miércoles, 11 de noviembre de 2020

Encuentro en el parque, en un otoño dorado- Capítulo 2 - Miradas que taladran

 Ni siquiera levantó la cabeza, ni hizo gesto para ver quién pasaba por su lado, al verle ahora de cerca observe que era joven, de unos cuarenta años, y por el tamaño del torso, se le veía de complexión fuerte. Alguien a quién seguramente le sobra el tiempo y al no saber qué hacer con él, se dedica a pasar media vida en los gimnasios..  De cabello castaño oscuro, pero por las sienes se entremezclaban algunos hilos blancos perdidos entre su pelo. Leía el apartado de finanzas y parecía muy interesado en ello. Y no me dio tiempo a  observar más. Entré en el vagón del comedor, y busqué una mesa para un solo comensal: No me apetecía tener compañeros de viaje, en ningún sentido. Hay algunos que pegan la hebra y no tejan en paz, sin apreciar que no siempre se tienen ganas de hablar, y máxime si la persona que te acompaña, aunque sea circunstancialmente, no tiene ningún interés para ti ni lo que cuenta. 

Hacia el final del comedor,  encontré una y hacia allí me dirigí. De inmediato, el maître me dio la carta para que eligiera el menú que deseaba.  Todo era muy pomposo, pero mi apetito era pequeño, y además  los nombres con que señalaban cada plato, eran demasiado rebuscados.  Simplemente desearía un filete con patatas fritas.  No estoy acostumbrada a tantas florituras en las comidas.  Al ser yo sola, con cualquier cosa sacio mi apetito, que la mayoría de las veces se trata de comida rápida rica en grasa y colesterol. Pero me da una pereza enorme hacerme la comida a mi regreso del trabajo, así que me acostumbré a ese tipo de comida, y tan campante. El comer un bocadillo era un extraordinario, y para mí eso era estar alimentada.

Pero de algo me servía: mi cuerpo se mantenía en forma, posiblemente por la poca cantidad que comía, o porque mis genes eran de excelente calidad y estilizaban mi figura.

Opté por pedir pescado, aunque no soy de pescado, pero al menos pensaba que era lo  mejor que había entendido de la carta. Una copa de vino blanco frío y una ensalada.  De postre una mousse de chocolate y un café cortado con una pizca de crema de leche. Yo misma me asombré:

-¡ No está nada mal ! Probaré cada día algo diferente. Creo que en el programa ponía que su chef era de estrellas Michelín, aunque lo cierto es que no sé lo que eso significa, pero bueno. ya lo averiguaré.

Terminaba el postre cuando entró el hombre misterioso, y me dirigió una mirada inclinando la cabeza.  Supongo que con ese gesto me diría " buen provecho" ó "feliz comida". No eso no, ya que estaba apurando la mousse. Bueno no sé, pero lo cierto es que pude apreciar que tenía unos bellos ojos azules, que contrastaban con lo oscuro de su pelo.

Encontró su mesa, en la que observé que había un pequeño cartelito reposando en ella,  que seguramente ponía "reservado", ya que en ninguna de las que componían el comedor, había nada igual. Me preguntaba si viajaría a menudo en este tren y por esa razón tuviera el comedor reservado, y sería muy posible que lo mismo ocurriera con el camarote. Se le veía distinguido y vestía muy bien e impecablemente. Traje gris oscuro, camisa blanca y corbata azul . Muy rasurado, es decir impecable.

- Seguro que él, no ha tenido que malvender una novela para poder permitirse un viaje como este. Además, en la forma de comportarse se nota que está acostumbrado a su ropa, a los viajes selectos... en fin a una vida de lujo.  En la forma de sentarse denota seguridad en sí mismo, sabedor de su poderío.  No como yo, que cuando pido alguna copa, procuro que no sea de mucho precio, aunque esté incluido en el billete, y lo que en realidad  me apetezca, sea una copa del champán más caro, siquiera para paladear  a qué sabe, ya que tiene tanta fama.  Pero al mismo tiempo pienso que tendrá  un precio muy alto y automáticamente lo rechazo.

Observaré a ver qué pide para comer, y de esta manera me oriento. Estoy sentada frente a él, pero distante, así que mucho no podré copiar, pero al menos por intuición lo lograré, aunque no quiero que me pille que le espío, me moriría de la vergüenza.

Pero me sorprendió  una de las veces, en que además, seguía su tenedor hasta su boca, y yo hacía el mismo  movimiento como si fuera a ser yo quién estuviera comiendo.  Se dio cuenta de ello y de pronto, se detuvo y se quedó mirando mi cara.  Seguro que estaba pasmada, avergonzada y roja como un tomate.  Aparté rápidamente la vista de él, y siguió como si tal cosa, pero yo deseaba que la tierra me tragara.

