miércoles, 8 de septiembre de 2021

Eros - Capítulo 15 - Eterna luna de miel

 Seis meses más tarde se convertían en marido y mujer. La boda de  Benjamín fue una sorpresa para todos menos para  Frederick y Lissa que lo supusieron casi desde el principio. Para la familia Sutton si lo fue, además Benjamín se lo anunció cuando faltaban quince días para su enlace. Conocía a su familia, y sabía que no estarían de acuerdo ni su hermana ni su cuñada. Se trataba de su vida y Evelyn era la elegida. Esa mujer que había estado esperando durante tanto tiempo. Ella conocía perfectamente sus andanzas y las que no, fue él quién se las aclaró. No quería sombras  entre ellos, por efímeras que fueran. Ambos sabían que se enfrentaban a una dura tarea, no por ellos mismos, sino por los artificios de la vida en la que se había criado.

No tendrían más remedio que pasar el mayor tiempo posible en Londres, pero su refugio sería Cheltenham. Allí se conocieron y en aquella paz querían vivir.

Hicieron su viaje de luna de miel y recorrieron media Europa. Un viaje que él había proyectado sólo para ella, para sorprenderla, para demostrarla hasta en el último detalle, lo que significaba en su vida. La quería de una manera imperecedera. Había conseguido darle estabilidad, amor y alegría en lo que hasta ese momento había sido artificio y juergas.

De nuevo las estancias vacías volvieron a cobrar vida, pero fueron ellos los que eligieron los muebles, que serían modernos acorde a la edad. Desempolvarían los adornos que ella quisiera; era su casa y ella era feliz organizando todo nuevamente. En el salón en el que habitualmente hacían la vida, colgó en la pared central unos cuadros de los padres de Benjamín; deseaba obsequiarle. Sabía cuánto significaban para él. Al fin había comprendido el por qué organizó su despacho en Londres en el que deseaba tenerla cerca precisamente donde el recuerdo de sus padres era permanente.

Todos los pasos dados con anterioridad a su unión en matrimonio, que en otro tiempo no encontraba significado, ahora lo tenía. Benjamín, con el fin de no separarse un día o dos de ella permaneciendo en Londres, se llevaba la mayoría del trabajo hasta el campo y allí juntos trataban de solucionarlo. Aprovechaban también, los días que  tuviera que trasladarse a la ciudad, de hacerlo en el fin de semana y de este modo lo pasarían en Londres. No deseaban separarse ni un sólo día. Y así, paso a paso, se consolidaba su matrimonio, aunque de puertas afuera, no terminaba de encajar en la familia de él. No les importaba. Cumplían con las relaciones sociales, por proximidad que debían, pero lo hacían muy de tarde en tarde, sabedores de que por ninguna de las dos partes eran visitas muy agradables.

Ellos se amaban, se complementaban y, también sabían lo que ocurría entre ellos y, eso era lo que importaba. Vivian en una eterna luna de miel, tan sólo había algo que les intranquilizaba, aunque entre ellos nada comentaran. Establecieron  que no tendrían hijos en su primer año de casados. Querían tener libertad para entrar y salir, y un bebe  se lo impediría. Querían disfrutar a tope el amor que sentían, sin cortapisas, a cualquier hora y a cualquier día. 

Y pasó un año, y dos y hasta tres. La tan anisada noticia, no terminaba de llegar. Se sometieron a chequeos médicos que resultaron satisfactorios. La medicina no sabía  lo que ocurría, y toda su explicación era:

— Sed pacientes. Estáis perfectamente capacitados para ser padres. La Naturaleza sabe cómo y cuando se hará presente. La misma tensión nerviosa que sufrís por ese motivo, es posible que sea un inconveniente. Tenéis que tranquilizaros. Haced un viaje a algún lugar que os apetezca. Relajaos, amaos cuanto queráis, y el milagro se obrará en cualquier momento.

