domingo, 8 de abril de 2018

Los largos días perdidos - Capítulo 8 - El voluntariado

Al día siguiente sería su debut.  Estaba impaciente porque llegara la hora y al mismo tiempo nerviosa.  Iba a realizar una actividad que nunca había imaginado hacer. Lamentó que William no estuviera allí; se sentía segura a su lado, le daba firmeza.  Suponía que habría dejado instrucciones para ella.  Desconocía lo que le había destinado, desde luego el contacto directo con los niños no sería.  Tenía razón, había quedado impactada y sería más conveniente ir poco a poco.

Cuando Thomas entró en el comedor para desayunar, ya lo estaba haciendo  Alice.  El se extrañó de que a hora tan temprana ya estuviera arreglada como para salir a la calle:

-Estaba haciendo tiempo hasta que bajaras.  Anoche viniste tarde y no pude decirte nada. A partir de hoy colaboro en la fundación de Sorenson.  He creído que todo el tiempo que estoy ociosa, bien puedo dedicárselo a ayudar a las personas que lo necesiten
-¿ Tú  ? No te imagino en ese menester. Pero me parece bien.  ¿Qué harás exactamente ?
- No lo sé hasta que no llegue. Su secretaría me dará instrucciones.  Pienso que comenzaré en administración
- Está bien.  Estarás más distraida

Y nada más se dijeron.  Ella terminó su desayuno y se despidió.  El la vió marchar moviendo la cabeza y sonriendo mientras pensaba   "a ver lo que te dura..."  Ignoraba que la decisión que había tomado era firme. Después de ver a aquellos niños, no podría rechazar la idea de que les pudiera ser de alguna utilidad.

Y como había supuesto,  Joan, la secretaria de William la dijo lo que debía hacer.  Atendería el teléfono y si no supiera resolver lo que la planteasen, como sería natural, se lo pasaría a ella:

-  De este modo irás cogiendo el ritmo.  En unos días estarás lista. Si quieres estar con los niños, podrás hacerlo en la hora del recreo, te familiciarás con ellos poco a poco. Y les querrás, como nos ha ocurrido a todos. El doctor dio estas órdenes para ti; me ayudarás también en mi trabajo, que hay días complicados.  En fin, iremos sobre la marcha.  Si tienes alguna duda, pregunta cuanto quieras.

Y al cabo de una semana, estaba al corriente de cuál era su trabajo.  Se escapa a ratos para ver a los niños, y seguía al pié de la letra lo dispuesto por Sorenson.  Llevaba dos semanas sin aparecer por la fundación, y ésto la extrañó.  Su curiosidad pudo más que su prudencia y preguntó a Joan si era habitual que él se ausentara durante tanto tiempo:

- Pues depende de su trabajo en el hospital.  Pero tienes razón, nunca ha tardado tanto tiempo en pasarse por aquí.  Le habrá surgido algo.  Asisste a symposiums y da conferencias de vez en cuando.  Lo mismo está en el extrajero.- Y fue más allá en sus averiguaciones
--¿ De qué murió su mujer? - la preguntó tímidamente
- De cáncer de ovarios.  Estuvo dos años enferma, pero él nada pudo hacer por ella.  La quería muchísimo y ella a él. Fue muy duro.  Sólo vive para el trabajo.  Una pena, porque es un hombre extraordinario, pero creo que no volverá a enamorarse nunca más.

Ahora lo entendía, pero la aseveración de Joan, le pellizcó en lo más interno. ¿ Había pensado en otra cosa? ¿ Había confundido su buena voluntad con un proceso de enamoramiento?  Seguramente  él ni lo había pensado, pero ella si. Lástima que lo haya encontrado tarde, y mentalmente le comparó con su marido y comprobó lo diferente que eran y la suerte que había tenido su mujer de ser amada de esa forma, aunque su muerte le produjera tal dolor que nunca más pensaría en otra.  A partir de ahora le miraría con otros ojos, de otra manera.  Indudablemente seguiría sufriendo por su ausencia, pero se lo guardaba para sí misma, sin dejar traslucir ningún sentimiento.

Y poco a poco comenzó a frecuentas más asiduamente a los niños, y cada vez que tenía un rato libre lo ocupaba con ellos.  Especial atención otorgaba a Richard, un pequeño de cinco años que se había encariñado con ella.. Pasaba la mayor parte del tiempo jugando con él-

- No te involucres demasiado - la advirtió Joan.  Pero cómo evitarlo.

William no había aparecido por allí en mucho tiempo y ella tampoco se atrevió a preguntar.  Sabía que había vuelto de su viaje, pero seguramente que el hospital le reclamaba.  Se acercaban las navidades y fue de compras.  Llevaría juguetes para todos los niños; les adoraba y la conmovía cada vez que uno de ellos era retenido en cama  por alguna recaída.  Uno de ellos había sido Richard.  La tenía muy preocupada.  No mejoraba, sino al contrario cada día estaba más débil. La hubiera gustado preguntar a William por su evolución, pero al no ir por la fundación no se atrevió a llamarle.

