martes, 14 de septiembre de 2021

Eros - Capítulo 19 - Un picaflor

 Las hojas del calendario caían incesantemente. Cada uno de ellos inmersos en sus trabajos. Ya Kyra había cumplido tres años y sus padres seguían sin discusiones, convertidos en extraños, sin a penas contacto, con los saludos justos y las palabras justas si no eran referentes a su hija.

Ella trabajaba en una empresa bastante fuerte dedicada a la importación - exportación y, se había convertido en la mano derecha de su director, tal y como ocurriera con el que fuera su marido. Benjamín salía con unas y otras sin terminar de ubicarse con ninguna, aunque Molly era la más asidua y persistente en su estrategia: deseaba ser algo más que una cita ocasional. Y a esa labor se entregaba en cuerpo y alma y a él parecía agradarle mucho ese papel.

Evelyn salía de vez en cuando con alguna compañera y esquivaba por todos los medios a compañeros masculinos. Se daba cuenta que su jefe sentía alguna inclinación hacia ella, pero no quería en absoluto inspirar otra relación que no fuera laboral. En su día la tuvo con quién más tarde fue su marido y el resultado no pudo ser más nefasto. No tropezaría en la misma piedra. Además seguía enamorada de él , a pesar de que le esquivaba siempre que podía.

A menudo cada uno pensaba en la corta vida que tuvieron como matrimonio y, aún amándose, fueron capaces de llegar a ese final tan desastroso. A veces se echaban de menos, pero era imposible dar marcha atrás, así que dejaban pasar la vida como se presentara.

Benjamín no siempre sentía la necesidad de tener  una mujer a su lado. Al dormir sólo, le costaba conciliar el sueño, no porque echase de menos unos brazos femeninos, sino porque echaba de menos a su mujer. Sentía nostalgia de ella, en toda su extensión. La suavidad de su piel. El guiño de sus ojos al reír, la calidez de su amor cuando le veía preocupado y su entrega total y absoluta entre ambos, que no había vuelto a sentir desde que se separaron. Lo que ahora tenía: la libertad de entrar y salir, de no tener que dar cuentas, hacer lo que quisiera, en definitiva, no tenía ningún valor. No representaba nada en comparación con lo que tenían antes ellos dos juntos.

Y volvía hacia atrás en el tiempo, en cómo se conocieron. Cómo se enamoró de ella de un día para otro. La primera vez que hicieron el amor y la ternura que le inspiró su timidez al verse como Adán y Eva. Era una mujer joven pero adulta. Nunca pensó que aún había personas que se sentían violentas frente al hombre que habían elegido para  ser alguien en su vida. Esos pensamientos eran su mono tema de cada noche, y con ellos podía dormir un poco. El pensar en ella era su atrapa sueños, aunque el despertar pusiera todo en su sitio.

¿ Qué le impedía hablar con ella? Por ejemplo pedirla que alguna noche cenaran juntos, como amigos, simplemente. Es que no eran amigos, eran algo más y sabía que no sería una cena cualquiera. Ninguno daba su brazo a torcer. Ella no reconocía que quizá su imaginación fuera más allá de lo en realidad ocurrido y, que sin embargo su desconfianza, fuera un acicate para que él se fijara en la otra con más empeño. Benjamín, tampoco reconocía que hasta ese día, no había cometido ningún desliz, pero al mismo tiempo se daba cuenta de que su mujer no iba descaminada, y en cualquier momento ocurriría, dado que la otra parte estaba predispuesta a ello.

Y a pesar de todo salía con ella, se acostaba con ella, la besaba, la acariciaba, la agasajaba... Pero no a su mujer, aunque se muriera de ganas por hacerlo.      Toda la calidez de Evelyn se había convertido en puro hielo. Le era totalmente indiferente, es más, las poquísimas veces que habían coincidido, ella le esquivaba fingiendo no haberle visto. Esa actitud era un freno, de indecisión.

Se atormentaba con el pensamiento de que ella encontraría a algún compañero, amigo, o a alguien que la conquistara olvidándole, y de ahí su actitud fría y distante. Ya no representaba para ella lo que en tiempos fuera.

  No era así, al menos por parte de su mujer, pero no era indiferente para ningún compañero que trataba insistentemente de invitarla a salir. Pero había alguien más para quién no pasaba desapercibida, aunque callaba al conocer los sentimientos que ella sentía hacia una nueva experiencia. Se trataba de su jefe más cercano: Stephan Murray.

Él si tenía interés en ella, pero nada en absoluto por la  parte de Evelyn. Alguna vez en que el trabajo les hacía salir más tarde, coincidiendo a la salida, lo más que había conseguido había sido invitarla a tomar un café en la cafetería del edificio en el que estaba situado el despacho. A la primera ocasión que se presentaba y que ella pensara que trataban de intimar, ponía de pantalla a su hija. Ella era su soporte y su excusa para frenar los impulsos de algún  pretendiente. A veces se culpaba por ello, pero no le apetecía dar explicaciones de nada, así que fue su recurso para mantenerles a raya.

