lunes, 16 de noviembre de 2020

Encuentro en el parque, en un otoño dorado - Capítulo 11 - Primer amor

 Y llegó a Inverness, a una casa solitaria muy cerca del lago Ness, pero lo suficientemente distante para que los turistas que por allí  iban, no interrumpieran su retiro. Contrataba a una señora mayor  para la conservación de la casa. Se ocupaba solamente de tenerla limpia y de efectuar las compras y dejarle comida y cena hecha cada día, algo que  solía bastar con medio día; el resto del tiempo lo quería para él y su soledad.

Pasó el primer día de su retiro, algo desorientado.  Tenía que reconocer que era animal de ciudad,  aunque Edimburgo no es de las más bulliciosas, pero el silencio de Inverness lo llenaba todo. Salió al jardín de su casa y contempló el magnífico paisaje que  tenía  ante él. A lo lejos, al borde del lago, el mágico castillo  vigía del entorno, como si esperara que Nessy llegase hasta allí para saludarle.

Aspiró aquél aire puro ensanchando sus pulmones y decidió emprender una caminata disfrutando de ese maravilloso entorno.  No tenía prisa; igual daba llegar tarde o temprano a casa para el almuerzo: nadie le esperaba.

 En una pequeña mochila llevaba uno de los dos libros y una botella de agua, no necesitaba nada más, ¡ah, y su móvil !

En su camino encontró un árbol frondoso y en él se detuvo, se sentó en el suelo, y recostó su espalda en el tronco, estirando cuan largo era, sus piernas. Extrajo de la mochila el libro, ese en que venía la fotografía de ella y una breve biografía de lo que la impulsó a escribirlo. Ya sabía de su primera obra porque ella misma se lo dijo, pero no se había fijado hasta entonces en que había sido en  esa pequeña editorial, perteneciente a su compañía y radicada en Dublín, en la que   había trabajado para él, y lo había ignorado siempre, es más ni siquiera se había ocupado en leer la obra que él mismo había impulsado.

Era una cosa curiosa, cualquier paso que diera, siempre terminaba en ella. Quería, deseaba, olvidarla para, al fin, encontrar algo de paz, pero por mucho que lo intentara, siempre volvía al mismo punto de partida. Y comenzó a leer, y lo hizo durante horas, sin darse cuenta.  Su estómago reclamaba comida, así que decidió volver a casa.  Había leído bastante de esa novela, pero nada revelaba acerca de ella.  Todo era una narración normal, claro que aún no se habían conocido. Así que si lo que buscaba era algún dato sobre su vida, no lo encontraría.  No obstante, seguiría leyendo hasta el final. 

Se impacientaba más porque pensó que  el segundo libro era más reciente y quizá, sólo quizá, algo le sería revelado. Si así fuera, sólo ellos dos lo sabrían. ¿ Qué esperaba, algún mensaje subliminal? No lo sabía pero algo interiormente le decía, que ese segundo libro estaba dedicado a él.

 El ocultamiento de su autora por un símbolo escocés, precisamente. Sin especificar otro nombre más que Flor, que lo mismo pudiera ser un nombre de mujer, como el cardo representado. Probablemente estaba yendo más allá y todo era muy simple. Quizá se tratase de una novela dulzona, de amor incomprendido, sin más, y él estaba viendo gatos volar, debido a las ansias de localizarla .

- Si pudiera ser verdad... Me presentaría ante ella, sin ninguna duda, con las manos vacías, libres de ataduras para ofrecerselas, y tratar de volver a tomar la relación donde la dejamos. 

Pero era tan difícil, tan imposible , que estaba soñando despierto con algo totalmente irreal. Y lejos de apaciguarle, estaba desilusionado, porque tampoco allí le sería fácil encontrar la paz, la solución a su problema,que en este momento, y desde que la conociera, había sido ella. Y miró la única foto que conservaba de Alana, aquella que sacó sin su permiso,  que prometió borrar y no hizo

Y todos los días eran iguales, monótonos, enfadado consigo mismo, pensando que toda su vida había sido un error y que debería cambiar radicalmente.  Nada de encerrarse en el campo buscando paz, que estaba visto nunca encontraría. Así que, lo mismo que lo pensó para viajar a Inverness, regreso de nuevo a Edimburgo, cuando apenas habían pasado tres meses desde su partida.

La ciudad le recibió impávida, como siempre, ajena a su personal preocupación. Llamó a algunas de sus amigas frecuentadas en los últimos años y en ellas se refugiaría, al menos sabían escuchar y quién sabe si le aportasen alguna solución. Y desde ese momento, salía casi todas las noches, cenaba con alguna de ellas y a casa. Otras veces iban al teatro y tenían relaciones sexuales con alguna copa de más. Había comenzado a beber más de la cuenta, pero siempre tenía el buen juicio de cortar cuando su cabeza comenzaba a flotar en el espacio. 

Y de esta forma, el tiempo transcurría para unos y otros. Los meses se sucedían y los años también, sin que nada alterase las vidas de cada uno de ellos.

Alana seguía escribiendo desde Connemara, en donde había establecido su cuartel general. Alba hacía bachillerato y se había entusiasmado con un chico compañero suyo. Nada del otro mundo, todo es como una rueda que se repite una y otra vez así pasen mil años.

