sábado, 14 de noviembre de 2020

Encuentro en el parque, en un otoño dorado - Capítulo 7 - El adiós definitivo

 Me senté a su lado y él me cogió ambas manos y con ellas acarició su cara. Se hundía por momentos, lo que acrecentaba más mi tristeza. Lo soportaría si no viera que a él le ocurría lo mismo que a mí, pero al verlo tan decaído, un nudo atenazó mi garganta. Comenzó a hablar y enseguida supe que la confesión que tanto había esperado, se iba a producir de un momento a otro ¿ Quería saberlo? No, de ninguna manera, ahora no. De nada servía que ahora confesase algo que fue lo más cercano a una mentira; ya no servía para nada.  Le había entregado junto con mi cuerpo, lo mejor de mí y ahora tenía que prepararme para conocer algo que en el fondo ya sabía.

- He de contarte algo. Sé que hice mal cuando lo insinuaste, pero entonces ya habías calado en mi interior y no quería perderte. Ahora ya el viaje  ha terminado, pero no será el final de lo nuestro. No puede ser, porque es demasiado grande para perderlo.  El viaje termina, pero volveremos a vernos, ha de ser así

Ya no podía aguantar más conocía las palabras que venían a continuación, y sin pensarlo dos veces, porque el dolor y la impotencia me invadían, le corté en seco:

- Estás casado ¿ no es eso? Y hasta apuesto que tendrás un hijo

-En lo primero has acertado, en lo segundo no. Pero voy a solucionarlo

- ¿ Qué vas a solucionar lo de tener un hijo? 

- Escúchame por favor, no es así como son las cosas como tú piensas. No son así.

- Quiero que te vayas ahora mismo. Sal de esta habitación, ya -. Se lo dije gritando porque mis fuerzas habían llegado al límite.

El trató de hacerse oír, pero me tapé los oídos con las manos.  No quería escucharle, no quería más mentiras. Mi sexto sentido no me engañó. Pero la culpa era toda mía por haber desoído las voces internas que me lo anunciaban. Abrí la puerta del compartimento furiosa y él se resistía a salir, así que de un empellón le eché cerrando la puerta tras de sí. No tenía derecho a quejarme, era algo que me figuraba de antemano, pero no quise escuchar mi propia voz interior que me avisaba y cerré los ojos y mis oídos para vivir un amor que no me correspondía.

Fuí de las primeras en salir de aquel tren que me había hecho tan feliz y tan desgraciada a un mismo tiempo. No quería volver a verle. Anduve todo lo deprisa que pude, y salí de aquella estación. Tomé un taxi que me condujera a mi casa.  El bello cuento de hadas había terminado trágicamente para mi vida. Debía comenzar de nuevo y sabía que el recuerdo de aquellos días me perseguirían durante mucho tiempo.

No creía, no podía creer en la bondad del ser humano, porque no  lo era, sino falso y destructivo.. Se había aprovechado de una pobre chica inexperta, solitaria y aburrida. En una palabra me sentí explotada. Mi maravillosa historia de felicidad tan sólo había durado unos días, y ahora me esperaba todo el resto de la vida para lamerme mis propias heridas, esas que por mi inconsciencia yo misma me había infringido.

Cuando llegué a mi casa, fue cuando verdaderamente  tome consciencia de lo ocurrido. Y el viaje, a pesar de haber terminado hacia pocas horas, me parecía lejano, como si hubiera sido un sueño maravilloso del que tuve que despertar bruscamente. Mi apartamento, silencioso y a oscuras, me parecía extraño. No quería estar allí, con tanto silencio, como si estuviera ciega. Pero adónde ir, a quién recurrir. No tenía a nadie en que depositar mis desesperanzas. No tenía amigos, ni ninguna vecina, ni compañeras de trabajo, ya que me había despedido de la editorial.

En estos momentos no deseaba pensar en mi futuro, que era bastante negro. Esperaría unos días a hacerme a la idea de que  fue un sueño, o mejor dicho una farsa.  

