lunes, 27 de diciembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 23 - Un determinado ritmo de vida

 Poco a poco, sin prisas, pero sin pausa, Alba se fue ganando el afecto y la consideración, principalmente de su suegro. Su vida se había encauzado después de la locura que supuso la formación de su nuevo hogar. El amueblar el piso adquirido, más grande tenía revuelta toda la vida familiar de ambos hogares. Al menos Aera estaba con sus abuelos y ella era la única que seguía con su habitual ritmo de vida.

Dae dio plenos poderes a su mujer para que ella dirigiera el lugar en que deseaba tener cada cosa comprada y si una vez en el apartamento, no la gustaba podrían devolverlos por otro enser más acorde. Volvió de nuevo a su trabajo que le absorbía por completo, pero era escrupuloso con el horario, y a la hora acordada, todos, jefes y empleados, dejaban todo lo que estuvieran haciendo hasta el siguiente día. Ahora se daba cuenta de lo importante que es una familia y que tenía un papel esencial para que todo llevase el ritmo normal, y tanto él como sus empleados, merecían una estabilidad no solo en su trabajo, en su vida  privada también.

Alba pasaba muchas horas sola. No se atrevía a salir de casa y perderse. Aún no conocía muy bien su entorno. El idioma se le resistía y eso la desorientaba bastante. Le resultaba difícil aprender el coreano y no digamos escribirlo, a pesar de que su suegra la enseñaba y practicaba con Dae, pero no se atrevía a hablar con extraños aún.  Sólo lo hacía cuando estaba con   su marido los fines de semana. En esas ocasiones se lanzaba a articular algunas palabras, porque sabía que contaba con el respaldo de él. 

Algunas veces, Aera, se quedaba en casa de los abuelos, enviaban al chófer a su casa para recogerla, ya que Alba no tenía seguridad en no perderse.

 Los fines de semana, Dae hacía de Cicerone y la enseñaba la capital y los alrededores. Cuando hacía buen tiempo iban a la playa, al apartamento que sus padres tenían en Busan.

Unas veces iban solos y otras llevaban a la niña. Era un sitio maravilloso para pasar el verano. Todos disfrutaban viendo a la pequeña jugando con la arena. Todo era una novedad para los cuatro. Los jóvenes padres por la inexperiencia y los abuelos, porque habían olvidado la infancia de su único hijo. El caso era que todos disfrutaban y cada vez había más comunicación entre ellos, sobre todo  cuando Alba se decidía a pronunciar alguna frase respondida por su suegro. Ese detalle le daba confianza; si era capaz de hablar con él, lo haría igualmente con otras personas. Con su suegra por descontado, pero  el señor Min Ho seguía infundiéndola mucho respeto.

Dae les observaba sin que se dieran cuenta y se sentía satisfecho, porque las aguas había seguido su cauce y ya comenzaban a entenderse esas dos personas, que hasta no hacía mucho eran literalmente enemigas. Quizás la niña había servido de árbitro sin saberlo. Disfrutaban viéndola crecer y eran super protectores con ella, originando alguna disputa entre los abuelos, con la sonrisa de Dae  y Alba que, con paciencia asistían a la discusión sin inmutarse.


Se mostraba satisfecho al contemplar a su familia. Los cinco juntos y en paz. Quién lo hubiera pensado con la tensión que habían mantenido meses atrás que estuvo a punto de derribar su matrimonio. Sin embargo ahora Alba se había convertido, poco a poco, en una compañía, especialmente para la madre, con la que mantenía largas charlas sobre el trabajo que había tenido como guía y como inició la relación con quién era ahora su marido. Ella la escuchaba con mucha atención absorbiendo esa parte de la historia que desconocía. Supo que en verdad fue un amor a primera vista, al menos por su hijo, aunque ella le correspondiera de la misma forma. Había párrafo en que se le escapaba el castellano que mezclaba con el poco coreano que había aprendido. A Sum Hee le hacía gracia porque sabía que estaba haciendo todos los esfuerzos del mundo por aprenderlo rápidamente. Era el único obsequio que podía hacerles: identificarse con las costumbres de su nueva familia. Demostrarles que todo lo relacionado con Dae la importaba muchísimo y, que por él haría cualquier sacrificio que la pidieran. La madre se daba cuenta del esfuerzo que hacía por congraciarse con ellos, conquistar su afecto y que no la vieran como a una extraña que llegó para robarles su hijo, sino para regalarles su nieta.

