viernes, 17 de septiembre de 2021

Eros - Capítulo 21 - Destino

Cuando llegó a su casa, tenía sentimientos esperanzados, pero también expectantes e inquietos. ¿Había conseguido lo que se había propuesto? No del todo, aunque siempre tenía la esperanza de que ella cediera. No sabía muy bien si estar satisfecho, con esperanzas o por el contrario rechazado. No tuvo esa sensación cuando la besó. No le rechazó, ni siquiera hizo ademán de retirarle. Era la primera vez en tanto tiempo que había vuelto a sentir la suavidad de sus labios, el perfume que habitualmente usaba. El calor que su cuerpo emanaba cuando la acercó al suyo y esa especie de abrazo que ella enlazó en sus hombros. ¿Sería una señal positiva? ¿Le seguía queriendo? Deseaba pensar que sí. Sabía de su carácter y si así no fuera, no había permitido ese beso, tan ardiente que expresaba tantas cosas. Deseo, excitación, esperanza, pero sobre todo amor. Ese amor que ambos tenían arrinconado dentro de ellos, pero que a la menor oportunidad salía a flote, como había ocurrido hacía unos instantes.

Llegó a su casa. No tenía sueño. Estaba demasiado nervioso y ansioso como para dormir, no podría hacerlo por mucho que lo intentara. Le había prometido dejarla espacio y tiempo para reflexionar. Él lo tenía todo pensado, pero eran sus condiciones y las respetaría por mucho que le costase. No creía que tardaría mucho en responderle,. Le había prometido no verse, no ponerse en contacto ni siquiera por teléfono. No saber nada de él mientras ella reflexionara, y aunque le costara mucho llevarlo a cabo, lo cumpliría. Se lo había jugado todo a una misma carta y quería tener triunfos. Dejar que ella reflexionara en su proposición, sin agobiarla.

Se sentó en la sala después de servirse un vaso de whisky. Quería recrearse en lo vivido, rememorar las imágenes vividas esa misma noche. Hizo bien en ir a verla directamente, sin adelantos telefónicos. La pilló por sorpresa, sin tiempo a pensar. Ambos fueron espontáneos. Se dijeron todo lo que les hacía daño desde hacía tanto tiempo. Deberían haberlo hecho aquella misma noche en que todo se desbordó, pero si lo hubieran dejado "reposar", al menos durante unas horas, no estarían viviendo lo que todo llegó después. La separación fue dolorosa para ambos; quizá más dura para ella, ya que estaba recién dada a luz prácticamente y en busca de  donde vivir y donde trabajar. No debió ser fácil para ella. Y si a eso se añade la decepción, la perdedora fue ella, sin lugar a dudas. Y lo más triste de todo, ahora que el tiempo ha transcurrido, han aclarado unas cuantas cosas, es que tuviera razón por sus quejas. Él no lo vió así en ese momento, y ella quizá fuera demasiado tajante, pero el caso es que estaban ahora con una rendija abierta a la esperanza.

Él también tenía que reflexionar y hacer cosas por si acaso ella le dijera que sí, que volverían a ser una familia y dejar a un lado esa parte de su vida, para comenzar otra más sincera y abierta. Habían tenido una experiencia difícil de olvidar y no se volvería a repetir. Necesitaba serenarse, tranquilizarse y esperar pacientemente que ella le diera una respuesta. Lo mejor que podía hacer era volver a Cheltenham. Allí, a solas y en la paz del campo tendría tiempo para pensar y no repetir los mismos errores que tan caros les ha costado. Se encontraba a gusto allí. Y aunque el paso de Evelyn por aquella casa fuera breve, aquellas paredes estaban impregnadas de ella, de sus pocos recuerdos juntos en sus cortísimas charlas. Pensaba que fue allí en donde se enamoró de ella. Era una mujer distinta a todas las que conocía, además era sincera, directa sin ambigüedades y a eso él no estaba acostumbrado, pero le agradó tener cerca a alguien que le dijera la verdad sin adornos, tal cuál lo veía.