Y así lo hicieron , esperanzados de que en cualquier momento ella le anunciara la feliz noticia. Y se amaron sin restricciones en el lugar paradisíaco elegido: las islas Fitji. Aquél bungalow fue testigo de la pasión y el amor que ambos sentían. Atrás quedó su vida anterior y las incertidumbres. Benjamín la amaba como nunca había pensado amar a alguien y ella encontró el refugio a las inseguridades, haciendo de su carácter una mujer firme en sus convicciones y en su forma de actuar.

Emprendieron el regreso, lamentando que su escapada terminase, pero a un mismo tiempo, esperanzados de que ésta vez llegara el sucesor o sucesora del apellido Sutton, aunque lo que más les importaba no era el apellido, sino que al fin se colmaran sus esperanzas de tener ese ansiado hijo.

Esperaban con inquietud y a la vez esperanza el inicio de cada ciclo mensual, pero no terminaba de anunciar novedad alguna. Las llamadas frecuentes de la familia de Benjamín, iban minando la esperanza de los esposos. No se reprochaban nada exteriormente, pero poco a poco en sus cabezas, se fue forjando la idea de que alguno de ellos no servía para engendrar.

Esa duda se incrementaba cada vez que tenía que comunicarse con su familia y, poco a poco fue espaciando la comunicación, pero algo en su interior también iba cambiando. 

Su forma de ser, también tuvo alteraciones. A medida que el tiempo pasaba, ya no eran tan explosivos sus encuentros. Cumplían con el ritual matrimonial, pero no era igual. A penas sin darse cuenta, el carácter de ambos se fue agriando, y en sus discusiones el perdón, las disculpas, se fueron dando más de tarde en tarde, hasta llegar al punto de no dirigirse la palabra mientras el enfado prevaleciese entre ellos.

Benjamín llegaba más tarde a cenar, y ella dejó de esperarle. Las excusas comenzaron a aflorar y a distanciarse. Él callaba, no reprochaba nada, pero ella sabía que el origen de todo estaba en algo de lo que ninguno de los dos tenía culpa. A escondidas y sin comentar nada entre ellos, cada uno por su lado, repitieron el chequeo. Y la respuesta fue la misma que les dieron hacía tiempo: ya llegará.

Tenían un evento anual como aquél que celebraron y que fue el comienzo de todo, era el mismo evento, pero las circunstancias habían cambiado. Benjamín se lo anunció justo el día en que, por la mañana, antes de acudir a trabajar, habían discutido por una nimiedad, algo que era bastante frecuente.

— El próximo fin de semana habremos de acudir al evento anual de siempre

— Lo siento, pero este año no acudiré. Es aburridísimo y no me apetece nada pasar la noche sonriendo a quienes en cuanto nos demos la vuelta, se darán  un codazo diciendo: ¿Cuánto tiempo llevan casados? ¿Y aún nada? Francamente no me interesa ser el blanco de sus cotilleos

— Pues si no vienes será peor

— Me da igual. No me interesa. No iré

—¿Es tu última palabra?

— Si. Ve tu solo o búscate un acompañante

— ¿Qué te pasa?¿Te da lo mismo con quién vaya?

— Confío en tí, es así de sencillo. Me amas y te amo, es lo único que me interesa.

— ¿No vendrás luego con tus reproches?

— ¿Acaso llamarás a tu amiguita última?

—Evelyn, sabes que no he vuelto a frecuentar a ninguna desde que decidimos unir nuestras vidas. Pero...

— ¿Qué quieres decir con ese "pero..."

— Nada, simplemente que no me parece oportuno. Haz lo que creas más conveniente — y dando un portazo salió de la estancia.

¿En qué momento su amor comenzó a hacer aguas? ¿Fue la tardanza en ser padres el motivo principal de su distanciamiento? ¿Se habían casado demasiado pronto sin conocerse? ¿Se habían acostumbrado a ese amor incondicional que sintieron? Cada uno de ellos buscaba afanosamente una justificación para esa incomunicación. Y cada uno de ellos encontraba la excusa para ello. Pero su camino no era tan recto como al principio ni  tan claro. Sólo algo podría rectificarlo, pero se hacía esperar sin explicación alguna. No terminaba de llegar y probablemente sería el principio del fin de ese amor tan inquebrantable que pensaron sentir.