Dejé la maleta sin deshacer en la habitación, me quité los zapatos y la chaqueta que llevaba puesta y así, sin desvestirme, me tumbé en la cama. Ni siquiera encendí la luz de mi mesilla de noche.  No quería claridad, deseaba seguir inmersa en la oscuridad.  Y rompí a llorar sin contener el llanto que había sentido durante todo el día. Ahora  estaba sola, en mi casa y ya nada ni nadie me impedía dar rienda suelta a mi desesperación , humillación y sobretodo infinita tristeza.

Ignoro el tiempo que permanecí llorando, y si fue el llanto o el propio cansancio, quién me rindió, y me quedé dormida.  El frio de la noche me despertó; ni siquiera miré el reloj, busqué la manta que siempre tengo a los pies de la cama y me tapé, Seguí sin quitarme la ropa, y continué de la misma forma al despertarme por la mañana. No quería desvestirme, ni tampoco levantarme. Y mucho menos tomar alimento. Me dolía la cabeza, pero no tomé nada para calmarlo; era más fuerte el recuerdo de la humillación sufrida que el puro dolor de sienes que tenía.

Y en esa posición y de esa manera continué durante tres días.  La habitación olía a rayos, a cerrado, pero no me importaba, nada me importaba. En definitiva nadie vendría a visitarme . Me daba lo mismo todo.  Pero decidí que tenía que darme un baño o una ducha, y poco a poco ir planteándome la nueva situación, porque la vida, para bien o para mal, seguía su marcha, y yo debía tomar las riendas de ella.

De uno de los cajones de mi escritorio que utilizaba para trabajar, extraje el último extracto de mi cuenta corriente y consulté el saldo.  Sonreí al ver lo pequeño que era, y recordé que el primer día de mi viaje, me las prometía muy felices  por haber antepuesto mi deseo a lo práctico de la vida.
No podía descuidarme mucho; necesitaba trabajar. Pero tampoco tenía obra que ofrecer, ya que lo había pospuesto para mi regreso. Tendría que estrecharme el cinturón hasta casi asfixiarme si quería durar hasta obtener respuesta de algún trabajo.
¿ Pero cuál ? Quedé amigablemente con mi editor jefe ¿ Querría él ayudarme ? Pero tenía que ofrecerle algo interesante, por mi cara bonita no lo haría.

No tenía la cabeza como para inventarme una historia, no era capaz de hacerlo, pero sí una especie de relato, mezclado con anécdotas de mi propio viaje, omitiendo por lógica mi experiencia. Eso era capaz de hacerlo: inventarme una historia y un recorrido. Lo suficiente como para ocupar algunas páginas.
No podía firmar mi obra, después del éxito de mi primera novela, porque, aunque fuera divertido y excitante lo que tenía en mente, no como para superar a lo ya escrito. No lo firmaría con mi nombre, sino con un seudónimo, pero ¿ cual ?
Comencé a dar vueltas en mi cabeza y por fin encontré uno que además era bastante sonoro y pegadizo
" Flor S. ". Ese sería mi nombre de ahora en adelante. Y de repente me dí cuenta de que  se lo dedicaba a él: la flor nacional de Escocia es el cardo malva. Quería pasar desapercibida ¿ lo lograría ?

Me entró un ansioso frenesí por ponerme a escribir. Lo tenía fácil. Estaba todo en mi cabeza, demasiado reciente, pero tenía que sacer fuera todo lo que rumiaba en mi interior si quería volver a mi vida de antes, de la que nunca debí salir.

Incorporaría las fotografías de cada sitio que habíamos sacado, omitiendo las que él me sacó. Sólo paisajes y anécdotas del viaje. Y hasta tenía el título: " Cuaderno de viaje, por Flor S." Era perfecto y nadie descubriría que detrás de  ese nombre que no decía nada, estaba la escritora de reciente éxito Alana O`Sullivan.

El ansia por escribir no me abandonó en toda la noche.  Estaba viviendo nuevamente aquellos días con él. Alteré un poco el recorrido; incluí lugares en los que no habíamos estado, alternado con otros más alejados. Deseaba curarme en salud, por si acaso alguien descubriera mi verdadera personalidad. Sabía que cuando ésto pensaba, no era un "alguien" abstracto, sino que me refería en todo momento a Alastair Shepherd, si es que ese fuera su verdadero nombre, que trás haber sabido su engaño, dudaba que fuera real.


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