martes, 3 de abril de 2018

Los largos días perdidos - Capítulo 3 - Una mirada frente al espejo

William Sorenson y su compañera de mesa, salieron también del restaurante poco rato después. Había sido una sobremesa aburrida. Ella había sufrido un revés en el proyecto que tenía entre manos. Era sobrina de él y ejercia la profesión de aparejador.  Ese era el motivo por el que su tio la había invitado a comer, para tratar de aplacar el enfado que sentía por la bronca mantenida con su compañero arquitecto en una de las obras que tenían en construcción. William no entendía nada de arquitectura y creyó desde el principio que el enfado de su sobrina era excesivo, dado que, además, el arquitecto referenciado era su futuro marido.  Seguramente los nervios la traicionaron.  Para destensar la cuerda, se la llevó a comer al restaurante que él frecuentaba y,  mientras le contaría lo que había ocurrido entre la pareja.  William era el mayor de los tres hermanos con el apellido Sorenson., compuesto por Fanny, que a su vez era la madre de Lucille, su única sobrina. Y el hermano más pequeño Marcus, aún soltero por poco tiempo.


Alice había recibido una subida de autoestima al darse cuenta del interés mostrado por aquel hombre en el restaurante. Se despidió de su amiga, tomó un taxi y llegó a su casa  bastante antes que su marido.  Era una regla que él  había impuesto:  nunca llegar después de que él regresara a casa.  Otra manía de Thomas que no entendía ¿ qué más le daba ?  El motivo creyó,  sería por si coincidía con alguien y se rieran de él al no haber tenido la suficiente firmeza en controlar a su mujer, cuando no estaban juntos. Era una generación machista que comprendía que la mujer debía estar siempre en casa, para recibir a su marido cuando él llegara del trabajo, o de charlar con los amigos.

Subió a su dormitorio, e instintivamente se miró en el espejo que tenía en el vestidor de su habitación.  Y repasó con la mirada su silueta.  Era esbelta y no se deterioraba con el paso del tiempo, algo que al no haber tenido hijos le había beneficiado en ese aspecto.  Tenía su vientre plano, sus caderas no habían ensanchado y seguía teniendo un buen cuerpo. No era de edad avanzada. Con cuarenta y tres años, la juventud no la había abandonado.  Cierto era, que su cara había tomado esa paz  que da la vida, o quizá la resignación de su destino. Pero al mismo tiempo, pensaba que era una lástima que Thomas no apreciara los valores que ella poseía y por lo que era admirada entre los que les trataban.

Miró el reloj, y comprobó que ya había pasado la hora en que él acostumbraba a llegar; era sinónimo de que tampoco ese día iría a cenar.  No la importó demasiado, hacía mucho tiempo que se había acostumbrado a ello. Imaginaba que cenaría con alguien, con otra mujer más de su agrado.  Se encogió de hombros y siguió con lo que estaba haciendo.  Hacía ya mucho tiempo que había dejado de sentirse herida en el amor propio.

Se planteó si a ella le surgiera algún plan ¿ sería capaz de llevarlo adelante?

- ¿ Y por qué no ?-,  se dijo - El ha hecho eso precisamente. Nunca se lo he reprochado, porque, sin papel ni palabras, teníamos un contrato interno de vivir nuestra vida.  Desde luego él la disfruta ¿ por qué yo no tengo el mismo derecho?   Sencillamente porque  no he sido educada en ese papel, pero visto lo visto, creo que fue un error de mi madre, infundirme unos valores éticos, que nadie respeta conmigo.  No quiero ser una generación perdida como lo fue ella.  No me conformo.  Sé que en algún momento surgirá la oportunidad.  De lo que no estoy tan segura es de que yo lo admita y sea capaz de liarme con alguien que no sea mi marido.  Mi marido ¡ qué lejano y frío suena esa expresión!