Veía como el tiempo pasaba inexorable y a ella se le iba la vida  sin poderla detener en un instante especial de lo vivido.

A menudo la sobrevenía la nostalgia al ver cómo Alba, poco a poco, sin a penas darse cuenta, se iba distanciando de ella.  Era una etapa, la de la adolescencia por la que todos hemos pasado, sólo que la de ella, fue muy diferente.  Pero también lo estaba siendo la de su hija. Nunca había conocido a su padre, ni sabía nada acerca de cómo era, porque ella misma lo ignoraba. Y de repente la entraba una gran tristeza y a solas lloraba.

Escuchaba la risa feliz de Alba charlando con alguna amiga, y eso únicamente la hacía sonreír. Seguía siendo una escritora de éxito, aunque ahora dilataba más sus publicaciones. Había cubierto todas las metas que se había fijado, excepto una que jamás cumpliría. Seguía publicando en la editorial pequeña que confió en ella hacía ya tiempo,  cuyo editor bebía los vientos por ella, pero desde un principio lo dejó claro: nada más que amigos. Y así se mantenían desde hacía mucho. Pero se sentía sola, bastante sola y los recuerdos de Alastair se hacían presentes cada vez con más frecuencia.

A pesar de la madurez alcanzada, seguía siendo una mujer bella, solitaria, pero que aún soñaba y reflejaba en sus novelas, que aún creía en el amor, al menos por parte de la mujer, y del hombre tenía sus reservas.

Hasta ahora había tenido suerte, nadie la echaba de menos, ni tenía especial interés por conocerla. Una cláusula en sus contratos con la editorial ,era que nada de presentaciones, ni televisión, en donde pudiera vérsela personalmente. Era una preocupación que siempre estaba presente en su vida. Pero habían pasado dieciséis años, aproximadamente, desde aquella aventura en el tren, y nada se había vuelto a saber de lo pasado. Lo más seguro era que ni él se acordara de aquello.

- Son demasiados años. Creo que sigo estando a cubierto y difícilmente sea localizable. Todo estará superado y olvidado.  Fuí una muesca en su cinturón. Y lo lamento por Alba, porque ni siquiera en fotografía conocerá el rostro de quién la engendró.
 El caso, es que en alguna ocasión deberíamos hablar de ello. Me fijé una fecha para hacerlo, y creo que la hora está próxima o quizá es ahora. Ahora que comienza a vivir sus primeros amores, sus primeras ilusiones. Pero si ahora se lo explico, la desgarraré el corazón, porque nunca nadie está preparado para una noticia así. ¿ Se imaginara algo? porque es el caso que nunca ha hecho mención a su origen, y ella vive su vida satisfactoriamente. Ni siquiera le menciona. ¡ Dios mio ! sigue siendo una situación muy difícil.

Y quedaron un grupo de amigos para el fin de semana. Irían al cine y después a tomar algo en un McDonald's. Estaba nerviosa y eufórica.  También estaría en el grupo el chico nuevo que acababa de llegar a su clase y que la gustaba "mogollón", según su expresión. Y fue la primera vez, que guardaba para ella un secreto. Nadie sabía nada, tan sólo su amiga más leal: ese chico recién llegado la había cogido de la mano en su regreso a casa.
No habían tomado el autobús por ir caminando y dilatar un poco más el permanecer juntos.

Se trataba de su primer amor, el de ambos, y a esa edad les da rubor, confesar abiertamente que se habían enamorado . ¡ Quién sabe si duraría mucho, o poco! pero ellos lo vivían tan intensamente como para pensar que sería para toda la vida. 

Ni se lo mencionaría a su madre, ni hablar. ¡ Cualquiera ! con la experiencia que ella había tenido, ni se le ocurriría hacerlo. Y encima la notaba algo baja de  moral de un tiempo a esta parte.
 Además ignoraba  que había leído su diario y sabía que ella misma era el fruto de un amor prohibido. Pero eso le ocurrió a su madre, a pesar de tener una edad no tan joven.  Y aunque ella si lo era, tenía más información y maneras de poder evitar cualquier contratiempo. Viviría su amor pasase lo que pasase, con cuidado, pero lo viviría.

Su amiga, y confidente, la aconsejaba que hablara con su madre abiertamente, porque precisamente a ella, debía decírselo y lo comprendería mejor que nadie. Pero aún la miraba como un bebe, y sabía de antemano que la pondría la cabeza loca de recomendaciones, cuando no prohibiendo que le viera. Y por si acaso eso ocurriera, jamás se lo diría hasta que no fuera más mayor.

Y la semana se le hizo interminable. El sábado no llegaba nunca, y eso que se veían en clase a diario, y los mensajes a escondidas del profesor, se sucedían. Se veían en el recreo y volvían a casa juntos, pero para ellos todo el tiempo de estar  era corto e insuficiente.

Y Pierce fue a buscarla ese sábado. Vivían cerca uno del otro, y no tenía nada de especial que fuera a por ella.  Se presentaría como un compañero de clase y de este modo Alba no se pondría nerviosa.  Alana sabía, porque así se lo había dicho su hija, que un grupo de chicos de su clase se reuniría para pasar la tarde, así que no la extrañó que, uno de ellos, viniera a recogerla. No obstante, les hizo mil recomendaciones y fijó las diez de la noche para que estuviera de regreso, algo que se temía su hija incumpliría.



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