lunes, 20 de septiembre de 2021

Eros - Capítulo 23 - Desesperación y optimismo

 Cuando salió de la casa de Frederick y Lissa, estaba un poco más optimista. Las palabras de su amiga, con la rotundidad y lógica expresada, le hizo entrever un poco de optimismo. Ciertamente si hubiera habido algún retroceso le hubieran avisado de inmediato; en eso quedó con los médicos. Había estado hasta muy tarde allí y ni siquiera contactaron con él. Había que dejar trabajar a los médicos y a la propia naturaleza de ella.. Confiaba en que, aún sin saberlo, luchara por su vida. Tenía una hija muy pequeña y aunque sólo fuera por ella, tenía que hacer los mayores esfuerzos por curarse.

Tendría una larga, muy larga temporada de rehabilitación y, además muy complicada. Tendría que usar silla de ruedas ya que un brazo y una pierna estaban escayoladas. Imaginó la escena y se enfureció contra el hombre que la hizo eso. La policía le informó que no fue un accidente por distracción, sino porque iba muy bebido y no era consciente de lo que hacía. Él también resulto herido, pero de relativa poca importancia y en dos o tres días estaría en casa.

Ahora no quería pensar en nada más que en ella, que la volvería a ver, aunque estuviese dormida. Él mismo comprobaría si en realidad estaba algo mejorada. Lo invocaba mirando al cielo. No resistiría otro día más como el del accidente. Pero ese suceso le hizo ver lo importante que es la vida, no sólo para tí, sino para las personas que te rodean, y la tragedia que puedes ocasionar si desapareces. Imaginó a Kyra llorando por no ver a su madre. ¿Cómo explicar a una niña tan pequeña que hay personas  en el mundo al que no les importan los otros seres humanos. Si a Evelyn la ocurriera algo, sería él quién la educase, quién le diera cariño por ella también. Una labor difícil que, las mujeres cumplen sin inmutarse, dándolo como normal. Pero para un hombre sería todo más complicado, sobre todo si es chica y en ciertas etapas de su vida.

— No, no, no — dijo a voz en grito, sorprendiendo a los transeúntes que se cruzaban con él. No se había dado cuenta de que estaba en la calle y que nadie sabía ni comprendía lo que en su interior se desarrollaba. Iba hablando solo, para sí mismo. Se dio cuenta de lo importante que es para él también, no solo para la niña. Nunca había querido a nadie como la quería a ella. Nunca había confiado en nadie, como en ella confiaba. Nunca había sido más feliz que el tiempo que estuvo a su lado, con baches o sin ellos, era su vida entera. Y lo había sabido antes de que todo ocurriera, pero precisamente por ese suceso, la magnitud de su dependencia de ella se hizo clara y diáfana en su cabeza.

Ni siquiera se paró a pensar en un rechazo. El amor dicen que se contagia. Además la convivencia crea lazos muy fuertes en las vidas de dos personas. Aunque tengan desacuerdos, pero también existe el amor, un profundo amor y aceptación del otro sea cuál sea su forma de ser. Y ellos lo aceptaron. Ella le aceptó a él. Evelyn tenía una vida sencilla y hasta aburrida, sin embargo él, se corría las grandes juergas, y  ella lo aceptó como era, olvidando ese estilo de vida. Lo cierto era que, mientras estuvieron juntos, no tuvo motivo de queja en ningún sentido. Las discusiones, los desacuerdos, los olvidaban ese mismo día.

Y siendo así ¿cómo pudieron llegar  a separarse? No supieron ver que sería cuestión anímica, que pasaría tan sólo con hablar y paciencia. El amor que sentían era capaz de derribar todos los obstáculos que surgieran en su camino, pero ese no lo vieron venir, y no supieron sortearlo. Los "más viejos del lugar" dicen que se necesitan al menos cinco años de casados para que todo marche bien. Que durante ese plazo, el engranaje del matrimonio  se ajusta en todas sus piezas,. Y es entonces cuando lo que piense uno, lo hace suyo el otro. Ese quinquenio es para conocerse, porque en realidad en un noviazgo no te conoces con tu pareja. Tienes que convivir y juntos sortear los impedimentos que la vida te va presentando y, entonces es cuando te das cuenta de que la persona elegida te acompañará siempre, en lo bueno y en lo malo que la vida les depare.

Durante ese plazo, hay cosas ínfimas que complican todo, pequeñas cosas que molestan al otro, y es que ambos han de procurar allanar el camino para hacerlo todo más fácil. Por ejemplo: dejar el tubo de pasta de dientes destapado, o el peine, en el caso de ellas, dejarlo con cabellos. Y en ellos, la consabida manía de no tapar el váter después de usarlo y si se afeitan con maquinilla, dejar la brocha con la espuma utilizada sin lavar. Son pequeños detalles de lo que se llama convivencia.

