jueves, 2 de junio de 2022

Rumor de mar y lluvia en Connemara - Capítulo 10 - Seúl

 


                                Capítulo 10 -Seúl

 

En el aeropuerto ya estaba el chófer con el coche grande esperando a los recién llegados. En un cartel había puesto el nombre de la empresa a modo de identificación. Tuvo que aguardar unos minutos a que recuperasen su equipaje. Al abrir la puerta, los tres formaban una sola persona, como si los tres estuvieran asustados y de esta forma pudieran protegerse. No era tal, sino simplemente que la aglomeración de personas frente a la salida de viajeros era mucha y temían despistarse y no saber a dónde ir si alguno de ellos se extraviara.

El chófer en primera fila, enseguida les localizó. Además, eran inconfundibles: tres, una mujer y dos hombres. Ella sobre todo no pasaba desapercibida no solo por sus rasgos, sino por el color de su pelo. Sonrieron al divisar el cartel y al hombre sonriente que les hacía señas con la mano. Se saludaron haciendo reverencias; eso lo tenían muy presente ya que no era como en occidente: guardar distancias. Nada de besos, ni de estrechar las manos, sólo inclinar la cabeza.

Los compañeros coreanos que quedaron en Dublín les habían aleccionado bien ya que en esos días que habían estado juntos habían tenido la oportunidad de conocer un poco a los dublineses, gente simpática y afectuosa, muy distinta a la de su país. Y no es que los coreanos no lo fueran también. Eran serviciales y simpáticos, sólo que las costumbres europeas no las entendían muy bien, a pesar de que los que residían en cualquier lugar de Europa, conocían el porqué de su comportamiento y ellos lo aceptaban también, aunque en un principio ni lo entendieran y opusieran resistencia a practicarlo. Pero en Corea sería a la inversa y debían tener mucho cuidado. Hasta estaban un poco intimidados.

El chófer era de carácter cálido y hablaba un poco de inglés, con lo cual entre unos y otros se entendieron. 

Tenía órdenes muy concretas: debía dejarles en el aparto hotel, ya que vendrían muy cansados del largo viaje y de los nervios. Les dio una nota escrita por Eun-Ji con las instrucciones ya que el director estaba de viaje como ya les había indicado.

Descansarían esa noche y a la mañana siguiente, a las ocho en punto, hora de Corea, iría el mismo chófer a recogerles y les conduciría a la sede central en donde serían recibidos y dado las instrucciones pertinentes. Descansarían esa noche, pero debían estar listos a la hora indicada que serían las doce de la noche en Dublín.

 No terminaban de adaptarse al horario. Eran muchas horas de diferencia y muy rápido el cambio experimentado. Su cuerpo y su cabeza marchaban con el horario irlandés, en cambio, una vez llegados a Corea, debían poner en marcha sus relojes y cambiar el chip. Les sería difícil durante unos días, pero lo conseguirían, aunque el cuerpo se descontrolase. Lo harían; no habían sido los únicos, y sería cuanto antes.

Cada uno de ellos, se instaló en su apartamento correspondiente. Amy lo recorría fijándose en todos los detalles. Sonrió satisfecha: todo estaba impecable y a su comodidad. Iban a ser los tres meses que pasara allí más fantásticos de toda su vida.

Pasó al cuarto de baño con el neceser de aseo en la mano y entonces se fijó que en uno de los estantes había un frasco de perfume, justo el que ella usaba ¿Cómo lo habían sabido? Pensó que había sido una casualidad y que posiblemente fuera una gentileza del hotel al saber que eran europeos.

 Sí había reparado en el hermoso ramo de rosas depositado encima de una mesa velador en un jarrón de cristal. De entre las flores, destacaba un sobre, lo extrajo y lo abrió. Pero sólo pudo saber que lo había mandado la empresa como bienvenida.

 —¡Qué gentiles! — fue lo que dijo ante el inesperado obsequio de bienvenida.

Sonó el teléfono interior y se trataba de uno de sus compañeros Thomas para ver si estaba instalada y conforme. Por él supo que les habían dejado una botella de magnífico vino.

   Estoy bastante despistado con la hora ¿Cuándo cenaremos? Tendremos que acostarnos pronto, aunque no tengamos sueño. Hay que tener en cuenta que mañana tenemos que estar a las ocho en las oficinas, y biológicamente para nosotros será la una de la madrugada. ¿Qué te parece si tomamos cualquier cosa en la cafetería y nos metemos en la cama? No creo que nos cueste mucho ya que estamos cansados por tantas horas de vuelo.

 —Me parece bien. No tengo ningún apetito, pero hemos de tomar alimento, de lo contrario mañana estaremos fuera de órbita

 Thomas soltó una fuerte carcajada. Era cierto lo que su compañera decía. Iban a pasar unos días algo despistados. Tendrían que ponerse las pilas si no querían hacer el ridículo.

    Tomémoslo con calma y vamos a divertirnos. Nos acostumbraremos rápidamente al cambio. El trabajo será el mismo, sólo que en otro lugar.

   —Tienes razón. Estamos cansados, pero mañana lo veremos con otra perspectiva —respondió Amy— ni siquiera voy a cambiarme de ropa. Después me echaré una siesta y que no se nos olvide avisar en recepción para que nos despierten.

