miércoles, 8 de junio de 2022

Rumor de mar y lluvia en Connemara - Capítulo 13 - Volverse a encontrar



                                          

               Capítulo 13 – Volverse a encontrar

 

Situado al fondo del departamento, detrás del grupo de personas que debían intervenir en la transmisión, situaron al director general de la compañía, es decir Lee Park -Kwan. Tenía un lugar privilegiado desde donde seguir los intercambios de signos, algoritmos y resultados de uno y otro lado del océano. Nítidos y claros, llegaban los datos hasta sus oídos. No podía ser menos en el departamento de tecnología.

Amy era quién llevaba la voz cantante desde Seúl y Kyn Bok desde Dublín. Sin fallos, admitiendo quizás alguna rectificación que lo mejorase. Todo sencillo y normal entre todos, ya que habían realizado un trabajo extraordinario. Las imágenes de las que constaba el programa, llegaban nítidas y claras. Las lecturas en clave para los profanos, pero no para ellos, estaban bien calculadas y por tanto dieron el visto bueno, una vez realizado algún retoque, para llevarlo a su fin y, tras un tiempo de contrastar los últimos datos, estaría dispuesto para lanzarlo al mercado.

Al final, resonaron aplausos a uno y otro lado del mapa y la sonrisa de sus caras era de satisfacción plena por ambos lados. Habían realizado un gran trabajo en un tiempo récord, señal de que habían tenido un buen ojo para conjuntar a las personas que se encargarían de ello.

 ¿Significaba que su misión había concluido? Eso era lo que pensaba Kwan. Si todo había salido a la perfección y, sólo faltaba plasmarlo, grabarlo y lanzarlo… Amy y sus compañeros regresarían a Dublín sin siquiera cumplir el plazo que se habían fijado. Y esta vez ya no volvería a verla, como no fuera una casualidad por algún motivo del trabajo.

No podía ser verdad. Como en una película, pasó por su imaginación lo que pasaría con su vida en el momento en que ella  subiera al avión de regreso a Irlanda. Y la sola idea de la aceleración de su boda le ponía el vello de punta. No lo quería. No era justo. Amaba y estaba enamorado de otra mujer. De una mujer que regresaría a su país y sería imposible, poco menos que, volverse a ver.

El rostro de su futura esposa, Young Mi se le aparecía con cara de pocos amigos, porque tampoco ella estaba conforme con esa boda, pero se veía obligada a ello por sus padres, al igual que él. Tenía que pensar rápido y en algo que la retuviera en Corea. Lo primero sería pedir un aplazamiento del enlace pretextando algo, aunque constituyera un serio disgusto entre las familias. En ese momento tenía la mente en blanco, pero ya lo pensaría cuando estuviera más tranquilo. Quizás ofreciéndole un puesto superior en ese departamento, pero el caso sería conseguir que se quedara en Corea.

Todos se felicitaban. Ya la conexión había finalizado. Se levantó de donde había presenciado la transmisión y estrechando la mano de todos, llegó hasta Amy. Notó que su mano ardía. Que sus ojos estaban demasiado brillantes y algo acuosos. No veía sus mejillas por la mascarilla, pero intuía que también estarían enrojecidas, síntomas de que tenía fiebre.

Adelantó su mano para estrechar la de ella y en ese momento la asió fuertemente y tirando de ella dijo:

   —Está con fiebre. Voy a llevarla al médico ahora mismo.

Ni siquiera la dio tiempo a rechazar la idea. Amy, mejor que nadie, sabía que había acertado. Estaba febril y tenía un malestar profundo que había sido anulado para centrarse en la retransmisión. Pero ahora, todo había concluido y de nuevo, volvieron los escalofríos, la sed infinita y las ganas enormes de estar metida en su cama. En vez de eso, iba de la mano de su jefe que la conducía a toda prisa hasta la pequeña clínica instalada en la segunda planta del edificio, al que solamente tenían acceso los empleados de la compañía y alguna urgencia que se produjera ajena a ellos.

De nada servía las protestas de Amy. No la escuchaba. La llevaba fuertemente de la mano, como si tuviera miedo de que saliese corriendo. No entendía en absoluto ese proceder. Tampoco  escuchaba los razonamientos que le hacía. Llevaba el entrecejo fruncido y sus labios apretados como para impedir que algún improperio saliese de ellos.

