miércoles, 2 de mayo de 2018

De almas y cuerpos - Capítulo 4 - Desconcierto

Durante el regreso a casa, Rose, además de llorar, no hacía más que pensar en sus padres. sobre todo en él.  Si se enterara de que posiblemente estuviera embarazada, y con tan frágil estado de salud, le mataría.  pero  se lo tendría que decir.  Bien es verdad que faltaba tiempo hasta que se le notara, pero cuando eso ocurriera, tenía que tener resuelta la papeleta, de al menos decírselo a su madre.  Y se planteó hacerlo esa misma noche.  Prefería pasar el disgusto de una vez, que vivir con ese peso sobre su conciencia.

No hizo falta que disimulara, por su estado de abatimiento, imposible de ocultar, hizo que la madre la llevara aparte y hablara con ella, a escondidas del padre, que permanecía en cama. Imaginaba  el porqué de todo ello y la ausencia del muchacho que con asiduidad la esperaba en el porche de la casa.  La ofreció algo de comer, que Rose rechazó.  Tenía los nervios agarrotados en el estómago y no le permitían ingerir nada.  Miró a su madre, angustiada y con el llanto a punto de salir,

- Mamá, he de decirte algo, pero por favor no le digas nada a papá.  Me da miedo que empeore por el disgusto

La madre no necesitó más explicaciones, y la dijo directamente, sin ambages

- ¿ Estás preñada ? ¿ Es eso lo que has de decirme?  Pues no has elegido el momento más oportuno.  ¿Cómo no habéis tomado precauciones? ¿ Pensabais que los niños viene de Paris? ¿ En qué mundo vivís?  No os priváis de nada con alegría, pero esas cosas suelen ocurrir cuando actúas con otro órgano que no es el corazón precisamente. ¿ Qué vas a hacer?  Porque él hace días que no se le ve el pelo.  Tú  ¿qué vas a hacer?

Ya no podía contener más su congoja, porque todos los reproches de su madre eran ciertos y razonables, aunque ella sola no tuviera la culpa.  pero él no estaba aquí.  No sabía cómo decirla que no le volvería a ver nunca más porque había dado la espantada. Pero que ella tendría a ese bebe, aunque fuera lo últmo que hiciera en la vida.  Ambas estaban fuera de sí.  Rose a penas hablaba y blanca como el papel; la madre  furiosa y roja como la grana.  El panorama que se presentaba era de todo menos esperanzador.  Pero al fin y al cabo, era su madre, y al verla tan afligida,   tomó su cara de niña entre las manos, y mirándola a los ojos, secó sus lágrimas con inmenso amor y la abrazó para calmarla.

- Shssss, shsss. No llores.  ¿ Estas segura de quedarte con la criatura? Podrías darla en adopción y tu seguir estudiando y vivir la vida.  Eres muy joven, demasiado, una niña. Piénsalo bien: De momento, no se lo diremos a papá porque el disgusto le haría recaer.  Será nuestro secreto mientras podamos guardarlo.
- Mamá - dijo Rose abrazándose a ella.  Por fin se había descargado de ese peso, y ahí estaba su madre para ayudarla y protegerla.  Estaban ellas dos solas en el mundo, guardando un secreto, al menos durante unos meses, que transcurrirían veloces.  Pero hasta que eso llegara, ya sabrían lo qué hacer.

 El tiempo pasaba y la salud del padre empeoraba día a día ante la congoja de las dos mujeres que veían cómo se iba y no podían hacer nada.  Rose estudiaba y al mismo tiempo trabajaba en sus conservas.  Necesitaban dinero, ya que la venta de la granja les había proporcionado algún respiro económico, pero el remanente se evaporaba con la enfermedad del padre.  Y un día,  mientras estaba haciendo una entrega en un pueblo vecino, su padre murió en los brazos de la madre.  Cuando llegó a casa, estaba acompañada por el  pastor y alguna vecina.  Fue un choque tremendo para ella que venía contenta porque había vendido todas las conservas y comenzaban a tener unas pocas ganancias.

Las piernas se negaron a sostenerla y cayó redonda al suelo, antes de que tanto el pastor como su madre acudieran en su ayuda.  Era un pobre consuelo, pero al menos se había marchado sin conocer el estado de su hija, y ambas mujeres respiraron tranquilas al saber que su secreto había sido eso, un secreto para el pobre hombre que creían no lo hubiera superado.

Al entierro acudió poca gente puesto que no conocían a muchos vecinos al llevar poco tiempo en aquel lugar.  Ahora tenían otro reto por delante, y el tiempo marcaba sus pautas y sus caderas comenzaron a ser más redondas.  Para nadie pasó inadvertido que, aquella muchacha, casi una niña, estaba embarazada.

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