martes, 22 de septiembre de 2020

El despertar - Capítulo 30 - Un claro despertar.

Se la veía cansada, muy cansada y con el fin de aliviarla, la madre dijo de que esa noche Keira se quedara a dormir con ellos, algo a lo que Mirtha se negó:

- ¿ Cómo se te ocurre ?  Es muy pequeña y aún tiene que tomar pecho - la dijo como argumento

- Eso no es excusa ¿ Sabes lo que yo hacía?  Me ordeñaba, y lo guardaba en el frigorífico. A la hora de la toma, lo calentaba y se lo daba en biberón.  Y aquí estás.

Mirtha dudó, pero al mismo tiempo tenía la sensación de cometer un delito si así lo hiciera, pero lo cierto es que necesitaba un descanso.  Al fin persuadida por sus padres, aceptó.  Al entrar en su casa, sintió que se la venía encima, que le faltaba algo y ese algo era su hija, que a pesar de ser tan pequeña ocupaba todo su espacio.

Mientras mordisqueaba una manzana, volvió a buscar el correo que él la mandó y volvió a leerlo un par de veces. ¿ Qué significaba ? ¿ Quería tener un retrato de ambas, juntas?  Y su propio deseo y las palabras de su madre, hicieron que buscara en su álbum y encontró una de ella con Keira en brazos. Antes de que pudiera darse cuenta, había dado a la señal de enviar.

Se metió en la cama y el tintineo del correo, volvió a sonar de nuevo.  Era de Alfred; el corazón le latía fuertemente y ansiosa lo abrió:

- Gracias. Ambas estáis preciosas

Y de nuevo el llanto cegó sus ojos. ¿ Por qué tenía que amarlo de ese modo? ¿ Por qué tenía ganas de hacerle daño si en el fondo no sentía esa imperiosa sensación?  Su mente era un caos.  Hablaría con Mildred a ver que la decía.

Y se reunió con Mildred, y a ella abrió su corazón de par en par.  La amiga la escuchaba en silencio, pero asimilando cada palabra que la decía.  Esperó paciente a que Mirtha se desahogara y sacara fuera todo lo que la estaba haciendo daño. Al terminar, guardó silencio sopesando lo que había de decirla y fue muy corto lo que la dijo:

- No tienes razón. Yo iría y le buscaría, hablaría con él, sin reproches, porque de lo que se trata es de aclarar lo vuestro, vosotros, y pasar página. Tenéis una hija preciosa y por ella tendréis que tender puentes. Has de decirle todo lo que te hace daño y verás como, además de quedarte más tranquila, aclaras todo. En televisión se pueden ver muchas cosas, que intencionadamente las cámaras captan. ¿ Por qué no escuchaste la explicación que te dió? ¿ Crees que si no te quisiera hubiera venido desde tan lejos para estar en el parto y marcharse al día siguiente?  Te quiere Mirtha, te quiere muchísimo y tu a él igual. No perdáis eso tan hermoso que hay entre vosotros. Llámale y dile que todo ha sido motivado por tu estrés, o lo que se te ocurra, pero no le pierdas. Un hombre que ama de esa forma a su mujer no vas a encontrarlo.

Esa noche tampoco pudo dormir lloraba, se calmaba, volvía a llorar, y repasaba sin cesar lo que Mildred la dijo. ¿ Y si tuviera razón? ¿ Le estaba empujando a los brazos de otra? y al llegar a ese punto, en su imaginación veía a su hija, y a Mirielle besándole.  Lo que no vió en la imágen, fue la discusión que tuvieron la francesa y Alfred cuando las cámaras se apagaron. 
 No le había dado oportunidad a explicarse, así que ahora, arrepentida, lloraba desesperada, pero posiblemente el llanto llegase tarde y le habría perdido.

El llanto, los nervios, la ansiedad y el cansancio la hicieron caer rendida en un profundo sueño, ya de madrugada.  De nada había servido que la pequeña se quedara con los abuelos para que ella descansara.

Quizás un ruido, o las imágenes de su propio sueño, hicieron que se despertara sobresaltada.  Se incorporó de un salto y se sentó pensando qué había ocurrido.  No recordaba nada de lo soñado, pero una idea se abría paso en su cabeza cada vez con más fuerza.

Una voz interior la decía algo; al principio no lo comprendía, pero fue al cabo de unos instantes cuando decidió hacer lo que en sueños, su cerebro, la dictaba.  Era aún muy temprano y sus padres aún estarían en la cama, pero rápidamente, excitada se puso en movimiento.
Encendió el ordenador y buscó en Internet alguna agencia de viajes, o compañía aérea que estuviese abierta.  Para lo que había pensado, no se atrevía  a  ir al aeropuerto tan temprano con una niña tan pequeña.  Tras muchas gestiones, al fin consiguió pasaje para Ginebra. Se duchó rápidamente y se vistió. En una maleta pequeña, puso algo de ropa para la niña y para ella. Las cosas de aseo, y todo listo, salió en dirección a la casa de sus padres.  La excitación por lo ideado, hacían que tuviera un ritmo frenético.  Sabía que la dirían que no debía hacerlo, o que dejara a la niña en Dublín, pero lo descartó de inmediato: iría a buscarle con su hija. Defendería a su familia aunque se opusiera el mundo entero.

Sus padres las llevaron al aeropuerto. Llevaba todo lo que la pequeña pudiera necesitar. Si todo salía bien como imaginaba, tardaría un par de días en volver, a lo sumo, pero la situación habría variado, para bien o para mal.

Nerviosa la dieron un asiento en la parte de atrás del avión con el fin que pudiera estar más cómoda con la pequeña. Todo lo tenía organizado, pero no sabía dónde vivía; ni siquiera se lo había preguntado ni él dado la dirección. De eso no se había dado cuenta. Pero ya no había escapatoria así que se las arreglaría al llegar a Ginebra. 

Tomó un taxi a la salida del aeropuerto y le dió la dirección de la OMS.  Allí averiguaría dónde vivía. La información que recibió fue que se había despedido para regresar a Dublín, pero que se hospedaba en el hotel Fairmont Gran Hotel en donde les darían una despedida por su buen trabajo realizado en Uganda.

En el mismo taxi emprendieron el camino de vuelta hasta el hotel.  Al ver la fachada del mismo, calculó que el hospedarse en él la costaría el sueldo del mes, pero no importaba: pediría ayuda a sus padres si lo necesitaba, y si todo salía bien, sería Alfred quién costeara todo. No estaba dispuesta a dar marchar atrás después de haber llegado tan lejos.  Era mucho lo que estaba en juego y jugaría su última carta.

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