miércoles, 22 de diciembre de 2021

Mundos opuestos - Capítulo 19 - La hora de la verdad

 El silencio podía cortarse con un cuchillo. Ninguno de los dos hablaba. Sólo se miraban, pero en sus rostros había tensión y quizá las dudas de cómo comenzar a hablar. ¿Por dónde empezar? ¿Alba estaba preparada para aguantar el torrente de reproches que se le venían encima? Dae podría hilvanar todas las preguntas que  le llegaban  en tropel a su cabeza?

Él avanzó hacia ella que no retrocedió. Y por unos instantes, ambos olvidaron los reproches. Dae abrió sus brazos abarcando el menudo cuerpo de Alba. De momento eso era lo que deseaba hacer. Aunque las preguntas se agolpaban sólo deseaba sentir la calidez de su cuerpo durante tanto tiempo añorado. No se lo podía creer. De la forma más absurda la había encontrado. Sin siquiera imaginarlo, sin suponerlo, pero allí estaba. Allí había estado todo ese tiempo. Pero... ¡La cuna de bebe!¿ Significaba que había tenido otra relación con consecuencias de un hijo? Sería muy posible; había pasado mucho tiempo desde que no estuvieran juntos. Estaba ocupada por un pequeño cuerpecito que dormía tranquilamente, ajeno a todo cuanto acontecía a su alrededor. El abrazo lo cortó bruscamente y la ternura de hacía unos instantes, se tornó de golpe en preguntas y rabia. La apartó de sí y la miró a los ojos. Ellos no mienten y sabría al fin la verdad de lo ocurrido, de tanta penuria, y sufrimiento. La pregunta surgió de repente, brusca, áspera, cortante:

— Tienes muchas cosas que explicarme ¿ Por qué? 

— ¿ A qué te refieres?

— ¡Cómo a qué me refiero ! Ni una llamada atendida. No tienes idea de la desesperación que me causaste

— ¿ Por qué no acudiste al aeropuerto en mi búsqueda? Ni siquiera apareciste por allí para detenerme  ¿Qué creías que iba a soportar día tras día los desprecios de tus padres? No soy poderosa. Eso ya lo sabías. Nada te oculté. No creo que mereciera esa bienvenida tan hostil.

— Y eso precisamente es lo que fui a solucionar. Todo duró más tiempo y cuando regresé a buscarte ya te habías ido. Te he buscado incansablemente. Al día siguiente de tu partida, viaje a España para buscarte, pero todo fue inútil. Nadie sabía nada de tí. Contraté un despacho de detectives y ellos tampoco averiguaron nada. Te llamé incesantemente, pero ni siquiera tenías cobertura.  ¿Aún me reprochas el no haber luchado por tí? Pero hay algo que tendrás que explicarme y es lo de esa cuna. Mejor no. No quiero saber nada. Has rehecho tu vida ¿ No es eso?  Está bien no seré un obstáculo para tu felicidad si es eso lo que deseas.

No la dio tiempo a nada. Salió de la habitación con el rostro congestionado. Ella intentó detenerle, pero su mirada la taladraba y le dejó salir de allí. A penas podía creérselo. Todo había sucedido muy rápido y él no entendía, es decir, ignoraba que la criatura que dormía ajena a todo, era su hija. Ni siquiera la dio tiempo a explicarle nada. En cuestión de segundos vió el cielo abierto y a continuación una borrasca sobre sus cabezas. Tenía que decírselo y nunca sería un momento más oportuno.

Bajo a recepción porque desde el piso en el que estaba su habitación, había escuchado la voz airada de Dae: 

— Prepáreme la cuenta, por favor, he de regresar a casa.

Significaba que se marchaba, pero antes debía conocer la verdad. Esa verdad que no tuvo tiempo de decírsela por la rapidez con que ocurrió todo. Y es que él es así. Impetuoso, quería una cosa y al momento la tenía. Pero la cuestión que debía aclarar no era para tomarlo con prisas. Bajó rápidamente las escaleras y se cruzó con él en ellas que ya subía con el rostro descompuesto.

