viernes, 13 de noviembre de 2020

Encuentro en el parque, en un otoño dorado - Capítulo 5 - Ver el amanecer

 Por lógica, la pista habilitada para bailar, no tenía la forma al uso, sino que era alargada y no todo lo ancha que debiera, por tanto no había muchas parejas bailando. Si lo hicieron las tres amigas que pretendían ligar con Alastair. Ellas iban por libre y se contoneaban  sin pareja, sino formando un círculo entre las tres alzando sus brazos siguiendo el compás de la música.Yo las miraba con curiosidad, y sin darme cuenta debía sonreír, porque él me invitó a salir a la pista levantándose de la mesa y extendiendo su brazo para que le diera mi mano.

En un principio me negué alegando que no sabía bailar, pero insistía tanto que al fin salimos. La orquesta tocaba una balada preciosa, dulce, que hablaba de amores perdidos y recuperados. Poco a poco, la música nos iba envolviendo y la cadencia de sus notas hacía que nos acercáramos más, hasta rozar nuestras mejillas. ¡ Qué bien olía!, hasta ese momento no me había percatado. Un rizo de sus cabellos le caía  un poco sobre su frente y me hacía cosquillas en la mejilla al inclinarse hacia mi. Era muy alto para mi estatura.  Su mano presionaba mi cintura y sus ojos escudriñaban los míos, al tiempo que depositaba ligeros besitos sobre mis hombros desnudos por el vestido de escote palabra de honor. Me hacía cosquillas cada vez que eso ocurría que  hacía que entornara los ojos.

Estaba envuelta en un remolino de emociones  que no recordaba. El brazo que agarraba mi mano para bailar, fue bajando lentamente hasta llegar a su pecho y allí dejó nuestras manos apretando suavemente la mía.  Estaba embriagada por la tenue luz de la pista, de la música y de su cercanía.  La cabeza comenzaba a darme vueltas, no porque estuviera mareada, sino porque no entendía lo que me estaba ocurriendo.

Todo iba más deprisa que el tren que nos llevaba, pero ¿hacia dónde?. Tenía un huracán en mi cabeza.  Imaginaba en qué terminaría tanta seducción. Pensaba que era lo que se había propuesto desde el primer día, y que la caballerosidad y dulzura, eran una estrategia para llevarme adonde él quería. Pero es que yo también lo deseaba. Hacía muchos años que no había estado con nadie y volver a recobrar esa sensación con un hombre como aquél, no la desaprovecharía. No lo insinuaría, pero sí el tomaba las riendas, no sería yo quien echase el freno.  Merezco un poco de pasión en mi solitaria vida.  Aquí nadie me conoce, no sabe nada de mí, ni siquiera él mismo. Todo sería cuestión de una noche especial, tan especial que cambiaría mi ritmo, mi forma de vida, mi forma de pensar.

Sus manos apretaban contra él, tanto mi mano como mi espalda, y su boca poco a poco dejó de besar mis hombros para subir hasta mis mejillas, orejas y al final la boca. Y yo me dejaba hacer. No sé cuánto duraría aquella seducción infernal ni lo que haría después, pero ahora estaba segura que si me lo propusiera, caería rendida a él, sin importar lo que ocurriera aquella noche, y a las siguientes. La sangre en mis venas iba acelerada y en todo mi cuerpo había una sensación  ya olvidada y ahora recobrada con máxima intensidad. Él me miraba intensamente, mirándome de una forma especial, pidiéndome algo que yo sabía, pero que estaba segura no lo iba a negar.

- Ven conmigo - ,me dijo, al tiempo que tiraba de mi brazo. 

Flotaba en una nube hermosa de deseo y pasión. Iba como una autómata, pero sabiendo el final de lo que aquello significaba. Yo misma espantaba de mi cabeza los razonamientos que me hacía, que aquello era la clásica relación ocasional de una noche.  No sabía nada de él; quizás estuviera casado y hasta tendría algún hijo, pero nada de eso importaba en aquel momento. Sólo quería una cosa: experimentar nuevamente el deseo de un hombre por una mujer, olvidado durante mucho tiempo.

Y no me importó nada, sólo mi deseo de pertenecerle. No me importó si tuviera alguna mujer en su casa de Edimburgo, y que también le echaría de menos. Si hubiera alguna criatura que extendiera los brazos para abrazar a su padre y éste, lo haría con  una mujer desconocida  encontrada en un tren.  Ni siquiera sabía nada de cómo era su vida: no importaba, nada importaba.  Quería vivir aquella noche plenamente.

Por primera vez en muchos años deseaba ser yo la protagonista de esta efímera historia de frenesí y  soledad.  Creía tener derecho a ello. No quería saber el porqué de su presencia en aquel tren que nos juntó a pesar de todos los pesares.

