domingo, 19 de junio de 2022

Rumor de mar y lluvia en Connemara - Capítulo 19 - Todo tuyo

 



                                                           Capítulo 19 - Todo tuyo

                    

Lo tenía todo preparado. Un pasaje de regreso a Dublín y encima de una mesa un sobre portando la renuncia y los motivos que tenía para ello. No se habían vuelto a ver ni hablar por teléfono. Ambos estaban rotos, pero ya no había forma de recomponer lo que no tenía solución.

Ordenó que bajaran su equipaje y lo tuvieran en consigna hasta que Amy llegara de un asunto que aún tenía pendiente. Había hablado con sus compañeros para justificar su repentina marcha y, aunque no les convenció mucho, tampoco pensaron en el motivo real de su repentina partida.

Llamó a un taxi y le dio la dirección de la empresa. Entregaría en propia mano a Kwan su carta de renuncia y el abandono de la empresa tanto en Corea como en Irlanda. No quería saber nada de ellos, ni una posible tentación de volver a hablar con él.

Dio unos ligeros golpes en la puerta y desde dentro una voz autorizó a entrar en la estancia. Se detuvo un instante en la entrada antes de avanzar. Estaba sentado firmando unos papeles y al escuchar que la puerta se abría, alzó la mirada. Al verla, supo de inmediato lo que la llevaba hasta allí. Se cumplía fielmente el último trámite.

Indicó que se sentara y ella negó con la cabeza. Las palabras se le atascaban en la garganta. Le tendió la carta que, él recogió lentamente conociendo lo que en ella se decía. Haciendo un gran esfuerzo Amy, mirándole de frente dijo:

—Te deseo la mayor de las suertes

—Amy, aún estamos a tiempo. Esto es una locura

—Adiós Kwan. Que te vaya bien.

 Dando media vuelta, abrió la puerta y salió por ella. Una silueta se acercaba en esa misma dirección. Se trataba de una mujer más baja que ella. Parecía una muñeca de porcelana y, dedujo rápidamente que se trataba de su prometida. Ambas mujeres se pararon frente a frente, pero fue Young Mi quién mirándola, dijo:

   —Así que tú eres Amy…

   —Si. Soy Amy Callaghan. Todo tuyo – dijo indicando con su brazo la puerta del despacho

Partió de allí sin volverse a mirar a la que fuera “su rival” en la vida de aquel hombre que salía de su vida en ese preciso momento. Pasó un momento por el que fuera su despacho a despedirse de sus compañeros que la preguntaban sin cesar el porqué de su marcha.

—Este clima no me sienta bien. He esperado a que todo estuviera en marcha. Nada me retiene aquí, así que he optado por recuperar la salud. ¡Buena suerte, chicos!

Esa sería la última vez que estuviera en aquel despacho, en aquel edificio en el que tantas esperanzas y esfuerzo había dejado entre sus paredes. No sólo había renunciado al amor de su vida, sino a su futuro que se anunciaba espléndido. Ahora, a su regreso, tenía que empezar de cero, en otro lugar, con otras personas, y con qué clase de trabajo. Tenía un futuro incierto.

Creyó que al salir del edificio se terminaban todos sus quebraderos de cabeza, que en unas pocas horas se subiría a un avión y se alejaría de todo aquello que, pasados unos días imaginaría que había vivido un sueño. Que todos sus problemas quedaban atrás. Lo que ni siquiera imaginaba era que sus verdaderos problemas estaban comenzando, precisamente en esos momentos.

 Miraba a través de la ventanilla del avión y vislumbraba la silueta de Moher. Ya estaba prácticamente en casa. De nuevo se abría ante ella todo un abanico de incógnitas y preguntas sin respuestas. ¿Qué hacer ahora? ¿Qué rumbo tomar? ¿Dónde viviría? La empresa de Peter O’Donnell había sido su primer y único trabajo hasta ahora. Tendría que empezar por ahí ¿Tendría las fuerzas necesarias para ello? ¿Y dinero para poder aguantar? En su bolso de mano guardaba un suculento cheque extendido por Lee Park Kwan. Había tratado de rechazarlo, pero él suplicó que no lo hiciera para no infringirle más daño. Se juró así misma que no haría uso de él. No quería nada de él. No tenía idea del daño que la había hecho. No quería recordarlo, al menos en estos primeros amargos momentos de la separación, aunque sabía muy bien que llegaría el momento en que sólo querría volver a vivir el tiempo vivido con él.

En su cabeza apareció Connemara. Sería su refugio. Allí tenía la casa familiar. Y allí buscaría un trabajo. Le daba igual cuál fuera. Se conformaba con ir teniendo para vivir. No tenía demasiado interés por la vida, después del tremendo desengaño sufrido.

El taxi que la llevaba al centro de la ciudad, fue el mismo que, por su solicitud la llevó hasta un hotel modesto. Permanecería un día o dos hasta organizar su nueva marcha a Connemara. Lo tenía decidido: ese sería su nuevo hogar. Casi no la recordarían. Pasaría desapercibida y tendría una vida tranquila. Al menos hasta que comenzara a asimilar lo ocurrido.