Como toda empresa fuerte y dedicada a la importación y exportación, rara era la ocasión que algún cliente o proveedor del extranjero no les hiciera una visita a las oficinas. Siempre había, después, una reunión y como despedida una comida o una cena para agasajar a los visitantes, posibles clientes.

Y así surgió una ocasión en que no pudo evadirse  y decir que no. El señor Murray insistió mucho como compensación a la asistencia a las reuniones de negocios organizadas y que nunca tenían fin. La llevó a cenar a un restaurante de lujo que conoció con su marido, y que no había vuelto a él desde que se separaron.  Hubiera dado cualquier cosa por no ir, o al menos a otro lugar, pero no hubo forma. Resignada y a la hora acordada, el coche del señor Murray, con él dentro, pasaron a recogerla.

Si la reconoció el maître, no lo supo. O quizá fue discreto. No la importó: ella podía ir libremente a donde quisiera. Nadie sabía si se habían divorciado o era una cena de trabajo. 

— ¿Por qué me estoy dando tantas explicaciones? — se dijo a sí misma.

Su jefe era un hombre, además de atractivo, como se suele decir "muy viajado". Su conversación era ágil y divertida y, poco a poco ella entraba en ese círculo que él había creado para que ella se destensara y ambos disfrutaran de la velada. Y ciertamente lo pasaron bien. La acompañó hasta su casa y allí se despidieron hasta el día siguiente en la oficina. Ella había pasado una noche excelente. Como hacía mucho no pasaba y, como no podía ser menos, le recordó a otro jefe, otra estrategia , otras veladas sentados en el suelo con un bocadillo entre las manos, viendo televisión riendo y haciendo el amor al final. Pero eso era  pasado. No quería recordarlo porque la tristeza volvía nuevamente  y sabía que no podría dormir bien esa noche. La figura de él con Molly, la superaba y el pensar que quizá estuvieran haciendo en ese momento, lo que ellos hicieron tiempo atrás, la volvía loca.

Lejos de olvidarle le tenía presente en los momentos más inoportunos. Cuando eso sucedía la congoja se instalaba en su garganta y lloraba amargamente recordando aquél tiempo en que para él, lo era todo.

Pero Benjamín no se lo pasaba tan bien como ella suponía, y quizá aquella noche, tampoco él durmiera bien. Por casualidades de la vida, o algún karma suelto tiraba de unos hilos e hizo que coincidieran ambos en el mismo restaurante. 

Benjamín y Molly estaban cenando cuando Evelyn y su jefe se instalaron en una mesa alejados de la de ellos. La vio de lejos, por un instante, antes de que se sentara y perdiera su visión A partir de ese momento, la charla que mantenía con su amante, cambió radicalmente. Se volvió hielo y, por mucho que ella trataba de averiguar lo que ocurría, él no contestaba. Ella miraba a su alrededor por ver si descubría algo, pero nada vió, ya que una de las columnas del restaurante, tapaba la vista de algunas mesas, entre las que se encontraban Evelyn y Stephan Murray.

A partir de ese momento, ya no hubo forma de reconducir la conversación, ni recobrar el interés de él hacia la conversación que Molly sostenía a duras penas. No quiso postre, no quiso nada más que salir de allí cuanto antes procurando no ser visto. Interiormente tenía unos sentimientos bastante destructivos e irracionales ¿Acaso él no estaba con una amante, además, causante de su separación?  ¿Por qué ella va a ser diferente? No sabía nada de quién se trataba. Tampoco les pudo observar muy detenidamente dada la situación de cada uno de ellos, pero tampoco les vió muy entusiasmados. Se hacía mil reflexiones. Le pudo la curiosidad y con algún pretexto se levantó y atisbó la mesa en la que animadamente conversaba su mujer con aquél extraño.

— Puede que sea una cena de trabajo. No se tocan. Sólo hablan. Pero él la mira de una forma que me es conocida ya que yo la sentí igual. Él va tras ella. 


No le importaba en absoluto lo que aquel sujeto sintiera por Evelyn, lo que más le importaba era ella. Debía hacer algo para arreglar aquél entuerto que mantenían, a todas luces absurdo. Pero... Ella siempre. Presente en cualquier acto de su vida. ¿ Qué o quién le impedía citarla y hablar detenidamente de su situación? Haría mil promesas. La diría que la seguía amando furiosamente y aunque pareciera lo contrario por ir con otras mujeres, sólo eran tapaderas para no estar solo, pero que su pensamiento siempre estaba con ella. Todo en su vida estaba presidido por la presencia de ella aunque, aparentase lo contrario. Ella lo sabía, de lo contrario estarían divorciados y ninguno de los dos, en sus contados encuentros, lo mencionó.

