sábado, 14 de noviembre de 2020

Encuentro en el parque, en un otoño dorado - Capítulo 6 - Desayuno para dos

 Sus ojos brillaban intensamente siguiendo el ritmo cuando me iba vistiendo. Me decía que no me fuera y yo puse la excusa de que tenía que ducharme y cambiarme de ropa. Él no decía nada, pero comprendía que todo era un pretexto. ¿ Salía huyendo? No, en absoluto, pero tenía que reflexionar a solas, sin su influencia porque sabía que a poco que insistiera todos los pretextos que pusiera, rodarían  por los suelos, porque se había adueñado de mi voluntad.

- Desayunamos juntos ¿ verdad?

- No lo sé Alastair. Tienes la mesa reservada para una persona, y la mía también, así que creo que no.

-No te entiendo. Creí que lo de esta noche había sido importante, pero ahora, no estoy muy seguro.

- Tengo dudas, muchas dudas, así que no lo sé.

- Está bien. Sea como quieras. Pero al menos podremos tomar una copa en el salón ¿ no? ¿O tampoco eso tu integridad te lo permite?

- Hasta luego, ya nos veremos.

Salí de la habitación muy confundida, sin saber qué hacer, si seguir los impulsos de mi corazón que me arrojaban a sus brazos, o mantener pura mi integridad. No estaba arrepentida de lo sucedido durante aquella noche, pero las dudas me hacían retroceder. Sabía que sucumbiría; aún quedaban muchos días hasta terminar la ruta, y el tren, por grande que fuera, no dejaba de ser un espacio reducido como para no vernos, ni seguir sus miradas.

Me sentía débil bajo el chorro de agua de la ducha, insegura y molesta conmigo misma. Y de pronto decidí que seguiría adelante, pasase lo que pasase , hasta que el viaje finalizara y después,  no nos volviéramos a ver más. Y puse más cuidado en mi arreglo. Durante esa noche, me había sentido deseada y quería seguir siéndolo. Yo estaba hechizada por él, nadie mejor que yo para sentir que me había vuelto tarumba y que cada día que pasase estaría más enganchada a él.  Era mi droga y ni siquiera deseaba pensar en lo que ocurriría el día en que todo terminase.  Deseché eso de mi cabeza; no quería pensar en el mañana, sino en el presente y eso sería dentro de un minuto cuando fuera al comedor y comprobase si él me esperaba, si había dispuesto la mesa para dos  o seguiría siendo para uno.

Desde la puerta de entrada al comedor, miré  a su interior hasta localizar mi mesa y la suya: la mía seguía igual que siempre, pero la suya estaba dispuesta para dos comensales, y decidida me dirigí a ella. Me vió y al verme avanzar hacia allí, su sonrisa inundó su rostro, al mismo tiempo que la mía.

- Buenos días - dije

Se levantó al instante y sin esperar a más me besó en los labios, a la vista de todos. Y en la cara de algunos de mis compañeros de viaje vi sonrisas y asombro en otros, pero no me importó. Lo nuestro había sido un rotundo flechazo, al menos por mi parte, porque seguía sin saber más que su nombre y su lugar de nacimiento. Eso era ayer, pero hoy ¿ qué nos depararía? De momento me informó que teníamos otra excursión a Killarney y que merecía la pena conocerlo. Yo no estaba muy segura si eso era lo que yo quería, pero tampoco podíamos estar todo el día practicando sexo, así que puse cara de entusiasmo y le dije que si, que fuéramos a la excursión.

Y como cada lugar  que recorriamos mereció la pena. Era como un cuento de hadas ¿ cómo es que no conocía los rincones más hermosos de mi propio país? Ha tenido que ser un hombre el que me los mostrara y además, no era irlandés. En verdad eran hermosos, pero a mí me parecían mucho más bellos porque iba con él.  Y alegres reíamos, me tomaba de las manos, sus ojos no se apartaban de mi rostro y me apretaba la mano posada sobre la mesa.  Todas estas demostraciones no serían banales, no serían mentiras; en verdad  ¿se había enamorado de mi lo mismo que yo de él?  Pero aún habían  muchas cosas por aclarar, pero sería poco a poco, y confiaba que él las iría aclarando .  Tenía que darle el beneficio de la duda. En todo momento me mostraba su admiración. Habíamos hecho el amor, y pensé que si era eso lo que él perseguía, ya lo había conseguido.  No tenía objeto seguir en lo mismo, pero seguía y eso, me hacía concebir esperanzas de que todos mis malos pensamientos eran eso: objeto de las dudas ante lo insólito de la situación.  Ahora tocaba ser feliz, ahuyentar los malos presagios, y centrarme solamente en lo que tenemos ahora, en este día, en este momento.

Y tomados de la mano regresamos a mi compartimento para recoger un bolsón con mis cosas y sobre todo la máquina de fotos: quería tener constancia de cada momento vivido con él.

Me llevaba cogida por la cintura mientras recorríamos la ruta trazada, y lo que menos hacíamos era escuchar al guía que nos narraba el vivir día a día de aquella zona, de sus momentos más relevantes y anécdotas vividas en otros viajes con quienes lo habitaban.  Trataba por todos los medios de distraer a los viajeros. 

