sábado, 11 de junio de 2022

Rumor de mar y lluvia en Connemara - Capítulo 14 - Una entrega en Recepción


                                      

                                                  Capítulo 14 - Una entrega en Recepción

       Al fin, acompañada de sus dos amigos irlandeses, fue hasta el hotel con la promesa de meterse en la cama y `permanecer en ella durante todo el día, hasta el siguiente. En Recepción encargaron la cena para ella y recibió un pequeño paquete que habían dejado. No sabía lo que era. Al llegar a su apartamento, lo desenvolvió. No podía imaginar lo qué sería aquello, ni quién lo enviaría.

No tuvo que esperar mucho, en cuanto rompió el envoltorio supo de lo que se trataba, de quién era y a qué se debía.

       —¡Por los clavos de Cristo! Este hombre es imposible.

 Ante ella un bonito paraguas plegable y una tarjeta con un breve mensaje: “Llévalo siempre en el bolso” Kwan

 No terminaba de entender lo que todo aquello significaba. Sostenía una lucha constante con ella misma. Por un lado, le halagaba que él hubiera tenido esos detalles, pero al mismo tiempo, al no comprenderlos, en lo más profundo de su cabeza se estaba forjando algo que no debía permitir. Pero… ¿Quién le pone puertas al campo? Le atraía sobre manera no sólo físicamente, sino las atenciones hacia ella.

Se ducharía antes de meterse en la cama. Al entrar en el cuarto de baño, su mirada se dirigió hacia un estante en el que sobresalía un determinado frasco. Una luz se hizo en su cabeza:

   —No es posible. Habrá sido una casualidad. Es imposible que lo recordara.

Se debatía en esa lucha mitad incredulidad y mitad certeza de que había sido él quién encargara al hotel pusieran aquél determinado perfume.

       —Me va a volver loca. No, no, no. Es imposible. No puede ser. Se desenvuelve en unas esferas totalmente diferentes a las mías. Bueno, en realidad yo no tengo ninguna esfera. ¿Qué esfera? ¿Una tarde de cine o de merienda con mis compañeras? ¿Puedes compararlo con los saraos que organizará esta gente? ¿Cómo eres tan ilusa en siquiera imaginarlo?

Sin embargo, no podía evitar hacerse ilusiones. ¿Quién no se las haría con el comportamiento de un hombre como aquél? ¿Cómo no tenerlas con lo imponente que es?

          —Mírate en un espejo. ¿En serio crees que se ha fijado en ti? No seas tonta. Pero, si eso te hace feliz, imagínatelo. Tienes derecho a ello, y además eres una “perita en dulce”. No debes menospreciarte por ser simplemente una empleada. No eres cualquier trabajadora. Ahora mismo el proyecto a punto de lanzar, te lo debe a ti.

Mientras eso pensaba, instintivamente acariciaba aquel frasco de cristal de rayas negras, azules y plateadas: Rive Gauche. Sonrió levemente, pero no era de satisfacción, sino de desgana. No sería posible aquello que imaginaba. Sin embargo, su corazón se desbocaba al evocarlo. Al recordar aquel paseo inesperado. Nadie le obligó a acompañarla hasta su casa. Podía haberlo hecho alquilando un taxi y, sin embargo, él se empeñó en hacerlo. Tenía que asegurarse de que no eran invenciones suyas. Pero ¿Cómo no imaginárselo?

  —Eres muy retorcida —se dijo— Insistes en pensar cosas que tienen una explicación. Te dejaron ese perfume posiblemente porque hizo hincapié en vuestro primer paseo juntos. No sería adecuado dejar una botella de vino en la habitación de una señorita. Quizás sería alguna indicación del hotel y él lo recordó. Estás viendo muchos fantasmas donde no los hay. Olvídate del tema antes de que salgas dañada.

Pero era difícil abstraerse de esos pensamientos cuando, el terreno ya estaba abonado. ¿Cómo resistirse al atractivo de semejante ejemplar? ¿Por qué no pensar que a él podría ocurrirle lo mismo que a ella? ¿Tan poca cosa debía considerarse?

Se dormiría montándose su propia película consistente en que él estaba prendado de ella y que conquistaba su corazón y al fin…

 El sueño inundó su cuerpo quedándose dormida en ese punto. El medicamente recetado por el médico, había surtido efecto. Tendría un sueño reparador y ojalá que fuera largo. Al despertarse, se encontraría mejor y con un poco de suerte volvería al trabajo y tendría oportunidad de verle de nuevo. Con eso se conformaba. No aspiraba a más: verle era su máximo proyecto. Pasaría el tiempo. Regresaría a Irlanda y ahí terminaría su sueño de una tarde ¿de verano? No. Lluviosa. Porque todo ese montaje se lo debía al haber recibido el paraguas de parte de él. Debería darle las gracias.

Poco a poco iba saliendo del letargo en que la medicación la había sumido, y también recobraba el sentido común, dejando a un lado, lo que sólo en su cabeza había vivido. ¿Cuánto había dormido? No tenía ni idea de a qué hora el señor Morfeo se fue adueñando de su cuerpo. Tenía que despejarse porque el repiqueteo de su móvil llevaba sonando durante un buen rato que, inconscientemente interpretó sería parte del sueño. Pero no lo era y, tras un breve intervalo, volvía nuevamente a sonar. Guiñando los ojos al tratar de abrirlos y atender la llamada, alargó el brazo para cogerlo de su mesilla:

              —Dígame—respondió con voz somnolienta

             —¿Eres tú? ¿Estás bien?