   —¿Qué cree que está haciendo? — le dijo enfadada por la forma que tenía de comportarse haciendo que todo el mundo los mirase

Incluso, hasta había impedido la entrada en el ascensor de algunas personas que se dirigían a la salida, diciendo simplemente: “emergencia”. Nadie replicaba, al contrario, no dudaban en ir hacia el otro ascensor. Creyeron, al verla con la mascarilla, que sería portadora de alguna enfermedad contagiosa y nadie dijo nada ni objetó nada.

   —¿Se da cuenta de que todo el mundo me cree una apestada? ¿ Qué es lo que le pasa? He dicho que es un resfriado. Simplemente eso.

   —Me importa un pito lo que piensen. Es urgente que te vea un médico.

   —No tengo más que un simple catarro del chaparrón que me pillé

— ¿Acaso no llevabas paraguas? Aquí no puedes fiarte del tiempo en esta época

   —No, no tenía paraguas.  Por favor, déjeme ir. Tenemos mucho trabajo en el departamento. Suélteme. No es mi padre ni nadie que pueda controlar mi vida.

   —No, no lo soy. Pero sí el responsable de haberte traído. Ha de verte un médico y de acuerdo a lo que diga, te dejaré ir.

   —¿Me está tuteando?—pensó extrañada sin entender ese comportamiento tan anómalo

¿ El médico corroboró lo que era: un fortísimo resfriado que, con medicación adecuada y, un día de reposo se habría pasado. No sabía si estaba furiosa con él ¿Quién se había creído que era? Pero en el fondo le halagaba que se preocupara por ella, aún sabiendo que sería para no tener responsabilidad jurídica.

 Le miraba de reojo y apreciaba las facciones que tenía. Era una persona con un atractivo fuera de lo normal y justo le había tocado a ella, ese alma solitaria y romántica en un lugar electrizante. No lo entendía y se oponía a esa situación por mucho que le halagase. Sabía que sería un caso perdido. Tenía que desembarazarse de esos pensamientos inoportunos y descabellados. Ni por asomo ocurriría en su vida un enamoramiento tan repentino y descabellado. Todo era debido a la soledad que reinaba en su vida, máxime ahora en que sólo tenía contacto con sus compañeros de trabajo.

Era una mujer que le gustaba dialogar y, por desgracia, sólo podía hacerlo en el trabajo, lo cual era todo... menos oportuno. Casi no podía comunicarse siquiera, con los empleados del hotel. Y ni hablar de la gente común de la calle. Lo había experimentado el día de la tremenda lluvia que cayó sobre ella.

Y de repente echó de menos Dublín, su tierra, que conocía bien. Sus rincones, su gente. Sus compañeros de trabajo y… Connemara, su niñez, sus padres, su cobijo siempre.

Gruesos lagrimones corrían por sus mejillas. No sabía muy bien lo que la ocurría, ni a qué se debía esa nostalgia. Se sentía sola entre aquel laberinto de gentes totalmente desconocidas para ella. Sin poder comunicarse con nadie en la soledad de su habitación, de un hotel frio y solitario. Excelente, desde luego, pero no dejaba de ser un hotel. Sus compañeros vecinos, tenían sus propias nostalgias. Echaban de menos a sus familias y procuraban hacerse compañía mutuamente, pero ella sobraba con ellos. Por mucho que insistieran en que se les uniera siempre daba evasivas. Ellos iban a lugares que a ella no le gustaban y buscaban compañías en su soledad. Ella no pintaba nada con ellos.

Pero, sin saber cómo ni porqué, había surgido esa mano amiga que la trataba como si fuera una niña pequeña, imponiendo su fuerza, su criterio y algo extraño que no terminaba de entender. Se sentía pequeña, acobardada a su lado y a un mismo tiempo le rechazaba, pero también le encantaba que cuidase de ella, como en esta ocasión en que se preocupaba por su salud e imponía su fuerza para su mejor estado.

Mientras ella se vestía, Kwan aguardaba fuera y, con su teléfono en mano, hablaba con alguien dándole órdenes:

   —Si, lo quiero ahora. Como sea, del color que sea y de la marca que sea. Cuando llegue al hotel tienen que entregárselo en recepción.

