viernes, 13 de abril de 2018

Los largos días perdidos - Capítulo 17 - Otros recuerdos, otros tiempos

La salida extemporánea de William, dejó a su mujer desorientada e incrédula.  No entendía nada de lo que estaba pasando ¿ desde cuándo el le había dicho cosas tan duras y tan sin sentido ? Nunca.  Siempre había sido cariñoso en extremo con ella, condescendiente y paciente .  Pero ésto no lo entendía.  Sabía que algo no estaba bien, pero no la diría nada. Y ella si tenía algo que decirle, importante, muy importante para ellos, al menos para Alice.

Esperó paciente a lo largo del todo el día.  Ni una llamada de teléfono, ni nada que la hiciera sentir que seguía queriéndola y que todo había sido un arrebato por un mal humor.  ¿ Había cometido algo que le ofendiese?  No le había dado lugar a ello:  ya vino así del hospital.  De pronto recordó que tenía guardia de veinticuatro horas, de modo que no le vería hasta el día siguiente.

Esa certeza la angustió aún más.  No tenía a nadie con quién hablar de ello.  No podía volver a llamar a su secretaría, porque tendría que contarle  lo que les ocurría, y por mucho que se conocieran , lo que pasaba era algo que tenían que resolver ellos, sin interferencias de nadie.  Se sintió angustiada y depresiva.  Si al menos supiera qué era lo que había hecho mal.

En vano esperó una llamada de él, pero ella no pudo resistir la tentación y comunicó con su consulta.  La enfermera la dijo que estaba en urgencias, pero que le daría el aviso en cuanto subiera.

- No importa, no le diga nada.  Es algo sin importancia- respondió ...

Pero esperaba en vano.  No la llamaría ni a casa ni a la fundación, así que procuró olvidar sus problemas y trabajar como si nada ocurriera. No quiso volver a su casa para el almuerzo; comería un sandwich en la cafetería y aprovecharía el tiempo para poner al día el papeleo que se había retrasado por su luna de miel.  Cuando llegó por la noche, la casa se la venía encima.  Pulsó el contestador por si la hubiera dejado algún recado, pero nada había.  Lloró durante largo rato, no solo por la tristeza que sentía, sino por no saber qué había hecho mal que le doliera tanto.

Concluyó la guardia y fue directamente a casa.  Alice estaba en la fundación.  Decidió llamarla; sabía que no se estaba portando bien con ella, que era inocente a lo que le pasaba, pero tampoco podía decirla que la enfermedad del hombre que estaba tratando, le recordó tiempos muy dolorosos vividos en sus propias carnes.  Sabía que ella no tenía culpa de nada, pero estaba seguro que si la decía lo que le ocurría, se lo tomaría como que se acordaba de su primera mujer.  Y en parte era cierto, porque la había amado mucho, pero ahora a quién amaba era a Alice, con todas sus fuerzas, y lo único que le recordaba de ese tiempo, era el dolor inmenso de la enfermedad.

Al mismo tiempo comprendía que ella estuviese disgustada.  No había sido un ejemplo de marido, precisamente, durante esos días.  Iría a buscarla al trabajo y la llevaría a cenar a un restaurante.  Trataría de olvidar lo vivido en el hospital y no llevárselo a casa.  Necesitaba hablar con ella, oir su voz, pedirla perdón por lo sucedido y decirla que nada ni nadie podria impedir que la quisiera más que a nada, más que a nadie.

Descolgó el teléfono y la voz conocida de Felicity le respondió anunciándole que Alice estaba con un niño que había sufrido una recaída.  El se alarmó. No quería que se involucrase tanto con los niños.  No deseaba que se repitiera la historia de Richard.  Decidió que no aguardaría hasta la tarde.  Se daría una ducha e iría a buscarla ahora mismo.  Quería protegerla de todo, hasta de él mismo.

Al llegar a la fundación preguntó a Felicity dónde estaba y ella misma le condujo hasta la habitación de Philip, que permanecía en cama por un simple catarro, pero que al tener las defensas bajas y debido a su problema de salud, tenía que tener un control más exhaustivo.  La vio sentada a su cabecera, leyéndole el cuento preferido del niño.  Y clavó su mirada en ella, sin avanzar por la habitación deseaba contemplarla sin que se diera cuenta de ello.  La ternura le invadía y se apesadumbró aún más por los días pasados, sin advertirla de lo que estaba pasando en el hospital, y de que no era ella la culpable, sino los recuerdos tristes de otra experiencia vivida.

En ese momento, ella levantó la cabeza y le vio en el dintel.  Interrumpió su lectura. ¿ Qué hacía él allí ? ¿ Le ocurría algo?   Se levantó presurosa y se acercó a William

-¿ Qué pasa ¿ Qué haces aquí ?
-He venido a buscarte, y no pasa nada.  No te alarmes, además dijiste que teníamos que hablar.  Tengo dos días libres, ¿ será suficiente para nuestra charla ?
- Pues eso depende
- ¿ Depende ?

- Si.  De cómo tomes lo que tengo que decirte.  Pero no corre prisa, no te preocupes. Como soy el
ombligo del mundo...   No es urgente, puede esperar
- Soy yo quién no puede esperar.  Así que recoge tus cosas y vayámonos.  Y no seas tan sarcástica y rencorosa.  Cuando te lo explique lo entenderás
- No es mi hora
- Es tu hora si tu jefe superior te lo pide

Ella bajó la mirada pensando que aún estaban mal.  Desconocía la reacción que tendría cuando le dijese lo que tenía que anunciarle.  Le daba miedo porque no entraba en sus planes y posiblemente se incrementara el disgusto que tenía con ella.  Pero era algo que no podía ocultar.  La tomó del brazo y la condujo hacia el control de enfermeras, allí habló con la enfermera jefa y la anunció que su esposa saldría antes de lo previsto por asuntos personales.  ¿ Qué problemas personales eran?  Ella era su problema personal, estaba segura.  Ante esa idea, buscaba en su cabeza sin parar qué es lo que le había podido enfadar tanto.  Ella había respondido como esposa en todo momento, o sea que no sería ese el problema.  Y de repente se dio cuenta:

-   Ha hablado con algún compañero y se ha enterado antes de decírselo yo..  Pero ¿ cómo iba a hacerlo si a penas me dirigía la palabra ?

Ya dentro del coche dispuesto a marchar, William se volvió hacia ella y tomando su cara entre las manos, la besó como hacía días no había hecho.  Sus corazones se aceleraban, y ella respiró tranquila.  Lo que fuera que le molestara, lo había olvidado y de nuevo volvía a ser su William, el hombre cariñoso y protector con quién se había casado.

La llevó a un restaurante en el que nunca había estado.  Él si lo conocía, pero le parecía un marco ideal para mantener la charla  en la que le explicara su forma de proceder durante esos días y por qué.  Ella, le contaría eso tan importante que debía decirle tras las varias intentonas hechas sin aclararle nada, porque él no escuchaba debido a su forma de comportarse.

Era un lugar precioso, a las afueras de Londres.  Un restaurante pequeño, familiar, pero con un entorno bellísimo, rodeado de flores y abundante zona verde.  El comedor era recoleto y amueblado con buen gusto, íntimo, ideal para charlar tranquilamente en una sobremesa agradable después de una buena comida.

Alice estaba inquieta y cada vez más nerviosa.  pero al mirar el rostro de William veía la ternura de su mirada y su corazón palpitaba fuertemente al coger sus manos y llevárselas a los labios.  La estaba pidiendo claramente perdón por su comportamiento.


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