Ese tuteo y su cabeza algo embotada, le hacían dudar sobre quién osara interrumpir su sueño, hecho a medida de sus deseos. Volvió a preguntar:

   —¿Quién llama?

      — Soy Kwan. Me tienes preocupado. Hace rato que te llamo y no respondes ¿Te encuentras bien?

Sonrió, ya más despierta, al darse cuenta de que en verdad la tuteaba. No había sido parte de su sueño. Con nadie más lo hacía ¿Por qué con ella? Respondió algo aturdida aún. Debía contestar, de lo contrario él se alarmaría.

   —Si. Estoy bien. Estaba dormida

      —Siento haberte despertado, pero no estaba tranquilo. ¿Necesitas algo?

               —¿Por qué me ha comprado el paraguas?

              —Porque lo necesitas. Si lo hubieras tenido no estarías en cama

            —Bueno, no me regañe

            —No te estoy regañando

           — Tiene razón. Hice una lista de lo que debía llevar en mi equipaje y olvidé el paraguas. Creí que aquí no llovería al igual que en Irlanda.

         —Bueno no tiene importancia. ¿Me dirás de una vez cómo te sientes?

         —Mejor, estoy mejor.

      —Me alegro. Estoy muy preocupado por ti

      —¿Por qué? Sé cuidarme sola

      —No estoy muy seguro de ello—respondió respirando aliviado.

       —Mañana acudiré al trabajo

      —Ni se te ocurra

      —Si. Si se me va a ocurrir. Prometí estar todo el día de hoy en cama y lo cumpliré. Me aburro soberanamente y, además, estoy bien. Así que iré a trabajar

     —Eres una mujer imposible ¿Lo sabes? Cabezota, independiente… Por eso me gustas. Si, me gustas mucho

¿Había oído bien? ¿Era una declaración o una opinión? Se quedó callada durante unos instantes pensando en cuál sería su próxima pregunta. Cómo hacerla, qué decirle para aclarar de una vez lo que significaba aquello que, no deseaba tomar al pie de la letra. Pero debía hacerlo. No podía seguir viéndole, vivir con esa incógnita permanente en su cabeza. ¡Si al menos tuviera cerca a sus amigas…! Pero no lo estaban así que, debiera ser ella quién despejara esa ecuación.

Por un lado, notaba que su corazón se aceleraba con esas palabras, con el susurro de su voz. ¿Cómo un hombre de mundo se había fijado en ella? Seguro que tiene a cuantas mujeres desee y serán todas hermosas y sofisticadas. En cambio, ella era de lo más simple. Cómo si se anticipara a esa pregunta no expresada, él respondió:

  —Precisamente por eso. Porque eres diferente, terca, inteligente, con fuerte personalidad… Distinta, diferente a todas cuantas conozco. Eres preciosa y exótica.

  —¿Exótica yo? — soltó una carcajada extrañada de esa expresión de parte de él

      —Para ti seré yo el exótico. Habrás observado que en toda Corea la única persona con el cabello rojizo eres tú ¿Te parece poco exotismo? Me gustas. Mucho. Acabo de decírtelo.

No respondió. No podía hacerlo. Era la declaración de amor más inesperada que había recibido nunca. Bueno, lo cierto es que nadie hasta ahora, se le había declarado. Ningún hombre desde la universidad. Sin embargo, esta tenía un significado especial. Se arrebujó en la cama sonriendo e imaginando su rostro al declararla abiertamente que sentía algo por ella. Era un recreo para sus oídos. ¿Se lo diría en persona, o habría sido motivado por la preocupación que decía sentir? Era una responsabilidad para él y su empresa, si alguno de los empleados trasladados fuera de su país contrajera alguna enfermedad extraña al no tener las defensas para los virus que pudieran contraer en el país que no era el suyo. Sí, decididamente a eso se había referido.

  —¿Sigues ahí?

 Al escuchar de nuevo su voz, la trajo hasta el aquí y hasta el ahora. Se le notaba impaciente ante el silencio que ella guardaba. Pero lo cierto era que le daba miedo repreguntar nuevamente hasta cerciorarse de lo que ella necesitaba, y apaciguar las mariposas que revoloteaban por su estómago. Abiertamente tenía que declarar que no sólo le gustaba, sino que se había enamorado de él. Que le había atraído su enorme personalidad desde un principio y que daría cualquier cosa por tenerle delante repitiendo las mismas palabas que acababa de decir.

Salió de sus reflexiones cuando, por segunda vez escuchó la misma pregunta:

—¿Estás ahí? Me tienes preocupado. Te noto extraña y sé que no debo hacerlo, pero como no me contestes a lo que te ocurre, me presento en el hotel ahora mismo.

      —No, estoy aquí. Estoy bien. No se le ocurra venir. Me dejaría en muy mal lugar ante todos.

    —Te acabo de decir que siento algo profundo por ti y sigues tratándome ceremoniosamente. ¿He de interpretar que no te gusto, que no quieres tener nada conmigo más que un trato laboral?

Y aquí estaba. La incógnita despejada. Deseaba tener una relación con ella. ¿Qué debía responder? Que sí. Que ella sentía lo mismo. Que no la importaba el mundo, sólo él. Que, al tenerle de frente, no sería capaz de disimular y que deseaba verle pese a todo.

     —Yo también te quiero— Y colgó el teléfono.


RESERVADOS DERECHOS DE AUTOR / COPYRIGHT
Autora: 1996rosafermu / rosaf9494
Edición: Junio 2022
Fotografías. Internet

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