martes, 8 de mayo de 2018

De almas y cuerpos -Capítulo 15 - Fresas y chocolate

Frente a la puerta de la habitación se detuvieron un instante. Albert la miraba fijamente, como interrogandola por última vez, como diciéndola si era conforme con lo que ocurriría tras esa puerta.  Ella dirigió su mirada hacia la tarjeta que abriría la suite, y él entendió que, sin palabras, le decía "abréla ".

Al entrar, ella repasaba con la mirada cada rincón de la estancia, inspeccionando hasta el último detalle.   Tras un corto pasillo a la entrada. éste convergía en lo que era una pequeña salita dentro de la propia suite.  La protagonista de la estancia era una gran cama de matrimonio armada delicada y lujosamente.. Con dos mesillas de noche a ambos lados del lecho. Una puerta que daba su entrada al cuarto de baño, y junto a la misma pared, un secreter, teniendo enfrente de él, una cómoda.  Los muebles eran también de estilo colonial, lujosos, buenos, atractivos. Habían dos balcones que daban al jardín interior del parador en cuyo centro había un pozo de hierro forjado y azulejos, muy de estilo español.  Reinaba un gran silencio, roto solamente por algún trino de gorrión.

Llamaron suavemente a la puerta.  Era el camarero que traía la comanda solicitada por Albert. Tras dejarla en el lugar que le indicara, salió dando las buenas noches, y tras poner en la puerta " No molesten ".  Todas estos ceremoniales, ponían algo nerviosa a Rose, que se sentía violenta.  Por primera vez vivía algo nuevo para ella.  Sus encuentros juveniles, habían sido en el campo, a cielo abierto, y lo  sabían solamente  ellos dos.  Pero aquí, todo el mundo se enteraría qué había tras la puerta una pareja que estarían teniendo sexo.  Albert adivinaba lo que estaba pensando, y le llamaba la atención lo inocente y tímida que seguía siendo, a pesar de ser una mujer adulta.

Ella dio unos pasos adelante, cuando Albert descorchó la botella de champán y la ofreció una copa. Se dio cuenta, entonces, que no sólo había champán.  Había una especie de cuenco de plata con tapa y otros dos más pequeño que parecían  termicos.  Nunca había visto esos cacharros y extrañada levantó la tapa de uno de ellos, y enseguida supo para qué estaban allí.  Era parte del erotismo creado en una situación como aquella.  Sonrió levemente y dijo:

- Así que chocolate con fresas ¿ eh ?
- Ha sido idea del recepcionista. Yo le pedí fruta por si nos entraba sed
- No te excuses, lo escuché.  Sé para qué se utiliza todo ésto: es una nota erótica que incita al amor.  Y además ¿ para qué estamos aquí?  El que me sienta tímida no significa que no conozca algunas de las cosas que la gente hace para seducirse mutuamente.

El rió a carcajadas. Tenía que reconocer que en nada recordaba a aquella jovencita de antes tímida y pudorosa que se cubría el cuerpo la primera vez que la desnudó.  Pero todavía no había llegado a esa parte. Ya vería cómo se comportaba ahora.  Sólo le abriria su corazón, y la amaría tan intensamente como sus sentimientos expresaran.  Se acercó a ella, tomando la copa que tenía en sus manos, y lentamente las dejó sobre una mesa.  Después se volvió hacia ella y la beso larga y profundamente, mordisqueando con sus labios los de ella.  Rose suspiraba, pero no rechazó la caricia, sino que rodeo el cuello de él con sus brazos.

El la atrajo más hacia su cuerpo, estrechando el encuentro, Y recorrió a besos sus mejillas, sus labios, y su cuello.  Mezcló sus dedos con el cabello de ella acariciando su cabeza, atrayéndola hacia su boca. Rose entornaba los ojos y entre abría los labios, exhalando algún sonido que denotaba que estaba entregada al momento totalmente.

