domingo, 19 de septiembre de 2021

Eros - Capítulo 22 - Noche de angustia

 Frederick y Lissa se harían cargo de Kyra, ya que Mildred trabajaba por la noche. Al menos no se sintió tan solo en aquella sala de espera fría y solitaria. Era de noche y aún seguía en  quirófano. Tan sólo por la tarde, salió una enfermera para decirle que todo iba normal. Que  era complicado y por eso tardaban más.

Su instinto le avisaba de que tantas horas no eran normales. Estaba casi seguro que habían habido complicaciones y por eso se demoraba más. Necesitaba tener alguna noticia de lo que estaba ocurriendo tras esas puertas. Cada vez más la ansiedad y la preocupación le invadían más frecuentemente. No se separaba de aquél lugar ni para tomar agua. Cansado de dar vueltas y vueltas, tomó asiento en un butacón y reclinó la cabeza hacia atrás. No tenía sueño, pero estaba fatigado emocionalmente. Entornó los ojos y comenzó a repasar todos esos años perdidos; no quería detenerse en que a ella la ocurriera lo peor. No se lo perdonaría en la vida, a pesar de que él no tuviera la culpa del accidente, pero sí, en parte de haber desaprovechado el tiempo con ella.

Si salieran de esta situación terrible, no perdería ni un minuto, ni un solo segundo de estar con ella. Era el motor de su vida y la estaba perdiendo, porque tenía certeza de que alguna complicación grave había surgido tras esa sala de operaciones. Se acordaba de su hija. A pesar de tener contacto con ella, se había perdido la mitad de su niñez. No le parecían suficientes los días establecidos, no era justo. A veces tenía la impresión de que Kyra, a medida que crecía, le veía a veces no como a su padre, sino como a alguien extraño que pasase por allí.

No le compensaba la vida alegre y de juergas que había tenido desde muy joven, al haber perdido esos retazos que, ahora añoraba con nostalgia de la verdadera vida, la real, con ellas, con su familia, en su casa, en la que se sentía seguro y a salvo. Ya nada sería igual. El accidente marcaría un antes y un después. Estaba seguro que, con tal de volver a ser una familia, cedería a todas sus exigencias . Porque sí, ella no exigía nada que no fuera fácil de cumplir y razonable. Su amor en el día que estaba viviendo, había crecido mucho. Su pecho estaba acongojado por no haberla podido proteger. Deseaba cuidarla, pasase lo que pasase después del quirófano. Ni siquiera se planteaba el perderla, aunque estaba dentro de lo posible. Todos se lo habían dejado muy claro: estaba grave... Y aún no tenía nada seguro después de que hubieran pasado varias horas desde que ocurrió todo.

Era la noche más angustiosa que jamás había vivido. Era interminable; el reloj no corría, nada corría a su favor, de conocer algo que le diera esperanza. Ya era de madrugada, cuando la puerta tan ansiosamente esperada se abriera, lo hizo, dando paso a tres médicos. Benjamín  se levantó de un salto y a un tiempo analizaba las caras de los médicos buscando en ellas algún síntoma de esperanza o de desconsuelo. Y  por fin comenzaron a hablar:

— Supongo que usted es el señor Sutton ¿Verdad? Bien. Su mujer está estable dentro de la gravedad. Nos dio un buen susto, por eso se ha demorado más nuestra presencia. Tuvo una parada de la que pudimos recuperarla. Aún no ha pasado el peligro. Deberá permanecer en la  unidad de cuidados intensivos durante varios días. Tiene varias costillas rotas, así como una pierna y un brazo. Una de las costillas fracturadas, le interesó el pulmón, de ahí una fuerte hemorragia que pudimos controlar y como consecuencia de la pérdida de sangre, la parada. De momento todo está bajo control, pero no significa que no surjan complicaciones. Podrá verla a través de la ventanilla, pero no tendrá visitas hasta que la bajemos a planta. No le puedo precisar el día. Depende de su evolución. ¿Quiere preguntar algo más? Estaremos siempre a su disposición para informarle siempre que quiera. De momento no se puede hacer más, así que opino debería marchar a su casa y tratar de descansar. Le va a necesitar cuando se recupere, pero si usted está débil y cansado, no podrá ayudarla y le repito: va a necesitarle.

No sabía si se había quedado más tranquilo, o más alarmado. ¿Volvería a repetirse la parada? Le condujeron por un pasillo del interior de la pre entrada a los quirófanos y, allí por una pequeña ventanilla la pudo ver. Tenía uno de sus brazos y la pierna escayolados. A través de la sábana se podía apreciar un vendaje en su pecho. En su cara, en su bonita cara tenía heridas y hematomas. Pero eso era lo menos importante. Seguiría siendo hermosa aunque tuviera cicatrices.

Quería embeberse en su imagen, dilatar al máximo los cinco minutos que, pasaron como en un suspiro, pero así debía ser por el bien de ella. Permanecía sedada y así estaría posiblemente varios días. Sólo deseaba verla. Con eso bastaba.