— No te vas a ir sin saber lo que he de decirte

— No me importa en absoluto. Ya has tomado partido, está claro.

— No, nada está claro. Has hecho tu composición de lugar. Ni siquiera te has tomado la molestia de ver quién era la personita que dormía en esa cuna. Si lo hubieras hecho, no habrías formado este alboroto.

— ¿Qué quieres decir?

— Ese bebe que duerme plácidamente, tiene rasgos orientales. Tus rasgos. Porque cuando abandoné la casa no sabía que estaba embarazada de tí. Aunque de haberlo sabido me hubiera marchado igualmente. No he tenido a nadie en mi vida más que a tí. Y me he arrepentido de ello, porque para mí no ha sido nada fácil. Me resguardé aquí porque a Ángeles la conocía y además el lugar donde vive estaba apartado del mundo. Supe lo del bebe cuando llegué aquí y aquí di a luz. Debí anunciártelo, pero ¿cómo? No tenía tu número de móvil, ni sabía la dirección para escribirte. Estuvo mal, lo sé, pero lo nuestro fue demasiado rápido y mi cabeza, al menos, no funcionaba como era debido. Lo único que puedes reprocharme es eso.

— Deduzco de todo esto que nunca sabría que tenía una hija ¿ no? Mejor cállate porque lo estás empeorando. Me voy. A mi mundo. Tú sigue en el tuyo. Somos totalmente diferentes, es cierto. No podríamos ser felices nunca. Sabrás de mí cuando llegue a Seúl.

Alba estaba allí parada, pálida. Ni siquiera, después de saberlo, había hecho intención de conocer a su hija. No la quería; eso estaba más que claro. Dio media vuelta y se introdujo en la casa. Mientras tanto él pedía un coche por teléfono y avisaba a Julio que se preparara o bien se quedara allí.

— Me voy. Ya no necesitaré tus servicios —Le dijo escuetamente.

Alba subía las escaleras como si fuera un zombi. Su cabeza funcionaba a mil por hora. Ni siquiera deseaba conocer a su hija. Eso la dolía más que otra cosa. Se cruzó con Ángeles que se alarmo al verla en ese estado.

— ¿Qué te pasa? ¿Qué ha ocurrido?

La miró sin verla y la dijo:

— Lo sabe todo

— Bien, pues problema resuelto

— Ni siquiera ha hecho intención de ver a la niña. Se marcha sin conocerla

— Bueno... Ese es su problema

Se abrazó a la mujer y rompió a llorar desconsoladamente.

Él aguardó en su habitación hasta que le notificaron que el coche solicitado ya había llegado. Julio se quedaría allí unos días más. Metió la maleta en el coche y arrancó rápidamente. En su habitación, Alba contemplaba a su hija ajena totalmente a la situación vivida por sus padres.

Ni siquiera sabía en que dirección iba. No le importaba. En su memoria la imagen de ella y la noticia sabida se mezclaban. No se lo podía creer ¿Tenía una hija en verdad, o era una argucia de ella? Y si fuera verdad nunca la conocería. Nunca sabría si en realidad tenía los rasgos orientales tal y como la había descrito. Siempre lo llevaría sobre su conciencia. ¿ Y si fuera una mentira de ella y esa criatura  no fuera su hija? ¿ La querría igual?  Frenó en seco y, apoyando la cabeza sobre el volante comenzó a gimotear:

— Alba, Alba ¿Qué has hecho conmigo?

Y en ese momento supo que, aunque no fuera su hija, la querría lo mismo. La criatura no tenía la culpa de lo que hubiera hecho la madre. La adoptaría porque es de ella. Giró el coche y cambió de dirección, rumbo de nuevo, al refugio. No se marcharía de España sin ellas dos. No le importaba si fuera hija de otro hombre. Era carne de Alba y su sangre, suficiente para adoptarla como hija suya también. Ahora que sabía donde estaba, no la volvería a perder.

