viernes, 3 de septiembre de 2021

Eros - Capítulo 12 - Una llamada importante

 Frederick se rascaba la coronilla con una mano mientras que con la otra sostenía el teléfono. Recordaba las palabras tajantes que le había dicho antes de marcharse: "Bajo ningún concepto me llames. De no ser algo de vida o muerte. No existo."

Y sin embargo debía hacerlo. Era un caso insólito, pero urgente relativamente, según el concepto que Benjamín tuviera de las cosas.  Se había convertido en una eficiente colaboradora como lo fue cuando trabajó con él. Ella llevaba su agenda, y pensó que sería muy urgente ponerle al día y buscar  a quién la sustituyera. Sabía que le echaría una bronca, pero también, que era su deber informarle. Seguramente si no lo hiciera, también le regañaría, así que se curaría en salud.

Tragó saliva, carraspeó suavemente y tras cerrar la puerta que comunicaba su despacho con el de Lissa, pulsó el número de Benjamín. Mientras el aparato daba la señal de marcado, consultó su reloj: eran pasadas las diez de la mañana. Él no acostumbraba  a levantarse tarde cuando estaba en el campo.

No hizo caso de la llamada del teléfono. Miró de quién se trataba y al leer el nombre de  Frederick, se incorporó con el ceño fruncido. Dudaba en responder. Seguro que lo que fuese no era un asunto de vida o muerte, por tanto, podía esperar. Cortó la comunicación y se dio la vuelta en la cama abrazándose al cuerpo que dormía a su lado. Una voz somnolienta le preguntaba qué era lo que ocurría a estas horas tan tempranas:

— Es Frederick, no te preocupes. Nada importante. Ya volverá a llamar si es urgente

Frederick aguardaría un rato no fuera a ser que hubiera salido a correr como solía hacer. En el despacho, ninguno de los dos hablaba. Ambos tenían las caras serias y trataban de no hacer comentarios. Estaban aún con la sorpresa de lo acontecido.

  Esperó cerca de una hora y repitió la llamada que, tampoco fue atendida. En el cuarto de baño de la habitación de Benjamín, había una celebración de algo, o simplemente de estar juntos un hombre y una mujer. 

Si, se trataba de nuestro erótico jefe que, despreocupado  buscaba alivio en alguien que le hiciera olvidar por unos minutos, que se convirtieron en horas, en días... Pero el caso era, que ni aún con la compañía femenina, olvidaba a otra mujer, que constantemente martilleaba su cerebro, por muchos intentos de sacudirse el recuerdo de una vez por todas.

Al salir de la mansión que hasta hacía poco tiempo había sido su lugar de trabajo, se dirigió a la parada del autobús más próximo. Quería salir de allí cuanto antes. No la importaba si no tomaba el que correspondía. Le daba igual la llevara donde la llevase, el caso era ausentarse de allí cuanto antes. Lo malo sería que tendría que volver al día siguiente para recoger su certificado de recomendaciones. Sin él no podría encontrar un nuevo trabajo, y lo necesitaba con urgencia, aunque pudiera aguantar con los ahorros que tenía al menos un mes.

Debía establecer un turno de prioridades. Ya había solucionado la primera, ahora venía la segunda, y no por eso menos urgente. Pero dependía de que encontrase un trabajo, para de este modo, buscar un apartamento en el que vivir, no muy alejado del lugar en el que trabajaría.

— Compraré el periódico. Entraré en una cafetería y allí mismo, mientras desayuno, buscaré en el apartado de ofertas de trabajo.

Y así lo hizo. El tener que caminar por la vida sola, teniendo que solucionar ella misma las complicaciones que salieran a su paso, la había hecho cerebral y organizada. No daba un paso antes que otro, si es que la obstruyera el siguiente.  Y así lo hizo.

Desplegó encima de la mesa la hoja del periódico de ofertas, y allí, provista de un bolígrafo y un pequeño cuadernillo, se dispuso a revisar concienzudamente las demandas y ofertas de trabajo. A simple vista no había nada que  la interesase. No debía tener muchas aspiraciones, al menos de momento, hasta que estuviera organizada su vida. Después, con calma, ya buscaría algo más acorde con sus expectativas.

