miércoles, 1 de diciembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 13 - No sería fácil

 Parecía que le pincharan en el asiento del avión. La azafata anunció que estaban entrando en el espacio aéreo de España. Los latidos fuertes de su corazón se aceleraron. Ya estaban llegando. En un espacio corto de tiempo, estarían aterrizando y, a partir de ese momento, llegaría para él una carrera desenfrenada para localizarla. Sacó de su bolsa de mano, un pequeño blog en el que llevaba anotados, todos los pasos a seguir nada más llegar a Madrid. Las largas horas de vuelo le habían permitido trazarse un mapa  y las prioridades de averiguación de su paradero.

Estaba ansioso por llegar, nervioso y al mismo tiempo tenía miedo de lo que debía hacer y lo difícil que sería la búsqueda. Aunque hubiera pasado poco tiempo desde que ella regresara, una sola hora era mucho para perder sus huellas. Tenía un rompecabezas de difícil solución ante él. Pero tenía que solucionarlo fuera como fuera y cuanto antes. Las horas transcurrían en su contra y cinco minutos perdidos eran muchos. No quería ni pensar si hubiera tomado la decisión de abandonar Madrid y refugiarse en cualquier otro sitio más apartado de lo que ella pudiera frecuentar. Debido a su profesión, conocía infinitos lugares a los que podría haber ido a buscar cobijo y comenzar de nuevo su vida. Se pasaba la mano frecuentemente por la frente para ahuyentar lo malos pensamientos que le venían a ella.

Lo primero y principal encontrar una agencia de detectives formal y solvente para comenzar urgentemente las pesquisas. Iría a la embajada de su pais para ver si el amigo que trabajaba en ella le pudiera orientar en algo. Sabía que poco podían hacer los diplomáticos, pero tenía que intentar todo lo que tuviera a su alcance.

Nada estaba resultando fácil. Fue a la embajada y su amigo le consiguió la dirección del gabinete de investigadores  con los que ellos normalmente, si lo precisaran, trabajaban. Fue hasta la dirección de la que había sido su casa, y el piso estaba alquilado por un matrimonio joven. Tampoco el conserje pudo decirle nada en concreto ya que hacía bastante que la viera por última vez para contraer matrimonio, ignorando que con quién se había casado fuera quién la buscaba. Se pasó por donde él la conociera, pero en su lugar había otra joven, con el mismo uniforme, que, al verla desde lejos, le dio un vuelco el corazón pero, a medida que se iba acercando la desilusión volvió a su vida: no era ella. No obstante, se acercó hasta donde la azafata  hablaba con quienes la solicitaran información  pero, a medida que acortaba distancia, se dio cuenta de que el momento de esperanza que tuvo se había desvanecido.

Esperó su turno y cuando llegó hasta  ella, le explicó a groso modo y, sólo la parte que le convenía, que la buscaba porque era una vieja amiga que había conocido en El Camino y deseaba saludarla. Tampoco obtuvo respuesta satisfactoria:

— Lo siento muchísimo. Lo último que sé,  fue que dejaba su puesto de trabajo al contraer matrimonio. De todas formas yo no la conocía mucho ¿Por qué no lo averigua en las oficinas? Siempre habrá cualquier compañero que le pueda dar más información.

Y con esa pequeñísima esperanza, se encaminó hacia la dirección que la encantadora azafata le había escrito en un papel. No conocía Madrid, así que llamó a un taxi y se dirigió hacia allí. Estaba en una calle céntrica, no muy alejada de donde estaba el despacho de información.  Pero sus pesquisas allí, también resultaron infructuosas.  Era como si se la hubiera tragado la tierra o ni siquiera hubiera nacido.
Sólo le quedaba la pequeña esperanza de los detectives. No sabía a quién más y a dónde recurrir. 

Descorazonado, se dio cuenta de que no iba a ser ni tan fácil ni tan rápido el averiguar el paradero de ella. Su padre le había dado de plazo tan sólo una semana para que regresara a Seúl, con ella o sin ella, pero los accionistas no entendían de componendas y la asamblea de la compañía estaba fijada en una determinada fecha. No sabía a donde ir ni por donde comenzar a buscarla. Paseaba por las calles sin darse cuenta ni por donde iba. Sus pensamientos estaban concentrados exclusivamente en ella. Mentalmente la preguntaba dónde estaba, sin obtener ni una ligera idea  de por donde podría encaminar sus pasos.  En las antiguas oficinas de Alba tampoco le pudieron dar razón de nada.
Se sentó en un banco del Paseo del Prado, cansado de caminar y de la tensión acumulada en esos días.
Su última esperanza estaba en los profesionales. No obstante, apuraría al máximo su estancia en Madrid, pero antes de nada  hablaría con sus padres a ver si pudieran darle un plazo más amplio de estadía en España.  No confiaba mucho en ello, pero debía intentarlo al menos.

Tal y como suponía, su padre se negó en redondo a ampliar el plazo para su regreso. Le argumentó que la Junta de Accionistas ya estaba convocada y había quienes no podían ir en otra fecha, dado que se desplazaban desde otros lugares alejados de Seúl.

Llamaba casi constantemente al despacho de detectives y, siempre le decían lo mismo:

— Señor, tenga paciencia. Esto no es cuestión de un día para otro. No tenemos ningún indicio, pero no desespere. Tenemos los mejores profesionales del pais, y este caso no es de los más extraños. Daremos con ella, pero ha de tener paciencia.

