sábado, 11 de septiembre de 2021

Eros - Capítulo 17 - Una extraña en su vida

 Todo le parecía poco para cuidarla, para obsequiarla, para que nada frustrara la alegría tan grande que sentía y la responsabilidad también hacia ella. A veces, aún recuerda aquella noche en que se lo anunció. Ahora era todo diferente. Cada vez que llegaba a su casa, era el silencio junto al saludo del fiel Thomas quién le recibía. Por mucho que se arrepintiera de lo sucedido, ya no había remedio. Se habían distanciado irremediablemente.  Su soledad le pesaba como una losa y la ausencia de su hija y de quién fuera su mujer, cada vez era más notoria.

No tenía ganas de cenar. El encuentro con Frederick y Lissa, amigos personales de ellos,  había removido muchas heridas y avivado un fuego que creía extinguido. Había pasado una buena tarde que, irremediablemente al final, fue a parar a la situación actual que vivían. 

Dio orden al mayordomo de que no pusiera la cena, no deseaba tomar nada, ni que le interrumpieran. Aún tenía en la retina el encuentro casual con ella de unos días atrás avivado por la reunión con sus amigos y la inexcusable deriva hacia su matrimonio fallido. Iba paseando, cuando mirando un escaparate, la vió a su lado buscando un taxi o a alguien con quién se había citado.

Creía tener superada su influencia pero,  habían bastado unos minutos para que todo se viniera abajo estrepitosamente al estrechar su mano, como saludo,  cuál si fuera una extraña. De nuevo, las mariposas revolotearon en su estómago. Y es que, pese a todo, seguía siendo la mujer de su vida y eso nada ni nadie podría cambiarlo. Le dolió la frialdad de ella, pero era lo lógico, al fin y al cabo.

 Se sirvió una copa de brandy y frente al ventanal de la biblioteca apuró casi en su totalidad de un sorbo. ¿ Por qué había tomado esa dirección que no estaba prevista? ¿El destino? ¿Cuánto tiempo hacía de su separación? Se sentó en el sofá y echando la cabeza hacia atrás, entornó los ojos y recordó el día en que dio órdenes para que adecuaran esa habitación para que fuera su despacho, contiguo al de él.

Después de casarse, esa estancia volvió a la normalidad. Ahora la tenía mucho más cerca. Se había convertido en su esposa y nada podría separarles. Iba de un recuerdo a otro como dando saltos, sin un orden determinado, ni siquiera de cómo habían sucedido. Hoy quería recordar sólo lo bueno. Lo doloroso, por desgracia lo recordaba muy a menudo. La mente, el pensamiento, es como una moviola. Tiene la capacidad de ir atrás y adelante a medida que nosotros deseemos. y como tal moviola, recordó el momento en que le anunció que serían padres, ya confirmado.

Se había hecho un poco tarde atendiendo la visita de un terrateniente que se había desplazado hasta Londres para rendir cuenta de sus alquileres. Mantuvieron una charla amena, de confianza. No en vano conocía a su arrendador desde que era un chiquillo. Lo vivaracho y simpático que era. Por cosas de la vida, ahora,  era el patrono de sus tierras, pero el afecto en nada había cambiado. Y es que Benjamín sentía un gran cariño por sus arrendados, y desde siempre había corrido junto a sus hijos que ahora, muchos de ellos, continuaban con la tradición paterna, toda vez que les había llegado la hora de la jubilación.

Amaban a esa tierra que había sido su modo de vida durante tantos años. Y recordando los viejos tiempos y, apurando un whisky, se olvidaron de que era tarde. Se despidieron y cada uno fue por su lado.

Al llegar a casa notó en su mujer que algo había pasado. Sus ojos brillaban como hacía mucho tiempo no lo hacían. Su sonrisa era amplia y ansiosa al recibirle a la puerta de su casa. En un principio se alarmó, pero pasado el primer momento y, después de recorrer con su mirada el rostro de ella, se tranquilizó un poco.  Ella le tomó de la mano y le dijo:

— Ven. Tenemos que hablar

— ¿Qué pasa? ¿Te encuentras bien?

