lunes, 23 de diciembre de 2019

El Primer Ministro - Capítulo 10 - Vida de casados

 Se casaron acompañados de sus amigos más cercanos y con la sola compañía de la abuela por parte de la familia de Scott.  Pese a toda la felicidad que les embargaba, y aunque nada comentaron entre ellos, en el fondo, también sentían algo de tristeza por la ausencia de los padres de ambos; unos fallecidos, y otros montados en su orgullo hacia el hijo díscolo que se había salido con la suya.  En los ojos de la abuela había brillo de emoción y la embargaba el mismo sentimiento de decepción por sus hijos. Se les veía tan enamorados, tan felices, que no deseaba que nada empañara ese día tan importante en sus vidas.

Unos días antes de su boda, Scott  se vió con su abuela en terreno neutral: comieron juntos en un restaurante.  La contó la fría entrevista  de sus padres y de su negativa a acudir al enlace.  Abrió su corazón a la abuela y la contó toda la trayectoria de su noviazgo, cómo y por qué se conocieron, poniéndola en antecedentes de su afiliación política diferente.  La abuela le escuchó con atención, y al finalizar el relato, puso su mano encima de las de su nieto y con cariño le dijo:

—Hijo mío, que no sea la política la que interfiera entre vosotros. Además, ella tiene derecho a pensar por sí sola y no como quiera el esposo. Ambos tenéis ideales firmes y buenos, diferentes, es cierto, pero podréis convivir con ello.  No la reproches su forma de pensar al igual que ella nunca deberá hacerlo contigo.  Aparcar vuestras ideas a un lado cuando estéis juntos, y dejadlo para cuando cada uno de vosotros estéis en el partido.

— Gracias abuela.  Pensé que tú también estarías en contra

—Mi querido chico, tu abuelo era progresista y obró siempre correctamente, leal con sus ideas, trabajó por las clases más bajas de la sociedad.  Yo nunca se lo reproché ni me mezclé en su forma de pensar, a pesar de que mi familia han sido Tories, ya lo sabes.  No pienses en eso ahora.  Vais a ser felices y os amáis, eso es lo que realmente cuenta.

La ceremonia había sido breve, íntima, especial, por las circunstancias que concurrían.  A ellos se les veía felices, sin dejar de mirarse a los ojos, sin soltarse de la mano.  Se reunieron en una sala del hotel en donde pasarían su primera noche de casados, en una comida estrictamente familiar con los pocos invitados que a ella concurrieron.

Philip, el chófer, recogió a Theresa una vez concluida y la llevaría de vuelta a casa, y el resto cada uno  marcharía también.  Ellos subieron a la suite reservada,  y allí comenzarían su nueva vida.  Al día siguiente harían su viaje de luna de miel;  no sería de muchos días, pero si los suficientes para estar a solas.  Era todo lo que ambicionaban amarse  y estar en paz, dejando atrás los malos rollos surgidos en la familia.

Pasados esos días de intimidad, cada uno de ellos se reintegró a su trabajo.  Claire al hospital, al quirófano y a su día a día, y Scott, a su misión en el partido.  Todo normal, como si nada hubiera ocurrido en sus vidas.. Pero si había sucedido algo que les había cambiado;  se les veía más felices, más risueños, más parlanchines, y deseosos de que se cumpliera el horario para reunirse de nuevo

A Claire las guardias se le hacían interminables.  No soportaba estar veinticuatro horas sin verle, sin tenerle a su lado. Scott, cuando esto ocurría comía y cenaba con ella en la cafetería del hospital.  También  la echaba de menos y para hacerlo más llevadero, se quedaba hasta tarde en su despacho.

Visitaba a sus padres muy de tarde en tarde, pero iba él solo, sabedor de que su mujer no era bien recibida en su casa.  Evitaba por todos los medios que ambas partes se sintieran mal e incómodas.  Y así, de esta manera, transcurría el tiempo.  La atmósfera política se enturbiaba por el mismo motivo de siempre.  Scott tenía más responsabilidades ya que había ascendido hasta ser la mano derecha del líder Tory.  Claire, fiel a su criterio, iba al partido a ayudar en lo que fuera, como hiciera antes de casarse, pero sus visitas eran más esporádicas, dado que su situación había cambiado.

  Aquél día la esperaba toda una sorpresa que la ponía entre la espada y la pared. Tendría que dedicar más tiempo  en sus horas libres a cuestiones primordiales, ya que estaban solicitando un nuevo referéndum con motivo del Brexit.  Este asunto sería  la rueda que siempre giraba en el mismo sentido;  nada se había aclarado en el parlamento, al contrario cada vez ese asunto se enredaba más y, por tanto, también Scott llegaba más tarde a casa.