Estaba deseoso de llegar a su casa. La llamaría y hablaría con ella, al día siguiente. Suplicaría, imploraría, haría lo que fuera necesario para recuperarla.

Molly se asombró cuando paró el coche en el apartamento de ella. Sin duda esperaba otra cosa. Ignoraba la coincidencia del restaurante, por eso no se explicaba la reacción de él. Ni siquiera había insinuado acostarse juntos, algo que cuando salían era el broche de la noche. ¿Por qué hoy no? ¿Por qué había cambiado tan radicalmente cuando estaban a la mitad de la cena? ¿Qué o a quién había visto?

Lo imaginó, porque todo ocurrió en cuestión de segundos. Ella no la vió pero seguro que él sí. Eso era lo ocurrido. Hizo de tripas corazón, como si no se hubiera dado cuenta de su actitud. Sonrió y dándole un beso, se despidió de él hasta cuando quisiera. Entró desilusionada. francamente la estaba costando un triunfo y muchos disgustos hacerse con ese hombre. Tendría que plantearse el mandarle a freír espárragos. ¿La compensaba tantos desaires? Se lo plantearía muy seriamente. No se iba a pasar toda la vida esperando una llamada de él.

El verla en el restaurante había abierto muchos interrogantes. A medida que el tiempo pasaba, en lugar de cerrar heridas, se abrían más y nuevas preguntas. Era absurda la actitud que mantenían respecto a su problema. ¿Le pasaría igual a ella? El verla aquella noche había abierto un nuevo debate interior. Tenía que aclarar muchas dudas que tenía antes de dar ningún paso, porque no tendría otra oportunidad. Y se preguntó:

— ¿La seguía queriendo? Si. Rotundamente. De lo contrario no estaría paseando cuan león enjaulado por la sala dándole vueltas a su cabeza

— ¿Estaba dispuesto a renunciar a su libertad por ella? Si, si es que se pudiera decir que era libre y permanentemente pensar en ella.

— ¿La había mentido alguna vez? No. Nunca, y no lo haría

— ¿Te atraían otras mujeres más que la tuya? En el sentido estricto de la palabra no. Pero en determinados momentos, la necesitaba y no podía tenerla, por tanto, puede decirse que si me atraían otras mujeres.

— Analiza el origen de todo este embrollo. ¿Tenía Evelyn razón al no quererla en casa? Las mujeres tienen un sexto sentido y entonces no me di cuenta de ello. Pero ahora... posiblemente le diera la razón

— Entonces ¿Qué demonios haces aquí y no se lo dices a ella? Seguro que te sigue queriendo, de lo contrario te hubiera pedido el divorcio. Te está esperando. Ve y díselo.

Descolgó el teléfono. Estaba nervioso. Deseaba verla cuanto antes, pero debía prepararse para una negativa.  Llevaban tiempo que  apenas hablaban, ni siquiera en plan amistoso. Afortunadamente la niña no daba problemas, por lo tanto ni siquiera ese era un tema de conversación. Pese a todo, deseaba verla, pedirla otra oportunidad, aunque cuando rompieron no tuviera nada extraño en su vida. Pero ella lo creía, o lo veía venir y eso fue el desencadenante. Tanía que arriesgarse a escuchar un no, pero¿ y si se equivocaba y ella aceptaba? Sería un nuevo comienzo.


Desde que la viera en el restaurante y además con un hombre, algo en su interior se removía. A lo largo del tiempo, su ansiedad por verla se había ido aplacando, o quizá se acostumbraba poco a poco a su nueva vida. Estaba seguro de que ella no saldría con nadie. Su orgullo varonil no lo admitía. Sin embargo, en el restaurante se la veía serena, sonriente, divertida , comunicándose con quién la acompañaba. ¿Quién era? Desde ese momento, sentía una inquietud grande dentro de sí. Era la inquietud de saber que nada había seguro en la vida y por firme que creyera su amor, ella también era admirada y posiblemente fuera un candidato a ser algo más que un simple amigo. Y eso le enervó, le inquietó el saber que no la tenía tan segura como pensara. No la reprocharía nada, no tenía nada que reprocharla, máxime cuando él hacía su vida. Pero ella, era su mujer, y siempre lo sería. La intocable, sólo y exclusivamente por él. Algo se removía por dentro al comprenderlo. De pronto pensó en que no la llamaría: iría a su casa y se verían frente a frente.

Decidido, nervioso y, al mismo tiempo esperanzado, se subió al coche y enfiló hacia el domicilio de Evelyn. Desplegaría sus argumentos ante ella y reflexionarían ambos del error que estaban cometiendo con esa actitud de chiquillos mal educados y caprichosos. La pediría perdón si en algo la ofendió y pediría una segunda oportunidad. Haría lo que fuera para poder recuperarla.

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