Y salió del hospital cuando las primeras luces del alba apuntaban en el horizonte. Pensó que hacía sólo veinticuatro horas, en ese mismo instante, estaba durmiendo, tranquilamente en la cama después de haber rememorado la  conversación última que tuvieron. Con la imagen de su rostro y de su último beso, se quedó dormido. Muy diferente este amanecer, con la duda, la intranquilidad y la esperanza al mismo tiempo, de volverla a tener abrazada. No le importaba esperar, porque significaría que el peligro había pasado.

De repente se sintió agotado, no sólo por el cansancio, sino por la tensión que tuvo desde que le anunciaron lo que ocurría. Entraría en la cafetería y tomaría un café. Tenía el cuerpo destemplado y, unas ganas terribles de abrazar a su hija. La niña, por fortuna para ella, ignoraba que su madre se debatía entre la vida y la muerte. Aquel cuerpecito pequeño y precioso, era su creación, la de ambos, en un momento de glorioso amor. ¿Vendrían más días así? Debía tener esperanza. Se recuperaría; ella es joven y fuerte y saldrá. Saldremos adelante.

Tomó el café en una casi solitaria cafetería. En ella había pocos clientes, seguramente como él, en espera de noticias o habiéndolas sabido, se recuperaban de una noche espantosa, igual a la suya. Mientras sorbía la taza, examinaba cada rostro y los había para todos los gustos: unos no hablaban entre ellos, pero tenían la cara macilenta y triste. Otros por el contrario estaban exultantes, señal de que habían tenido buenas noticias, Otros, con la vista fija en la taza de café dando incesantes vueltas con la cucharilla y, pensativos, muy pensativos. Se incluyó en este último grupo. Pagó la consumición, miró el reloj y comprobó que era muy pronto para ir a casa de Frederick. Despertaría a toda la casa, eran las seis de la mañana. Mejor iría a su casa, se ducharía, cambiaría de ropa y después iría a ver a Kyra.

Tenia que hacer tiempo como fuera para no estar solo en casa. A las doce volvería a verla y a hablar con los médicos. Cada vez que pensaba en ello y, era constantemente, tenia la sensación de como si una mano le apretara el corazón. No podía creer que su mujer, fuerte, decidida, cariñosa, excelente madre y por qué no, amante y esposa extraordinaria, ahora estaba inconsciente en una cama de hospital a  expensas de lo que quisieran hacer con ella. La sedación era tan fuerte que no se había despertado ni un solo instante. Mucho se temía que así serían los días que estuviera en la UCI. Con un poco de suerte, la irían reduciendo las dosis de calmantes poco a poco. Su inconsciencia tenía de ventaja de que ella no se daba cuenta de nada, sumida en ese sueño profundo.

Pagó su café y salió a la calle en busca de su coche aparcado a la entrada del hospital. Miró al cielo, aspiró el aire mañanero profundamente, como si sus pulmones necesitaran renovar el aire. Era un día normal, pero no para él. Había cambiado en menos de un minuto. Todos los proyectos hechos, habían quedado suspendidos en el aire. Eso no era lo más importante, sino que lo que verdaderamente le importaba era la recuperación de  Evelyn, aunque le diera calabazas. Aunque le dijera que ya no le quería, nada importaba más que ella viviera y se recuperase. Aunque no volvieran a vivir juntos, su situación había cambiado. ¿Serían amigos solamente? ¿Sería capaz de soportar que otro hombre ocupara su corazón? Lo haría si ella fuera feliz. Es lo que más le importaba. Había abandonado su secular egoísmo para pensar solamente en su bienestar y felicidad, aunque no la tuviera a su lado. Sería su decisión y con ella, aunque no fuese su deseo, le bastaría.

Ansiaba volver a verla reír, y no contemplar esa  estática Evelyn que ahora era. Deseaba sus regañinas, sus pensamientos extraños respecto a él. Su timidez y nerviosismo cuando estaba en su presencia. Todo eso  había cobrado un valor incalculable, que no había apreciado hasta ahora. Había bastado ver que su vida peligraba para alterar todos sus pensamientos respecto a los valores de la vida. Y su vida era ella, con sus manías, su fuerte carácter, su cabezonería... Con todo ello, porque sin esas cosas, no era la Evelyn que conocía y adoraba. La quería tal cual era, con sus virtudes y sus defectos, y también su paciencia por haber soportado su comportamiento. Ahora comprendía su reticencia frente a él antes de casarse: ya le quería, pero no se había dado cuenta.

Todo eso, ahora, recobraba un valor inmenso que hacía que se uniera más a ella, que la quisiera mucho más. Pero ya lo había notado antes de su accidente, lo descubrió al verla conversar relajada y contenta, con otro hombre que no era él. En esa escena sencilla, poco importante, corriente, como hay otras, le entró pánico a perderla y, por ese motivo acudió en su búsqueda.