Dos días después estaba sentada en un autobús, pegada a la ventanilla camino de Connemara. Pasaría por Galway y allí probablemente comería. Sería un viaje largo de algo más de cuatro horas, pero le pareció la mejor opción. Podía haber elegido otro medio de transporte, pero en el autobús, mentalmente trazaría un plan de lo que debía organizar para comenzar a vivir en un nuevo, aunque lo conociera, lugar al que no había vuelto desde que sus padres faltaron. Sus vacaciones, mientras estudiaba en Dublín, las pasó allí y también las vacaciones veraniegas cuando entró a formar parte de la plantilla de O’Donnell. Al morir sus padres, raras veces iba por allí. Se ponía como pretexto el viaje tan pesado, pero lo cierto era que echaba de menos a sus padres y aquella casa se le venía encima. Iba una o dos veces al año con el fin de mantenerla. Sería muy doloroso dejar que se deteriorara tanto como para no ser habitable.

El traqueteo del autobús y las malas noches pasadas apenas sin dormir, hicieron que tuviera somnolencia. Reclinó la cabeza en el cristal y de esta forma se sumergió en un sueño, en una duermevela en la que sobresalían distintas personas, con rostros distintos haciendo muecas o riéndose. No identificaba a ninguno, pero en su subconsciente buscaba un solo rostro, pero esa cara se mostraba esquiva, lo que la producía angustia. Al fin, casi anocheciendo llegaron a Connemara.

La primera sensación que experimentó al bajarse del autobús en la estación, fue el olor a mar. Miró al cielo. Anochecía, pero se entreveían masas de nubes. Todo normal. Poca gente por la calle y silencio. Allí mismo pediría un taxi que la condujera hasta casa de sus padres, ahora la suya. No estaba muy lejos, pero lo suficiente para ir cargada con la maleta.

Se hacía tarde y estaba cansada por el viaje, así que decidió comer algo para meterse en la cama en cuanto llegase. Antes tendría que encender alguna estufa que caldeara la casa, ya que, al estar deshabitada y cerca del mar, la humedad se le metería hasta los huesos. Comprobó su reloj y vio que a penas eran las seis de la tarde. Muy pronto para pensar en dormir. Desharía el equipaje mientas la casa tomaba temperatura y cuando tuviera sueño se iría a la cama. Tenía que buscar la manta eléctrica que su madre siempre la ponía en el lecho cada vez que ella les visitaba. Siempre se quejaba de que las sábanas estaban húmedas y siempre su madre la respondía que era la sensación de la humedad a la que ella no estaba acostumbrada.

Al recordar a su madre no pudo evitar que las lágrimas aparecieran de improviso. Había cenado en un bar de la ciudad en el que fue reconocida y por tanto se vio obligada a inventarse una excusa.  Estaba frente a la casa. Dejó la maleta en el suelo y repasó con la mirada el entorno. Deseaba con todas sus fuerzas que las ventanas se iluminasen como cuando estaban sus padres viviendo. Pero lejos de eso, la oscuridad nocturna, poco a poco se adueñaba del paisaje, al que sólo llegaban los sonidos del mar algo lejanos y el olor a salitre al que tendría que acostumbrarse.

De un hueco de uno de los ladrillos que, sólo ella conocía, extrajo la llave que le daría acceso a la vivienda. Todo permanecía inalterable, como si el tiempo se hubiera detenido en el último día que allí estuvo. Ni siquiera deseó recordarlo, porque sólo grabada en su retina, era el día del entierro de sus progenitores. El resto estaba borrado de su memoria. Había tardado mucho tiempo en regresar. Ahora lo hacía y no estaba muy segura si no sería nuevamente para darse una buena llantina, porque a la tristeza por estar sola, se unía el rotundo fracaso de su vida sentimental. Sin duda su destino sería estar siempre sola. Al menos nadie la defraudaría. Confiar en el ser humano, era hartamente peligroso porque tarde o temprano te hace daño de alguna manera.

No quería pensar en él, pero tampoco pudo evitar mirar el reloj y calcular la hora que sería en Seúl. Qué habría sacado en limpio con la entrevista hecha con su prometida y si por fin habría hablado con sus padres y los de ella. No quería pensar en ello. Todo se había quedado en Corea a su partida y haría todo cuanto estuviera en su mano para apartar definitivamente el rostro de Kwan de su memoria y junto a ella los momentos vividos. También su fracaso.

Entró en la casa, al fin, con el pie derecho. Al darse cuenta de ello sonrió levemente. Nunca había sido supersticiosa, pero le habían ocurrido algunas cosas que decididamente pensó que no hacía daño a nadie entrando de esa forma… Por si acaso.

Al abrir la puerta y encender la luz, le dio en la cara el olor a cerrado, a humedad y a mar, un cóctel demasiado fuerte para un olfato acostumbrado a la gasolina de los coches exclusivamente.  Como había pensado, dejó la maleta en el salón y encendió una estufa. Llevó la maleta a la habitación y allí hizo lo mismo con un calentador que había para tal fin. Enchufó el frigorífico y la cocina.

—No está muy sucio. No está mal para llevar cerrada tanto tiempo. Mañana me dedicaré a ello. Hoy descansaré, aunque dude mucho tenga sueño. Pero necesito tratar de dormir.

RESERVADOS DERECHOS DE AUTOR / COPYRIGHT
Autora: 1996rosafermu / rosaf9494
Edición: Junio 2022
Fotografía. Internet


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