Entró de nuevo como una tromba en el recinto del refugio. Frenó en seco y salió deprisa del coche y preguntó dónde estaba Alba:

— En su habitación — le dijo la recepcionista que hacía unos minutos le había hecho la minuta de su estancia.

Asombrada la muchacha, le vió subir escaleras arriba. No se explicaba nada, pero ató cabos con el rostro de él y el de la niña. ¡ Es su padre!, exclamó asombrada y al mismo tiempo sonrió.

Parecía que todas las fichas encajaban y todos se alegraban por Alba, siempre cabizbaja y pensativa.

— La bebe tiene a quién parecerse. ¡Vaya padre tiene ! — pensó la muchacha.

Se escuchó el abrir bruscamente una puerta y a continuación un ligero portazo. En el interior Alba estaba arrodillada junto a la cuna de su hija. Sollozaba cogida de su manita. La niña, al escuchar el portazo tuvo un ligero sobresalto y se despertó de su sueño. Pero al ver el rostro de su madre cerca, sonrió y comenzó a palmotear.

Alba sabía que había entrado alguien en la habitación, pero ni ligeramente suponía que se trataba de Dae. Le había visto partir en el coche a toda prisa, y no imaginaba su regreso, hasta que de nuevo, unos brazos fuertes, sobradamente conocidos por ella, la rodearon acercándola a él. Ella levantó la cabeza de golpe, sobresaltando ligeramente a la pequeña que intensificaba su palmoteo y miraba fijamente aquella otra cara que la miraba sin parpadear y que era desconocida para ella.

— Por favor Alba, perdóname. Pensé que... ¡ Es mi hija !

— ¡Claro que lo es ! Te lo dije. Nunca te engañaría con otro. Te he querido siempre y siempre te querré Dae. Y me ha dolido que, cuando te lo dije, ni siquiera la mirases. No te he mentido. Nunca Dae, nunca

— Lo siento, lo siento. ¡ Es preciosa ! — Con mucho cuidado  tomó la mano de su hija y se la llevó a los labios.

— ¿ A qué has vuelto ?

— A por vosotras. Pensé que sería mucho peor pensar constantemente en vosotras y no teneros. Que aunque no llevara mi sangre, la criaríamos juntos como si fuera mía. Pero... ¡ lo es !

— Te lo dije. Me dolió que ni siquiera te acercaras a su cuna

— Tendrás que perdonarme muchas cosas. Estaba muerto de celos, de rabia, de no sé cuántas cosas más. Nunca he dejado de amarte Alba, y así será siempre. Os llevaré conmigo a Corea, y no nos volveremos a separar nunca más. Compraremos una casa para nosotros tres  y lo que venga. Porque estoy seguro que pronto volveremos a ser padres. Llevo mucho tiempo sin tí y mi sangre hierve ahora mismo.

— Dae. No es tan fácil. ¿Qué pensarán tus padres?

— ¿Crees que me importa? La querrán y a tí también porque les has dado la primera nieta. Confía en mi. Pero no me iré sin tí. Eso tenlo por seguro.

Y al fin se abrazaron y volvieron a besarse como hacía tiempo  hacían. Dae sacó a la niña de la cuna y comenzó a besarla y a abrazarla, iniciando unos pasos de baile suavemente con ella en brazos.

— ¡ Alba, ya la quiero !

De nuevo volvían a recobrar el sosiego, la felicidad, el amor. El nudo más fuerte entre ellos estaba en los brazos de su padre y, sonreía feliz, con esa inocencia que sólo los niños tienen, ajena a que estaba en los brazos firmes y seguros de su padre. De un padre que hasta hacía muy poco tiempo, ignoraba su existencia.


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