La salida del trabajo del señor Sutton, había roto todos sus esquemas, en todos los sentidos. Debía empezar de cero, una vez más. Volvió a repasar las ofertas y, aunque no eran muy convincentes, decidió que se presentaría al que mejor se ajustara a sus expectativas. Tenía que buscarse donde vivir , y había una oferta que era céntrica, así que eligiese el lugar que eligiese, siempre la vendría bien. No era de gran relieve. Ser cajera de una pizzería no era lo que más ansiaba, pero era un trabajo digno como cualquier otro y de momento la serviría.

De nuevo se personó en la mansión para recoger su certificado. Sería, esta vez sí, la última vez que fuera. Aunque quizá con sus antiguos compañeros, si conservaría la amistad, principalmente con Lissa su amiga y consejera, aunque en esta ocasión no estuvo de acuerdo con ella. "Pero claro— se dijo— ella no conoce toda la verdad".

Una vez recogido el certificado, se dirigió a la cadena de pizzas y, con el periódico en la mano pidió entrevistarse con el encargado. Estuvieron hablando largo rato, pero al final, con las aptitudes que vió en ella y el certificado de buen comportamiento, el puesto de trabajo le fue concedido. El sueldo ni se aproximaba de cerca al que hasta ahora había percibido de Sutton, pero de momento serviría. Ahora tocaba tema vivienda. Y se preguntaba:

— ¿Por qué tengo que salir de mi apartamento como si hubiera cometido un delito? No es justo. No seas ilusa, él no vendrá a buscarte. No le interesas. Quizás por una sola cosa: un deseo no conseguido. No. No me moveré de allí. Ni siquiera se acordará una vez que pasen unos días.

Bueno, pues ya estaba todo. Era el último eslabón de una cadena que, hasta ese día, había formado parte de su vida. Ahora comenzaba otra nueva: nuevo trabajo, compañeros, nuevo lugar y la vida marcando sus ritmos. Seguiría adelante y, cambiaría de estilo de vida. Trataría de crearse amigos con los empleados de la pizzería. De ser más sociable, en una palabra ser otra persona y no la responsable y concienzuda  Evelyn que había sido hasta ahora.

Frederick no sabía lo qué hacer. No podía contactar con él. Tenía el teléfono apagado o perdido. No se lo explicaba. ¿Se daba cuenta de la responsabilidad que ahora tenía, no sólo con su patrimonio, sino con la cantidad de empleados que tenía a su servicio? ¿Seguía el mismo ritmo de vida de antes de ser el heredero universal del apellido Sutton? Se enfadaba con su manera de ser y, llegó a comprender el por qué Evelyn no quería seguir con él.

Al fin al tercer día, Benjamín cogió el teléfono:

— Vamos a ver Frederick ¿Qué parte no entendiste de no llamarme pasase lo que pasase? Estoy de vacaciones. Me espera un ingente trabajo para lo que quiero hacer. Reestructuraré todo el sistema. Di a Evelyn que lo vaya programando, así en cuanto llegue nos pondremos manos a la obra.

— Señor Sutton, Evelyn ya no trabaja para nosotros

— ¿Qué has dicho?

— Lo que ha escuchado. Llevo tres días para contactar con usted por este motivo, y ha sido imposible.

Al otro lado de la línea, sólo se escuchaba la respiración profunda de Benjamín, tratando de contener algún exabrupto. De repente la comunicación se cortó. Frederick se quedó mirando el teléfono, y esperó. Le conocía bien y, sabía que, pasados los primeros instantes de sorpresa, volvería a ponerse en contacto con él para averiguar lo ocurrido, el porqué de la decisión tomada de no volver a trabajar para él, y dónde lo hacía ahora. Y no se equivocaba: de nuevo el teléfono se escuchó y en la pantalla del aparato un nombre: Benjamín.

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