La cena transcurrió comentando la llegada y la decepción que habían tenido por la pobre recepción tenida. Ellos habían sido muy cariñosos cuando llegaron. Esperaban a que el director les recibiera de inmediato y, sin embargo, estaba de viaje.

—Ellos son más cerebrales que nosotros —dijo Amy sin duda decepcionada como sus compañeros— Estamos en el mundo opuesto al nuestro; somos diferentes no sólo físicamente, sino también en forma de ser. Para ellos es normal su proceder, en definitiva, venimos a trabajar para ellos y no a una recepción.

Tras una corta sobremesa, cada uno se retiró a su habitáculo. Estaban cansados por el largo viaje y la larguísima escala hecha. Se pusieron de acuerdo en la hora en que debieran estar listos y darían orden en recepción para que despertasen a los tres, pero por si acaso, el primero que se despertara avisaría a los otros.

 Amy preparó la ropa que iba a ponerse. No iría con vaqueros como hacía muchas veces en Irlanda. En el fondo estaba un poco resentida por la llegada tan fría, así que elegiría sus mejores galas, dentro de que sería para trabajar. Y lo haría intensamente. Tenía que demostrar a todos que no era tan sólo una chica, sino que además se ganaba el sueldo que percibía por su trabajo. Nunca antes había tenido la necesidad de demostrarlo como esta vez.

 Mientras iban en el coche que la empresa había enviado para recogerles, iba marcando en un plano los lugares por los que pasaban señalando al margen algún edificio o algo que resaltara sobre lo demás. De este modo hasta que lo conociera, se guiaría. Suponía que esa sería la única vez que fueran a buscarlos, además deseaba manejarse por sí misma.

No era la primera vez que viajaba, lo único que tenía miedo sería a ser rechazada por no hablar coreano. Esperaba que fueran condescendientes con ella.

La costó dormirse y lo hizo tarde. Miró el reloj y comprobó que al cabo de dos horas tendrían que comenzar su primer día de trabajo. Su cabeza, su cuerpo, la gritaba que estaba cansada, que sería de noche en Dublín, y sin embargo allí comenzaría un nuevo día dentro de nada. Sabía que tardaría en cambiar el chip y se acostumbraría a ello, pero mientras tanto terminaría agotada de cansancio. Porque además su trabajo no la permitía tomarse muchos respiros. También sabía que una vez que se sentara ante la pantalla, el teclado y, se pusiera los auriculares, se olvidaría del cansancio y de las conversaciones y movimientos que se produjeran a su alrededor. Sólo esperaba que conectara bien con la persona que fuera su ayudante, ya que sabía que ninguno de sus compañeros lo serían.

Hubiera sido un remanso de paz para ella, tener a su lado a Peter o a Thomas. Se conocían y conectaban perfectamente, pero comprendía que, al cabo del tiempo, ellos regresarían a su país, y su puesto, de ahora, lo ocuparía la persona que ahora iba a ser su mano derecha, que, por supuesto sería un coreano de los que trabajaban en la actualidad en la empresa.

Llegaron enseguida. Tal y como les había dicho Kwan, no estaba lejos de donde vivían. También comprobó que el tráfico en Seúl era infernal con lo cual tendría que medir el tiempo que se tardaba en llegar cuando el tráfico les plantara cara. Se manejaría en transporte público que pensaba sería magnífico.

Seúl era una ciudad moderna, como si fuera una sucursal de una ciudad americana.

—¿Habrán tenido influencia los americanos? No terminaba de creerlo, pues al mismo tiempo, la impresión que tenía de ellos es que eran muy individualistas. Pero el caso es que tenían “que fabricar” la capital, dado que era poco menos que un solar hasta hacía pocos años atrás. Se veía una ciudad próspera y eso se notaba en el ambiente, en la forma de vestir de sus gentes. En la cantidad de comercios, de diversos gremios que llenaban sus calles y de los atuendos muy bien cuidados de sus habitantes. Especialmente el de las mujeres más sofisticados que las europeas. Impecables los hombres, generalmente bastante altos y hasta diría que coquetos. Eso si la sorprendió, puesto que no lo esperaba.

Sus dos compañeros charlaban animadamente sorprendidos, al igual que ella, de lo que veían a su paso.

Llegaron enseguida y además con antelación, como habían previsto. Si ellos eran puntuales, demostrarían que, también los occidentales lo eran.

Al bajarse, Amy se dirigió al chófer y le pidió que le hiciera una lista de las calles más importantes por las que habían pasado, tanto a la ida como a la vuelta, resaltando alguna seña de identidad.

   —Señorita no lo necesita. Yo iré a buscarlos y los llevaré de regreso al hotel. No se preocupe.

   —Se lo agradezco, pero he de manejarme por mí misma. Pretendo conocer bien la ciudad. Posiblemente no haga otro viaje igual en mi vida.

— —Lo entiendo y hace bien. No se preocupe, así lo haré

Tras darle las gracias, los tres, se adentraron en el edificio. Ya tenían sus acreditaciones, así que irían directamente a su departamento y allí pedirían la tarea a desempeñar. Sin pérdida de tiempo se pondrían a ello.

RESERVADO DERECHOS DE AUTOR / COPY RIGHT
Autora: 1996rosafermu / rosaf9494
Imágenes: Internet

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