Fue llamada al despacho del secretario del partido laborista en la jurisdicción de su distrito:  tenían que hablar con ella y plantearla un nuevo trabajo que podría desarrollar perfectamente ajustando su calendario laboral  Siempre que  se lo permitiera, acudiría junto con el cabeza de lista a visitar una por una las viviendas de sus votantes y convencer a los que no lo fueran

— Tienes capacidad para atraer a la gente y don de palabra.  Debido a tu profesión conoces bien a las personas y debemos sacar  adelante  nuestras ideas. Se que te pido mucho, pero en serio que lo necesitamos y eres la persona indicada para hacerlo.

—Señor, es un gran honor para mí, pero ahora mi situación personal ha cambiado y entre mi hogar y el trabajo, tengo muy poco tiempo libre

— Lo sé, lo sé.  Sólo serán unos días de campaña.  Es un favor que te pido

— Está  bien lo haré, pero ha de contar con las guardias

— Ya lo hemos hecho; sólo serán un día o dos, a lo sumo.

Se estrecharon las manos y se despidieron cordialmente, pero Claire no estaba muy convencida.  Sabía que a Scott no le haría ninguna gracia.  Se lo plantearía esa misma noche, cuando él llegase a casa.  Y como lo pensó, sucedió.  Scott  se sorprendió de lo que le estaba diciendo y como se temía, torció el gesto cuando lo expuso:

— Será sólo durante la campaña y un par de días a la semana. No podremos hablar de ello en nuestras sobremesas, no sería ético

—Te darás cuenta de que lo que has aceptado es algo problemático entre nosotros ¿Verdad ?

— Si, y así se lo hice saber

— Escúchame, debes renunciar. Imagina por un momento que coincidimos los dos en un mismo domicilio

— Pero amor, yo tengo el mismo derecho a hacerlo al igual que tú

— Pero ese es mi trabajo; el tuyo es operar a la gente, no ir de puerta en puerta suplicando un voto

—  Y mis deseos¿ no cuentan? Sabías lo que hacía antes de casarnos y te dije que no renunciaría a mis ideas.  Bien, pues aquí está la cuestión.  Me lo han pedido como un favor, y yo he estado de acuerdo.

— Eres testaruda o estás ciega. Esto es importante para mí, además de ser mi trabajo.  En el futuro quién sabe lo que seré, pero ahora tengo muchas posibilidades de seguir ascendiendo, pero dudo mucho de conseguirlo si se enteran que mi mujer pertenece al bando contrario

— ¿Me estás pidiendo que renuncie a mis ideas?

— No, pero que al menos que disimules un poco

— ¡Esto es el colmo!  Lo sabía, lo sabía.  Sabía que algún día chocaríamos en nuestros intereses.  Pero ¿sabes qué  No renunciaré, me lo han pedido como un favor. Entre otras cosas porque no estoy conforme con lo que planteáis.  Es un despropósito y os costará caro

— Ese es un problema mío

—Pues lo otro también lo es mío, así que ve acostumbrándote porque todo cuanto pueda hacer, lo haré.  Tanto si es de tu gusto  como si no.

Scott dio media vuelta y salió del salón muy enfadado.  Era una discusión,  seria la primera de las que vendrían después, pero ella también tenía derecho a que sus valores prevalecieran, por mucho que lamentase poner a su marido en un brete.  No cedería, porque si lo hiciera , tendría que hacerlo en lo sucesivo y no estaba dispuesta a ello.

La cena fue en silencio, breve, y sin a penas probar bocado.  Ni siquiera se miraban y sus respectivos rostros mostraban crispación.  Claire se levantó de la mesa, recogiendo su servicio y salió rumbo al dormitorio.  Aquél fue el primer estallido de desacuerdo, pero sabía que sería pasajero;  habían sentado, cada uno de ellos, las bases de su convivencia;  sabían a qué atenerse respecto a sus ideas políticas, pero la disgustó que Scott hubiera sido tan hermético, muy distinto a la conversación que tuvieron por el mismo tema antes de casarse. 

 No le gustaban en absoluto las discusiones, y menos con su marido, pero tampoco sería justo que fuese ella la que renunciase a todo. Llevaba mucho tiempo afiliada al partido y ahora, por el hecho de estar casada con un Tory, no podía renunciar  a sus ideales cuando pensaba que eran acertados.

Entró en el dormitorio, pero él, como siempre lo hiciera, no la siguió.  Se encerró en su despacho y continuó trabajando hasta muy tarde, o hasta que comprendió que ella se había dormido.  Pero no lo estaba, sino que su enfado había aumentado debido a la tozudez de él.  Aunque no se lo había dicho abiertamente, sí había insinuado  desde hacía unos días, que debiera dejar de acudir a la sede del partido.  No tenía pretexto, pero esgrimió un argumento bastante convincente:  deseaba tener un hijo
Y ella recordó ese comentario, y se enfadó aún más  al pensar que lo usaba como pretexto para que ella abandonase su asistencia semanal al partido, porque de dejar el trabajo ni siquiera lo insinuó.  Todo estaba claro: la influencia familiar se hacía presente, al fin, en sus vidas.

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