Entonces comenzó a fraguar en su cabeza la idea  de rescatarla sola para él, como ayudante, o secretaria, cualquiera que fuera la definición, pero la quería cerca. No la asustaría con proposiciones que no la iban, pero poco a poco tratar de llevarla a su terreno.

Entró en la estancia en que un día, ambos sentados en el suelo charlaron amigablemente, olvidándose por un instante de quién era el jefe y la empleada. O en la cocina ¡aquél desayuno! El mejor que había tomado nunca. Si allí estaría bien. Iría solo, sin el chófer. Se lo cedería a Frederick. No sabía el tiempo que permanecería en el campo, no importaba. Se sentía más cerca de ella allí que en Londres.

Le costó conciliar el sueño, es decir apenas durmió. Se levantó temprano puso en una bolsa de viaje algo de ropa y cuando creyó que era la hora de que Frederick estuviera en la oficina, le llamo.

— Me voy a Cheltenham. Tengo que solucionar algunos asuntos allí. No quiero que me llaméis como no sea algo de extrema urgencia. Toma las riendas de todo ¡Ah! Maxim no viene, así que entretenle ayudándoos.

— ¿Te ocurre algo? — le preguntó el administrador extrañado de esa actitud

— No, en absoluto. No me llaméis como no sea algo de vida o muerte ¿Entendido?

— Tranquilo. No te llamaré. Diviértete, o tranquilízate, lo que quieras.

Al colgar el teléfono sonrió. Sentía algo dentro de él que le hacía estar contento, esperanzado ¿Sería hoy cuando tuviera noticias? Era demasiado pronto. La conocía bien y sabía que cuando decía pensar, se lo tomaba con calma. Pero de todas maneras, hoy no era un día como los demás: lucía un sol espléndido.

Tres días habían pasado desde que Evelyn tuviera aquella conversación con su marido. Él había cumplido su promesa: no se había comunicado con ella. Tampoco le había dado una respuesta, pero hoy lo haría. Había pensado en todo lo que habían hablado y creyó que, efectivamente había llegado el tiempo de volver a ser una familia y dejar atrás todo lo pasado para comenzar una etapa nueva.

Se arregló cuidadosamente. Le llamaría al llegar a la oficina y sabía que en cuanto le diera la respuesta, iría a buscarla y la llevaría a comer al mejor restaurante. Miro el reloj que tenía en su mesilla y comprobó que no podía descuidarse mucho si no quería llegar tarde al trabajo.

Kyra ya estaba arreglada  y Mildred preparaba el desayuno. La enfermera la noto algo especial. Sus ojos brillaban más. Estaba más bonita. Se había maquillado un poquito y elegido un traje bonito. Algo había cambiado en cuestión de días. Se sentó al lado de la niña y comenzó a hablar con ella. No se podían entretener mucho. La hora se le echaba encima.

— No se preocupe. Yo acercaré a la niña al colegio. Vaya tranquila.

—¿ Puedo pedirla un favor?

— ¡Claro, ya lo sabe! Cuente conmigo para lo que sea

— Es que voy a tener una reunión importante y quizá se me haga tarde para recogerla esta tarde ¿Podría hacerlo usted?

— Por supuesto. No hay más que hablar. La llevaré al parque y volveremos a casa para merendar

— Muchas gracias, Mildred. Es muy importante para mi.  La debo una

— Ande, ande. Vaya tranquila

Y de pie e impaciente, apuró el último sorbo de café. Dió un beso a la niña y una suave caricia en la mejilla de Mildred y salió con una amplia sonrisa en su cara.

La enfermera se la quedó mirando satisfecha. Nunca la había visto tan contenta y risueña ¿Será que el amor de nuevo llama a su puerta? Pensó sonriendo imaginando que sería el jefe el ganador y no su propio marido.

Mientras caminaba hacia el aparcamiento, rebuscaba en el bolso las llaves, que de puro nervios no encontraba. Revolvía en su interior las miles de cosas que llevaba, hasta que, por fin dio con ellas: estaban debajo de todo. Abrió el coche, dejó el bolso en el otro asiento, se ajustó el cinturón y se dispuso a salir con una sonrisa en su cara. En ella se marcaban esos hoyuelos que tanto gustaban a Benjamín y que siempre la besaba en ellos.