 Nosotros nos quedábamos rezagados y en cualquier rincón me besaba al tiempo que apretaba mi mano. Parecíamos una pareja de novios o de recién casados.  Yo lo admitía y correspondía de igual manera,  pero al mismo tiempo pensaba que no era normal, que no era posible, ese amor desenfrenado de repente. Y al mismo tiempo me reafirmaba en vivir el momento aunque durase un suspiro. Después si todo se esfumara de nuestras vidas, sería el momento de los llantos y de los lamentos, pero ahora quería beber de esa fuente inagotable que me brindaba la vida, disfrutar de la presencia de ese hombre inigualable que me había elegido y aún no sabía el motivo ni por qué.

Y a pesar de la belleza de lo que veíamos, nuestros pensamientos estaban puesto en el regreso al tren. Teníamos impaciencia y no veíamos la hora de volver.  Nos aguardaba otra noche plena, sin espectáculos: sólo cenar y que cada uno de nosotros hiciéramos lo que quisiéramos. Y en lo que a nosotros se refería, lo teníamos muy claro: aprovechar al máximo el embrujo de estar juntos.

Y fue otra noche mágica, más relajada, pero plena en toda su extensión. Queríamos que nunca se terminara, que sus brazos nunca dejaran de abrazarme y su boca de consumir la mía y yo ser suya una y otra vez. Éramos como dos hambrientos frente a un banquete de comida exquisita y abundante. ´Éramos una fuente inagotable de placer y deseábamos que nunca tuviese fin.

Pero poco a poco, los días pasaban y el tiempo también. Teníamos una conversación pendiente que aclarara de una vez mis dudas, que no terminaba de llegar. Yo temía esa conversación, y  lo dejaba pasar. Creo que a él le ocurría lo mismo y por eso lo dilataba,  aunque entre nosotros no había ni el más mínimo resquicio de haber agotado el placer que sentíamos al estar uno con el otro. Y decidí echar al olvido la preocupación que tenía sobre mi conciencia. Apuraría hasta el último segundo  el estar juntos. Quizá a la hora de despedirnos tuviéramos esa conversación. Había veces que me asaltaba la duda de que si él no me había dicho nada, es porque yo estaba en lo cierto, aunque también cabía la posibilidad de que se le hubiera olvidado de que la teníamos pendiente.

Y las noches de amor se sucedían, y los días también, hasta que llegó el último. Habíamos tenido una relación  extraña, y creo que entonces fue una de tantas, de las que en ocasiones semejantes a la nuestra, se generan. Daba igual que hubiera sido en un tren; en los cruceros se darían lo mismo o quizá más largos por su duración.

La víspera del final de trayecto sería al día siguiente, y esa noche como despedida, nos darían una fiesta al igual que hicieron con la de bienvenida.  Pero ya no era lo mismo, nada era igual. Pensaba que al día siguiente a esta misma hora, cada uno de nosotros estaría en su casa respectiva y habríamos dado por terminada una historia de amor, sobretodo por mi parte. Quedaba algo pendiente que aún no se había producido y la tristeza se apoderó de mí, al comprender que había vivido un sueño, igual que un cuento de príncipes y princesas, sólo que yo había sido la diversión de ese príncipe avasallador.

En unas horas estaríamos lejos, tan lejos que no volveríamos a vernos, y siempre tendría la duda de que si, en verdad fue amor lo que me dió, o fuí yo quién le dió la diversión. Ni un número de teléfono, ni una dirección, ni si era casado, divorciado o soltero.  Nada me había contado sobre su vida, yo tampoco, pero de mí lo sabía porque en algunas conversaciones se lo había dicho. No obstante quise apurar hasta la última gota de placer y de amor, siempre por mi parte, ya que nada tenía arreglo.

Cenaríamos juntos, bailaríamos, y haríamos el amor por última vez, y como una excepción por ser la última, desayunaríamos juntos, sin importar que alguien descubriera nuestro amor oculto. Pero a pesar de mis reservas, quería estar alegre para él, era la única oportunidad que tenía.

Unos toques en la puerta me distrajeron mientras hacía mi equipaje. ¡ Qué distinto este día, al que fue el comienzo del viaje! Abrí, y frente a mi estaba Alastair. No parecía el mismo. Se le notaba tenso y sus ojos habían perdido el brillo que habían tenido todas las noches en que habíamos dormido juntos, como en esa misma noche. Aunque yo salí de su dormitorio cuando a penas el sol apuntaba. Tenía que preparar la maleta, y además tenía el corazón en un puño y unas terribles ganas de llorar y no quería que él me viera.  Trató de retenerme, pero la excusa de prepararlo todo, le sirvió, o quizás a él le ocurría lo mismo que a mi.

Pasó y se sentó encima de la cama haciendo a un lado mi ropa que estaba guardando. Cogió mi vestido de noche de la primera vez, y se lo llevó a los labios, después me miró y me dijo que me sentara a su lado: tenía algo que decirme.


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