Faltaba mucho tiempo para que naciera y durante esos nueve meses, tendría el tiempo suficiente como para pensar en lo qué hacer.

Mientras todo esto sucedía, ajena a lo que en realidad sentía Dae, éste se volvía loco al no poder localizar ningún dato que le condujera a ella. Era como si hubiera desaparecido de este mundo. Pero en algún sitio tenía que estar. Y la certeza de que había salido de España, inundó su corazón de desesperanza. Pues a pesar de ese supuesto,  seguiría con sus indagaciones aunque le llevase toda una vida.

La conversación con Ángeles a su regreso de la consulta médica, fue en la intimidad de su habitación entre ellas dos solas. Aprovechó en que todos se habían acostado y, frente a frente, llorando, la confesó todo lo concerniente a su vida y a lo ocurrido entre su marido y ella, y la decisión tomada para que no la encontrara nunca si es que acaso decidiera hacerlo.

Como no podía ser de otra forma, la buena amiga la contradecía en no decirle nada a su marido. Debía hacerlo ya, desde ahora. Si él no reaccionaba, al menos nunca se lo reprocharía. Pero era su padre y tenía todo el derecho del mundo a conocer el estado de ella y donde estaba. Por mucho que insistiera, no consiguió hacerla entrar en razón.

Para no soliviantarla más, decidió no insistir. En definitiva se trataba de su vida, y era ella la que conocía verdaderamente la causa que motivaba ese empecinamiento. No tenía ni autoridad  ni empeño en que las cosas fueran más sencillas para ella, que no tenía nada claro en su cabeza. Ni siquiera imaginaba la responsabilidad que estaba echando sobre su espalda y los reproches que recibiría por parte del padre, si se llegara a enterar de la existencia de ese hijo que se le había negado. Entonces si que sería la ruptura definitiva.

Ángeles, ya en su dormitorio, recapacitaba sobre lo escuchado de su amiga y, aunque sabía que esa aptitud le acarrearía más problemas, si alguna vez él llegara a enterarse de que se le había negado la paternidad de ese hijo, siendo además gente poderosa y adinerada, era una preocupación añadida de la que ahora no se daba cuenta, pero que en un futuro, hasta su propio hijo se lo echaría en cara cuando tuviese edad suficiente para entender la situación de su madre y por lo que había llegado a ello. También sería dolorosa para esa criatura que, ajena a todo, seguía su trayectoria para convertirse en un ser humano.

Y el momento supremo llegó y fue llevada al pequeño hospital del pueblo en un coche, conducido por Marcelo, el chófer del refugio. Ya todos conocían la verdadera situación que le había conducido a refugiarse allí, pero por su aprecio hacia ella, nadie comentó nada ni hizo alusión alguna. Todos la ayudaron durante las primeras semanas después de dar a luz, ya que la tuvieron que dar algunos puntos motivados por un desgarro y a penas podía manejarse ella sola. Y el llanto acudía con frecuencia motivado por la depresión post parto y por la indefensión que sentía al verse tan mermada en sus fuerzas. Ángeles hacía de madre de ella y la curaba y la atendía poniendo al pecho a la niña y cuidándola como si fuera más que amiga, una hija.

Poco a poco, pasados unos días, la normalidad se instaló nuevamente en el refugio. Alba se hizo con el control de su hija y los caminantes de nuevo comenzaban a llegar. Alba y Ángeles llegaron a un acuerdo

de que trabajaría en la administración del refugio y además haría itinerarios de excursiones para los viajeros que lo desearan. Nadie mejor que ella para hacerlo, puesto que ese había sido su trabajo hasta hacía poco. 
Decidió al fin que, puesto que sola había tenido a su hija, sola seguiría con ella y que se atreviera a hacer algo para quitársela que, entonces saldría la bravura de la madre defendiendo a su cachorro. 
La niña se criaba sana y fuerte sin problema alguno. Mientras la madre hacía las excursiones con los huéspedes del refugio, quedaba al cuidado de Ángeles o de cualquier otra camarera si ella estuviera ocupada en el momento de darla el biberón o la papilla. Porque sí, el tiempo transcurría veloz y, desde que naciera, pareciera que los días se acortaban aún más. Ya comenzaba a comer papillas, por lo que el horario de sus comidas se habían espaciado, dándoles tiempo de tregua para sus cuidados. Era el juguete de todos, porque todos la consideraban como algo suyo. 

Y por fin, recobró la calma y aunque siempre en su interior tenía un pellizco de dolor por la ausencia del padre de la niña, volvió a sonreír y poco a poco a ser la chica que antes fuera. Por nada del mundo abandonaría aquél lugar que tan beneficioso había sido para ambas. No sabía lo que hubiera hecho si no llega a tener tantas manos que la ayudaron en esos momentos difíciles sin preguntar nada, ni reprocharla tampoco.

Pasó la primavera y de nuevo llegaría el verano, la época fuerte para ellos. Todo lo tenían organizado. La pequeña nunca estaba sola; se turnaban para estar pendiente de ella mientras la madre trabajaba con los huéspedes. Además a medida que crecía, dormía más horas y se distraía más con sus propias manos o con cualquier juguete. Alba pasaba varias horas fuera de casa, pero Ángeles ejercía las veces de abuela y la niña crecía hermosa, feliz y sana, que era lo que importaba.

Era igual que una muñeca preciosa, morenita, con los ojos grandes y almendrados denotando que tenía mezcla de dos razas. Se le hacían unos pequeños hoyuelos en las mejillas, es decir tenía más rasgos del padre que de la madre. Alba algunas veces observándola refunfuñaba diciendo que no era justo. La niña era sólo de ella, ante la mirada reprobatoria de Ángeles encargada de negar lo evidente:

— Lo quieras o no, es hija de su padre. Tú la estás disfrutando y él ni siquiera sabe que tiene una hija preciosa, que, seguro le volvería loco si la conociera. Eso es lo que tienes pendiente y, que tendrás que solucionar algún día. No sólo por tí, sino por la niña: debe conocer a su padre, te guste o no.

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