Llegó al semáforo y aguardó paciente a que se pusiera en verde. Metió la velocidad y arrancó al cambiar el disco. No lo vió venir. Desde la otra dirección perpendicular a ella, el disco estaba en rojo, pero un ansioso automovilista, impaciente se tragó literalmente el semáforo al tiempo que Evelyn pasaba. Venía a mayor velocidad de la permitida. Se estrelló contra   ella Su coche  salió  dando vueltas y quedando con las ruedas arriba.

Todo sucedió en cuestión de segundos. Todos los peatones que aguardaban en los semáforos, al ver la escena lanzaron un grito al ser espectadores de tamaño accidente. Unos corrieron a socorrerles, otros se quedaron inmóviles ante el suceso. Un hombre llamaba a gritos " una ambulancia. Busquen a un agente de policía".

Alguien con mano temblorosa y desde su móvil llamó para que viniera la ambulancia. El agente de policía se personó a los cinco minutos. Trato de poner orden. Todos querían ayudar, pero nadie podía hacer nada hasta que no llegaran los paramédicos. Uno de los presentes se acercó al policía  diciendo que era médico. Simplemente deseaba acercarse para ver si estaba consciente y cuál era la gravedad del accidente. Se acercó y la vió inconsciente y con manchas de sangre por la cara:

— Meta prisa a los paramédicos. Necesita un hospital. Está grave. Si le parece iré a comprobar a ver como está el otro herido.

El causante de todo, estaba semi inconsciente pero aparentemente estaba bien, si acaso alguna pequeña fractura.

La sirena de la ambulancia se escuchó de inmediato, pero tal y como había quedado el coche, no se la podía rescatar. El agente había avisado también a los bomberos que llegaron a un tiempo que la ambulancia.

Los pitidos de los cláxones ponía la nota discordante en la escena. Muchos curiosos permanecían allí para ver cómo sería el rescate. Otros siguieron su camino.

— Dense toda la prisa que puedan en sacarla. Creo que está muy mal

— Y usted ¿Quién es?— dijo el sargento de bomberos

— Soy médico precisamente del hospital al que van a llevarla. Está grave. Daré instrucciones para que estén preparados

— Gracias. Ahora nos toca a nosotros

Desde su móvil dio las instrucciones para que tuvieran todo preparado. Mucho se temía que era más grave de lo que a simple vista había podido ver. El tiempo parecía haberse parado y corría en su contra. Al fin pudieron llegar los paramédicos a su lado y efectivamente comprobaron que no había tiempo que perder. La introdujeron en la ambulancia y salieron rumbo al hospital. La patrulla de la policía les siguió. Cuando llegaron ya les estaban esperando y la pasaron directamente al quirófano.

La policía pudo recoger su bolso, cuyo contenido se había esparcido por el coche. Buscaron alguna identificación que les dijera cómo se llamaba y en dónde vivía. Tenían que avisar a su familia de inmediato.

Mildred hacía poco que había llegado de dejar a la niña en el colegio cuando llamaron a la puerta. Eran dos agentes de policía. Pensó que se habían equivocado e irían buscando a alguien.

— ¿Vive aquí la señora Evelyn Sutton o Sutherland?

— Si ¿ Qué ha ocurrido? Hace poco que ha salido hacia su trabajo

— No se alarme. Ha habido un accidente de tráfico y ella se ha visto involucrada. Está en el hospital. Creo que debe avisar a su marido

—¡Dios mío, pero si acaba de irse! ¿Qué la ha pasado?¿Cómo está?

—  Su estado de momento reservado hasta que los médicos puedan examinarla, pero no es muy bueno. Si quiere que avisemos nosotros a su esposo...

—Pobrecita, pobrecita. ¡Dios mío !

Se echó mano al pecho y por un momento se tambaleó, pero los agentes la sujetaron e hicieron que se sentara. Uno de ellos fue hasta la cocina y la trajo un vaso de agua para que se recuperase. No atinaba a decir nada. Su cabeza no respondía, no sabia lo que hacer. Al fin reaccionó

— Su marido no está, pero daré el aviso para que le localicen.