- Eso te pasa por estar metida siempre en casa.  No sabes comportarte en público.  No quiero ni pensar lo que estará pensando. Boba, más que boba-,  me recriminaba mi subconsciente.

Firmé la nota que me presentaban y deprisa, todo lo que pude, salí del comedor.  Estoy segura que sus ojos me siguieron hasta la puerta.  Esa noche, aunque no tenía sueño, no salí de mi camarote.  No quería encontrarme con esos ojos inquisitivos que me acusaran de ser una cotilla mal educada.  Lo malo es que el viaje seguía y seguiría  durante quince días, y hoy era el primero.

- ¿ Vas a pasarte todo el viaje aquí dentro?- me decía mi yo interior.  No me daba cuenta de que hacía los gestos que mi conciencia dictaba. Por ese defecto que tengo es que, el viajero desconocido, me había pillado in fraganti.

Dediqué el resto de la noche a ver televisión. Tuve la suerte  que proyectaran una serie muy buena de un asesino en serie, que ya había visto hacía tiempo, pero que no me importaba repetirla, porque al menos me entretendría, porque mucho dudaba que, si me durmiera ahora, me despertaría pronto y el resto de la noche estaría en vela.

Aunque conocía la trama de la serie, me fijé en el rostro del asesino que era de un actor nacido precisamente en Irlanda del Norte, cerca de donde yo nací.

- Bueno, se trata de un paisano-, pensé al tiempo que sonreía

Pero inevitablemente, no se me iba de la cabeza la mirada de aquél hombre y su asombro en su cara al verme que abría mi boca al mismo tiempo que la suya como si estuviéramos comiendo al unísono. Procuraría a la mañana siguiente evadirme de  algún encuentro inesperado con él; no me gustaría recibir una mirada que me dijera sin palabras:

- Qué, muchacha, ¿ te quedaste con hambre?

Apreté mucho los ojos, después de terminar el capítulo de la serie que estaba viendo, y zapeé antes de dormirme por si hubiera algo de interés, y como no encontré lo que me interesaba, apague el televisor, y me quedé dormida. 

Me desperté de pronto. Estaba soñando con muchas cosas confusas entremezcladas. Seguramente por la emoción de emprender el viaje y las novedades que ello contuviese, pero entre todas ellas destacaba alguien cuya efigie era totalmente borrosa, pero que mi subconsciente sabía a quién pertenecía. Me incorporé en la cama y fui hasta el baño: tenía una sed abrasadora.  Bebí un vaso de agua y volví a meterme en la cama,  Tardé un buen rato en de nuevo coger el sueño, pero al final, lo conseguí.

Y afortunadamente ya dormí toda la noche, sin sueños que me sobresaltasen ni nada parecido. Al despertarme recordé mi sueño, pero yo misma me dije:

- Bah, los nervios del viaje.  Eso fue todo; sigue con tu vida ¿ No querías ser independiente? pues sé independiente.

Decidida me dirigí al comedor para desayunar. Lo primero que miré fue al lugar en donde la noche anterior se había sentado el personaje enigmático, pero el servicio estaba aún en la mesa indicando que ya había sido usado. En el fondo lamenté que no estuviera. Pero por muy grande que fuera el tren, era un espacio limitado, y más pronto que tarde le encontraría. De no encerrarme en el camarote, sólo podía ir al bar o  alguno de los salones a ver televisión , leer o disfrutar del paisaje.  Así que pensé que en cualquiera de esos lugares, seguro que coincidiría. Respire aliviada y tomé asiento junto a uno de los ventanales para ver el paisaje.

Pero mi curiosidad por el personaje, no remitió. No se le veía por ninguna parte.  Entendí que quizá estuviera por trabajo, pero entonces ¿ a qué meterse en este tren totalmente turístico?

- Hay gentes muy raras-, me dije, y dejé de preocuparme por él.

Apareció de nuevo a la hora del almuerzo, cuando ya casi había terminado mi comida. Lo que menos podía esperar es que se acercase a mí y me dirigiera unas palabras:

-¿ Hoy no se ha quedado con hambre?

No supe qué responder. Sólo me limpié la boca suavemente con la servilleta y tragué saliva.  Él se marchó riendo en dirección a su mesa moviendo la cabeza.  Sin duda se reía de mí. ¡ Menudo papelón hice !, me dije interiormente.  Terminé el postre, apuré mi licor y me levanté toda digna sin mirarle cuando pasé junto a su mesa. Él siguió con la comida, vuelta la cabeza hacia la ventana saboreando el paisaje hermoso que se divisaba.


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