jueves, 19 de noviembre de 2020

Encuentro en el parque, en un otoño dorado - Capítulo 15 -La ayuda

 Las madres y las hijas estaban sentadas en el comedor del hotel desayunando. Aún las mamás tenían reticencias a dejarlas solas, pero  la resistencia saltó por los aires y las chicas marcaban en el plano el itinerario que iban a realizar. Irían al centro comercial para comprar algunos regalos para las amigas que no habían viajado. Y después recorrerían el otro extremo de la ciudad. Sólo quedaba un día para regresar de nuevo a casa. Era una experiencia fabulosa la que disfrutaban y se hicieron el juramento de que volverían en otra ocasión. 

Las madres optaron por quedarse en el hotel y después saldrían a comer a cualquier restaurante. Deseaban probar la comida escocesa, algo diferente a la irlandesa. Al día siguiente regresarían a casa, pero contentas y satisfechas por la excursión que había resultado excelente.

Las chicas habían dejado la visita al centro comercial para la tarde, porque de este modo si estaban cansadas de tanto caminar, les pillaría más cerca del hotel. Y así lo hicieron.

Recorrían entusiasmadas todas las tiendas, sobretodo las de productos cosméticos. Sus dieciséis años se abrían paso a grandes zancadas y todo les gustaba y todo deseaban comprar.  Alba eligió un perfume concreto: el de su madre. Intuía que desde que fuera un  bebe, invadía sus sentidos, ese olor tan determinado, y siempre le gustó.  Ahora ya tenía edad para ello. Dejaría el olor a colonia fresca de bebe para reemplazarla por otra más acorde a su edad, y aunque no lo era exactamente, puesto que era para mujeres de más edad que ella, Alba siempre lo tenía presente. No sabía porqué pero adoraba ese perfume y hacía tiempo que, a escondidas lo utilizaba.

Buscaron una perfumería para comprar maquillaje y demás cosas, pero lo que más deseaba era comprar el perfume que usaba su madre.Achacaba ese empeño en sus recuerdos infantiles, pero en realidad no lo sabía.  Cuando lo encontró sonrió satisfecha como si hubiera logrado un gran trofeo.

- ¿ Qué os parece si regresamos al hotel?  ¡ Estoy muerta de cansancio! - dijo una de ellas

- Yo también creo que por hoy ya está bien. Sólo tenemos libre mañana hasta mediodía.  Echaré de menos estas minivacaciones. Hemos de prometernos volver- dijo otra

-El año que viene- propuso Alba y fue aplaudida por las otras  muchachas.

Todo sucedió muy rápido y sin darse cuenta. Alba iba la última volvió la cabeza para mirar algo que la llamaba la atención, y de repente uno de los cordones de sus deportivas, se enganchó en algo, o probablemente lo pisará sin querer ella misma, pero el caso es que perdió el equilibrio y cayó de bruces al suelo arrastrando a otra de sus compañeras.

Unas manos acudieron en su auxilio y una voz preguntaba insistentemente si se habían hecho daño y si querían que avisase a una ambulancia. La que llevó peor parte fue Alba que tenía un gran raspón en la rodilla. Las levantó del suelo y mientras la otra chica ayudaba a su amiga, esas manos solícitas que las ayudara, las condujo hasta el dispensario del centro comercial.  Allí les harían la primera cura, y después las acompañó hasta el hotel para tranquilizar a sus familias.

- ¿ Cómo os llamáis, queréis que llame a vuestros padres?

- Oh, muchas gracias, pero de verdad no es necesario.  Nos hospedamos ahí al lado. Y nuestras madres están en el hotel. Podemos caminar. No es necesario, gracias.  Se lo agradecemos mucho

- No sé... Tu rodilla se ha hinchado. Creo que lo correcto es acompañaros hasta el hotel. ¿ Cómo os llamáis?

Las chicas le dieron sus nombres, pero al llegar a Alba y escucharlo, sintió una especie de extraña sensación, a la que no hizo caso. Debido a la cercanía con ella,  al ayudarla, le vino a la memoria el perfume que llevaba  ¿dónde lo había olido? Le era muy conocido, pero no sabía de qué. Pensó que sería Jenny su propietaria, y siguió prestando atención a Alba. Avisaron por teléfono a las madres y se presentaron en el centro comercial, en el lugar que les indicaron, alarmadas.

- Un señor muy amable nos ha ayudado. No os alarméis estamos bien.