— Si. Muy bien. Sentémonos un momento

De su mano, le condujo hacia la biblioteca y allí, hizo que se sentara y, ella, de pie frente a él. con toda solemnidad procuraba dilatar al máximo la feliz noticia. No lo hacía por juego, sino que deseaba disfrutar de cada palabra. No quería perderse la expresión de la cara de su esposo y dilataba el segundo de anunciarle la buena nueva.  Al hacerlo, él se puso de pie de un salto y tras abrazarla la levantó en vilo girando ambos por la estancia riendo emocionados. Lo deseaban tanto que les parecía mentira al fin lo consiguieran. Después vinieron las recomendaciones,  que ella aceptaba diciendo sí con la cabeza al tiempo que reía feliz.

¡Aquél beso! ¡Aquél abrazo! ¡Aquella noche de pasión mutua, de alegría infinita! Al recordarlo, estaba a punto de que las lágrimas se le saltasen ¿Cómo habían perdido todo? ¿Cómo habían perdido esa entrega, ese amor inmenso? ¿Quién fue el culpable? ¿El, ella, ambos? De nada servía ya indagar qué motivó la ruptura, que en un principio trataron de arreglar, pero ya era irremediable. Había perdido su confianza. Las duras palabras que pronunció al despedirse, aún retumban en su cabeza.

Maldecía mil veces la idea que tuvo para que ella estuviese tranquila durante su embarazo. Y maldijo aquél aviso solicitando una secretaria para que ella no se alterase, al menos durante los primeros meses  que son los más delicados. Lo hizo por ella, porque estuviese relajada. Lo que ignoraba es  que había plantado, en su camino, con esa acción inofensiva  e inocente, la semilla de todas sus desgracias. Ninguno de los dos lo imaginaron, pero sibilinamente, como la lengua de una serpiente, a los pocos meses de trabajar junto a él, los planes que se había trazado comenzaron a dar sus frutos. Al principio apenas perceptible, hasta que estuviera segura  del terreno que pisaba, de adueñarse de la voluntad, del miedo y, de la debilidad de aquél hombre tremendamente enamorado de su mujer, pero al mismo tiempo  vacilante ante los deseos carnales.. Molly Nolan, entró en sus vidas como elefante en una cacharrería, destrozando todo cuanto encontraba a su paso.

Primero argumentó que no era de allí, aunque llevase años en Inglaterra. Se encontraba sola, sin amigos, sin trabajo, hasta que entró a formar parte de la plantilla Sutton. Había pasado hambre y acudido a los albergues en busca de un plato de comida. Días en los que había dormido entre cartones en algún parque. Todo ello entre lágrimas, fue desgranando su vida ante Benjamín que, conmovido era incapaz de hablar. Había sido una actriz de Oscar ¿Cómo él no se dio cuenta antes de la comedia que estaba representando con un único fin, ahora claro como el agua. Pero ya demasiado tarde.

Debió quedarse mudo cuando, en un acto de humanidad, la ofreció su casa, la habitación de invitados para que se quedase hasta que su situación económica la permitiera tener su propio apartamento. Lejos estaba de imaginar que aquella buena acción, sería el comienzo del declive en su matrimonio.

Se mostraba solícita con Evelyn, quizá demasiado, pero no lo vió venir. Y también el día en que Lissa habló con él apara advertirle de que a Evelyn esa situación no le gustaba. A poco salieron discutiendo, porque la ahora esposa de Frederick y como una hermana para su mujer, le advirtiera del estado de ánimo de ella. Y no supo poner remedio a tiempo y durante la cuarentena y el espacio de tiempo de reposo del cuerpo de su mujer, guardó abstinencia, a pesar del sutil ofrecimiento de la secretaria. Lo rechazaba en su interior sistemáticamente, pero un día... no lo hizo. Y ahí comenzó todo.

Con Molly todo era más fácil y hasta más divertido. Siempre estaba de buen humor, a cualquier hora del día. Era una integrante más de la familia que les asfixiaba, no dejando espacio para la intimidad del matrimonio. Sólo faltaba que se metiera en su dormitorio, hasta que llegó un día en que lo consiguió.

