martes, 8 de mayo de 2018

De almas y cuerpos - Capítulo 14 - El Parador

Y guardaban silencio mientras degustaban el menú que habían solicitado, pero ninguno de los dos tenían el más mínimo interés por la comida.  De vez en cuando levantaban la mirada del plato y la dirigían al otro,  sentado enfrente.  Albert, era quién más intensamente lo hacía.  Quería grabar en su retina la imagen de ella, tantas veces añorada y deseada.  Y ahora, precisamente, debido a sus circunstancias personales era cuando estaba más vulnerable, con más deseos de permanecer al lado de alguien a quien tanto amaba.  Pero no se atrevía a decirla nada, a proponerla nada.  Eran adultos y no sería la primera vez que durmieran juntos, pero había pasado demasiado tiempo, y no conocía la reacción que ella pudiera expresar.

Tampoco quería decirlo abiertamente, porque quizá lo interpretara mal.  Acataría la voluntad de ella en todo momento, y si fuera una negativa, la aceptaría, muy a su pesar, pero nunca la forzaría a hacer algo que no quisiera hacer.  Y dolorosamente se daba cuenta que, a pesar de haberse tratado hacía mucho tiempo y haber tenido intimidad, ahora eran dos absolutos desconocidos, que posiblemente pensaran lo mismo, pero les faltaba espontaneidad para expresar lo que ambos, sin duda,  estaban deseando hacer.  Se amaban, eso no había cambiado, pero sus circunstancias eran distintas.  Y ante esas reflexiones, no sabía como actuar.  Su profesión le había enseñado a tratar con la gente, a consolarlos en horas de miedo e incertidumbre, pero era la curación de un cuerpo.  Pero la del alma era más difícil de sanar, máxime todo lo que ellos habían vivido.

No podía ni imaginar lo que Rose tuvo que pasar siendo casi una niña.  Alguien que desconocía todo sobre sexualidad, que se habían estrenado juntos, y que ella tuvo que ser madre a una edad a las que  otras juegan con muñecas casi todavía.  Y que el fruto de aquel fuego de juventud, se había convertido en una hija ignorada hasta ahora . ¿ Aceptarían las chicas su relación.?

 - ¿ Qué planes tienes para mañana ? - la  preguntó casi por decir algo y cortar ese silencio espeso que reinaba entre ambos.
- He de llamar a casa- dijo-. Se está haciendo tarde y se preocuparán- dijo Rose
- Si, yo también lo haré.  Amellie está conmigo en casa de mis padres y el retraso va a inquietarles.

Cada uno de ellos se dirigieron a sendos apartados para poder hablar con más libertad. Cuando llamó a su casa, Rose fue atendida por su madre que la preguntó de inmediato lo que había sucedido:

- Mamá es muy largo y ahora no es el momento oportuno. Quédate tranquila: ya sabe lo de Stella
- ¿ Qué te ha dicho?
-Se ha sorprendido y se ha enfadado un poco, no conmigo, sino con su madre.  En fin, ya te lo explicaré mañana
-¿ Pasaréis la noche juntos?
- ¡ Mamá ! ¿ Cómo se te ocurre?
- Pues porque os amáis, habéis estado mucho tiempo separados, tenéis una hija en común y no la fabricasteis por arte de magia. Y porque ya tengo mis años y sé lo que significa recobrar un amor perdido.  pero ya tienes suficiente edad como para saber lo qué hacer sin necesidad de que te lo recomiende nadie.  Sólo te digo, que la vida es corta, y tu le has pegado grandes bocados.  No la dejes escapar.

Al colgar, se quedó durante unos instantes pensando en lo que su madre la dijo. Quería a Albert y deseaba tener relaciones con él, pero a pesar de lo que pudiera desear, el rostro de Stella estaba patente en su memoria. Si llegaran a tener sexo y ella se enterara, ¿ cómo lo interpretaría ?  Conocía a su hija y era de mente abierta, quizá porque su mente había madurado debido en gran parte a la forma en que habían vivido: sin padre, sin un hombre en la familia que la pudiera aconsejar ¿ Cómo vería ahora que su madre, a la que no había conocido relación alguna, tan sólo algún café con algún vecino, ahora faltara alguna noche a dormir, o simplemente le llevara a casa ?. ¿Y qué pensaría de ello, cuando conociera que con quién se acostaba era su propio padre, que acababa de divorciarse, y que era hermana de aquella chiquilla que tanta gracia le hizo.?  ¿ Con qué ojos vería la figura paterna rondando por casa?

Las dudas, se mezclaban con sus propios deseos.  Era una mujer pasando de la treintena, enamorada del hombre que estaba ahora hablando con su otra hija, y llamando a la puerta su propia naturaleza reclamando lo que la estaba negando, su instinto, sus deseos carnales  a los que renunció por ese hombre y por su propia hija.  No podría amar a otro.  No podría haberse acostado con otro que no fuera él, y sin embargo no se decidía a dar ese trascendental paso, porque sabía que, ambos tenían detrás una gran papeleta que resolver referente a sus hijas.

 Ella llevaría las de perder, estaba segura, y no por Stella, sino por la hija de Albert, que no soportaría ver a otra mujer en el lugar de su madre.  Ya la detestaba sin conocerla ¿ qué pasaría cuando lo supiera?  ¿Estaban condenados a separarse nuevamente?

- ¿ En qué piensas que te atormenta tanto ? - La voz de él la sacó de sus reflexiones
- ¿ Cómo sabes que me atormentan?
- Muy sencillo, conozco tu cara, tus gestos, y la expresión que tienes ahora no es feliz precisamente.  ¿ Es por mi ?  Si es así no te entristezcas, no lo merezco
- Si, si lo merecemos.  Hemos vivido algo difícilmente soportable.  Fue ajeno a nuestra voluntad, pero ahora la vida nos da una segunda oportunidad y no estoy dispuesta a perderla.  Ya no, otra vez no. Sé que no va a ser fácil, porque tenemos frentes abiertos muy importantes, pero podremos con ellos.  Solucionaremos tarde o temprano todos los impedimentos, pero no estoy dispuesta a renunciar a tí. Reserva una habitación y vivamos, al menos por esta noche, lo que dejamos en suspenso hace tiempo

.
-¿ Estás segura ?
- Lo estoy, nunca lo he estado más que ahora.  Lo deseo y lo necesito. Mañana será otro día al que enfrentarnos, pero esta noche sólo somos tú y yo y lo que convengamos hacer.

No se había engañado, ella también quería ser suya. La miraba fijamente como si no creyera escuchar las palabras que ella pronunciaba. Había tenido muchas dudas para planteárselo, pero había sido ella la que había roto todos los diques de contención. La besó ligeramente y tomándola de la mano, se dirigieron a Recepción.  Pasarían la noche juntos.  Y pidió la suite nupcial.  Y encargó que subieran champán y alguna fruta.   Sería por sugerencia del encargado del hotel fresas con chocolate y con nata.  El hombre pensaba que era una cita de pareja ocasional, pero ignoraba el bagaje que tenían a sus espaldas y que ya eran padres, aunque por vías diferentes.  Le entregó la tarjeta que abriría esa suite nupcial, y sin soltarse de la mano, se encaminaron a la habitación en la que pasarían otra noche inolvidable.

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