- No moveros de allí. Salimos a buscaros.

Iban nerviosas, preocupadas por si no les habían dicho toda la verdad, y el corto trayecto se les hizo interminable. Preguntaron en el mostrador de información y les indicaron que estaban en el dispensario.  Un ordenanza las acompañó hasta él y allí se topó de cara con la realidad.

El señor amable que las había ayudado no era otro más que Alastair. Ni siquiera imaginaba que a quién había prestado ayuda era  a su hija ¿ Para qué estaba él en el centro comercial? No lo sabía.  ¿Sería por si tuviera oportunidad, absurda, de volver a ver a la mujer del día anterior?    ¿Quienes eran esas jovencitas a las que había ayudado? La sorpresa fue mayúscula cuando entraron las madres y Alana se topó de frente con él. 

Se miraron fijamente con las pupilas dilatadas por la sorpresa.  Ninguno de los dos pensaba que, al cabo de los años volverían a encontrarse allí, en un sitio como ese, y por un motivo como aquél. Las palabras no salían de sus bocas, sólo se miraban. La otra madre y las propias chicas, estaban extrañadas de la actitud de ellos dos. Tenían que dar una explicación y rápido; se estaban poniendo en ridículo. Fue Alana quién para sorpresa de Alastair resolvió la situación:

-Nunca hubiera pensado encontrarnos aquí, al cabo de tanto tiempo. ¿ Cómo estás? ¿ Tú mujer bien? ¿ Tenéis niños?

Él se dió cuenta que todo era una excusa para salir del paso. No estaban solos y había que decir algo. Les miraban expectantes:

- Estás estupenda. Siempre has sido preciosa. Tenemos que vernos y charlar sobre los viejos tiempos. ¿ Hasta cuándo estáis aquí?

- Hasta mañana. He de recobrar mi trabajo nuevamente. No te he presentado:Miriam, mi amiga . Un viejo amigo.

No dió nombre ni cómo es que eran amigos,nada desveló. Pero Alba  observaba  a ambos y comenzó a atar cabos. Nunca había visto una foto de su padre, pero le daba la impresión de que era ese señor que las ayudó. Se lo preguntaría a su madre cuando estuvieran a solas. No se iría de allí sin saber si lo era. y averiguar dónde vivía. Tenía un presentimiento, y además la actitud de ellos dos, era extraña, y todos se dieron cuenta de ello.

- Bueno, hemos de irnos.  Te agradezco en el alma el que las ayudases. Adiós, me ha gustado verte.

Tendió su mano y él la estrechó notando un ligero temblor en ella. No podía irse así, tenía que hablar con ella, pero dejó bien claro que sólo conocían su historia ellos dos.  Por fin reaccionó y la dijo en el último minuto:

- Dame tu teléfono, podemos quedar para otro día. Voy a Dublín con frecuencia y me gustaría que charláramos

- Hemos de irnos.  Lo siento, ya nos veremos.

Todos los allí presentes, se quedaron sin entender el porqué de ese comportamiento  en Alana; ella no  actuaba  así normalmente. Temía que su hija la hiciera preguntas. Él pertenecía a una época de su vida que quisiera borrar. Eludiría las respuestas todo cuanto le fuera posible.

Se despidieron, pero Alba iba silenciosa y muy callada.  Sus amigas, también se habían percatado de que algo raro ocurría entre ellos, y cuchicheaban bajito a espaldas de Alba. 

Miriam no decía nada, pero para ella tampoco había pasado desapercibida esa tensión existente entre los dos. Ni se le ocurriría preguntar, si quería hablar ya lo haría, pero sabía que algo extraño les pasaba. Él había ayudado a las chicas y a partir de aparecer ellas, el color de su cara había huido. Era algo que no la correspondía, así que inició la conversación con las jovencitas para disimular.



Apenas cenaron y se notaba que estaban deseando irse a su habitación a solas,  se las veía nerviosas. Lo que menos podía imaginar Alana, es que su hija sabía todo lo ocurrido y creía que ese hombre guapísimo ya mayor, era el hombre que la había engendrado: su padre. Tenía que hablar esa misma noche con su madre y exigir ciertas explicaciones a las que tenía derecho  saber.

Dió una excusa a sus amigas, ya que las tres dormían en una misma habitación y se encaminó a la de Alana. Tenía que saber la verdad esa misma noche.



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