Revisó su fondo de armario. Thomas la comentó en una ocasión que en menos de un mes tendrían que asistir a una recepción de alto copete, a la que asistirían diplomáticos, médicos ilustres y reconocidos intelectuales.  Su asistencia era por rigurosa invitación, y se había encargado de mover los hilos para conseguir su asistencia, ya que en ese tipo de reuniones se cerraban bastantes negocios sustanciosos.   Para ello había que ir con pareja, y no una cualquiera: debían ser esposas o prometidas en vísperas de casamiento.  No tendría más remedio que  acudir con Alice, algo que no le entusiasmaba.. Su mujer era aburrida, sin embargo Moira..., pero también tenía  que reconocer que Alice tenia más clase.  Se desenvolvía en los grandes círculos a las mil maravillas, y por eso es que siempre la utilizaba cuando tenía algún compromiso que cumplir.

Y llegó el día del evento, tan esperado por Thomas.  A ella no le daba frio ni calor, pero sabía que esa era una de las obligaciones de casada y se dispuso a cumplir con su misión de la mejor manera posible.  Y aunque fuera difícil, trataría de divertirse.  Conocía a algunas de las esposas de los concurrentes, así que por lo menos no estaría sola vagando por las estancias..  Su marido siempre buscaba la compañía de algunos hombres importantes y con el pretexto de no aburrirla, la dejaba al cuidado de alguna otra dama, florero como  era ella.


Y acudió al salón de belleza acostumbrado y  paso toda la mañana. Se hizo todo cuanto pudieran hacer en un local como al que había acudido, y que no estaba al alcance de todos los bolsillos.  Cuando abonó la cuenta, dejó en la caja un buen puñado de libras, pero lejos de preocuparle sonrió, como alegrándose de haber causado a su esposo un gran pellizco en la economía. Algunas veces se lo reprochaba, pero ¿ acaso él no hacía lo mismo con su fulana? ¿ por qué iba a andar con miramientos cuando no los tenía con ella?

Lo cierto es que estaba deslumbrante, y el mismo Thomas quedó sorprendido cuando estuvo ante él. Y en  su rostro asomó, por primera vez en mucho tiempo, una pizca de deseo hacia ella.  Pero la hora se les echaba encima, carraspeó y tendiéndole la mano, otra novedad, se dirigieron hacia el coche que ya les esperaba en la puerta de su domicilio.   A su entrada en el palacete de la reunión, causaba sensación a su paso.  Iba cogida del brazo de su marido, más por etiqueta que por otra cosa, pero sabía que Thomas se pavoneaba de llevarla a su lado.  Algunos hombres de los corrillos que no les conocían, se giraban disimuladamente para mirar a la bella mujer que llevaba del brazo.  En uno de ellos, hubo alguien que se quedó  mirando al verla.  Acudía acompañado por su hermana, ya que había quedado viudo y no se le conocía relación alguna ,  No dejaba de pensar dónde la había visto con anterioridad, pues de eso estaba seguro.  No era una mujer que pasara desapercibida; pero no terminaba de encontrar el lugar en donde la viera.  Tan interesado estaba, que a su propia hermana le llamó la atención la fijeza de su mirada.

- ¿ La conoces ? - le preguntó
- No estoy seguro.  Sé que la he visto en algún sitio antes, pero no recuerdo dónde.  Posiblemente sea alguna de mis pacientes que ahora no identifico
- Es guapísima, desde luego. Me enteraré quién es.  Tengo una amiga, que aún no ha llegado, y se conoce las vidas y milagros de la jet.- Se rió haciendo que su hermano apartara la mirada de la mujer causante de tanta expectación y la acompañara en su risa.
-A ver cuándo te decides  salir al mundo.Ya hace tiempo que debieras haberlo hecho.- le dijo la hermana
-Ahórrate los sermones. Lo haré cuando tenga que hacerlo.  Aún no he encontrado a alguien a  quien desee.  Tengo bastante con mi trabajo que me absorbe todo el tiempo del que dispongo- respondió William

Pero, sin embargo, no dejó de dar vueltas a la cabeza hasta localizar el lugar en donde la había visto con anterioridad.  De repente le vino a la cabeza la discusión de  Lucille, su sobrina, y por asociación de ideas, la presencia de ella con una amiga en el mismo restaurante.  Ya en aquella ocasión le llamó la atención  lo bonitas de su facciones y de la dulce sonrisa, aunque quizá algo triste, también. Y en ese momento su hermana le dio un tirón en el brazo  para advertirle que debían sentarse en el lugar de la mesa que tenían destinado.

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