lunes, 27 de junio de 2022

Rumor de mar y lluvia en Connemara - Capítulo 23 - Informativo



                     

                  Capítulo 23 – Informativo

 

Los días seguían su marcha y, poco a poco se fue haciendo a  su nueva vida con Aileen. Despacio y con apuros, cogía el pulso de la situación que vivía con su hija y, se fueron conociendo ambas. Desde que había nacido Aileen, no dormía tanto. Cualquier ruido la desvelaba y salía corriendo de la cama hasta la cuna para ver si se trataba de la niña. Al ver que no había sido ella, respiraba aliviada, pera ya no volvía a coger el sueño. Por tanto, sus maravillosos ojos grises, siempre estaban orlados de violáceas ojeras.

 Había pasado poco más de un mes desde que naciera la niña y la noche se presentaba guerrera por los gases en la tripita del bebe. Tardó un poco más de la cuenta en expulsarlos, pero al fin lo consiguió.  Decidió hacer guardia por si se repetían. Se sentó en la cama y encendió el televisor. Era de madrugada, por tanto, los informativos eran de última hora. Tampoco la interesaban demasiado, pero los dejó por ver si la monotonía de las noticias la adormecían de nuevo.

   Noticias locales —anunció el presentador y comenzó a enumerar los diversos hechos más o menos relevantes que se habían producido en Irlanda en las últimas veinticuatro horas.

No la interesaban en lo más mínimo, pero hubo un nombre que hizo prestara atención:

    En el día de hoy, ha contraído matrimonio en la capital de Corea del Sur, Seúl, el financiero coreano Lee Park Kwan con la señorita Hana Young Mi. Entre los invitados estaba presente el director gerente para Irlanda el señor Peter O’Donnell, socio del señor Kwan. La celebración ha tenido lugar…

No quiso escuchar más. Se puso lívida al ver las imágenes del enlace. Sabía que le había perdido, que no se volverían a ver, pero el verle junto a su prometida, ya esposa, era lo mismo que una puñalada en su corazón. Observó las imágenes y comprobó que, aunque sonriente, no era una sonrisa franca, sino más bien por cumplir. Y recordó la escena del perfume, en la que se reía abiertamente, muy lejos de la que estaba presenciando, que debería ser el día más feliz de su vida.

No pudo evitar que unas lágrimas acudieran a sus ojos. Miraba a su hija y sentía una pena infinita y un desprecio insufrible por el que era su padre.

Si en algún momento tuviera algún resquicio de acercamiento esto lo echaba todo por tierra. No quería pensar más en él, pero, ¿cómo arrancarle de su vida? Tendría que hacerlo, al menos por el pequeño cuerpo que dormía plácidamente a su lado.

 Pasados unos días, todo volvió a ser como antes. Procuraba no volver a pensar en lo que pudo haber sido y no fue. Se centraba principalmente en su hija. Era lo que importaba y todo lo demás tenía que echarlo en un saco roto.

Y pasó el tiempo y los años, viendo crecer a Aileen, una niña preciosa que lo único que había sacado de su madre había sido el color del cabello, no tan rojizo como el de ella, sino mezclado con castaño claro. Era estudiosa y jamás le dio un quebradero de cabeza.  Observaba con nostalgia lo rápido que había pasado el tiempo y, sin querer, repasaba mentalmente toda su trayectoria. En breves fechas cumpliría treinta y nueve años y su hija quince. Se había hecho sin darse cuenta una mujercita.  Destacaba entre todos sus compañeros, ya que era la única que, a pesar de haber nacido en Irlanda, se consideraba asiática y también sus compañeros la consideraban más de esa raza que de la occidental, sin duda por sus acentuados rasgos orientales.

Echó la vista atrás y pensó lo distinto que hubiera sido todo en sus vidas ¿Se hubieran casado? O la influencia de la raza, de sus padres, ¿habrían influido en él? ¿Seguirían amándose como entonces? Lo cierto era que no sabían nada uno del otro y continuaban lo mismo. Probablemente, a estas alturas se hubieran divorciado o quién sabe si se amarían, si cabe, más. Todo eran conjeturas que a nada conducían. Era mejor pasar página y contemplar la vida desde una especie de palco de platea.

Amy reconocía que, su mujer era una preciosidad, como una muñeca de porcelana. Sería difícil no enamorarse de ella. Además, se unían muchas cosas a su favor. Era mejor no pensar en ello. Se centraría únicamente en la vida de su hija. Su única misión en la vida, que la había dedicado a ella.