Pero todo había cambiado en sus vidas, por unos escasos minutos en que separa la vida anterior a la de ahora terrible, incierta y dolorosa. Antepondría el bienestar de ella a cualquier otra cosa, aunque fuera en su contra. Caminaba lentamente, con la cabeza baja, como si le costara un triunfo abandonar el recinto en el que se encontraba su otra mitad

 Ya en el coche, con las manos en el volante, y su cabeza entre ellas, se resistía a ponerle en marcha. Cuando pensaba al entrar en su casa y no escuchar su taconeo, la risa de su hija, el alboroto que formaban madre e hija porque llegaban tarde al colegio y al desayuno. Se le hacía irrespirable. Hasta ahora no se había dado cuenta de lo importante que eran esas pequeñas cosas que ahora se hacían grandes. ¿Cómo no las había echado de menos antes? ¿Lo hizo? ¡Claro que sí lo hizo. Lo echaba de menos todo, pero siempre guardaba la esperanza de que algún día volvería a sentirlo.

No iría a su casa., no podía hacerlo. Aún era temprano, pero seguro que la casa de  Frederick y Lissa ya estaba en funcionamiento. Kyra se había quedado con ellos. Sí, iría a verla. Necesitaba tener cerca el calor de su pequeño cuerpo. Seguro que le preguntaría por su madre. La diría que estaba de viaje. Los niños en su inocencia, admiten todo, por absurdo que sea, como una verdad irrefutable. Y hacia allí se encaminó. Necesitaba las palabras de un amigo y ellos lo eran. A Frederick le conocía desde muy joven, le conocía perfectamente y hasta en algunas ocasiones le había tapado ante su padre alguna fechoría. Es lo que necesitaba el abrazo sincero de alguien. Y allí  se dirigió.

Frederick ya había salido hacia la oficina y Lissa estaba terminando de preparar el desayuno para Kyra. En pocos minutos Mildred llegaría para llevarla al colegio. 

Lissa abrió la puerta sin esperar que fuera Benjamín. Tenía un aspecto horrible, macilento, ojeroso, con la camisa arrugada y casi sin ganas de hablar:

— ¡Oh Benjamín!

No pudo decir más. Él avanzó hacia ella y se abrazó a Lissa, llorando desconsoladamente. Era la primera vez que había tenido frente a ella a un Benjamín derrotado. No sabía qué decirle porque ella misma estaba a punto de llorar. Le abrazó fuertemente, ambos  necesitaban refugiarse en alguien que comprendiera la angustia que estaban viviendo. Ella es la mejor amiga de su mujer, y a él no le importó en absoluto  romper el protocolo, ahora inexistente, de una antigua trabajadora suya. Ahora era una amiga entrañable. En ese abrazo se dio cuenta Lissa de lo solo que estaba. Su hermana vivía en Canadá y era el único pariente vivo que le quedaba. Siempre había ocultado esa falta con su carácter mandón y brillante. Probablemente sería ese el motivo por el que siempre estaba enredado con otras mujeres.

Lissa quería entrañablemente a Evelyn, era su amiga. Se entendían perfectamente y este trance por el que pasaban era injusto. Nunca  le había comentado nada referente a lo ocurrido en su matrimonio,  conocía bien a ambos. Nunca la preguntó nada, era como si no se hubiera enterado de nada y, precisamente por esa delicadeza, es que se habían convertido en excelentes amigas.

También ella estaba muy preocupada por lo ocurrido, y a solas clamaba por su curación, pero él estaba tan angustiado, que sólo pudo abrazarle.

—  Pasa y desayuna con nosotras.. Kyra ya está levantada. Te vendrá bien ver a la niña. La he dicho que mamá está de viaje. No ha comentado nada y, dudo que se haya conformado con esa explicación.

— Muchas gracias por todo, Lissa

— Benjamín. Se trata de mi mejor amiga. Es como una hermana para mí y Frederick está muy afectado. No he de decirte el inmenso cariño que te tiene. Siempre estaremos aquí para vosotros.

—Cuando desayune volveré a casa. Me cambiaré de ropa y volveré al hospital. A las doce podré verla de nuevo a través de un cristal. Hablaré con los médicos. Esta madrugada me informaron de que todo seguía igual. No sé si es buena o mala señal.

— Escúchame. No han ido a buscarte. Tampoco te han llamado. Eso significa que sigue estable. No que esté mejor, aunque en cierta medida, así es, pero hay que ganar tiempo y lo están haciendo. Ve a casa, dúchate y trata de dormir un poco. Después regresa al hospital, pero una vez la hayas visto, vuelve y almuerza con nosotros. También te necesitamos. Estamos muy preocupados y desmoralizados. Frederick está muy impresionado. Nos vendrá bien a los tres hablar de todo lo ocurrido, si acaso lo necesitáramos.


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