miércoles, 23 de septiembre de 2020

El despertar - Capítulo 32 - Una conversación pendiente

La mano de él, ejercía presión sobre los hombros de ella, mientras la niña acariciaba la mejilla del padre.  Ese gesto tan natural, le oprimía el corazón; estaba siendo un día horrible. No deseaba por nada del mundo que la persona que más le importaba lo estuviera pasando tan mal por algo tan ridículamente ajeno a ellos. Tenía a las dos personas más importantes de su vida junto a él.  Tendría que esforzarse mucho para convencerla de que ninguno de los dos era responsable de lo ocurrido, sino que, se trataba de los desajustes que surgen en las vidas de los recién casados, que como ellos, apenas se conocen.  Pero el amor que sintió por Mirtha desde el primer momento, le hizo cometer, quizás algunas equivocaciones, como salir huyendo para olvidarla, sin pararse a pensar que cuando alguien ama verdaderamente a una persona, es para toda la vida, con sus virtudes y defectos. Probablemente Alfred confundió el amor que sentía, por  compasión por lo sucedido en la vida de ella.  Pero el tiempo había puesto las cosas en su lugar y el olvido que se propuso jamás se dió.

Llamó a un taxi y le indicó la dirección del hotel.  Ella parecía más calmada, al menos ya no lloraba y había rato en que reclinaba la cabeza sobre su hombro.  El suave roce de su cabello le hacía comprender cuánto lo había echado de menos. Quizá era insignificante, pero veía lo importante que eran para él esos pequeños detalles que le unían más a ella.

Con la niña en brazos, fueron hasta la recepción del hotel:

- Veo que ha encontrado a la señora.  Le felicito- le dijo el empleado

- Necesito una habitación, es decir cambiar la que tengo ahora por otra.  No importa el tamaño, o si es una suite, o en  la planta que esté, pero deseo otra.

-De acuerdo señor.

  No quería que Mirtha durmiera en la misma cama que lo había hecho Mirielle. Y se instalaron en otra planta y en una suite. Las dejó en ella y él se dirigió a la suya anterior a recoger su equipaje.  En cinco minutos estaba todo solucionado.  Estando recogiendo sus cosas, sonó el teléfono interior, era Mirielle.

- Mira tengo prisa. He de solucionar problemas graves que me interesan mucho.  Te ruego, por favor, que no insistas. Tú y yo, no tenemos nada en común, ni nada a lo que aspirar.

-Sólo quiero saber si vendrás a la fiesta de esta noche


- No sé lo que va a ser de mi vida dentro de cinco minutos, así que echa cuentas.  No lo sé, posiblemente no. Ya me disculparé con todos.

- Lo puedo hacer yo

- Ni se te ocurra. Sal de mi vida, Mirielle, por favor.

- Está bien. Sea como dices.

Cuando regresó con su maleta,  en ese intermedio, la niña se había dormido.  La miró con infinita ternura.  La vió tan relajada, tan bonita...  Miró a la madre que tenía la vista en su hija también. Y pensó que, pese a todo, era un hombre afortunado al tener a esas dos mujeres tan bellas y tan amadas por él.  Y recordó el día no lejano, del nacimiento de su hija y la emoción que sintió. Y también cuando conoció a la que más tarde se convertiría en su mujer, por un azaroso capricho de la vida, y que ahora estaba a punto de perderla por unas equivocaciones, o quién sabe si por exceso de amor, que a veces nos hace ver lo que en verdad no ocurre.

- ¿ Tienes hambre? ¿ Has comido?

- ¿ En verdad crees que puedo sentir hambre?  De todas formas, si tomé un bocadillo.

- ¿ Quieres beber algo?

- No. Quiero que digas lo que tengas que contarme y marcharme de aquí lo más pronto posible.

Y comenzó a desgranar todos los sentimientos que guardaba y el porqué de muchas cosas que habían ocurrido.  Pero tenían una segunda oportunidad y había reflexionado.  Sabía que su lugar estaba al lado de ellas y ejerciendo de nuevo la medicina en un hospital, que a pesar de las guardias, estarían  juntos.  No le interesaba el boato ni la celebridad, sólo llevar una vida tranquila al lado de las personas a las que amaba.  Que todo fue una confusión y obcecación por ambos y que no se repetiría nunca más.  Que Mirielle fue un pasatiempo para él; que obró mal, posiblemente, pero a quién necesitaba no estaba a su lado y eso le hizo cometer la locura que había presenciado en esa mañana.

- Te prometo que nunca más volverá a ocurrir algo semejante.  Tú eres quién me interesa.  Contigo lo tengo todo; no necesito extras, y por si todo ello fuera poco, mi hija, a la que amo y echo de menos. Me estoy perdiendo lo mejor, y he pensado renunciar a todo, volver a casa y compartir la vida con vosotras.  Regresar a Irlanda cuanto antes y volver al hospital, al día a día con la gente.  Esa es mi vida. Si la aceptas me harás feliz, pero si no estás de acuerdo con ello, volveré aquí y seguiré con lo que dejo pendiente.  Esa es mi propuesta ¿ la aceptas ?

Ella levantó la vista y le miró de frente.  En sus ojos leyó verdad y sentimiento.  Ella también deseaba ese estilo de vida. Aunque no tuvieran tanto dinero, no lo quería, no lo necesitaban, sólo su amor y su hogar.  Y lentamente, sin palabras, afirmó con la cabeza que si aceptaba sus condiciones.

Avanzó hacia ella y la abrazó, se abrazaron relegando todas las dudas , todas las indecisiones, para vivir el momento de su reconciliación.  A un tiempo, ambos miraron a su pequeña que seguía dormida ajena al pacto de sus padres.

- Bien, hay otra cosa - dijo Alfred temeroso de que volviera a perder lo que habían acordado-. Esta noche hay una fiesta de despedida de todos nosotros.  Será en este mismo hotel y a ella acudirá..., bueno creo que lo imaginas. He hablado con ella y nos hemos despedido. Debería acudir, es decir deberíamos acudir a ella, pero entenderé que no lo desees. Saldríamos mañana a primera hora rumbo a casa.

- No Alfred, acudiremos ambos. Quiero tenerla cara a cara, sostener su mirada, y por primera vez, estar segura del terreno que piso, que eres tú.  Aunque no lo creas, porque yo tampoco lo he sabido hasta ahora, te he querido en profundidad, he pensado en William lo mismo que recordara a un hermano. ¿ Por qué crees que he tenido tantos reproches, tantas incertidumbres?  Si no te amara, me hubiera dado lo mismo lo que hicieras, pero no es así.  Eres mi marido, el padre de mi hija y espero de los que vendrán. No tengo porqué esconderme, así que acudiré de tu brazo. Sólo que...

- ¿Solo qué? - respondió él al fin sonriendo

- No he traído ropa adecuada, así que no acudiré contigo, sino que iré a buscarte cuando comprenda que todo ha acabado.

Descolgó el teléfono y pidió le pasasen con la boutique.  Ella asombrada trataba de impedirlo pero no lo consiguió y Alfred, comenzó a decir a la empleada el traje que quería y la talla que usaba su mujer. Después volvió a solicitar una enfermera , que casualmente era la misma que acudió a la petición de Mirtha, o quizás es que no tenían otra.  Al cabo de la media hora el vestido y la enfermera hacían acto de presencia en la habitación.


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