El sexto sentido femenino lo vió venir pero... ¿Cómo advertir a su marido de lo que ella veía desde fuera y él no se daba cuenta? ¿Acaso porque los hombres son más incautos en los manejos utilizados por alguna clase de mujeres?  Ellos se obcecan pensando en qué cosas conseguirían.

Su confidente era Lissa; ella nunca la fallaba, e incluso Frederick que conocía la situación por ella, no daba crédito de lo que le contaba. Tampoco podía intervenir ni siquiera como amigo, porque Benjamín había establecido una invisible muralla que nadie podía traspasar.  Sin duda su buen corazón, le jugó una mala pasada, cegando su buen juicio.

Evelyn no estaba pasando por una buena racha, máxime con la depresión post parto, y su empeño en ser ella quién atendiera a su pequeña Kyra. Y el bebé era el depositario de la frustración de su madre, aún ignorando lo que estaba viviendo.  Pero ese día fue especialmente estresante, o quizá fue el cúmulo de días sin dormir y preocupada.

Ambos bajaban las escaleras hasta la planta baja. Habían estado trabajando intensamente y lo hacían satisfechos por el buen resultado obtenido. Ambos se reían y gastaban bromas con anécdotas que sólo ellos sabían. Evelyn, había dejado de ser su secretaria para convertirse en madre y esposa, a veces ,poco arreglada. De nada servía que estuviera casi constantemente con sus pechos fuera amantando a su hija, o que alguna noche Kyra tuviera gases y había que sacarlos paseando con ella en brazos hasta la madrugada. La presencia constante de Molly, no ayudaba. Siempre arreglada, bien peinada, luciendo su palmito, en contraste con la casi descuidada Evelyn.

Quizá si se hubiera dado cuenta de que su marido sólo la miraba a ella. Que la admiraba pese a su casual desarreglo. Que la amaba mucho más desde que fuera madre y la admiraba por ese amor, por la ternura en permanecer al lado de su hija, las cosas no hubieran sido tan extremas, pero llovía sobre mojado y se juntaron varias cosas que no estaba dispuesta a tolerar.

Estuvo en la mesa como cada día, pero no quiso comer y a duras penas podía contener su desagrado por la presencia de la secretaria de su marido. ¿Acaso no comprendía que ellos debían hablar de sus cosas estando a solas? Si, claro, en el dormitorio, antes de que el sueño les venciera. Una pareja joven casi recién casada, necesita intimidad, compartir lo bueno y lo malo, sin intermediarios hasta en la sopa, como se suele decir.

Ellos parecían no darse cuenta. Les miró y observó que ambos se complementaban y se encontraban seguros uno al lado de otro. No dijo nada. De un empujón hacia atrás, retiró su silla y se levantó de golpe, ante la extrañeza de su marido:

— ¿Qué pasa? ¿Te encuentras bien?

— No, no me encuentro bien. Tengo que hablar contigo

— Últimamente tienes muchas cosas que decirme — añadió él en tono de broma, dirigiéndose a Molly. Pero la cara de Evelyn no admitía bromas.

— A solas — añadió firmemente

Se limpió la boca con la servilleta. Miró a Molly en tono de disculpa y respondió algo alterado y violento por la escena ante su empleada:

— Está bien. Vayamos al despacho

A penas habían llegado, cuando Evelyn no pudiendo reprimirse más, dijo airada:

— La quiero fuera de mi casa. Ahora mismo

— ¿Te has vuelto loca? ¿Por qué? ¿A qué viene esto?

— Voy a responderte a todas tus preguntas y a alguna más que pudiera surgir. E iré con el mismo orden con que las has formulado:

— No, no me he vuelto loca, pero la caridad empieza por uno mismo. Ya tiene trabajo le das un buen sueldo y ha llegado la hora de que tenga su vivienda. 

— ¿Por qué?  Uno.  Porque no podemos ni respirar sin que ella esté presente. No tenemos intimidad para resolver nuestros problemas diarios que puedan surgir. Siempre está presente y necesito a mi marido, no a un jefe demasiado complaciente con su empleada. Si no recuerdo mal, conmigo no eras así. Por si lo has olvidado traté de despedirme como tu secretaria

—  Dos. Viene a que no me fio de ella y siento en mi interior que te voy perdiendo poco a poco. Hace tiempo no tenemos sexo. Sé bien que ello es debido a mi parto, cuarentena etcétera... Y te  agradezco la paciencia que has tenido. Me pregunto si esa confianza entre ambos no se debe a otra clase de complicidad.