"Tener paciencia". Esa palabra se la repetía mentalmente una y otra vez, pero ¿cómo tenerla? Estaba presionado por todos lados. Si al menos estuviera libre para poder hacerlo él.

— No seas iluso. Tú no averiguarías nada. No tienes nada. Tan sólo el día y la hora en que salió el avión. 

El resto se había evaporado. Aunque no había pasado demasiado tiempo desde su llegada a Madrid, no tenía ninguna seña especial que la hiciera resaltar: era una mujer sola, con una pequeña maleta, y con poco dinero. Habría tomado un taxi. Pero hasta eso era difícil de averiguar. Aquí no es como en Estados Unidos: no pertenecen a alguna compañía. También en eso estaba desorientado, pero sería fácil de averiguar: tomando uno y preguntando al taxista. Pertenecían a una Mutua, y a las oficinas se dirigió con la esperanza de saber algo, por pequeño que fuera el dato que pudieran facilitarle.

Pero a pesar de lo difícil, por no decir imposible, tuvo suerte y tras consultar en el ordenador, supieron  qué  taxista había recogido en Barajas a una pasajera con las características de Alba, y lo que era mejor: supo la dirección a la que la había llevado, al menos en esa primera noche. Esperaba que la pensión señalada, pudieran decirle hacia donde se dirigió.

Era la primera luz que vió en el horizonte. El taxista fue localizado y el hombre le indicó  adonde la llevó el día de su llegada. No quiso perder un instante y hacia la dirección indicada se dirigió.  Pero de nuevo la fatalidad se cebaba en él:

— La señora Alba. Si claro que la recuerdo. Ha estado hospedada aquí hasta el día de ayer, pero no sé nada más. Estuvo hablando con alguien para ir a su casa y quedarse. Lo lamento, pero es todo cuanto escuché.

Salió a la calle totalmente descorazonado. Informó a los investigadores, pero era como buscar una aguja en un pajar. Madrid es muy grande. Ni siquiera sabía si se quedaba en la capital o iría a cualquier otro lugar. Ni por que medio lo haría. Cada vez estaba más desesperado y perdía los estribos por cualquier cosa. Intentaría por vigésima vez contactar con ella. Pero las señales eran las mismas, es decir ninguna.  Desmoralizado, por no decir desesperado, regresó al hotel. Quería estar solo. No soportaba el ruido de la gente, su alegría de vivir, eso que tanto le llamó la atención y que deseaba, pero no ahora.  Le sobraba todo, en especial la algarabía en la calle de las gentes que iban y venían ajenas a su peculiar tragedia. La cabeza le golpeaba fuertemente en las sienes debido a la  acumulación de nervios e incertidumbre ¿ Debía hacerse a la idea de perderla? Era imposible localizarla con los datos que tenía. Hasta los mismos detectives, que viven de localizar cosas y gentes, se mostraban escépticos de poder lograrlo. Tenía que lograr un plazo más largo con sus padres. Que suspendiera la junta, o mejor aún mandarlo todo a la basura y que designaran a otro de una vez. Algo que, conociendo a su padre le diría que no. Su designación estaba hecha prácticamente desde que nació, así que no contaba con esa remota esperanza.

Como imaginaba, no resultó nada fácil. Una, aún más agria discusión entre padre e hijo, tuvo lugar. Uno no cedía y el otro tampoco, hasta que hartos los dos de tantas discusiones llegaron a un punto muerto, después de serenarse y por fin llegar a un acuerdo:

— Está bien —dijo el padre—Reconozco que es tu mujer. El mal ya está hecho y es lógico que quieras tenerla. Pero no puedes dejar todo empantanado por el capricho de una niñata. Si, una niñata, y no me retracto de lo dicho. Vuelve, celebra la Junta y regresa si eso te hace más feliz.

— No padre no me hace nada feliz, porque precisamente en estos momentos, no me hables de felicidad.

— Escúchame. Sólo quiero encontrar una solución para que te quedes tranquilo y puedas centrarte en lo que debes. Las juntas se celebran cada quince días, bien cuando se hayan celebrado, puedes volver a España. Te coges unos días y vuelves a Seúl para preparar la próxima. Los inspectores contratados seguro que cuando regreses te tienen preparada alguna buena noticia. Vas a encontrarla, seguro, pero tienes que calmarte. Es mucho lo que nos jugamos. Han habido muchos retrasos y los accionistas no están nada contentos. Es lo único se me ocurre para contentar a todas las partes.

El asunto de tu mujer, tiene toda la pinta de hacerse eterno y, te necesitamos aquí. Que todos vean que tienes las riendas del asunto y que lo diriges con mano firme. No solo existe en el mundo tu problema. Hay muchas personas que tienen su vida pendiente de un hilo. Estás deslumbrado, eso es todo. Nunca debiste casarte con una extranjera. Nunca sabemos por donde van a salir y el resultado ahí lo tienes

— No tengo ganas de discutir, así que te pido por favor que no temas en nuestros asuntos. Ella venía con los brazos abiertos, pero tu te encargaste de que los cerrara. Tú fuiste el culpable de que nos encontremos en esta encrucijada, con tus prejuicios y tus ideas rancias.

Ninguno de los dos estaba satisfecho con el acuerdo alcanzado. Había sido como el juicio de Salomón, pero en este caso, el que salía perdiendo era Dae, que dejaría media vida en los aviones y con la desesperanza cada vez mayor de no encontrarla. Así que no estaba casado, pero tampoco soltero, aunque el señor  Min ho, diera por anulado ese matrimonio, al menos para ellos.

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