Introdujo la tarjeta en lo que era la cerradura de su compartimento y al instante la puerta se abrió. Y entonces la vida corrió a raudales por mis venas al verme apretujada contra su cuerpo y la puerta de la habitación. Le sentía vivo a él también, con el deseo corriendo al galope. por  sus suspiros, resuellos y los gestos contraídos de su rostro, posiblemente lo mismo que el mio. Cerré los ojos y me dejé hacer.

Era un sueño del que no quería despertar.  Me sentía viva, volvía a ser una mujer de verdad, no una chiquilla atolondrada  que iba de su casa al trabajo y del trabajo a su casa.  Era una mujer completa con sus deseos carnales normales. Me sentía hermosa, deseada , cuando él me lo declaraba, e importante, en esa ficción que estábamos viviendo y que no quería que terminase.  Que fuera eterna como la noche, porque sabía que al amanecer de un nuevo día todo habría acabado, y volveríamos a ser dos extraños que tuvieron una noche de pasión en un tren. Pero, lo que estaba sintiendo no quería que desapareciera nunca.

El placer inundaba totalmente mi cuerpo bajo el de él. Y fundimos nuestros jadeos, nuestros suspiros, y una palabra que lo marcaba todo, aunque sabía que no era cierta: "te quiero", me decía, y la poca cordura que me quedaba sabía que no era verdad, que no podía ser verdad, que sólo me deseaba para un momento determinado y que después se evaporaría como el humo. Pero mientras durase el deseo, era mío solamente  y yo de él, aunque por mi parte dudaba mucho que se me  olvidase tan fácilmente, y que no sería una anécdota en mi vida, sino algo más profundo.

Agotados por la intensidad del momento, mi cuerpo descansaba encima  de él, y sus brazos me rodeaban mientras besaba mis cabellos.  ¿ Acaso temía que saliera corriendo? No lo haría, aunque sabía que todo aquello era efímero y a punto de terminar en cuanto las primeras luces del día asomaran por la gran ventanilla del compartimento.  Ni siquiera me había fijado cómo era, pero eso tampoco importaba.  Creo que hubiera sido lo mismo si me hubiera hecho el amor sobre un fardo de paja en mitad del campo.

Ninguno de los dos hablábamos. Con mis dedos, hacía caracolillos con el poco vello de su pecho y lo acariciaba con mi nariz. Él guardaba silencio, pero de vez en cuando,  depositaba un beso en mi cabeza y apretaba mi cuerpo contra el suyo. No sabía la hora que era, pero sí me fijé en que en el bellísimo horizonte, los primeros rayos del sol apuntaban. No sabía a qué hora había comenzado nuestra particular orgía, pero estaba segura que en cualquier momento terminaría.

Y yo deseaba que así fuera, porque de nuevo, la cordura invadía mi cabeza. Estábamos en su habitación,  debía ir a la mía, y no quería que nadie me sorprendiera por el pasillo, porque con traje de noche, y en un lugar que no me correspondía, estaba segura que pensarían lo que había ocurrido, pero  ¡qué me importaba! Si eso ocurriera, no volvería a ver a ese viajero cotillo, y estaba segura que lo contaría a sus amistades como una anécdota graciosa. Quizás si me tropezara con alguien, habría vivido la misma situación que nosotros, ya que en la pista de baile había parejas muy acarameladas. En definitiva me dije:

- Es lo más natural que ocurra entre un hombre y una mujer, pero claro ¡ en un tren y a los dos días de conocernos...! pues es extraño ¿ no ?

Sería un personaje más en mi próximo libro, porque sí, de repente mi imaginación se llenó de imágenes, personajes e historias  que se agolpaban en ella.  Habría de apuntarlos para que no lo olvidase, aunque creo que nunca, nunca, olvidaría lo de esta noche. Me incorporé, a pesar de la presión que él hacía sobre mí para que no me fuera.

- He de irme.

- Es muy pronto. No te vayas aún, por favor. ¿ Cómo te sientes?

- Bien, muy bien, pero culpable

-¿ Culpable, por qué ?

- De lo que hemos hecho. No sé quién eres, y probablemente estés casado y tengas algún niño que te aguarda

- Pues no te mortifiques. Lo hecho, hecho está.

Pero aquellas palabras me dieron qué pensar ¿ Qué había querido decir ? No lo había desmentido, tampoco asegurado, pero lo dicho por él, no se me borraba de la cabeza.¿ Y si fuera cierto? ¿ Y si se repitiera la escena, volvería a hacerlo?  Y esas preguntas que yo misma me hacía quedaron flotando en el aire mientras me vestía bajo la atenta mirada de él ,que encendía un cigarrillo en ese momento.

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