— Tres. Por eso y por otras muchas cosas: su excesiva amabilidad contigo y conmigo. A todas luces fingida. Eso una mujer lo nota, pero parece ser que vosotros ni os dais cuenta

— ¿Estás celosa? ¿Es eso? No merezco esa desconfianza en absoluto. Eres mi mujer, te adoro y no creo haberte hecho nada para que pienses así

— Me alegro mucho ¿Pero en serio podrías jurar ante la biblia que los ojos y la imaginación no te están jugando malas pasadas? No se necesita meterse en cama ajena para imaginar lo que podríais hacer si se diera el caso. Y ahora dime si no estoy en lo cierto.

Él no supo qué responder. Sólo abrió la boca como para contestar, pero de su boca no salió nada. Frunció el entrecejo y dando media vuelta, se dirigió nuevamente al comedor. Hablaría con ella.

Evelyn se refugió en el dormitorio de su hija, pero desde él, escuchó un murmullo de voces, un taconeo en dirección a la habitación de invitados, una pausa y algunos minutos después ese mismo taconeo, una leve conversación y el portazo de una puerta al cerrarse.

Durante un largo rato no se escuchó nada, sólo pasada como media hora,   abrirse la puerta de la calle y,  unos pasos fuertes y rápidos. Abrió la puerta del dormitorio de la niña en el que estaba Evelyn. La tomó de un brazo y rápidamente la condujo al dormitorio matrimonial. Allí la soltó de golpe haciéndola tambalearse ligeramente. En su cara había una  ira malamente reprimida y, en su voz furia contenida:

— Estarás a gusto ¿Verdad? Ya te has salido con la tuya. Ahora ¿Qué es lo siguiente? Me has hecho quedar como un calzonazos. Nunca te he faltado, pero esto que has hecho ha puesto en evidencia que estás pasando por una mala racha y ella y yo somos los chivos expiatorios.

— ¿Es eso lo que crees?

Él avanzó hacia ella para tratar de cogerla por los hombros para tenerla más cerca. Quería que le mirase a los ojos y se convenciera de que la decía la verdad. Pero ese movimiento fue mal interpretado y ella interpuso su brazo entre él  y su cara, pensando que iba a agredirla.

— ¿Crees que voy a pegarte? ¡ Dios mío, a que estado de histeria has llegado !Nunca, óyelo bien, nunca pondría mis manos sobre tí como no fuera para acariciarte. Esto ha ido demasiado lejos. Ya no puedo soportar más

— ¿Dónde está ella?

— En un hotel. La he llevado a él y la he despedido ¿Estás contenta? No tienes ni idea de la mecha de lumbre que has prendido. Estaré unos días fuera. No sé a dónde, pero necesito poner distancia

—No es necesario que te vayas. Estás en tu casa y la que sobra aquí soy yo. De momento, iré a Cheltenham. Cuando encuentre un lugar en que que podamos vivir tranquilas, Kyra y yo, te lo comunicaré por si deseas ver a tu hija. Creo que entre nosotros está todo dicho.

—  Hemos sacado los pies del plato. Esto no puede estar pasando. Dormiré en otra habitación. Mañana, más calmados hablaremos de ello.

Ambos estaban nerviosos y se decían cosas que en realidad no sentían. Benjamín no pudo dormir en toda la noche pensando en la deriva que había tomado todo. Consiguió dar una cabezada  cuando las primeras luces del día apuntaban. Se tiró de la cama y se dirigió a su habitación. La cama estaba intacta y nadie en ella. Temiéndose lo peor. No se engañaba. En la de su hija tampoco había nadie, ni el bebe siquiera.

Bajó desesperado hacia la entrada por ver si el coche de Evelyn estaba aparcado. No no lo estaba. Se había marchado. Había cumplido su amenaza.




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