Su marido la había anunciado que en Nochebuena lo pasaría fuera de casa.  Ella imaginaba con quién lo pasaría, a pesar de la pueril excusa que le dijo.  No la importaría estar sola, pero ese día por la mañana Richard empeoró notablemente. Pidió permiso a Joan para estar con él y con sus padres.  Tenía un mal presentimiento y creía que pudieran necesitar ayuda y consuelo.  Esa Nochebuena la pasó en la habitación del niño.  Sus padres estaban destrozados sintiendo que el final estaba próximo.  Ella se resistía a esa idea y trataba de infundirles todo el ánimo del que fuera capaz de expresar.

A las doce de la noche, todo se precipitó y el final fue inevitable.  Arrinconada en el fondo de la habitación lloraba quedamente al ver el débil cuerpecito del niño que era abrazado por sus padres.  Le quería recordar jugando con ella en el jardín, en el parque, pero no podía apartar sus ojos de aquella carita pálida que acababa de expirar.  Se abrazó a la madre reprimiendo su llanto, aunque estaba desgarrada.  Recordó las palabras del médico, pero no podía dejar a aquel matrimonio destrozado por la pérdida del hijo.

Y entraron las enfermeras a desconectar los aparatos.  Les dejarían a solas con el niño.  Alice salió también para dejarles  con Richard. Se dirigió a la sala contigua, y allí, rompió a llorar desconsoladamente.  Era un dolor profundo sin siquiera poder imaginar el de los padres.  Tuvo que apoyarse en la pared.   A su espalda había alguien, pero no se volvió para averiguar de quién se trataba.  Unos brazos fuertes rodearon sus hombros y la sacaron de allí entrando en un despacho contiguo.  Y fue entonces cuando supo de quién se trataba

- ¡ William, ha muerto !
- Lo sé.  Sabía que no tardaría mucho en ocurrir.  A pesar de no estar aquí me mantenía al tanto de su evolución.  Tienes que calmarte; te lo avisé.  Todos lo lamentamos, a todos nos duele y Richard era angelical.  Pero no puedes involucrarte de este modo, porque de lo contrario no podrás prestar ayuda a nadie, y estás aquí para ser útil. ¿ Cómo crees que puedes consolar a sus padres, si tu misma lo necesitas?
- Pero es que es tan injusto.  Era tan pequeño, tan dulce...
- Tienes que calmarte.  Es Nochebuena ¿ Qué haces aquí ?  Deberías estar en casa con tu marido
- Mi marido no está. Estoy sola, por eso quise quedarme aquí.
- Bien, pues te llevaré a casa después de hablar con los padres del niño.
- No quiero ir a mi casa.  No quiero ir a ninguna parte
- Has de hacerlo.  Es una órden del jefe.  Quédate aquí.  Yo enseguida vuelvo.  No te muevas de aquí ¿ me oyes ?

Ella aceptó con la cabeza y William salió para hablar con los padres de Richard.  Regresó al cabo de un rato y entró en su despacho. Alice,  rendida por la emoción, se había dormido.. Observaba su rostro con profundas ojeras y la respiración alterada. Mientras la miraba pensaba

- ¿ Qué secreto escondes pequeña ?  Mucho me temo que tu marido no te ama lo suficiente y buscas amor desesperadamene, aunque no te des cuenta de ello.


Se sentó en un sillón apartado del lugar en donde ella dormia. .  Bebió agua y esperó paciente a que despertara.  Ella necesitaba descansar, así que la dejaría.  Era el día de Navidad y pronto vendrían las familias a pasarlo con sus hijos, con todos menos con Richard que ya había salido rumbo a su destino final.  No quiso seguir pensando en eso. Volvió nuevamente su mirada hacia Alice ¿ Qué le impulsaba a protegerla ? Sabía porqué lo hacía; había despertado un sentimiento que el había conocido antes, con su mujer.  Pero no era posible que de nuevo su corazón se agitase .  No quería volver a enamorarse, y sin embargo había sucedido y ella estaba casada.  De nuevo un tormento en su vida

Al fin ella entre abrió los ojos y sus miradas se cruzaron. Y de nuevo la congoja acudió a su garganta, pero él estaba allí.  Necesitaba su abrazo.  El saberse consolada por quién estaba sentado frente a ella y que había sabido despertar algo hermoso y torturador a un tiempo, dentro de ella.  Dejó el vaso de agua que tenía entre sus manos, y la dijo:

- ¿ Estás más tranquila ? Vamos, voy a llevarte a casa.
- No.  No quiero ir a casa.  Estaría sola; ni siquiera el servicio está.  Prefiero quedarme aquí.
- Eso no puede ser.  Te pasarías llorando todo el día.  Iremos a tu casa recogerás algo de ropa y te llevaré a un  hotel si lo prefieres. O... a mi casa: nos haríamos compañía mutuamente.

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