Ellos no habían tenido esos pequeños detalles. Eran cuidadosos, pero tuvieron uno más grave que no supieron aclarar. De ahora en adelante sería diferente. Se conocían bien. Sabían de los errores de cada uno y se amaban: lo más importante para saber perdonar y seguir adelante.

Llegó algo más esperanzado después de esas reflexiones o es que empezaba a asimilarlo. Tendrían que ir paso a paso, unas veces despacio y otras más acelerado, pero caminando juntos, si es que ella le daba una respuesta afirmativa al volver en sí.

El corazón le golpeaba fuertemente a medida que subía en el ascensor en dirección a la UCI. En cuestión de minutos la vería, aunque ella no a él. De momento no había medio de transmitirla que estaba allí, que no la dejaría sola nunca. Ni él mismo se reconocía en su forma de pensar Quien se lo dijera, no le creería. A veces se había reído de quienes expresan que el amor es lo más bello y lo más desgraciado, si no eres amado, que un ser humano puede experimentar. Nunca lo entendía "con lo bien que se vive así". Solía decir. Pero ahora comprendía que no es cierto, que vives frívolamente, que cuando en verdad empezó a vivir, a desazonarse, a preocuparse por otra persona que no fuera él, es cuando vivía. Cuando la desazón por la otra persona, te hacía vibrar y ser mejor.

El médico le informó que permanecía estable y, eso en sí, era una buena noticia. La hemorragia estaba contenida por la operación. Las roturas de pierna y brazo, habían sido reducidas y no tenía dolores. Y que iban a bajar las dosis de los calmantes para que poco a poco estuviera consciente. No se lo podía creer. Lissa tenía razón. Creía haberla recuperado, al menos en esta delicada fase. La sangre se agolpaba en sus sienes y una mano agarrotaba su estómago de los nervios que sentía. Pero en su cara, en sus ojos, se reflejaba la alegría de tan buena noticia. Nada de lo demás importaba. Ella se estaba recuperando, el resto podía esperar. Hasta su ansiada respuesta, porque su amor era tan grande que tenía para los dos.

Cuando, los cinco minutos de la visita terminaron, en la sala de espera se puso en contacto con Lissa y Mildred para comunicarles las novedades. No se lo podía creer. Los ojos se le volvieron, de repente, acuosos y la sonrisa abierta, no se borraba de su cara. A ambas mujeres repetía una y otra vez las noticias que le habían dado. ¡ Era tan feliz ! De repente las malas noches. La incertidumbre, la preocupación la tensión, todo, había quedado en un rincón lejano de su mente. Volvía el verdadero Benjamín. Al alegre y optimista, al simpático y no deprimido Benjamín. Hasta ese poder tenía sobre él, pero no le importaba, al contrario, deseaba que así fuera siempre.

Como le anunciaron, reducirían la medicación poco a poco hasta que estuviera consciente todo el tiempo. Eso indicaba una mejoría significativa. Si así fuera, pronto la bajarían a planta y entonces estarían juntos de nuevo, aunque nunca  lo hubiera deseado en estas circunstancias.

Por primera vez en esos días, salía contento y optimista. Seguramente, cuando fuera por la tarde, aún estaría mejor y hasta con un poco de suerte estaría despierta y, aunque no pudiera hablar con ella, al menos se verían ambos. Deseaba recibir esa respuesta que era tan importante para él, pero si fuera necesario por su bienestar, no importaba esperar, esperar, al menos hasta que tuviera su consciencia plena. ¿Sería posible salir de esa pesadilla? Las horas que transcurrirían hasta la visita de la tarde, se le harían interminables, pero no importaba lo que él tuviera que padecer. Lo importante era que Evelyn seguiría entre nosotros.

Mentalmente se tenían que ir preparando para la temporada difícil que les aguardaba, sobre todo los primeros días de su vuelta a casa. Pero sería lo de menos. Contrataría a una enfermera que estuviera con ella todo el día, por las noches la cuidaría él. Quería hacerlo, deseaba ocuparse de su mujer todo el tiempo que fuera necesario. 

— Una silla de ruedas, eso es. Así de esta manera ella podría ir y venir por la casa y podríamos salir a cenar y a dar un paseo.

 Sería temporalmente al menos hasta que la quitasen una de las dos escayolas. Y él estaría allí para  ayudarla, fuera afirmativa o no su respuesta. Siempre estaría a su lado para cuidarla.

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