 Por otro lado la familia de él se impacientaba y, le transmitían sus dudas, siempre echando la culpa a la otra parte, algo que a él le enfurecía, porque podía ser él. Pero ninguno de los dos serían culpables. viniesen los niños o no. Pero sabía que en el fondo, una puya de aquí, un enfado de allí iban poco a poco minando el matrimonio. Al principio, no importaba quién tuviera la culpa de una discusión, se buscaban mutuamente para pedirse perdón. Sin embargo ahora no se llamaban, no se comunicaban y cada vez eran más largos los espacios en blanco, casi sin dirigirse una mirada. Dándose la espalda en la cama, sin dar ninguno, su brazo a torcer. La situación no era buena, lo sabían y cada uno esperaba que el otro cediera, hasta que llegó un momento que ninguno cedió y a un día, sucedió otro, y otro. Más de una semana estuvieron evitándose. Ella no le acompañó al evento y él enfurecido por ello y, por las indirectas recibidas. llegó más tarde a casa.

Se ahogaba en el evento y no sabía lo qué decir para excusar la ausencia de ella. Unos aludieron a un posible embarazo, otros sonrieron levemente...Es lo que se temía y que la terquedad de ella no trató de evitar. Se despidió de sus amigos alegando que estaba preocupado por su mujer ya que la excusa que había dado era que no se encontraba bien. Pero lejos de volver a su casa, acudió a aquél bar  de aquél otro evento en el que estuvieron juntos. Ella estaba borracha, frustrando las intenciones de él y que nunca llegó a realizar.

Estaba muy enfadado con su mujer y, viceversa, porque ninguno cedía a una reconciliación y, además de hacer incómoda su convivencia, le dolía su actitud. Miró su reloj y comprobó que eran cerca de las cuatro de la madrugada. 

Un camarero se acercó hasta su mesa portando una copa de champán de alguien que le invitaba. No la quería, pero al mismo tiempo le pareció una descortesía renunciar a ella sin saber quién lo hacía.. Sonrió al camarero y, con la mirada recorrió el salón hasta dar con la persona que tuvo ese detalle. La conocía sobradamente.

— Muy oportuna — se dijo así mismo.

Alzó la copa y con una sonrisa se levantó y se dirigió hacia donde estaba quién le invitaba. Se trataba de su antigua amante Molly. Tenía pendiente una compensación por la interrupción de unas vacaciones en su mansión de Cheltenham.

—¡Cuánto tiempo! Estás desaparecido. Supe que te casaste. Bien hecho. Siéntate siquiera una momento ¿Dónde está tu mujer?

— Ella no está. No se encontraba bien

— ¡Vaya, lo siento!

— Ha sido agradable encontrarte, pero es tarde y he de irme.

—¡Claro! Ve con ella.

Torció el gesto, abonó la cuenta de ella y la suya y, se marchó a su casa. Le dolía el retintín con que  todos comentaban su mono tema. Lo de ellos era un círculo muy pequeño y muy cotillo, en el que las noticias, es decir chismorreos, corren como reguero de pólvora. En el fondo nadie sabía lo que les ocurría, sólo ellos, aunque tampoco se lo explicaran. Cuanto antes se enfrentase a los hechos, antes pasaría todo. Hablaría con ella, tranquilamente, razonando y exponiendo  los motivos por los que llevaban tanto tiempo sin dirigirse la palabra. Era una situación absurda que sólo les causaba daño. Él la amaba y le constaba que ella también ¿Sería que el tiempo era implacable, y las lisonjas del principio se habían convertido en rutina?

Era muy tarde. Dentro de poco amanecería ¿Qué la diría? Porque seguro que le preguntaría por la fiesta, aunque él sabía de sobra que no la interesaba, pero era un modo de empezar una conversación, que probablemente terminase en discusión. Pero esta vez no. Necesitaba hablar con ella en cuanto se despertase; tenían que aclarar lo que les estaba ocurriendo. La necesitaba y, esta vez ejercería su derecho.


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