Casi no tenía amigos; un par de ellos en el trabajo. Raramente acudía a alguna fiesta o viajaba a Dublín. Su vida se centraba en aquella pequeña localidad y su misión Aileen. Sus ilusiones habían sido destrozadas y aún tenía el alma desgarrada. No la interesaba nada de lo que el mundo pudiera ofrecerla.  Simplemente dejaba correr el tiempo y esperar a que pasase y ver la trayectoria vital de la niña, que ya no lo era tanto.

Le asustaba esa etapa que se avecinaba. La observaba sin que ella se diera cuenta y, a veces, la notaba nostálgica. Nunca lo había mencionado, pero ella sabía que pensaba a menudo en su padre. Si hubiera sido totalmente caucásica, no le afectaría tanto, pero tenía rasgos muy marcados, a pesar de que se expresaba en un perfecto inglés y tenía costumbres irlandesas, pero ellas dos sabían que, en algún lugar de la tierra vivía ese hombre que era su padre. Y que, tras él, había algo que nadie sabía más que su madre y no quería ni oír hablar del tema.

Amy volaba con la imaginación hasta Seúl, y recorría mentalmente el itinerario que hacía cada día para ir a su trabajo, para terminar en él, en su figura, en su rostro, en sus ojos que no podía olvidar, puesto que tenía una representación palpable ante ella constantemente.

A miles de kilómetros, también la vida transcurría monótona para Kwan. Su matrimonio no funcionaba. Les mantenía unidos una hija tenida de su unión con Hana, a la que adoraba.

Había nacido a los dos años de haberse casado. Engendrada, seguramente, en una de las pocas noches en que tenían conexión. Poca o ninguna comunicación existía con su mujer y cada uno de ellos hacía su vida como mejor quisiera, cubriendo siempre las apariencias. Pero no hacía falta ser muy observador para ver que sólo existía entre ellos, una unión matrimonial impuesta por las familias.

Kwan recordaba con frecuencia la intimidad, la poca intimidad con Young Mi, y la muy distinta que tuvo con Amy, con tanta entrega, tan brutal y desesperada. Tan opuesta   a la rígida y fría con su mujer. No podían reprocharle nada, puesto que lo advirtió en repetidas ocasiones. Así que optaron por seguir juntos, pero sin nada que les uniese excepto su hija que era su razón de vivir: Suni. Iba a cumplir trece años y se preparaba una gran fiesta a la que asistirían sus compañeros de clase. Era estudiosa y amaba a sus padres entrañablemente. Ignoraba la historia amorosa de su padre y, hasta ese momento no había observado la frialdad existente entre ambos progenitores. Creyó que era normal en esa sociedad tan paternalista en la que mandaban los padres sobre la vida de sus hijos. Él no sería así con ella. Le daría la suficiente libertad para que eligiese a quién desease, aunque no fuera de la misma clase social que ella. Kwan no repetiría en Suni lo que hicieron con él.

Recordaba, con bastante frecuencia su amor fracasado con Amy. Se preguntaba qué habría sido de ella.

—¿Estará casada? ¿Se habrá enamorado de otro hombre? ¿Seguirá sola? ¿Dónde te metes Amy? ¿Por qué no luchaste a mi lado? ¿Es así como preferías verme, infeliz y desesperado porque aún te amo?  Ni siquiera tengo el consuelo de encontrarme contigo casualmente. Nadie sabe dónde estás, ni qué ha sido de tu vida. Eres una pesadilla de la que no puedo deshacerme.  En eso te has convertido, en el más tortuoso de mis sueños. ¿Acaso pensaste que no te amaba lo suficiente? Te hubiera contado todo, pero no me diste tiempo para ello. ¿Prefieres que ahora pague mis errores? ¿Durante el resto de mi vida? Amy ¿Dónde te escondes? ¿Me sigues amando o te has olvidado de lo nuestro? Conseguirás volverme loco, pero tú nunca lo sabrás.

Ambas vidas eran paralelas con una separación de miles de kilómetros, de metas truncadas y logros conseguidos, pero en un rincón de sus corazones un inmenso hueco sin llenar como no fuera de nostalgias y de fracasos, en lugar de amor y felicidad.

Kwan disfrutó durante el cumpleaños de su hija. El verla feliz era su meta. Totalmente opuesta a su ignorada hermana que, lejos de allí crecía completamente ajena de que había otra persona que llevaba su misma sangre y totalmente distinta a ella, con dos años de diferencia entre ambas. Una hermana pequeña que tampoco tenía idea de que existiera. Ninguno de ellos, excepto Hana, que lo imaginaba, pero que se libró de comentar nunca nada.

 RESERVADOS DERECHOS DE AUTOR / COPYRIGHT

Autora: 1996rosafermu /rosaf9494

Edición: Junio 2022

Fotografias: Internet

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