Tenía la cara algo crispada. Desde que había regresado a Seúl, por una circunstancia o por otra, no había tenido un momento de sosiego. Ella tenía esa facultad, inquietarle al máximo a pesar de que a penas se dirigieran la palabra. ¿Cómo era posible esa dependencia de alguien en tan corto espacio de tiempo?

 Reflexionaba sobre ello, cuando la puerta de la consulta del doctor se abrió dando paso a una Amy algo insegura acompañada del médico. Ambos se dirigieron hacía él que, de un salto se levantó de su asiento.

   —¿Qué ocurre? ¿Cómo te encuentras?

   —No ocurre nada. Es un resfriado que cederá en un par de días. Sería lo ideal que, al menos uno, guardase cama, pero ella se opone rotundamente— dijo el médico

   —Se meterá en la cama— añadió el jefe

   —Rotundamente no. Usted es mi jefe, pero yo mando en mi misma. Doy mi palabra que en un par de días, si siguiera mal, lo haría, pero ni hoy ni mañana. Y es mi última palabra.

El médico y el jefe se miraron sin decir nada. La rotundidez con que había hablado no dejaba espacio para ningún otro comentario.  Estrechó la mano del doctor y adelantándose a Kwan, se dirigió hacia los ascensores con paso resuelto.

Todos estaban preocupados por su tardanza en volver al despacho. No entendían muy bien lo que la ocurría y la determinación del jefe en llevarla casi arrastras hasta la consulta.  Los compañeros irlandeses se miraron perplejos. No entendían nada, ni ella había expresado nada. Les extrañó fuera con la mascarilla, pero les bastaba la explicación que dio:

—No deseo contagiaros— y con eso se quedaron.

 Pero ahora, al regresar y ver las caras de Amy y del jefe, entendieron que algo pasaba: probablemente habrían discutido. A ella la conocían muy bien, pero a él no. La preguntarían cuando, con más tranquilidad, les contase el veredicto del médico. Al conocerlo, respiraron tranquilos y se ofrecieron a ayudarla en todo cuando precisase.

Ese simple comentario, por otro lado, lógico entre compañeros, no gustó al jefe. Deseaba que ella dependiera totalmente de él. Se daba cuenta que eso no era posible; no tenía ningún vínculo con ella y su comportamiento lo que conseguía era sembrar desconfianza entre todos quienes les rodeaban. Nadie conocía los sentimientos de ese hombre, aparentemente frio, muy en su papel. Pero de seguir así, pronto se delataría y surgirían las murmuraciones y cotilleos, que le repugnaban, cuya peor parte sería ella quién la llevara, siendo ajena a lo que él sentía.

—Habrás de contener tu genio, de lo contrario te meterás en un lío y de rechazo a ella.

De este modo Amy consiguió lo que quería. Terminaría pronto su jornada laboral y probablemente, si no mejorase, faltaría al día siguiente. Pero debía comprobar que todo estaba hilvanado: era su responsabilidad.

—Yo te llevaré a casa a la salida ¿Estás conforme?

Ella no replicó. No entendía el papel protector que había elegido. ¡Por Dios! ¿Qué le pasa a este hombre? Pensaba con un regusto agridulce. No le agradaba su imposición en un rol que no le correspondía, pero al mismo tiempo, le gustaba que la cuidase y la protegiera.  Uno tenía las ideas más claras del porqué se comportaba así. En cambio, la otra, no lo entendía por mucho que la complaciera. No podía entender que le ocurría. Y todo era meridianamente claro es que se había enamorado rotunda e inexplicablemente de ella. Necesitaba proceder así. Protegerla de ese modo, sin pensar que llamaría la atención por estar totalmente fuera de lugar. Pero le importaba un pimiento con tal de cuidarla hasta en los más pequeños detalles  y tenerla cerca.

Hablaría con ella seriamente y si lo aceptaba, después lo haría con su prometida y con sus padres. De ninguna manera contraería matrimonio sin amarla, teniendo constantemente en la memoria a la irlandesa. Porque sabía que su atracción hacia ella no era pasajera, sino que había llegado para quedarse hasta el fin de sus días.


DERECHOS DE AUTOR RESERVADOS / COPYRIGHT

Autora: 1996rosafermu / rosaf9494

Edición: Junio 2022

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