Al no tener familia, se aferraba a ellos con todas sus fuerzas y hacía lo indecible por conquistar su cariño y que la vieran, al fin, como a un miembro más de la familia y no como el vientre que les dio una nieta. Necesitaba ser amada, y no sólo por Dae, sino por ellos. Estaba sola en aquél pais, no tenía a quién recurrir más que a ellos, si acaso ocurriera algo. Deseaba integrarse y hacía todo lo indecible porque ellos se dieran cuenta.

Cuando a solas con su marido le hacía partícipe de sus pensamientos, él con cariño la apaciguaba. Las dudas que tuviera las resolverían juntos. Eran uña y carne, pero aún dudaba de que el patriarca  la viera como un miembro más de la familia, sino a la nuera molesta que había invadido su privacidad. No se daba cuenta de que, cuando estaban los cuatro, su suegro, a penas hablaba, pero de soslayo la miraba como queriendo analizar lo que decía, siempre en inglés, Analizaba cada palabra y cada situación. A veces se daba cuenta y los nervios volvían a atenazarla el estómago. Pensaba que a su suegro seguía sin hacerle gracia que una extranjera del otro lado del mundo, hubiera llegado a invadir un terreno que no le correspondía.
No quería ni pensar si, acaso esa animadversión alcanzara a su hija, porque en ese aspecto sería inflexible, cómo una leona defendiendo a su cachorro.
Otras veces  Min Ho, se dirigía a ella y clavaba sus almendrados ojos en los negros grandes y brillantes de ella como queriendo leer en su interior, y aunque no fuera esa la intención de su suegro, se ponía en guardia, erguía su cuerpo y tensaba su rostro. Sólo Dae se daba cuenta de ello, pero no hacía nada. Era como un duelo de titanes frente a frente y serían ellos quienes resolvieran sus batallitas. La barrera con su madre estaba más que derribada, pero el padre, más tozudo y persistente no terminaba de admitir que, en el fondo estaba comenzando a sentir que no la movía ningún interés más que tener una familia, e incluir a ellos también. Por eso, conociendo a su padre, estaba tranquilo y le quitaba hierro a las quejas que ella le daba, ante la imposibilidad de conquistar también a su suegro. Sin embargo  Sum Hee, se había ofrecido a enseñarla el idioma, ya que Dae lo estaba haciendo, pero debido a su trabajo no tenía mucho tiempo y, el aprendizaje iba demasiado lento. Además con ella estaba más relajada; quizás al ser mujer, la comprendía más y era menos crítica. Tenía ganas de aprender, necesitaba aprender rápidamente, no sólo por ella, sino por Dae.

Quería hacer buen papel cuando la presentasen a sus amistades que, seguro la mirarían con lupa. Deseaba dejarles en buen lugar. Sobre todo ante las amistades más jóvenes. Sabía que Dae era un personaje muy codiciado por cualquier muchachita casadera y, que había sentado muy mal el que lo hiciera casi de tapadillo, en el extranjero y con una occidental, que nada sabía ni entendía de las costumbres de Asia. Y por si todo eso fuera poco, era una embaucadora y seguro que se había dejado hacer un hijo.

 Ellas enfocaban su pelea contra Alba. Ni siquiera pensaron que fuese una casualidad que se conocieran, se enamoraran y desearan casarse cuanto antes para que ella no tuviera problemas para entrar en su nuevo pais. Las amistades se habían dividido en dos bandos, siendo el más poderoso el de  Eun Ji, de la que Alba tenía referencias por su marido durante su ausencia. Era analizada por ella más severamente que por ninguna otra. La consideraba una intrusa, su rival, al pensar que de no haberse entrometido, quién sabe si ahora no estaría casada con él, en lugar de esta occidental.  Ni siquiera Alba, la daba el beneficio de los celos. Estaba muy segura de su marido y de lo que él opinaba de la actuación de Eun Ji.

Cada vez que se encontraban en alguna fiesta dejaban bien a las claras que ninguna de las dos era santo de la devoción de la otra. Hasta las amigas se habían dividido. El bando minoritario era el de Alba, algo que la traía sin cuidado. Sabía que debía hacerse amistades por el bien de las relaciones de su buena familia, pero no podía hacer nada si  por los amigos

era considerada como una rival. No iba a entrar en polémicas, porque siempre sería la perdedora. Le traía sin cuidado que hablasen lo que quisiesen. Sus personas más cercanas sabían como había ocurrido todo y, eso era lo que más la importaba. El resto que pensasen lo que quisieran. 


 


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