lunes, 14 de septiembre de 2020

El despertar - Capítulo 15 - El abrazo

Mientras él avanzaba,  ella retrocedió unos pasos, y  extendió uno de sus brazos con la mano a modo de saludo, frenándole en seco. No entendía aquella actitud, pero estaba claro, que al retroceder, era porque no deseaba otro contacto. Alfred, sorprendido no recogió el saludo, lo que ella interpretó como un desaire. Dejó caer su brazo, y dando media vuelta, se dirigió a su coche; tenía que irse de allí de inmediato.


El acusó su reacción, y sin pensarlo fue tras ella para detenerla.  No podía irse así, pensando sabe Dios qué cosas de él.  La sujetó por un brazo y la abrazó.  Y en ese breve contacto supo lo que durante tanto tiempo  había negado: a ella.
 Sólo deseaba tenerla cerca, sentir su calor.  Pero en ese momento ella se deshizo del abrazo y mirándole furiosa, sólo  dijo:

- Bienvenido

Y a continuación se introdujo en el coche, lo puso en marcha y se perdió por la carretera, dejándole estupefacto.  Lo que menos esperaba era una recepción así, pero claro ella no estaba allí para recibirle, puesto que no sabía cuando llegaba.  Todo había sido obra de la casualidad, que le había metido un gol de antología. Tenía clavada la mirada fría, hierática de ella,  sin expresar asombro por su llegada; ningún signo de alegría, sólo furia en su cara.  Tenía que hablar con ella  e inmediatamente.  No servía una llamada de teléfono; tenía que ser en persona, cara a cara.  Tenía que ver sus reacciones buenas o malas, pero debía hacerlo, porque además,  a la frialdad de ella no le faltaba razón de ser. Se había comportado como un infame, y no había sido cuestión de un día, sino de un largo año y unos días más.  Es lógico que no quisiera saber nada de él.

Estaba seguro que su pensamiento era que se había reído de ella, que no le importaba nada en absoluto.  Que sus buenas palabras antes de marcharse, las dejó en el camino, en ese avión que le llevó hasta Suiza.  Cuando era todo lo contrario, pero sólo él lo sabía.

Entró en su casa, cogió las llaves del coche, y fue hasta el garaje. El automóvil estaba a punto como todo el resto de la casa.  La Agencia había cumplido sus deseos escrupulosamente.  Sin pensarlo más puso rumbo al domicilio de Mirtha; no sabía lo que se iba a encontrar, y si le iba a dejar entrar  para poder hablar con calma, pero tenía que hacerlo, porque de no ser así, no podría dormir hasta que no lo consiguiera.

Cómo había sido tan estúpido al pensar que poniendo tierra de por medio la iba a olvidar- Eso lo hubiera conseguido si su pensamiento hacia ella fuera el de un adolescente, pero lo de Mirtha, era algo más  que un momento de pasión, que se olvida a la vuelta de la esquina.  Lo de él era permanente, para siempre. Y por si tuviera dudas, con lo ocurrido frente a su casa, se ratificaba en ello.  Tenía que escucharle, tenía que hablar sí o sí, aunque para ello tuviera que atarla a una silla.  Le iba mucho en ello, no sólo su porvenir, sino su situación sentimental que se había decantado por Mirtha y no por Mirielle como pensó en un primer momento.

Aceleró para que no llevaran mucha distancia entre uno y  otro.  Tenía que solucionarlo ahora, en caliente.  No podía dejar mucho tiempo, de lo contrario se iría al traste. Y prácticamente llegaron al tiempo.

Ella entró directamente a su dormitorio, tras saludar a sus padres, pero ellos, se dieron cuenta enseguida que algo la ocurría, pero con el gesto dió a entender que no estaba para explicaciones, así que sería mejor dejar que se le pasara lo que quiera que la ocurriese.  Y no tardaron  mucho tiempo en imaginarlo, al escuchar el brioso retumbar del timbre de la puerta.  Pero lo que menos podían imaginar es que fuera el doctor, que creían  en el extranjero.

-¡ Qué gusto verle, doctor ! -, dijo la madre al abrir  la puerta

Apenas  dejó que le saludara, con la voz nerviosa pregunto por Mirtha y pidió a la madre que la llamara: tenía que hablar urgentemente con ella.

Mirtha se negó en un principio, pero al fin la madre persuasiva la convenció para que bajase y hablara con él.  A regañadientes lo hizo, y de nuevo sus miradas se cruzaron.


- Ven, tenemos que hablar - dijo Alfred con una voz tan imperativa que no hubo réplica

- Podemos hacerlo aquí - contestó ella

- No aquí no. Vayamos a un lugar en el que estemos solos. A tus padres no les gustaría escuchar las voces que de seguro vamos a darnos

- ¿ Vamos a gritar ? ¿ Por qué ?

- Si, vamos a gritar, seguro. No hay más que ver tu cara. Me estás juzgando y no sabes por qué. Así que vamos a aclarar algunas cosas y va a ser ahora mismo.  Despídete de tus padres y sube al coche.

Así lo hizo, sin dar respuesta a la madre que la preguntaba infinidad de cosas que ella no podía responder, al menos por ahora.  Salió de la casa, y junto al coche la esperaba Alfred con la puerta abierta del lado del copiloto y con cara de pocos amigos. Ella irguió los hombros y diligente se sentó en el asiento junto al que él ocuparía en unos instantes.

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