Lentamente iba desabrochando su vestido sin dejar de mirarla ni de besarla.  Ella decidió que no sería pasiva, y procedió a quitarle la chaqueta, desabrochar su corbata y los botones de la camisa.  Ahora tenia frente a ella el torso desnudo de él, y suavemente deslizó sus dedos sobre su pecho en una caricia suave y tierna.  Albert acariciaba su espalda, dejándola también desnuda.  Quería sentir la calidez de su piel, de esa piel que un día acarició.  Despacio, sin brusquedad, la tumbó en la cama. Contemplaba aquel cuerpo sensual de mujer y no de niña.  Sus formas eran perfectas y sintió  que sus sentimientos y sus sensaciones, iban parejas y que la amaría hasta la extenuación, como hicieran aquella última vez.  Pero ahora estaban solos, sin temor a que alguien les viera, y podrían expresarse como sus cuerpos quisieran.

Paseaba sus manos por el cuerpo de ella que se le había rendido y se recreaba  en su contemplación.  Sólo con ella había sentido esa sensación de total y absoluta entrega; ni siquiera cuando se casó.. Los brazos de ella alzados sobre la almohada en señal de rendición y los de él entrelazados con los de Rose en señal de que estaban juntos y juntos volarían al paraíso.  La besó en los labios en un beso largo de enorme amor, mientras su cuerpo tomaba posesión del de ella.

Habían consumado su unión y había sido de total entrega por parte de ambos.  Ella pensó que su aventura había concluido, pero se equivocaba.  Tras recobrar el aliento, él acercó la mesa supletoria hasta la cama.  Rose pensaba que desearía comer algo, pero se equivocaba.  Lo que tenían en esos momentos era un pequeño intervalo.  Después vendría el segundo acto. Albert quería sorprenderla con algo que estaba seguro no conocía.  Esperaba que todo transcurriera como había pensado.  Había comprobado que para nada Rose era una mujer fría, muy al contrario, respiraba sensualidad y le acompañó en sus juegos amorosos que ambos compartieron.

Albert se incorporó y alcanzó el cuenco con las fresas y otro que era como un termo.  Lo destapó y tomando una de las fresas mayores, la introdujo en el termo:  era nata.  La impregno de ella y con su boca  dio a Rose para que diera un bocado, y ambas bocas se juntaron.  Algo que gustó a Rose y excitó a Albert.  Y siguió una segunda fresa , y una tercera, y una cuarta...,  y  así hasta recorrer con ellas su cuerpo y comiéndolas de él.  Eran unas sensaciones nuevas para ambos, aunque  más desconocidas lo eran  para Rose, que no pudiendo evitar lo que estaba sintiendo, con los ojos cerrados suplicaba que parase porque no podía resistir más

Y no resistió, porque Albert tampoco tenía paciencia para seguir con el juego.  La necesitaba urgentemente y la tuvo una vez más. Las sensaciones que tuvieron no tenían punto de comparación con la primera. Creyeron estar en la luna.  Eran felices y su conexión había sido perfecta.  Albert descubrió que a pesar de su inexperiencia, no era una mojigata que se asustara por no tener sexo convencional, al contrario estaba desinhibida ante él. Tampoco Albert había practicado muchas veces esas sensaciones tan eróticas, ni con su mujer ni con nadie.  Mientras estuvo casado la fue fiel y después sólo tuvo un par de veces compañía femenina, pero no tuvieron fresas ni champán.

Pero con Rose, todo era nuevo también para él.  Había sido diferente porque ella lo aceptaba, no rehuía ni ponía peros, sino que lo aceptaba porque estaba con quién amaba y le amaría siempre.  No la importaba si lo que estaban haciendo no entraba entre las normas impuestas por la sociedad. Eran libres, se amaban y todo les sería permitido entre ellos.

Y al fin, cayeron rendidos cuando ya el alba anunciaba su presencia.  No durmieron, no querían dormir, sino estar uno junto al otro despiertos, mirándose, comprobando que todo cuanto vivian era realidad y no un sueño.  Albert la abrazaba atrallendola hacia su cuerpo.  Sabía que dentro de unas pocas horas habrían de abandonar aquella habitación que había sido testigo de su entrega total.  Sabía que debían enfrentarse a la realidad y que él,  en un par de días debía volver , aunque regresase lo antes posible.  Aún debían hablar largo y tendido sobre su futuro, pero en esos momentos no.  Apurarían al máximo los últimos rescoldos del fuego nocturno que a ambos les había dejado extasiados y amándose más intensamente que antes de entrar en la suite.  Verdaderamente había sido nupcial, como si efectivamente se hubieran casado aquella noche, sólo que no había habido ceremonia y sí la preocupación por cómo encarar el asunto a sus hijas respectivas.

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