— Bien. Esperaremos hasta ver si lo consigue

Torpemente marcó el número de Frederick que a la segunda llamada lo atendió él mismo.

— Dígame

— Frederick soy  Mildred

— ¡Hola ! ¿Necesita algo?

— La señora ha sufrido un accidente y está en el hospital. Tengo en casa a la policía. ¿Podrá avisar al señor? Porque yo no puedo, no puedo.

— Mildred ¿Está segura?

Tendió el teléfono a uno de los agentes porque ella estaba a punto de desmayarse.

— Señor, soy el agente Philips. La señora Evelyn Sutton ha tenido un accidente de coche esta mañana a primera hora y está en el hospital. 

— Pero...— Frederick estaba en blanco, no sabía qué decir—¿Es grave? ¿Cómo ha sido?

— No le puedo precisar exactamente, pero según ha ocurrido, no está muy bien. a esta hora creo que estará en quirófano, y si, me temo que es bastante grave. ¿Puede contactar con su marido?

— Si, si. En cuanto termine de hablar con ustedes

— Bien, señor. Hágalo pronto. Estaremos aquí un rato porque la señora que nos ha atendido está algo desorientada. Uno de mis agentes se quedará con ella hasta que se reponga. Yo he de ir al hospital. Dese prisa, señor.

Cuando colgó con el agente, tuvo que sentarse: estaba en estado de shock. Pensó de inmediato en Benjamín, y, como si fuera un autómata buscó en la agenda del móvil el número de  él. Tardó en responder:

— Frederick, te he dicho que no me llamaras si no era algo de vida o muerte. A ver ¿Qué pasa?

— Benjamín, regresa todo lo rápido que puedas ha ocurrido algo...

— ¿Qué? ¿Mi hija?

— No ella está bien. Se trata de Evelyn

— ¿Evelyn? Por Dios dime lo que ocurre

— Ha tenido un accidente de coche y está en el hospital. Han venido unos agentes tratando de localizarte. Date prisa

No terminó de escuchar la frase. No era posible ella en el hospital. Rápidamente cogió las llaves del coche y salió a grandes zancadas en dirección al coche. Su cabeza era un torbellino de preguntas sin respuestas. La congoja le atenazaba la garganta. No podía ser posible. Ahora que todo iba a arreglarse no la podía perder.

Arrancó bruscamente chirriando las ruedas en la gravilla de la entrada. Tenía que llegar rápidamente. El viaje era largo  y ahora lo era aún más dado el caso. Apretó el acelerador y en un minuto ya estaba rumbo a Londres. Iba a la máxima velocidad, sin importarle si infringía  las normas circulatorias. Si se encontraba con algún coche patrulla le esquivaría, no se detendría. Por la voz alarmada de Frederick presumía que era más grave de lo que decía. Tenía que llegar cuanto antes. Al menos no se encontró con ningún agente.

El viaje que normalmente se hacía en casi tres horas, esta vez lo cubrió en hora y media. Fue derecho al hospital y allí le atendieron los agentes que habían estado en su casa, y ellos mismos le pusieron en antecedentes de cómo había ocurrido todo, y nada más pudieron decirle, puesto que aún seguía en quirófano.

Le condujeron a la planta cuarta, en la sala de espera del ante quirófano. Allí estaba Frederick y Lissa, rota en llanto. Se abrazo al administrador y le preguntaba por si él sabía algo más. Sólo le pudo decir cómo se había producido el  choque, y que ella no había tenido la culpa.

— El médico que me atendió cuando llegué, me dijo que la intervención sería larga y que de momento no podían decir más hasta que no la intervinieran.

— ¿A qué hora ha sido?— preguntó desesperado

— Cuando iba a trabajar. Alguien se saltó un semáforo e impacto contra ella. No sabemos nada más.

Se levantó de donde estaba sentado y salió al pasillo. Necesitaba tomar aire. El llanto se agolpaba en sus ojos y en su garganta. No podía ser verdad. Era una pesadilla. Ella estaba pendiente de darle una respuesta. No podía dejarle solo. No podía ser.. Se sentó en un rincón y escondiendo la cabeza entre sus manos, rompió a llorar.


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